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Mi mayor enemigo (¿Lemans?)

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Mensaje por Plenilunio Mar Ene 05, 2010 6:06 pm

Escrita nada más ver "Sanatorio mental del Doctor Zepeda", cada trocito es un personaje, creo que se ve claramente quién es cada uno. Que escriba "¿Lemans?" así, con interrogaciones es porque en este fic el tema amoroso me importaba bastante poco aunque estuviera ahí en cierta manera. Las frasecillas en cursiva son una traducción cutrecilla de la canción "Mein größter Feind", del grupo alemán Die Toten Hosen que se puede oír aquí.


Mi mayor enemigo
—…fin de semana, ¿eh? Juan. Juan, ¿me estás oyendo?—Suspira. Ha vuelto a perder el hilo. Mentalmente cruza los dedos y ruega que no se haya enterado.
—Sí, cariño—Le mira y ve la comprensión en sus ojos.
—¿Un mal día?
—Otro más, sí.

Le da mano y respira hondo. Es tanto horror una y otra vez. El paso de los años no lo hace más fácil, no vacuna a uno contra ciertas cosas. Solo te endurece, hace que tu fachada de relativa indiferencia y profesionalidad resulte más creíble. Pero todo sigue ahí dentro. Cada grito, cada demasiado tarde, cada mirada vacía de quien no vive, cada gota de sangre, cada lágrima del que no volverá a ver a su ser querido…

Aunque al menos él no está solo. Hay ciertas cosas de las que no le habla a su mujer, pero ella las ve. Sabe que están ahí o al menos qué resultado producen. Es afortunado, se da cuenta en cuanto la mira y encuentra la complicidad a pesar de los años. Ya no tiene veinte años, la minifalda de la pasión se ha transformado en unos pantalones de chándal usados pero enormemente cómodos. Y eso es lo que necesita ahora mismo. Sonríe aunque sepa que sus ojos dicen otra cosa y le da la mano a su esposa. Pero todo le sigue bullendo por dentro. Corroyéndolo.

Cuando me veo en un espejo siempre me resulto extraño. ¿De verdad es esa mi cara, es mi voz la que dice eso?

¡Tin! ¡Dios! El microondas la avisa. Ya ha terminado de calentar esa cena de recortes que ha improvisado. No tenía ganas de cocinar esta noche. Bueno, últimamente nunca. Antes le servía, la ayudaba a relajarse. Pero ya no tiene ganas, ya no le divierte. Es como si nada tuviera el mismo sabor, como si todo fuera amargo en el fondo. Aunque no siempre es así. Otras veces todo brilla más y sabe mejor. Sabe a vida, a la vida que rozó el fondo del mar pero no llegó a desvanecerse.

Abre el microondas y mira el plato humeante. Con cuidado para no quemarse lo saca y el olor a comida le parece obsceno. No es la única, qué consuelo. No, Corso le ha confirmado lo que ya sabía, que todos sueñan. Cada uno tiene su infierno propio, su propia pesadilla, sus heridas de guerra. Son parecidas, llevan tiempo combatiendo en las mismas batallas, pero únicas en cada uno. El mismo demonio con distinta cara.

Se sienta en uno de los taburetes de la cocina y observa lo que debería cenar. Se le ha quitado el hambre, si es que lo tuvo. Con desgana se dirige al cubo de la basura y lo tira todo. Está sola, sola en casa. Y ni siquiera sabe si le apetecería tener compañía. A veces se dice que le gustaría, otras ve la cara de Fabio y se dice que no. Que es mejor así. Que estará sola, pero al menos se encuentra a salvo.

Cuando estoy solo conmigo mismo no hay ninguna oportunidad de huir. No hay nada más que mi apariencia, que aquello que intento ser.

Tip. Tip. Tip. Intenta no hacer un movimiento demasiado brusco cuando se mira la manga. Sabe que no encontrará nada, pero le parece oírlo. Las gotas de sangre negra como tinta de esa pesadilla que ya no sabe si es de Leo, suya o de los dos. No debió haberlo hecho. No tendría que haber apretado el gatillo. No tendría que haberlo matado. Pero, extrañamente, no lo lamenta ni lo más mínimo. Matar sí. Matar a ese hijo de puta no. Si de algo se arrepiente es de no haber llegado a tiempo.

Ahora están unidos los tres por dos secretos que los atan mejor que el más fuerte cable de acero. Nadie más lo sabrá, pero ellos tres sí. Que Escobar la violó. Y que luego él le voló la tapa de los sesos. Y que volvería a hacerlo. Que volvería a congelarle la risotada de suficiencia a ese cabrón si pudiera dar marcha atrás. No estuvo bien. Arrastrará el fantasma mientras viva. Pero no se arrepiente.

Leo le da la espalda. Le gustaría abrazarla, estrecharla contra su pecho para consolar no sabe muy bien quién a quién. El uno al otro probablemente. Pero no es el momento. Necesita su espacio, sentirle ahí sin verle. Baja el brazo y la observa. Le ha dicho que no podía y le ha pedido perdón como si fuera culpa suya. No lo es. Tiene que encontrar el modo de decírselo aunque todavía no sepa cómo. Lo conseguirá. Ambos lo conseguirán. Pero de momento están ahí, juntos pero cada cual por su lado. Y a él le basta.

Ese es el momento en el que sé que yo mismo soy mi mayor enemigo.

Lloraría si le quedaran lágrimas, pero estos días ha cubierto el cupo de los próximos veinte años. El nudo del estómago sigue ahí y ya ni siquiera tiene con qué aliviarlo. Cierra el puño en torno a la sábana bajera. Estrujarla no sirve. Arrebujarla y notar sus propias uñas clavándosele a través de la tela no suaviza nada. El dolor que le corre por dentro no se puede camuflar con ningún daño físico.

Sacude la cabeza. Los gritos de esa mujer sí que se le clavan. Gritos desesperados de quien no puede defenderse y evitar que le hagan daño. De qué le sonará. Cierra los ojos y de pronto son otros gritos los que escucha. Y le llega otro olor, uno que nada tiene que ver con el de la sangre. Polvo, tierra, alcohol, loción de afeitado barata. Un escalofrío le recorre el espinazo de arriba abajo. Se encoge un poco más y aprieta los dientes para no volver a chillar.

Mario se ha dado cuenta. Parece que él tampoco puede dormir. Le pone una mano en el brazo. No sabe si le produce asco o alivio. Si decirle que la suelte o si pedirle que por favor la abrace y evite que siga pensando. Toma aire y busca los dedos de Mario. Los entrelaza con los suyos con fuerza. Y funciona. Aunque sepa que en el momento en que el cansancio la venza todo volverá a repetirse.

Me doy cuenta, cuando estoy a solas, de que no puedo aguantarme a mí mismo. Vuelvo a mirar mi reflejo, me imita en todo y no desaparece.

Un día más. Y Gironella en la puta calle, cenando en cinco tenedores con peces gordos mientras él está a verlas venir. Porque no ve hilo del que tirar. Porque hasta el puto ruso se le escapó. Pero era él o Leo. Y no soportaría perderla a ella también. No era broma, no se imagina un mundo en que Leo no exista. Por mucho que nunca vaya a ser suya. Le basta con llegar a la oficina y verla. Aunque sepa que a ella también le ha fallado.

No tengo miedo, Corso. ¡Bang! El disparo le sobresalta. Abre los ojos, da un respingo y a punto está de caerse del sofá. El destello del reloj del vídeo que no usa porque apenas para por casa le dice que ya es tarde. Que debería irse a dormir. O al menos a intentarlo, no cree que vaya a ser capaz de volver a conciliar el sueño. Total, qué más da. Tampoco es que fuera a soñar con los angelitos. Casi prefiere seguir despierto e intentar ahogar los demonios en alcohol, aunque los muy hijos de puta han aprendido a nadar.

Se frota los ojos y se levanta del sofá. Tiene las piernas dormidas, estaba en una posición rara. Va trastabillando hasta el ordenador y la pila de carpetitas con informes que tiene. Los hojea un poco y se desespera. No se le ocurre nada nuevo. Se lleva las manos a la cabeza y suelta un bufido. Debe ser paciente. Tarde o temprano ese cabrón dará un traspié. Y estará ahí para verlo caer. Solo es cuestión de tiempo.

Ese es el momento en el que sé que yo mismo soy mi mayor enemigo.
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Mensaje por Atiram Mar Ene 05, 2010 9:07 pm

Jops, pobrecitos... Pero si te paras a pensar, llevar su vida tiene que desgastar mucho... Sad
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Mensaje por Plenilunio Mar Ene 05, 2010 9:12 pm

Es que eran más desgraciaítos que María de la O los pobres...
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