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Cicatrices (Lemans a dúo)

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Cicatrices (Lemans a dúo) Empty Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 1:29 pm

Este fic ya lo habíamos subido, pero el foro decidió merendárselo con patatitas, así que hemos tenido que sacar tiempo para re-subirlo. Empezó como una idea de Ati sobre el punto de partida de la historia, poco a poco fue creciendo en su mente y, tras mucho discutir, cada una se quedó el narrador que más incómodo le resultaba. ¿Masoquismo? Probablemente, pero ha sido una experiencia muy interesante. La mayoría de los capítulos cuentan la misma escena narrada desde dos puntos de vista, el de Mario y el de Leo, aunque algunas no tienen correspondencia. Esperemos que os guste.


CICATRICES

1.

Dicen que te pasa la vida como un flash ante los ojos. Tal vez a otros, pero a mí no. O tal vez esa es la indicación de que no me voy a morir. Bueno, una de tantas que no puedo explicar porque no creo que haya mucho vocabulario en este idioma para expresar qué se siente en mi estado, cómo se ve sin ojos, cómo se habla sin boca y cómo se existe sin existir, dentro pero fuera de un cuerpo que ya ni siquiera sientes pero que supones que estará ahí porque en el fondo sabes que no estás muerto. ¿Que como lo sabes? Ah, esa es otra de las cosas que tampoco sabría definir con claridad.

Lo que sí sé es que la vi. Es increíble, pero ahí estaba de pronto, al darles el alto a esos dos. Fue encontrarme cara a cara con el cañón y el tiempo se congeló. La bala salió del cañón arropada por un sonido seco de detonación. Viajó por el aire la corta trayectoria entre la boca de la Glock, porque hasta me dio tiempo a ver que era una Glock, y mi pecho. Y ahí se clavó. Me atravesó la camisa nueva, esa que me compré de capricho y que estrenaba ese día. Será frívolo acordarme de eso, pero es lo casi lo último que tiene sentido en el sentido de que lo percibí con mis sentidos y no con esta especie de intuición sorda, muda y ciega en la que he ido a dar con mis huesos que no son huesos. Me destrozó la camisa, me empezó a perforar y el mundo desapareció tan de golpe que fue como si hubieran apagado una luz.

Aunque no lo describiría así. Más bien fue como las clases de buceo, como la primera en que logré bucearme una piscina olímpica entera. Nunca antes había sentido mi cabeza divagar de ese modo, disociarse por completo del cuerpo porque las neuronas se quejan de la falta de oxígeno llevándote a lugares lejanos mientras que tus músculos se convierten en piezas de robot que se desplazan por instinto y no se detendrán hasta que todos los suministros se hayan agotado. El agua te envuelve, pero no está ahí, tan solo es el medio que intuyes, igual que ese extremo de la pileta que ya ni siquiera ves porque estás demasiado ocupado centrándote en la única parte de tu cuerpo que percibes a ciencia cierta y dolorosa. Porque, sí, notas tus pulmones. Los notas ardiendo, retorciéndose y quemando como si dos manos de gigante al rojo vivo te exprimiesen alveolo por alveolo hasta dar con la última partícula de oxígeno que te queda.

La diferencia con el buceo es que no se prolonga tanto. De pronto, el borde centellea ante ti, te avisa de que ya estás llegando, te impulsas en el fondo, tocas la pared y resucitas al romper la superficie del agua. Después, tardas unos segundos, cuando no minutos, en recobrar el aliento, en que los pulmones te den una tregua y se repongan lo bastante de la tortura como para permitirte respirar con una cadencia normal. Te tiembla hasta el pensamiento, se te doblan las rodillas y parece que te vas a morir. Precisamente por eso sabes que estás vivo.

Pero ahora no es así. Ahora sigo sumergido. Y vivo sin vivir en mí, aunque no es una alta vida lo que espero ni muero, porque no muero. Sé que no me voy a morir. Lo tuve claro desde el principio. No se trata de conceptos como que te llegue la hora, no va por ahí, no se trata de que se me haya aparecido nadie que me haya hablado, tampoco he visto luces ni túneles, no he oído cantos de sirenas ni de ángeles. No hay nada, pero a la vez hay algo. Estoy yo. Yo a solas con mi certeza de que no voy a morir. Porque voy a seguir viviendo, aunque no sé cómo ni cuánto ni en qué estado. Ni tampoco sé el tiempo que tendré que esperar aquí, en mitad de ninguna parte pero dentro de mi propio cuerpo.

Sé que tengo una bala en el cuerpo, si no es que me la han sacado ya o me traspasó. No llegué a ver cómo se comportaba el proyectil y ahora mismo tampoco importa, prefiero no pensar qué pasaría si se me ha quedado alojado en la médula, porque no soportaría quedarme en una silla de ruedas el resto de mis días, con la espalda tan hecha puré que ni siquiera controlo los esfínteres ni me mantengo erguido sin ayudas porque no siento de pectoral abajo. Es mejor olvidarlo por el momento. Viviré, sé que viviré, pero el cómo no es mi prioridad ahora mismo. Mi prioridad es darme cuenta de que tengo un cuerpo, encontrarlo y ser capaz de manejarlo lo suficiente como para abrir los ojos y volver con los vivos. Porque yo estoy vivo, pero solamente a medias. Estoy vivo por eliminación, porque no estoy muerto, no porque ahora mismo tenga una vida de verdad a la que agarrarme. Ni siquiera tengo una sábana ni un ectoplasma a los que asirme, nada tangible ni perceptible de ningún modo. Estoy yo, a solas yo, sin nada ni nadie más.

O al menos eso creía. Me empieza a llegar algo de fuera, porque si de algún modo estoy encerrado en mi cuerpo aunque no lo sienta, el resto de cosas quedan ahí, en el exterior. Me llega alguna voz, viene como amortiguada, pasada por un tamiz de agua y somnolencia. Continúo sumergido, subacuático, nadador por el fondo de esta piscina llena de nada. El sonido me viene distorsionado, pero son voces que hablan. Voces y dos juegos de sonidos rítmicos cada uno a un compás, como dos partituras diferentes interpretadas al mismo tiempo, que no al mismo tempo. Al ser cadencias mecánicas sin más, como un canon repetido de forma invariable, no me cuesta discriminarlas. No así las voces. A las voces sí quiero prestarles atención, quiero entenderlas.

Las primeras que oigo, aunque no logre discernir bien los mensajes palabra por palabra, sé que hablan de mí, no conmigo. No las reconozco, apenas las registro antes de dejarlas pasar y descartarlas sin más. Serán personal médico, pues no estoy muerto, así que no puede tratarse de la morgue. No estoy en el depósito o las cadencias no tendrían sentido. Imagino lo que son y solo pueden significar que estoy mal, lo bastante mal como para que no solo hayan decidido monitorizarme —primera cadencia—, sino además conectarme a un respirador —segunda cadencia—. Teniendo en cuenta que la bala me impactó en el pecho, no me sorprende. Además, lo hizo en el lado derecho, lo cual significa que es probable que mi corazón esté a salvo, entre otras cosas porque sigo vivo, pero también que, si se me ha clavado en un pulmón, ha ido a escoger el más grande de los dos. Según leí una vez, y no quiero ponerlo a prueba aunque me tema que quizá no me quede otra, se puede vivir solamente con un pulmón siempre que el que te quede sano sea el derecho. El izquierdo es más pequeño, así que no proporciona la suficiente cantidad de oxígeno para mantener a nadie con vida. No suena bien, pero sé que no me voy a morir. Todavía.

—Mario… Mario, hijo mío…

Esta voz sí se dirige a mí. La reconozco perfectamente, aunque me asusta oírla tan húmeda y quebrada por el llanto. Mi madre nunca llora, siempre ha sido una mujer fuerte y enérgica, quien nos grita “¡Espabila!” a mi padre y a mí. Vengo de una familia de mujeres de hierro y hombres de aspecto apacible, incluso pasivo, pero que saben mostrar los dientes y colocar las cartas una por una sobre la mesa sin dar puñetazos cuando es necesario. Así es mi padre, así son mis tíos y primos y así soy yo. Aunque me arrepiento de no haber sacado más las uñas y de haberlo hecho a destiempo algunas veces. Porque una ejecución en caliente no cambia las cosas. Llegué tarde para salvarla, para salvarme y para salvarnos. Y ahora el que tiene una bala dentro soy yo. Solo que la mía me ha reventado el pulmón derecho, el indispensable para vivir, y milagrosamente no me muero. No me estoy muriendo. Por ahora.

—Mario, mi niño—consigue decirme al fin con la voz ya más firme—, soy mamá. ¿Cómo estás? Papá está aquí conmigo.
—Hola, cariño, ¿qué tal? Los médicos dicen que estás siendo muy fuerte.
—Sí, nos han dicho que… Mario, tienes que luchar. Ni se te ocurra rendirte, ¿me oyes? A ver si me voy a tener que enfadar contigo y voy a tener que venir a montarte la bronca, ¿eh, mi niño?

Sonrío aunque no tenga labios. Mi madre en estado puro. Se está rompiendo otra vez, lo cual significa que estoy peor de lo que imaginaba. No la veo, pero su llanto es lo bastante elocuente. Papá está susurrándole algo, sé que la está abrazando contra el pecho y acariciándole la cabeza. Nunca ha sido muy hablador, pero hay que escucharle cada vez que abre la boca. Y cuando sonríe te sientes seguro, te vuelves invulnerable y ningún mal puede asaltarte. Aunque sea entre lágrimas y con el corazón hecho añicos de ver a su hijo postrado inmóvil en una cama de hospital y conectado a mil tubos, quiero que me sonría. Y entonces viviré. Aguantaré un poco más, hasta que vuelva a darme su próxima sonrisa.

—Tienes que ser fuerte—vuelve a decirme mi madre—, ¿eh, Mario? Ahora mismo va a ser un poco difícil, seguro que estás cansado, pero no puedes rendirte.
Voy a luchar, mamá. Te lo prometo. Y a ti también, papá. Voy a pelear.
—Eso—añade papá—. No tires la toalla.
—Mi amor, tenemos que irnos. Solamente nos han dejado pasar un momentito a saludarte, pero volveremos muy pronto. A ver si cuando vengamos la próxima vez ya puedes regañarnos por ser tan bobos y preocuparnos por una tontería. Ya verás que sí, hijo mío, verás que no es más que una cosita de nada y dentro de poco estamos los tres aquí riéndonos.
—Descansa, hijo. Pero no te rindas. Estaremos aquí a tu lado todo el tiempo. Te queremos.
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Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 1:31 pm

1.

El caos de la T4 la devuelve a la cruda realidad. Los 11 días fuera de casa, sola e incomunicada, acaban de terminar. Leo resopla, no puede fumar aún y tiene que esperar por su maleta, que parece que ha decidido ser la última en deslizarse por la cinta transportadora. Ojalá no hubiese vuelto, su vida parecía otra cosa desde la lejanía de Madrid.

Ahora la toca afrontar la realidad, volver a la unidad en apenas unos días, ver a Mario, recordar a Corso… esas cosas que dejó aquí cuando decidió desaparecer un tiempo del mapa. Aunque no todo tiene por qué ser malo, también están Rocío y Molina, los ha echado tanto de menos que no ve la hora de volver a darlos un abrazo.

Supone que la vida en la unidad no se habrá parado porque ella no estuviese, sabe que trabaja con los mejores, y que se las habrán apañado tan bien que seguro que no han notado su ausencia. Pero Leo tiene ganas de volver a trabajar, de salir a la calle y hacer lo que más la gusta. Desde muy pequeña supo que lo suyo sería detener a los malos y salvar a los buenos. Aunque la experiencia la dice que en la vida real las historias no siempre terminan así. Si lo sabrá ella…

Agarra con fuerza la maleta y con paso ligero se dirige al metro. Tiene ganas de mezclarse con la gente y ninguna gana de llegar a su casa, de volver a palpar aquello que dejó atrás. Porque los problemas y los fantasmas estarán esperándola donde ella los dejó. Las vacaciones han sido solo un paréntesis en su vida.

Lo primero que hace al cerrar la puerta de su casa es cerrar los ojos. Recordar el olor de su hogar la hace sentirse en calma, en cuanto los abra todo habrá cambiado, estará de vuelta a la vida real y Leo tendrá que ser la Leo dura que todo lo aguanta, la que no necesita ayuda de nadie. Aunque sabe que sí la necesita, sobre todo de quien más la rechaza.

La luz roja del contestador llama su atención. Todas sus amistades sabían que no estaba en casa. Tiene la sensación de que algo malo ha pasado, de que han necesitado ponerse en contacto con ella y no han sido capaces. Aunque trata de tranquilizarse pensando que con su madre ha hablado todos los días, si algo hubiese pasado ya se habría enterado. Seguro que la llamada es alguna encuesta, o alguien que se ha equivocado.
Pulsa el botoncito y escucha con intriga:
“Leo, soy Rocío, por favor en cuanto puedas llámame. Es Mario, es urgente.”

Nota una punzada en el pecho y corre a encender su móvil. Urgente. Mario. Solo consigue recordar esas dos palabras. El móvil no la da ninguna respuesta, cientos de llamadas de Rocío y de Molina, algo grave tiene que haber pasado. Algo le ha pasado a Mario. Urgente. Mario.

Los 7 mensajes del buzón de voz repiten lo mismo que el del fijo. Rocío y Molina piden que les llame en cuanto los escuche. Con pulso tembloroso marca el número de su amiga. Tiene miedo, está asustada. Rocío no la habría dejado esos mensajes si no fuese realmente grave.

-. ¡Rocío! ¿Qué ha pasado? ¿Mario está bien?
-. Leo, Leo, cálmate, por favor. Vente para la unidad.
-. ¿Y Mario? ¿Dónde está? Joder, dime algo. ¿Qué le ha pasado? ¿Dónde está?
-. Cálmate, Leo. Te espero en la unidad.

Leo agradece mentalmente ese curso de conducción evasiva que la obligaron a tomar al entrar en el Cuerpo. Con la sirena puesta pisa a fondo el acelerador, aun sabiendo que en ciudad puede ser peligroso. No la importa, solo quiere saber cuanto antes qué le pasa a Mario, por qué Rocío no ha querido decirla nada por teléfono. Siente que las lágrimas luchan por salir de sus ojos y se pone en lo peor. Y si Mario… no, sacude la cabeza y se repite de forma mecánica que Mario estará bien, que al entrar en la unidad le verá con su ordenador y sus aparatitos intentando localizar una llamada, o siguiendo el rastro de algún pez gordo metido en problemas.

Las rotondas se la antojan una pérdida de tiempo y si no las traza en línea recta no es por falta de ganas. Masculla un par de insultos entre dientes cuando un niñato con un mercedes nuevecito la obliga a dar un volantazo, si no llevase tanta prisa se iba a enterar de quién es ella.

Aparca según llega, sin mirar si está bloqueando alguna salida, que se lleve el coche la grúa si es necesario. Sube corriendo por las escaleras, no tiene humor para esperar a que baje el ascensor. 9 plantas se la antojan demasiadas, interminables, eternas. Y no tiene tiempo, no tiene tanta paciencia, necesita llegar ya.

Se detiene un momento mientas echa un vistazo a la unidad. Está en silencio, como si estuviese abandonada. Está segura de que en cualquier momento aparecerá Mario y la preguntará qué tal lo pasó en sus vacaciones y si Grecia merece la pena. Claro que merece la pena, él siempre quiso llevarla allí y ella nunca quiso. Ahora se arrepiente.

La puerta del despacho de Molina se abre, y ve salir a Rocío, pálida y demacrada, como si llevase meses sin dormir.
-. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Mario?
-. Leo, Mario no está aquí.
-. ¿Dón… dónde está?

Las lágrimas de Rocío no ayudan mucho y Leo comienza a estar histérica.
-. ¿Qué pasa? Rocío, por favor, qué pasa…
Nota la mano de Molina sobre su hombro, tiene ojeras de por lo menos un par de días y lleva el semblante serio.
-. ¡¿Me queréis decir qué cojones pasa?!
-. Leo, Mario está en el hospital.
-. ¿En el hos… en el hospital? ¿Qué le ha pasado? ¿Cómo está?
-. Está mal, Leo. Lleva en coma 3 días.

¿En coma? Sí, claro, y yo me lo... En coma. Tres días. En coma tres días. Mario lleva en coma tres días. Y tú mientras en Grecia, pasándotelo de puta madre y pasando hasta de tu puta madre. Qué lista eres, Leonor. Quiero un hijo tuyo. Pero el padre ya no va a poder ser Mario tampoco. Enhorabuena, eres la mejor.

En coma. Mario está en coma. ¿Dónde dejé las putas llaves? Me miro las manos, palpo los bolsillos, putas llaves, se tienen que perder en el peor momento. Mario está en coma. Noto aún la mano de Molina sobre mi hombro. Tengo que irme, no puedo seguir aquí sabiendo que Mario se me muere.

El semáforo en rojo me pone nerviosa. ¡Puto semáforo! En estos momentos Corso sacaría el brazo por la ventanilla para colocar la sirena. Por lo menos en ocasiones así se le ocurrían buenas ideas. Sirena colocada y acelerón, necesito llegar ya al hospital, necesito ver a Mario con mis propios ojos. Saber que no me han mentido, que está vivo.

Porque tiene que estar vivo, no puede morirse. No, Mario no va a morirse, no ahora. En coma, lleva tres días en coma y yo no he estado a su lado, como siempre. Si Mario se pareciese un poco más a mí me tendría que haber mandado a la mierda hace mucho tiempo, y ahora se me muere.

Aguanta, Mario. Por favor.

Subo las escaleras de 3 en 3. Si Mario sale de esta prometo dejar de fumar. Se me va a salir el corazón del pecho, necesito llegar ya a su lado. Saber que está bien, que no se va a morir. El olor a hospital me pone enferma, se me revuelve el estómago, más de lo que ya lo tengo. Si no vomito en estos momentos es porque antes necesito verle.

La puerta de la UCI está cerrada. El horario de visitas ha terminado hace tiempo. Todo está en silencio, todo es blanco, todo huele a muerte. Pero Mario va a salir de esta, como salió del secuestro de Santos, si pudo con esos matones y con los cerdos podrá con esto. Me siento en una de esas sillas de plástico incómodas que hay en todas las salas de espera y paso las manos por mi pelo. No pienso moverme de aquí hasta que lo haya visto, aunque tenga que tirar de placa y colarme en la UCI.

Eso es, a Mario no le hará ninguna gracia si se entera, pero tengo que hacerlo, por él, por mí. Busco al médico de la planta y le planto la placa en sus narices. Me dice que no puedo pasar, que Mario está grave y en coma, que no puede hablar conmigo. Ojalá pudiese mandarme a tomar por culo, por imbécil, que eso es lo que soy.

Me importa una mierda si puedo o no puedo pasar, voy a hacerlo. Me tiembla la mano al girar el picaporte de la puerta. El pasillo parece no acabar nunca y a ambos lados hay un montón de puertas cerradas con ventanucos desde los que solo se ve una habitación blanca, con una cama blanca, con una persona dentro igual de blanca.

Veo pasar las puertas y no sé si quiero parar y echarme a llorar. No se oye un alma, puedo oír casi mis pensamientos. Tengo miedo. Miedo de cómo te voy a encontrar. Mario…

Estás ahí, enganchado a una máquina que respira por ti. Estás quietecito, como si durmieses, pareces tranquilo. Estoy aquí, Mario. ¿Lo sabrás? ¿Notarás que estoy contigo? He sido una estúpida, necesito que me perdones, que sepas que me arrepiento, que… que te quiero… y que te necesito.

-. Perdone, tiene que aban… ¡¡Leonor!!
-. ¿¡Bárbara?!
-. ¿Qué haces aquí?
-. Vine a ver a un amigo…-como si en algún momento hubieses sido tan solo un amigo…
-. Pobre, lleva tres días en coma.
-. ¿Se va a morir?
-. No lo sé. La bala le perforó el pulmón, tuvo suerte, de haberle impactado en el corazón ahora no estaría aquí.

¡No! No quiero seguir escuchándola. Sacudo la cabeza, que no lo diga, que no diga que podías haberte muerto. Miro al suelo, quiero que se calle, quiero chillarla que no tiene ni puta idea, que no te conoce, que no te vas a morir.

Lloro de rabia, de la impotencia de verte inmóvil en esa cama, lloro porque no estuve a tu lado, porque no te protegí como tú siempre haces conmigo. Lo siento, Mario, lo siento.

Bárbara me aprieta el hombro y trato de secarme las lágrimas rápido. No quiero que me vea llorar. Respiro por la nariz haciendo un ruido que me delata, pero sabes qué, que ya no me importa. Sí, estoy llorando ¿y qué? Me dice que eres fuerte, que estás luchando y que los médicos están esperanzados. ¿Y si no te despiertas nunca, Mario?

-. Esto es un poco irregular, pero bueno, tú eres poli y yo jefa de enfermeras. ¿Quieres pasar a verle?
-. ¿Qué? ¿Puedo?
-. Cinco minutos. No más, que nos buscamos un lío tú y yo.
-. Cinco minutos, te lo prometo, Bárbara. Y gracias. Muchísimas gracias.

Entro en silencio. Parece que estás dormido. No es la primera vez que te miro mientras duermes. Sé que me vas a decir que yo no soy así moñas, pero la primera noche que pasé contigo estuve un buen rato mirándote dormir. Ahogo un sollozo antes de que salga, no es el momento, tengo que ser fuerte por ti.

-. Mario… Hola, Mario. Te preguntaría qué tal estás, pero… Joder, perdona, soy gilipollas, ya me conoces.- Acerco mi mano a la tuya, joder, ahora mismo tengo un pulso como para ir a robar panderetas. Me pillarían hasta los inútiles de la unidad 4.- Qué manos tan frías… Siempre las tienes así, pero… ¿Cómo era eso que decían?- No soy Corso, pero tampoco el refranero castellano. Ah, sí, ya me acuerdo- Manos frías, corazón caliente, ¿no? Bueno, como sea. Pero estás helado. Voy a tener que regañarles, a ver si me vas a coger frío.

Claro que estás helado, tan solo tienes sobre tu cuerpo una sábana áspera que apenas te cubre el pecho. Intento estirarla pero no consigo taparte mucho más. No te veo el balazo pero lo intuyo bajo las vendas. Te prometo que voy a pillar al hijo de puta que te hizo esto, Mario. Te lo prometo.

-. Qué maja es Bárbara, ¿verdad? Es la enfermera esa vecina mía, ¿te acuerdas?...-si no te acuerdas te prometo que lo primero que haremos cuando te despiertes es llamarla para agradecerla que te esté cuidando tanto.- Mario, lo siento. Lo siento, lo siento mucho, de verdad. Lo siento. Perdóname. Tenía el puto móvil apagado, ya sabes cómo soy. Quería olvidarme de todo el mundo, no pensé que… Aunque eso nunca se piensa, una nunca cree que… A ti no te podía pasar nada, a ti no. Igual que…- la tos me vence por unos instantes, el llanto me golpea y me oprime el pecho, tengo un nudo en la garganta y me cuesta hablarte- igual que en esa granja. Pensaba que estabas muerto, pero a la vez… a la vez era como un mal sueño, sabía que tenías que estar vivo, que tú no te ibas a morir. Y ahora tampoco, ¿verdad? Dímelo, dime que te vas a poner bien, por favor. Por favor, prométeme que vas a aguantar o me voy a volver loca. Mario, sin ti… Mario, por favor, por favor… Lo siento…

Me cubro los ojos con la mano que tengo libre mientras que con la otra sigo acariciándote la tuya. No puedo dejar de llorar, si te mueres me muero contigo. No te mueras, Mario, por favor. No me dejes sola, tienes que quedarte conmigo. Te prometo que todo va a cambiar, por favor. Me seco las lágrimas y vuelvo a mirarte. Pareces tranquilo, ¿me estarás escuchando? Necesito que me oigas, que me demuestres que no solo está aquí tu cuerpo, que sigues aquí conmigo.

-. Soy gilipollas. Lo mío no tiene nombre, joder. Sé que si pudieras contestarme me dirías que no y me pondrías pañitos calientes. O a lo mejor te daría por decirme “pues sí, mucho”, cualquiera sabe. Pero, ¿sabes? Esto me está haciendo pensar. Siempre me pasa lo mismo. Siempre dejo que las cosas buenas se me escapen y luego no soy capaz de admitir que me gustaban porque eso es de niñas. Y yo no soy una niña, yo soy una chica dura. Yo soy fuerte, independiente, no necesito un tío a mi lado. Pero cuando te dije que te quiero y te necesito… Eso sigue en pie.

Sacudo la cabeza mientras miro de nuevo al suelo. Sueno absurda, siempre todo a última hora, en el peor momento. Cuando todo está bien soy incapaz de dejarte ver lo mucho que te quiero. Deberías odiarme por ello, ojalá lo hagas. Pero te quiero.

-. Te quiero, Mario. Te quiero. Y si tengo que tatuármelo donde todo el mundo lo vea para que te despiertes, me lo tatúo. Pero no pienso dejar que te mueras, ¿me oyes? Tú tienes que volver, tienes que salir adelante y darme la oportunidad de decirte esto a la cara aunque luego me muera de vergüenza y salga corriendo. Porque seguro que luego salgo corriendo, pero volveré. Y cuando vuelva, me pienso pegar a ti como una lapa.


-. Leo, por favor. Ve saliendo. Lo siento mucho, sé que…
-. Ahora mismo, Bárbara.

No quiero irme, no quiero que me separen de ti, si es que no estamos lejos ya el uno del otro. Podría soportar que te fuese con otra, incluso me alegraría por ti, pero no voy a permitir que te mueras. Te acaricio la frente con el dedo pulgar, recorriendo esas arruguitas que te salen cuando frunces el ceño, nunca te lo he dicho, pero me gusta cuando te enfadas, cuando pegas un puñetazo sobre la mesa y sueltas un taco. Esto también tengo que decírtelo cuando te despiertes. Porque te vas a despertar, sé que vas a hacerlo.

-. Mario—susurro muy bajito en tu oído—, te quiero. Te quiero mucho, mi amor. –Espero que lo sepas. Cierro los ojos mientras pongo mis labios en tu mejilla. Por ahora es todo lo que te puedo dar, pero te prometo que volveré pronto. Te quiero.
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Cicatrices (Lemans a dúo) Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 1:34 pm

2.
Hay alguien cerca. No es una voz, es una silueta de almíbar y leche. La conozco, digo “la” porque sé que es una mujer. No la huelo, no la oigo y, por supuesto, no la veo. Pero la intuyo cerca de mí. No está en la habitación, eso tampoco. Pero cerca sí. La siento a ella y a nadie más, con ninguna otra persona he notado una presencia prácticamente tangible salvo con ella. Aún no sé quién es, no soy capaz de distinguir por qué el hecho de que se encuentre cerca de mí me afecta de tal modo que toda mi atención se centra en ella. Han venido otros antes y ninguno me ha estimulado de esta forma, lo único que he percibido han sido sonidos casi siempre y sensaciones en la piel en momentos muy puntuales y muy breves. En esos momentos en los que por un efímero instante me ha parecido sentir que tenía un cuerpo definido y acotado.

¿Quién eres? Ven, acércate, háblame. Necesito saber quién eres o me voy a volver loco. Vamos, ven conmigo. Dime algo, déjame escuchar tu voz. ¿Te conozco? Tengo una buena memoria auditiva, a veces he reconocido a gente a pesar de no haberla oído hablar en años. Si me llega tu voz, si consigue alcanzar mis cavidades auditivas, me desvelarás el misterio. No me tengas en ascuas, vamos. Por favor. Por favor, acércate, ven conmigo. Así. Bien. Te estás acercando. Sigo sin saber quién eres exactamente, pero ahora tengo la sensación de que nos hemos visto antes. Tienes que ser alguien a quien le importe lo bastante como para acercarse aquí. Intento pensarte, pero no consigo entender quién puedes ser. Por descarte solamente se me ocurre una persona y es imposible. Esa persona está en Grecia y no creo que haya acortado sus vacaciones porque fui tan estúpido de interponerme en la trayectoria de una bala.

—Cinco minutos—Qué pequeño es el mundo. Esta es la vecina de Leo, la que siempre tenía batas tendidas. Pero no, no es ella a quien noto. Ahora ya sí sé quién es, incluso antes de que abra la boca—. No más, que nos buscamos un lío tú y yo.
—Cinco minutos, te lo prometo, Bárbara. Y gracias. Muchísimas gracias.

Echaba de menos su olor, incluso más que su voz. Cuánto daría por poder despertarme una mañana más envuelto en unas sábanas que no son las mías, darme media vuelta y notar que huelen a ella. Mejor aún, que el aroma de la piel de Leo va entremezclado con el mío. Ahora solo puedo percibirlo desde la distancia, pero me parece increíble lo aguda que se me ha vuelto la nariz de pronto. Tenerla aquí me hace ser tan consciente de todo lo que me rodea, al menos de todo lo que la envuelve y me cubre a mí también como una malla invisible que nos ata. Es ella, la presencia es Leo. Ha venido a verme y se la está jugando por mí. Ojalá pudiera abrir los ojos y mirarla, porque tener un tubo en la garganta me impediría darle las gracias, pero en cuanto su miel y mi verde se encontrasen, lo sabría. Leo lo sabría, yo se lo haría entender.

Carraspea para esconder un sollozo, pero la conozco lo suficiente para saber discernir. Está llorando, casi puedo paladear el salado de sus lágrimas pegado al cielo de mi boca. Me gustaría poder levantarme, secárselas una a una y decirle que todo va a salir bien. Que igual que la siento sin contacto alguno, sé que no me voy a morir. Todavía no. No sé en qué momento se me acaba el tiempo, pero aún me dura. Cinco minutos no son nada, ni para ella ni para mí, pero serán nuestro refugio, nuestro pedacito de cielo. Mi rayo de luz en este vacío que por no tener, ni siquiera tiene oscuridad.

—Mario…—susurra a la vez que se acerca unos pasos—Hola, Mario. Te preguntaría qué tal estás, pero…—Se echa a reír con una carcajada empapada en llanto—Joder, perdona, soy gilipollas, ya me conoces.

Siento la forma de una mano palpitando en la mía aun antes de que nuestras pieles entren en contacto. La noto templada, cargada de energía batiéndole al ritmo de un corazón desbocado y abrumado por lo que tiene ante sí. Tranquila, Leo. No llores. No llores por mí. No me llores. No estoy muerto, todavía no me voy a morir. Voy a quedarme contigo y te prometo que, si tú me dejas, ya no habrá más lágrimas tuyas por mí a menos que sean de alegría.

—Uy, qué manos tan frías… Siempre las tienes así, pero… ¿Cómo era eso que decían?
Manos frías, corazón caliente.
—Manos frías, corazón caliente, ¿no? Bueno, como sea. Pero estás helado. Voy a tener que regañarles, a ver si me vas a coger frío.

Tampoco se siente cómoda así, haciéndome de madre. Porque no es mi madre quien quiere ser. Ni siquiera sé bien qué quiere conmigo, si es que alguna vez quiso algo. Parece mentira, pero siempre la veo desnuda en momentos como este en los que el miedo la despoja de todas las corazas. No quiero recordar la última vez que la tuve así, tan cerca de mí, aferrándose a esa manta con desesperación. Ese día la perdí y me perdí a mí mismo. Ese día todo terminó para siempre y me saltaron las esperanzas por los aires.

Ahora ya sé lo que sintió ese cerdo. Yo no soy mejor que él, soy un monstruo, pero si tuvo el tiempo suficiente para ver la bala escaparse del cañón de mi arma y saber lo que le esperaba, en cierta forma creo que valió la pena. No me hice policía para ejecutar a mi antojo ni ser un verdugo, que la justicia es de los jueces. Pero valió la pena. Sé exactamente lo que tuvo que pensar, lo que significó aquel proyectil viajando hasta él y el pánico y la incredulidad que debieron arrasarle como un maremoto un momento antes de que todo terminase para él. En mi caso, aquí sigo, en este limbo que es menos limbo ahora que la mano de Leo da calor a la mía y me hace sentirla de forma tan precisa que hasta soy capaz de notar que tengo dedos.

—Qué maja es Bárbara, ¿verdad? Es la enfermera esa vecina mía, ¿te acuerdas?
Sí. Y tienes razón, es un cielo. Cuando pueda salir de este estado y hablar con ella, pienso pedirle a quien sea que le regale algo.
—Mario, lo siento.

Le ha cambiado el tono de voz de pronto. Ya no es la misma entonación pretendidamente frívola y supuestamente despreocupada de hace un momento. Tal vez habrá sido el tictac de su reloj mimetizado como corcheas en sus venas, pero de pronto la urgencia y el dolor pueden con Leo. Hay sal otra vez, lágrimas que fluyen de nuevo. No llores. No me llores.

—Lo siento, lo siento mucho, de verdad. Lo siento. Perdóname. Tenía el puto móvil apagado, ya sabes cómo soy. Quería olvidarme de todo el mundo, no pensé que… Aunque eso nunca se piensa, una nunca cree que… A ti no te podía pasar nada, a ti no. Igual que…—Tose un poco, abrumada por la violencia del llanto y toma aire pesadamente—igual que en esa granja. Pensaba que estabas muerto, pero a la vez… a la vez era como un mal sueño, sabía que tenías que estar vivo, que tú no te ibas a morir. Y ahora tampoco, ¿verdad? Dímelo, dime que te vas a poner bien, por favor. Por favor, prométeme que vas a aguantar o me voy a volver loca. Mario, sin ti… Mario, por favor, por favor… Lo siento…

Otro “lo siento” se le queda atravesado en la garganta y se desdibuja con un gemido hasta el punto de que apenas logro distinguirlo. Vamos, Leo, no sufras por mí. Te doy mi palabra, no voy a morirme, sé que no. No puedo prometerte que despertaré mañana ni dentro de tus cinco minutos, eso no está en mi mano ni en la tuya que envuelve la mía, pero estaré aquí cuando regreses. Cuando quieras otros cinco minutos a mi lado, aquí estaré. Ven a verme, deja sentir tu presencia, dame vida. Dame esperanza, no llores. Sé fuerte por los dos en este momento en que solamente puedo luchar por mí mismo. Sé que es duro no poder hacer nada, pero ya haces estando aquí, haciéndome sentir conectado con los vivos, necesitado por otros. No voy a irme a ningún sitio. Estaré aquí para ti, te lo prometo.

—Soy gilipollas. Lo mío no tiene nombre, joder. Sé que si pudieras contestarme me dirías que no y me pondrías pañitos calientes. O a lo mejor te daría por decirme “pues sí, mucho”, cualquiera sabe. Pero, ¿sabes? Esto me está haciendo pensar. Siempre me pasa lo mismo. Siempre dejo que las cosas buenas se me escapen y luego no soy capaz de admitir que me gustaban porque eso es de niñas. Y yo no soy una niña, yo soy una chica dura. Yo soy fuerte, independiente, no necesito un tío a mi lado. Pero cuando te dije que te quiero y te necesito… Eso sigue en pie.

Que me quieres y me necesitas. Leo, ¿por qué has tenido que esperar a este momento? Hemos estado a punto de sacarnos los ojos desde que Corso se marchó, cada vez peor, cada vez más rotos. No has sido capaz de mirarme sin asco ni de dejar de estar resentida conmigo. Llegué tarde, lo sé. Y también sé que preferirías que él se hubiese quedado y yo me hubiera marchado. Creo, esto último ya no lo tengo tan claro. Pero, aun así, si me quieres, ¿por qué ahora? Porque piensas que me voy a morir. Solo que no me muero.

—Te quiero, Mario. Te quiero. Y si tengo que tatuármelo donde todo el mundo lo vea para que te despiertes, me lo tatúo. Pero no pienso dejar que te mueras, ¿me oyes? Tú tienes que volver, tienes que salir adelante y darme la oportunidad de decirte esto a la cara aunque luego me muera de vergüenza y salga corriendo. Porque seguro que luego salgo corriendo, pero volveré. Y cuando vuelva, me pienso pegar a ti como una lapa.
—Leo, por favor. Ve saliendo. Lo siento mucho, sé que…
—Ahora mismo, Bárbara.

Ha sido breve, pero ahora estoy seguro de que momentos como este se repetirán, de que notaré su presencia efervescente alrededor de la mía, rondándome cuando se acerque y dejándome más próximo al mundo sensitivo de los vivos, al lugar al que pertenezco. Leo me acaricia, me ha tocado la frente. Estoy vivo, ahora lo sé. Y no porque no esté muerto, sino porque las yemas de sus dedos me han colmado de existencia, de vitalidad. Vete, no quiero que te metas en líos por mi culpa. Vete y descansa, sé que volverás. Y no llores. No me llores.

—Mario—susurra muy bajito en mi oído—, te quiero. Te quiero mucho, mi amor.

Y antes de alejarse con la magia y el milagro de su presencia, un ligero beso de pétalo de rosa se me queda grabado a fuego en la mejilla. Tengo las manos frías, probablemente la cara también, pero tienen un dibujo con la forma de sus dedos y sus labios. Un dibujo invisible al resto igual que ellos son invisibles para mí.
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Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 1:34 pm

2.

-. Rocío, hija, gracias por venir. Yo sé lo mucho que Mario te quiere, seguro que le hace bien saber que estás aquí.
La que habla es Charo, la madre de Mario, que tiene abrazada a Rocío. Nunca llegué a conocer a los padres de Mario. Eso de ir a comer los domingos a casa de la suegra no va conmigo, sé que es ella por una foto que Mario tiene en su casa, igual que imagino que ella me conocerá a mí.

Charo le limpia las lágrimas mientras le sigue dando las gracias y la anima a entrar a ver a Mario. Me gustaría volver a su lado, pero no es el momento. Ahora tienen que estar con él sus padres y sus amigos, y yo no entro en ninguno de esos dos grupos, especialmente en el segundo, por méritos propios. Pero es mi Mario quien está ahí dentro, en el limbo de los no muertos pero no vivos, y nadie me va a decir si puedo o no puedo estar con él.

Me dejo caer sobre una silla mientras me cubro la cara con las manos. Siempre fui la más lista de la clase, solo a mí se me ocurre dejarme el móvil en casa. ¡Coño, Leonor, ni una niña de 3 años hubiese hecho eso! Sacudo la cabeza mientras suspiro. Si me hubiese enterado antes, si hubiese estado a su lado todo esto no habría pasado. He sido una mala amiga, una mala novia y una mala compañera, Mario no se merece alguien como yo. Tendría que marcharme y desaparecer de su vida para siempre.

-. Tú debes de ser Leonor, ¿no?
Alzo la cabeza mientras me limpio las lágrimas. Charo tiene los ojos verdes, como de gato, y ahora mismo parece dispuesta a volarme la cabeza de un zarpazo.
-. Sí, soy yo.
-. ¿Cómo tienes la poca vergüenza de estar aquí? ¿No has tenido suficiente con todo lo que has hecho sufrir a Mario?

“Con todo lo que has hecho sufrir a Mario”. Tiene razón, es lo único que Mario ha tenido gracias a mí, sufrimiento. Desde el momento en que me conoció y decidió que él me ayudaba con aquel cable, desde ese mismo día solo ha sufrido, la mayor parte de las veces por mi culpa.

-. Lo siento.
-. Ya, se nota. Eso se lo dices a mi hijo y no a mí. Has tenido tiempo de sobra para arreglarlo y solo te acuerdas de santa Bárbara cuando truena.
-. Eso no es exactamente así.

Claro que no lo es. Han pasado demasiadas cosas que dudo que sepa la madre de Mario. Puede ser un tiquismiquis y un obsesivo del orden, pero no es un mentiroso. Él prometió no decir nada de lo que aquella noche pasó y estoy segura de que lo ha cumplido, su madre no sabe ni la mitad de la historia.

-. Mi hijo se está muriendo, tú sabrás lo que quieres que se lleve de ti a la tumba.
-. ¡Mario no se va a morir! ¡No se va a morir!
No se va a morir, no puede dejarme sola. Soy una puta egoísta, estoy pensando en mí en vez de en cómo lo estará pasando él. Pero no, no se puede morir así, antes tengo que decirle que le quiero, que le necesito, que estoy enamorada de él.

Porque estoy enamorada de él, aunque haya tenido que pasar todo esto para que me dé cuenta de que sin él mi vida no tiene sentido. Porque tengo que contarle demasiadas cosas que no sabe y sobre todo porque no puedo soportar la idea de que se muera sin haberle dado las gracias y haberle pedido perdón.

Tengo la cara mojada, Mario se sorprendería de verme así, pero no me apetece hacerme la dura más. Esto puede salir bien o mal, pero nunca volveré a ser a misma Leo, una vez más. Parece que no aprendo, coño, me tengo que ver al límite para saber qué es lo que quiero.

Rocío sale de la habitación de Mario con los ojos vidriosos. Molina la pasa el brazo por los hombros y le dice algo que desde aquí no oigo. He estado siendo tan egoísta que no me he dado cuenta de lo mal que lo está pasando Rocío. Sé que Roci quiere mucho a Mario, se siente menos diferente con él al lado. En algunos momentos he pensado que sentía algo más fuerte por él, aunque ella siempre me lo ha negado. Estarían mejor juntos, Mario y Rocío deberían estar juntos.

Charo abraza a Rocío, sé que ella piensa igual que yo. Más le valía a su hijo haberse enamorado de ella y no de mí. Roci intenta sonreír, pero solo le sale una mueca. Me ha visto y viene hacia a mi.

Me seco rápidamente las lágrimas con el dorso de la mano, aunque es absurdo, todos saben que estoy llorando. Roci se acuclilla delante de mí y me mira a los ojos.
-. ¿Cómo estás, Leo?
-. Jodida. –Intento sonreír aunque no lo consiga- Pero lo importante es cómo está Mario.
-. Se pondrá bien, ya le conoces, lo hará aunque sea por no dejarnos tirados sin avisar.

Los padres de Mario hablan con el médico mientras van hacia la habitación de su hijo. Que sean buenas noticias, por favor.
-. ¿No vas a pasar a verle?
-. No, es mejor así.
-. A Mario le gustaría oírte.
-. No sabemos si puede oírnos o no. De todos modos, pasaré luego. Ahora está su familia.

Rocío me mira y sé que me ha entendido. Me abrazo a ella y acabamos las dos sollozando.
-. Mario se reiría si nos viese así.- No lo dudo, sé que encima nos echaría la bronca por preocuparnos tanto, pero seguro que le gustará saber que le queremos tanto.- Vente para casa, Leo. Aquí no podemos hacer nada.
-. No, quiero quedarme aquí.
-. ¿Cuántos días llevas sin dormir? ¿Y sin comer?
-. Dos días. No me pasa nada al estómago, tengo un nudo. Y no puedo dormir, sueño que el teléfono suena y me dicen que Mario se ha muerto. Escucho el teléfono sonar aunque no lo haga. No soy capaz de cerrar los ojos.
-. Así no puedes seguir.
-. Seguiré así hasta que Mario despierte.

Rocío se rinde, sabe que no me voy a mover de aquí, ni Charo ni nadie va a conseguir que me aleje de Mario, no ahora que estoy dispuesta a que todo cambie.

Las horas en el hospital se hacen eternas y estas sillas son demasiado incómodas. Todo está tranquilo hasta que veo a Bárbara pasar corriendo. Algo va mal. Mario se muere. Me levanto y salgo corriendo detrás de ella pero no me dejan pasar. Necesito entrar a la habitación de Mario. Cuando lo hago la habitación está en calma, pero él no está. ¿Dónde está Mario? ¡¿Dónde se lo han llevado?! Salgo corriendo de allí pero nadie me dice nada. ¡Coño, alguien tiene que saber dónde está Mario!

El pasillo se estrecha cada vez más, me acerco a una puerta y cuando la abro solo veo un ataúd. ¡Ahí no está Mario, no puede ser! Me abrazo llorando a él, no me puedo creer que se haya muerto, que se haya ido sin poder despedirme de él, sin decirle que le quiero, sin darle las gracias. Todo se ha acabado, ahora ya nada tiene sentido.

Una mano me zarandea, abro los ojos, una pesadilla, todo ha sido una pesadilla. Bárbara me dice que, si quiero, ahora puedo pasar a ver a Mario. Mario sigue luchando, no le voy a decepcionar.
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Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 1:36 pm

3.
Me aproximo con pies ligeros a algún lugar, aunque no sepa adónde ni tan siquiera si me estoy moviendo, pero hay algo cambiando en mí. La visita de Leo me ha hecho tanto bien, me ha devuelto mi cuerpo aunque haya sido de manera efímera. Sus efectos, no obstante, no se han evaporado por completo. Aún me quema la forma de su mano sobre la mía y tengo sus labios grabados a fuego en la mejilla, así como el paseo paralelo de sus dedos por mi frente.

En un sitio sin tiempo ni espacio, en el cual ni siquiera existe un vacío al que caer infinitamente, resulta tan extraño abrazarse a una realidad tan palpable, a conceptos que antes habían dejado de tener sentido. No es la única persona que ha venido a verme y darme su apoyo, es cierto, pero sí la que mayor efecto ha causado. Tal vez será por eso que la echo de menos más que a ningún otro. Tal vez, aunque se me ocurren otros motivos.

El resto volverán, sé que vendrán a verme de nuevo y que, si no les oigo hablarme, es porque no les han permitido el paso, no porque no me visiten. En cambio, con Leo esa seguridad se desvanece, entro en el terreno de lo impredecible. Estoy a merced de sus impulsos y caprichos, de que el viento de pronto le diga que prefiere no volver, que es mejor darnos la espalda a mí y al dolor de tenerme postrado en una cama, quién sabe si agonizando. Porque yo sigo teniendo la certeza de que todavía no me muero, pero no sé qué historia cuentan los médicos de mí ni qué versión de los hechos se ha fabricado Leo en su mente a la vista de los datos.

Es triste depender de su gracia y encontrarme una vez más nadando en el mar de su incertidumbre. No puedo evitarlo, la inseguridad y los cambios repentinos, a veces poco o nada agradables, son una constante en mi vida desde que Leo hizo su aparición y me juró convertirse en mi esclava a cambio de que la ayudase con el ordenador. No podía imaginarse que ella sería la ama, que tenía ante sí al esclavo más fiel que cualquier negrero pudiera encontrar. Soy su títere, su juguete, su saco de boxeo y su paño de lágrimas. Soy lo que ella desee que sea, incluso su nada.

Debería olvidarme, dejar de darle vueltas a esta cabeza mía que es lo único que me queda, descansar y tratar de discernir hacía dónde me encamino. Debería dejarla a un lado, no esforzarme por intentar entenderla o por hacerla parte de mi vida, no considerarla variable en mi ecuación ni anhelar fervientemente que realice su próximo movimiento solo para verme sumido una vez más en el desengaño, la desesperanza y el dolor más absolutos. Debería, debería, pero igual que ella no puede cambiar su modo de ser, yo tampoco por mucho que sepa que únicamente me sirve para hacerme daño. No quiero sufrir, pero no encuentro modo de evitarlo. Soy Ícaro, Ícaro enchufado a un respirador.

Y, sin embargo, esta vez ya me ha ayudado. Me ha reactivado de una manera que no sé explicar. Tengo ideas vagas acerca de cómo estoy y de qué me ocurre, pero no sé concretarlas. Solo tengo por seguro que mi reducto carente de todo y lleno de nada se ha acercado al mundo sensitivo del que participan el resto de personas. Estoy mejorando, aproximándome a los demás, más cercano a descubrir mi cuerpo hasta el punto de poder abrir los ojos y verlo todo de nuevo.

O puede que no. ¿Quién sabe? La única forma de verdad relativa que un ser humano conoce, la que le transmiten sus sentidos, terminó con esa bala comenzando a horadar mi pecho. Es posible que no esté vivo, sino muriéndome. Quizá este es un juego de mi mente mientras se consume por la falta de oxígeno. Quizá estoy agonizando y lo que creo tanto tiempo no es más que una mínima fracción de segundo. Nunca he sido de los que creen en espíritus o en el más allá, pero en este momento no es sabio descartar nada. Tal vez han venido a verme como despedida y ni siquiera en cuerpo, sino solo mentalmente. Puede que haya establecido una breve conexión para decir adiós y después todo termine. Puede que…

No, no creo. Tengo que estar hospitalizado, me niego a pensar otra cosa. La teoría de la muerte deja de sustentarse tan pronto como tengo en cuenta las voces extrañas, esas que jamás he oído antes. Otros espíritus, podría decir alguien y podría tener razón. Sin embargo, Bárbara es la clave. Apenas la he visto un par de veces al salir de casa de Leo, ni mucho menos se encuentra entre mis seres más queridos cuando solo hemos cruzado algún hola y adiós. Bárbara no pinta nada aquí si me estoy muriendo, así que tengo que estar vivo. Estoy vivo.

Abandono los pensamientos sobre la vida y la muerte tan pronto como percibo sonidos distintos de las dos cadencias que me acompañan de manera constante. Son pasos, pasos de más de una persona. Un gemido ahogado, un sollozo. Alguien chista. Noto otro sollozo más definido. Es de mujer, pero no de Leo, de otra mujer, de una que conozco.

—Filliña miña… Shhhh… Verás cómo todo va a salir bien.

¡Molina! ¡Son Molina y Rocío! Ojalá pudiera decirles cómo me alegro de tenerles aquí. Me encantaría encontrar el modo de hacérselo saber, pero sé que mi cuerpo no me va a responder de ninguna manera si ni tan siquiera sé bien dónde quedan sus contornos. Molina carraspea, se pone serio, casi me parece notarle ajustándose la corbata de jefe. Supongo que no quiere que sea consciente de que a él también le afecta. Era él quien se encontraba a mi lado cuando me dispararon.

—Mario, ¿qué tal, chaval? Estás de un solicitado que ni una estrella de cine, casi tenemos que poner en venta nuestro cuerpo para que nos dejen entrar.
—Es verdad—intenta hablar Rocío aunque le tiemble la voz. Me encantaría poder abrazarla—, un poco más y nos toca esposar a las enfermeras por ahí para que nos dejaran el camino libre. Menos mal que Molina tiene tanto don de gentes.
—¿Cómo te encuentras? Nos diste un buen susto, vaya modo de cogerte unas vacaciones. Y todo para no perdernos de vista.

Hasta las bromas de Molina son trémulas. Intenta rellenar el vacío con chistes, pero no le salen. No es fácil ser gracioso en esta situación, lo admito. No ver implica no verme a mí mismo, pero me metieron una bala en el pecho, si no hasta la misma columna, lo cual significa vendas. Por la zona de entrada, sé que me destrozaron el pulmón derecho, por lo que no puedo respirar y me han tenido que conectar a una máquina que haga el trabajo sucio. También estoy monitorizado, sondado y alguna cosa más que se me escapa por ser demasiado técnica. En resumen, soy un amasijo de carne baqueteada, vendas y cables. Verme así es cualquier cosa menos agradable.

—Hemos visto a tus padres antes—dice Rocío—. Te pareces un montonazo a tu padre, es increíble. Dicen que a ver cuándo nos invitas a comer todos juntos, que así nos conocemos bien todos.
—También nos ha dicho tu madre que eres un cocinitas y que el pollo se te da de maravilla, pero para que veas que hay vida más allá y que soy un jefe espléndido, la comida corre de mi cuenta. Tú preocúpate de ponerte bien y yo os invito a todos a una mariscada que no os va a caber nada en tres días. Ya verás, te vas a poner las botas de percebes y albariño, palabra de Juan Molina.
—¡Eso! Y yo también tengo ideas de cosas que podemos hacer juntos. ¿Te acuerdas de cuando fuimos al ballet, que me dijiste que también te gusta mucho la ópera? Dentro de poco ponen “Turandot”, ¿te apetecería venir conmigo? Nunca la he visto y tengo muchas ganas, pero tú mismo dijiste que ir solo es un poco triste. Venga, ponte bueno y nos vamos los dos a la ópera y a cenar juntos. Te prometo que me voy a poner con un vestidazo de estos elegantes que no me vas ni a reconocer.

No necesito la mariscada y a la ópera con cena a continuación invitaría yo. Me encantaría reunir a la familia y los compañeros, Leo incluida, y ver a Rocío con un vestido de noche, convertida en el centro de todas las miradas. Sin embargo, ninguna de las dos cosas es lo que necesito para recuperarme y salir de esto. No pueden ayudarme, nadie puede salvo los médicos, pero únicamente hasta cierto punto. El grueso del trabajo recae sobre mis hombros y por ahora, desgraciadamente, tan solo sé que no me voy a morir, no si volveré con ellos ni cuándo. Ni si lo haré para quedarme postrado en una silla de ruedas el resto de mis días.

—Carallo, ya viene aquí la enfermera fea del bigote a echarnos. Es lo que yo te decía, que estás más solicitado que Madonna. Nos vamos a tener que ir ya, Mario.
—Pero volveremos, ¿eh? Vamos a volver en cuanto podamos. Y aunque no nos dejen entrar a hablar contigo, vamos a verte.
—Tu habitación tiene cristales, se te puede ver desde fuera, así que más te vale portarte si no quieres buscarte una mala hora, chaval. Hasta mañana.
—Hasta mañana, Mario.

Labios. Rocío también me da un beso, solo que ella prefiere mi frente. Desprende un calor distinto del de Leo, me graba con una huella distinta, de otro sabor y de un olor que se me antoja parecido a la madreselva. Me pregunto si se deberá al perfume que usa, pero averiguaré la marca y le llevaré un frasco cuando vayamos a ver “Turandot” los dos juntos. Igual que encontraré la mejor botella de albariño que mi cuenta corriente pueda conseguir y se la daré a Molina. Porque la travesía a nado hasta la costa es algo solo mío, pero tener un faro que te vaya marcando el camino y te haga sentir acompañado lo hace todo más fácil.
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Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 1:37 pm

3.

Los médicos están contentos con la evolución de Mario, parece que las cosas van mejor que ayer, pero sigue dormido. Bárbara me hace una caricia en el brazo y me sonríe antes de entrar en la habitación de Mario. Sé que ella sabe que no es solo un amigo, nos ha visto entrar varias veces en casa y salir a la mañana siguiente, sé que por eso me está ayudando tanto a estar con él. Si no fuese por ella aún no habría podido pasar a verle.

No tengo miedo, no estoy atenazada como lo estaba ayer, sé dónde y cómo está Mario, sé que está luchando. El silencio de la habitación solo se ve alterado por el pitido de las máquinas a las que está conectado. Parece tan vulnerable. Nunca lo había visto de este modo, no solo porque nunca lo haya visto tan mal, sino porque siempre he pensado que Mario era mucho más fuerte de lo que todos pensábamos.

-. Hola, Mario. Hoy tienes mejor color, dicen que ya poquito a poco estás mejorando. Ojalá despiertes pronto, te echo de menos. Hay… tantas cosas que me gustaría decirte. Aunque me conozco, me conozco y sé que luego me entrará el pánico, como siempre.

Porque soy una cobarde. Cuando en mi casa se enteraron de que iba a entrar en el Cuerpo no se extrañaron, siempre he sido muy decidida, muy valiente de cara a la galería, pero cuando se trata de sentimientos, de relaciones… soy una cobarde. Quizás por eso me escondo tras un escudo, porque en el fondo sé que soy la más vulnerable de todos.

Mario sigue teniendo las manos frías, no es que sea una novedad, pero me gustaría saber si tiene frío o está bien así. ¿Se tendrá frío o calor cuando se está en coma? Es algo que le tengo que preguntar cuando se despierte, porque sé que lo va a hacer.

Paso mis manos por las suyas, recorriendo sus dedos uno a uno, me gustaría poder entrelazar mi mano con la suya y notar cómo me aprieta. Pero los dedos de Mario no se mueven de su posición. Después subo por sus brazos, con cuidado de no tocar la vía y hacerle daño, no es lo que quiero, y si me deja nunca más volveré a hacerle daño. Sus hombros están relajados, él parece descansar si no fuera porque uno de los pitidos de la máquina se hace cada vez más rápido. Le pongo una mano en la frente y detengo mis caricias.

-. No me asustes -le suplico con una risilla nerviosa que no logra ocultar mi agitación-. No puedo quedarme sin ti, no puedo perderte. Sé que ya te he perdido al menos en parte, pero si fuera al trabajo y no te viera, si supiera que ya nunca más… No puedo perderte, Mario. No me dejes sola, por favor. Te necesito, tienes que estar a mi lado aunque solo sea para odiarme.

Si fueses listo eso es lo que harías, porque es lo que me merezco, lo sé. Tu madre tiene razón, por mucho que me duela reconocerlo, por mucho daño que me hayan hecho sus palabras, quizás ni siquiera debería estar aquí. Pero te quiero, te necesito. Aunque me odies tengo que estar aquí, a tu lado, por una vez.

No me he portado bien contigo, no he sido justa. Tú también me necesitaste y yo no supe estar ahí, aunque las cosas no sean como tú te las imaginas. Lo hice mal, pero tengo que poder remediarlo. Tienes que despertarte, Mario. Por favor, tengo muchas cosas que decirte.

-. No fue culpa tuya. No te lo pedí, no tenía cuerpo ni para eso, pero muchas gracias. Gracias, de verdad. No puedes borrar lo que ese hijo de puta me hizo, nadie puede, pero no te imaginas cuánto me tranquiliza despertarme después de haber tenido una pesadilla y saber que solo era un sueño y que ya no hay peligro. Que ese cabrón no va a volver a hacerle daño a nadie nunca más. Sé que tú no lo ves así, que en parte te revienta no haberlo podido contar para estar en paz, pero hiciste bien. Hiciste lo único que podías hacer aunque yo sea tan… Es igual. Gracias. Gracias, en serio.

Sé que los remordimientos te están comiendo por dentro. Que si no has confesado ha sido por mí. Y yo lo único que hice fue echarte en cara que yo no te lo pedí. Lo siento. Estaba destrozada, te culpaba de no haber llegado a tiempo, de no haberme salvado de las garras de Escobar. Porque así es como lo sueño, con garras que me hacen daño al agarrarme. Te culpé de un error mío, como si haciendo eso pudiese sentirme mejor, como si de este modo la carga fuese más llevadera. Pero no fui justa contigo, lo siento.

-. ¿Te acuerdas que te hablé de mis pesadillas?-dejo que mis manos recorran el cuerpo de Mario mientras le miro, aunque no le veo -Todavía las tengo a veces, no se me terminan de ir del todo. Al final te hice caso, estuve yendo a un psicólogo, aunque no le dije nada de cómo acabó aquello, ya sabes. Terminé dejándolo porque no me gustaba lo que me insinuaba, que es lo que en el fondo también pensaba yo. Sin decírmelo a las claras, venía a decir que por qué no volvía contigo si te quiero. Porque es la verdad, te lo dije la otra vez y ahora también: te quiero, Mario. Te quiero

Raquel fue muy clara conmigo desde la primera sesión, me estaba engañando a mí misma. No quería reconocer lo que sentía porque la sensación de vergüenza era más fuerte. Me sentía sucia y me avergonzaba por ello. Eso me hacía separarme cada día más de ti, aunque realmente te necesitaba a mi lado. Rechazaba tu ayuda porque era la que más necesitaba, pero la vergüenza podía conmigo. Te hice pensar lo contrario a lo que sentía, te aparté a patadas de mí porque no era capaz de perdonarme todo lo que pasó.

Soy tonta. Lo sé, no tengo remedio. Enredo mis dedos en tu pelo porque sé que estas dormido, que no te estás enterando, pero cuando llegue la hora de la verdad, cuando por fin abras esos ojos verdes que tienes, no sé si me voy a atrever a comportarme así como soy. Te beso la frente y te digo que te quiero, que te despiertes, pero no sé si debes creerme. Quizás sea más fácil para todos que creas que te miento y que seas tú quien esta vez me aparte de tu lado. A patadas o a empujones, pero no me dejes hacerte daño una vez más.

Continúo con las caricias, suplicándote en silencio que te despiertes, que no me dejes sola. Y por fin parece que vas a darme ese capricho. Abres los ojos y me tenso mientras ahogo un grito, estás despierto, despierto por fin. Y no, esto no es un sueño, no puede serlo, es demasiado real. Tus ojos están ahí, fijos en los míos, tan verdes como siempre, con el mismo brillo que en ellos recordaba.

Mis ojos en cambio están llenos de lágrimas. No quiero asustarte, pero no puedo remediar que las lágrimas asomen. Estás despierto, Mario. Despierto. Despierto y consciente de todo. Tratas de levantar un brazo para secarme las lágrimas que empiezan a rodar por mis mejillas, pero no te dejo. Antes de que llegues hasta mi cara envuelvo tu mano entre las mías. Estás despierto. Despierto por fin.

-.Mario… Mario, ¿me oyes?

Es una pregunta tonta, lo sé. Estás intubado y no puedes hablar. Pero nos las apañaremos, sé que me has entendido, que estás aquí en cuerpo y en alma. Y sabes cómo responderme. Aprietas mi mano aunque estés tan débil que apenas se note. No hace falta más fuerza, te he entendido, me oyes, ya estás aquí.

Suelto una de mis manos y me limpio las lágrimas mientras sonrío. Lo peor ya ha pasado, ya estás conmigo. Ahora es mi turno, las cosas han cambiado, ahora tengo que ser valiente y ser capaz de decirte tantas cosas ahora que sé que me escuchas. No sé si me voy a atrever, pero tengo que hacerlo, siento que te lo debo, que me lo debo.

-. Me da un palo tremendo decirte esto ahora que te vuelvo a tener aquí, pero… lo prometido es deuda. Te quiero. Te quiero mucho, te necesito. Y me alegro tanto de que hayas vuelto que la única pena es no poder darte un achuchón.

Un achuchón, dos y los que hiciesen falta. No sabes cuánto te he echado de menos. No te haces una idea de lo mucho que te necesito. Y ahora estás aquí, ahora tengo tiempo para remendar todos los destrozos anteriores. Dios, no me lo puedo creer, estás despierto. Y me miras. Sé lo que estás pensando, pero eso no importa ahora, no importa cómo esté yo, el importante eres tú, te vas a poner bien, solo me importa eso.

-. Debería ir a por un médico, pero no quiero. Déjame saltarme las normas y quedarme un poquito más contigo, no quiero que me echen de aquí.

Intentas de nuevo mover tu cuerpo, imagino que tiene que ser difícil después de estar cinco días sin ser dueño de él. No sabes lo que significa volver a sentir una caricia tuya. Tus dedos son torpes al tocar mi mejilla, pero no importa, yo te ayudo y agarro fuerte tu mano en mi cara. Estas conmigo, Mario, y yo no me lo puedo creer aún.

-. Gracias por todo.
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Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 1:38 pm

4.
Estoy cerca de la superficie. Pronto la romperé con la cabeza y deberé enfrentarme a lo que me espere, sea la vida, la muerte o el limbo dentro de este limbo al que estoy encadenado con la propia carne agujereada de mi cuerpo. Sé que me estoy impulsando en el fondo o al menos enseguida lo haré. Aún no sé si la ascensión se prolongará mucho, pero sí me encuentro próximo al borde opuesto del que partí. Enseguida saldré del agua, aunque conectado a un respirador como lo estoy, no necesitaré tomar aire, probablemente ni siquiera pueda.

Vuelve. La noto volviendo. Es Leo, que se acerca. No distingo dónde está el límite de su radio de influencia, pero la he vuelto a sentir aproximándose. Esta vez no me queda duda, es ella quien abre la puerta y se me acerca con pasos firmes completamente alejados de los movimientos cortos y tentativos de su anterior visita. Me alegra notarla tan decidida, aunque el júbilo me dura hasta el momento en que me agarra la mano y percibo que el pulso le tiembla ligeramente, como con nerviosismo.

Creo que ya lo entiendo. No hace mucho que mis padres se han marchado, aunque me temo que mi medida del tiempo se encuentra un tanto distorsionada. En cualquier caso, los últimos en visitarme han sido ellos, igual de compungidos que siempre. Mi madre ya no llora al verme, pero le tiembla la voz todas y cada una de las veces que me dirige la palabra. Tengo que abandonar esta piscina aunque solo sea por ella. Tengo otras razones, por supuesto, pero notarla tan abatida me está matando aunque no de forma literal. Porque sigo sabiendo que todavía no es mi hora de morir.

Mamá ha salido de aquí con la voz quebrándosele en la garganta y papá besándole imagino que las mejillas mientras se alejaban. No sería descabellado pensar que al poco se han encontrado con Leo. Nunca le han tenido cariño y he de decir que no les culpo, si bien Leo no es responsable directa de todo mi sufrimiento. Piensan que fue mi ruptura con ella la única causante de mi dolor, no pueden ni imaginarse por lo más remoto que su querido hijo, el que jamás haría daño a una mosca, ha matado a un hombre. Y que sabe que no hizo bien, pero en el fondo no se arrepiente y volvería a hacerlo una, mil, o las veces que hiciesen falta para salvaguardar la integridad de Leo. Aunque lo que querría en su lugar es llegar a tiempo.

—Hola, Mario—me saluda con una nota de molestia en las vocales—. Hoy tienes mejor color, dicen que ya poquito a poco estás mejorando. Ojalá despiertes pronto, te echo de menos. Hay… tantas cosas que me gustaría decirte. Aunque me conozco, me conozco y sé que luego me entrará el pánico, como siempre.

En lugar de dejar que sean sus palabras las que se comuniquen conmigo, prefiere que por ahora sean sus manos las que me hablen y delimiten mis contornos. A su paso descubro dónde me quedan los hombros, la longitud de mis brazos o la forma de cada dedo. Una de las cadencias, la aguda, se altera ligeramente por un momento, aumenta el ritmo. Leo se queda quieta con las manos posadas sobre uno de mis hombros y mi frente, pero vuelve a sus pasadas suaves de alitas de gorrión cuando la cadencia regresa a su tempo normal.

—No me asustes—suplica con una risilla nerviosa que no logra ocultar su agitación—. No puedo quedarme sin ti, no puedo perderte. Sé que ya te he perdido al menos en parte, pero si fuera al trabajo y no te viera, si supiera que ya nunca más… No puedo perderte, Mario. No me dejes sola, por favor. Te necesito, tienes que estar a mi lado aunque solo sea para odiarme.

No te odio, Leo. Sería la salida fácil, la lógica y racional analizando fríamente la situación. Pero ya sabes que los sentimientos no son cosa de esa parte del cerebro. No te odio, te quiero. Por mucho daño que me hagas y que otras emociones los enmascaren, mi amor por ti seguirá ahí. No voy a ir a ningún sitio, voy a quedarme aquí contigo.

—No fue culpa tuya. No te lo pedí, no tenía cuerpo ni para eso, pero muchas gracias. Gracias, de verdad. No puedes borrar lo que ese hijo de puta me hizo, nadie puede, pero no te imaginas cuánto me tranquiliza despertarme después de haber tenido una pesadilla y saber que solo era un sueño y que ya no hay peligro. Que ese cabrón no va a volver a hacerle daño a nadie nunca más. Sé que tú no lo ves así, que en parte te revienta no haberlo podido contar para estar en paz, pero hiciste bien. Hiciste lo único que podías hacer aunque yo sea tan… Es igual. Gracias. Gracias, en serio.

No es posible. Esto no está sucediendo, Leo no me está dando las gracias. Sencillamente, es imposible, no está ocurriendo. No puede tratarse de la misma Leo que se refugió en Corso a lamerse las heridas de aquello porque no era capaz ni de mirarme a los ojos al recordar lo que hice ni siquiera sé si por mí o por ella. Sin duda, no es esta quien me recordó que ella no lo había pedido y me instó a cambiar mi conciencia por su carrera. No puede tratarse de la mujer que soñaba con ríos de sangre negra ahogándola ni de la que entre lágrimas me dijo “ha sido bonito” mientras le daba el tiro de gracia a mi corazón.

No sé quién es, pero esta no es Leo, no la Leo que yo recuerdo. Y me resisto a pensar que un proyectil alojado en mi pecho haya podido cambiar tanto eso que ya no existe entre nosotros ni volverá a existir. La quiero, Leo asegura que ella a mí también, pero no termino de creerla. Sé que todas sus palabras pueden desvanecerse junto con la sensación de ahogo en cuanto mi cabeza asome sobre la superficie del agua.

—¿Te acuerdas que te hablé de mis pesadillas?—pregunta continuando con su aluvión de caricias constantes—Todavía las tengo a veces, no se me terminan de ir del todo. Al final te hice caso, estuve yendo a un psicólogo, aunque no le dije nada de cómo acabó aquello, ya sabes. Terminé dejándolo porque no me gustaba lo que me insinuaba, que es lo que en el fondo también pensaba yo. Sin decírmelo a las claras, venía a decir que por qué no volvía contigo si te quiero. Porque es la verdad, te lo dije la otra vez y ahora también: te quiero, Mario. Te quiero.

Quiero creer que es cierto aunque sea pecar de iluso. Leo nunca me ha hablado así y soy consciente de que se debe al hecho de que piensa que no estoy escuchando y que me voy a morir. Pero es tan hermoso oír esas cosas en su voz, notar cómo posa los labios en mi frente y me susurra que me despierte y que me quiere. Yo también a ella. También la quiero, también la echo de menos. Y también quiero despertar.

Disfruto sintiéndola enredar los dedos en mi cabello y dibujar formas caprichosas con sus pulgares. Ojalá pudiera verla, mirarla mientras ella me mira a mí, hacerle saber que no estoy tan mal como ella cree, que no me voy a morir, que me estoy impulsando en el fondo. Y que la quiero. Que me encantaría hacer el estúpido una vez más, rebajarme, exponerme a sufrir más daños y pedirle que vuelva a mi lado aunque fuese yo quien terminase la relación y prácticamente la echase a patadas de mi vida.

Deseo concedido. Las piezas de mi anatomía encajan por completo, los sonidos se vuelven más intensos, igual que el tacto y el olor a ese champú que siempre se echa Leo. De nuevo soy dueño y señor de mi cuerpo, puedo hacer con él lo que quiera dentro de las limitaciones que me impone la maquinaria que me mantiene con vida. Pero nada me impide levantar los párpados. Saber que Leo será de las primeras cosas que vea es un aliciente más.

Verde chocando con miel. Las pupilas de Leo se contraen de golpe y da un respingo con un grito ahogado. No me esperaba. La observo reponerse del sobresalto y sonreír ampliamente. Tiene lágrimas empezando a formársele en los ojos. Trato de levantar el brazo para limpiárselas, pero lo noto débil, entumecido. Leo me envuelve la mano con fuerza entre las suyas y solloza.

—Mario… Mario, ¿me oyes?

Cierro los dedos con fuerza en torno a su mano y no aparto la mirada de ella ni por un instante. Creo que entiende mi respuesta, pues libera una de las manos para barrerse las lágrimas con el dorso y la sonrisa le crece aún más en la cara.

—Me da un palo tremendo decirte esto ahora que te vuelvo a tener aquí, pero… lo prometido es deuda. Te quiero. Te quiero mucho, te necesito. Y me alegro tanto de que hayas vuelto que la única pena es no poder darte un achuchón.

Bastan tus caricias. No puedo decirte que te quiero por el momento, al menos no de viva voz, pero te observo. Tienes que notarlo, estoy seguro. Igual que lo estoy de que estos días no has comido ni dormido. Pareces un espectro, da la impresión de que te fueras a derrumbar a cada instante. No importa, cuidaré de ti. Cuidaremos el uno del otro, ¿qué te parece? Dime que sí, que te quedarás conmigo.

—Debería ir a por un médico—Mejor di dos, uno para cada uno—, pero no quiero. Déjame saltarme las normas y quedarme un poquito más contigo, no quiero que me echen de aquí.

De nuevo vuelvo a intentar levantar la mano. Se mueve en bloque, como si me hubieran cosido los dedos. Aun así, basta para llegarle al rostro y rozarlo con las yemas de los dedos. Leo la agarra y la sostiene con firmeza contra la mejilla.

—Gracias. Por todo.
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Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 1:39 pm

4.

Ya ha amanecido y no sé dónde ir. La adrenalina no me deja estar quieta y no puedo dormir. Mario está despierto, he pensado tantas veces que se moría que todavía no me lo puedo creer. Estoy harta de dar vueltas en la cama. No puedo dormir, otra noche más sin dormir desde que empezó todo.

La pesadilla en el hospital me tiene intranquila, cierro los ojos y veo el ataúd con Mario dentro. Sé que no es cierto, que Mario se está recuperando, pero no puedo evitar sentir miedo. Esto ya lo he pasado antes. Sé que las pesadillas no son más que el reflejo de lo que mi subconsciente cree que siento y ahora debe tener clarísimo que tengo miedo.

Tengo miedo por Mario. Aún no está bien del todo. Los médicos dicen que es un avance que haya despertado del coma, pero aún lo van a tener en la UCI un tiempo prudencial. Necesito escuchar su voz, recordar cómo suena.

Cuando ha despertado pensé que todo eran imaginaciones mías, pero el apretón en mi mano era real. Quizás debería haber ido corriendo a por un médico para contarle que Mario ya estaba con nosotros, pero necesitaba tenerle para mí unos minutos. Ha sido Bárbara quien ha avisado a los médicos. Siempre pasa unos minutos antes de la ronda rutinaria para avisarme de que debo marcharme, al ver a Mario con los ojos abiertos me ha sonreído y ha avisado al doctor.

Sé que se ha alegrado mucho, por mí y por Mario. Tiene a todas las enfermeras de la UCI locas con él. Si sabe explotarlo un poco en unos días va a ser el mimado del hospital. Y no sé si quiero que eso pase.

No he podido hablar con él, no sé cómo se ve la vida después de estar en coma cinco interminables días. Quizás el Mario que yo conocía ya no exista. Estos avisos de la vida no pueden tomarse a la ligera. Seguramente Mario vea las cosas de otro color, lo más probable es que no quiera saber nada de mí.

Eso es lo que debería hacer, si me mandase a la mierda todo sería más fácil. Para él y para mí. Sé que le quiero, quizás me haya costado un poco darme cuenta de ello, pero me conozco y sé que no soy la chica que Mario necesita, que le voy a volver a hacer daño, no puedo evitarlo.

Al contrario de lo que su madre piensa no lo hago aposta. Yo no quiero ser así, pero es así como soy y tengo que aceptarlo. No sé tener esos detalles que Mario tiene conmigo, no me gusta el ballet, ni la ópera, ni casi nada de lo que a él le hace feliz. No compartimos nada y a la vez lo compartimos todo. Será que me estoy volviendo una moñas como él, pero le quiero y eso me sirve para luchar contra todo lo demás.

Aunque sé que no puedo, que en cuanto le tenga despierto ante mí y me diga “te quiero” recularé como siempre hago y no seré capaz de decirle el “yo también” que Mario espera. Y no es que lo espere, es que lo necesita. He leído demasiadas veces la desilusión en sus ojos por no ser capaz de contestar a sus declaraciones de amor y de intenciones.


Yo no soy así, eso lo sabemos todos. A ratos sé que tengo lo que me merezco, me merezco estar sola, merezco que Mario me odie, aunque conociéndole ni siquiera se atreverá a eso. Me merezco que un cabrón como Corso juegue conmigo y me deje tirada cuando más le necesito. Me lo he ganado yo solita a pulso. Pero Mario no se merece que siga haciendo con él lo que me dé la gana.

Soy una niña caprichosa que solo se da cuenta de lo que quiere cuando está a punto de perderlo. Si Mario no hubiese acabado con sus huesos en el hospital todo seguiría igual o peor que antes. Nos odiaríamos en silencio, si es que alguno de los dos es capaz de odiar al otro, y nos sacaríamos los ojos a la menor oportunidad posible. Eso un día tras otro. Como si fuese un pulso a ver quién puede más.

Y no es que Mario no pueda, es que no se lo merece. Quizás lo mejor sería olvidar todo lo que le he prometido y dicho estos días y desaparecer de su vida para siempre. Marcharme y volver a rescatar a la Leo dura que fui un día y dejar el camino libre para que aparezca la princesa que Mario se merece.

Puto Cupido, ya podía haber tenido más puntería cuando disparó la flecha a Mario. Más le vale que no le pille al angelito cabezón, o se va a comer cada una de las flechitas con las que va jugando por ahí. Mario no se merece alguien como yo. Dudo que nadie se merezca a alguien como yo.

Pero le quiero. Y el me quiere a mí. O al menos antes me quería. Eso también tiene que servir de algo, debería ser lo único que sirviese. A lo mejor no es tan difícil estar juntos, solo se trata de llegar a un acuerdo. Mario me puede enseñar a querer, a querer como quieren las personas normales. Poco a poco puedo aprender a ser como él busca que sea. No puede ser tan difícil, millones de personas en el mundo viven en pareja.

Supongo que todo eso no funcionaría, me cansaría enseguida de hacer lo que Mario espera de mí en vez de lo que a mí me pide el cuerpo. No llegaríamos a ninguna parte, volveríamos a sacarnos los ojos a cada momento.

Necesito pensar, aclararme, que me dé el aire. He prometido a Mario que iría a verle de nuevo, pero no sé si voy a poder, no sé si voy a ser capaz de enfrentarme de nuevo a esos ojos que me exigen a cada momento decir que le quiero. No sé si puedo.

Rocío me avisa con un mensaje de texto que Molina y ella van para el hospital, pero no puedo hacerlo. No soy capaz de contestarla que yo también, que enseguida llego, que me muero por ver a Mario despierto una vez más. Apago el móvil y cojo las llaves del coche, necesito estar sola.

He pasado dos veces por el hospital pero no he sido capaz de bajarme del coche. Mario no está solo, estarán sus padres, su hermana, Rocío y Molina. No va a notar que yo no estoy y seguramente su madre agradezca que no aparezca por allí en todo el día. Y eso voy a hacer, no quiero tener problemas con nadie y menos que Mario se sienta peor por mi culpa.

Las horas han ido pasando sin darme cuenta. La fachada del hospital está iluminada por el gran cartelón que la preside: “Hospital infanta Leonor”. Tiene gracia, con la cantidad de hospitales que hay en Madrid y que Mario haya tenido que venir precisamente a este que lleva mi nombre. El destino es demasiado cruel a veces.

Todos duermen, o eso parece. Busco con la mirada a Bárbara, sé que no tiene que estar demasiado lejos. Quiero ver a Mario, necesito verle una vez más. Aunque sea tan cobarde de venir ahora que sé que duerme. Quizás mañana esté lejos de aquí, necesito verle una vez más.

Bárbara no entiende nada, me lo dicen sus ojos, aunque nunca pregunte más de lo debido. Dice que Mario está bien, que a última hora de la tarde le ha notado algo decaído pero que los médicos no le han dado importancia. Supongo que estará cansado, volver a la vida tiene que ser agotador.

Está dormido. Entro procurando hacer el menor ruido posible, sé que en cualquier momento puede abrir los ojos y ahora no sé si quiero que lo haga. Tanto tiempo esperando a que despertase para ahora acojonarme como siempre. No tengo remedio. Mario no me merece.

Se me encoge el alma al verle así. Ya no está intubado pero necesita una mascarilla para poder respirar. Sigue pareciendo indefenso, pero está vivo, muy vivo. Le acaricio la cara con temor a despertarle. Respira tranquilo y ya no tiene una legión de máquinas que le ayuden a seguir en este mundo.

Le agarro la mano y se la beso con cuidado. Estoy aquí, Mario. Aunque no me veas, aunque sea tan cobarde de no haber venido antes para poder enfrentar a tus ojos. Te quiero, pero no puedo. No puedo estar contigo, no haciéndote daño. No te lo mereces, tienes que entenderme.

Mañana seguramente me odiarás por haberte dejado solo hoy, por haberte mentido una vez más, pero es mejor así. Créeme, nada me gustaría más que poder estar a tu lado sin hacerte daño. ¿Crees que podremos intentarlo? Quizás sea el momento. No lo sé, Mario. ¿Qué quieres tú?

Te beso en la mejilla con calma, saboreando el calor de tu piel que me dice que estás vivo, que has vuelto a la vida. Y me alejo, me alejo de tu cama quién sabe si para no volver más.

Agarro con firmeza el picaporte y te miro una última vez. No puedo, Mario. No puedo dejarte aquí. Descansa. Mañana vendré a verte, te lo prometo.
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Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 1:41 pm

5.
Me han desconectado. Ya no soy Ícaro con respirador, soy Mario enganchado a una mascarilla adosada a una bolsita que pende de ella y que, según me han explicado cuando he querido saber para qué servía, permite que me administren oxígeno a altas concentraciones y que el reflujo de dióxido de carbono que vuelve a mis pulmones tras la espiración sea mínimo. Me alegra saber que evita que me asfixie, pero ser consciente de que sin ella me moriría resulta bastante inquietante.

No es que me sorprenda, estoy en Cuidados Intensivos después de haber quedado en coma durante cinco interminables días a causa de una herida por arma de fuego que, como temía e imaginaba, me ha perforado el pulmón derecho. No suena muy halagüeño, pero al menos las malas noticias terminan en este punto para dar paso a una buena nueva: la bala se detuvo en el pulmón, de donde la extrajeron. Nada más ha resultado dañado, no voy a quedarme en silla de ruedas. Me aterraba pensar en perder tres cuartas partes de mi cuerpo y otro tanto de vida por un estúpido alto mal dado.

Leo pasó un rato conmigo después de que me despertara. No quería marcharse y yo estuve encantada de tenerla aquí aunque leyera en sus ojos la misma mezcla angustiada de amor y temor que le inundaba la mirada cuando me vio salir con vida por poco de aquella granja donde a punto estuvieron de devorarme los cerdos. Al igual que en la otra ocasión, he salido entero de milagro y he tenido que toparme con ella, que casi ser yo quien la serenase, quien le asegurase que todo saldría bien. Esta vez fue más complicado, solo pude recurrir a los gestos y las miradas, pero Leo me entendió. Cuando vinieron a examinarme, se despidió con un “hasta mañana, Mario. Te quiero” que me arrancó una lágrima.

Ya es mañana. Mis padres vinieron a visitarme tan pronto como supieron que había salido del coma sin importarles que mi despertar hubiera sido a horas intempestivas. Apenas pudieron pasar a saludarme y solo como un favor personal. Los médicos decían que debían dejarme descansar, pero las lágrimas de mi madre lograron ablandar al personal del centro lo suficiente como para que sus caricias me hicieran abrir los ojos y ambos me reprendieran al unísono cuando me quité la mascarilla un momento con la intención de recordarles cuánto les quiero.

No es un número que deba ni pueda repetir muy a menudo, me temo. La sensación de ahogo tan pronto me despojo de mi fuente de oxígeno es tan abrumadora que apenas acierto a susurras unas cuantas sílabas inconexas con dificultad. Pregunté si no podían colocarme una cánula nasal en lugar de esto, pero no sería suficiente. Tengo el pulmón dañado, apenas puede trabajar y hay que dárselo todo hecho, este tipo de mascarilla es la más adecuada en mi estado aunque limita enormemente mis posibilidades de comunicarme.

—Mónica te manda besos—me comunica mi padre dándome una palmadita en el hombro. Mi madre asiente y lleva la mano al bolso en busca de algo.
—Sí, la pobre estaba disgustadísima porque ha tenido que quedarse con María y no podía venir, pero es que Miguel tenía guardia todo el día. Mañana me han dicho que vienen seguro y pasan a darte un besote. Me han dado unas fotos de la nena, se las han hecho esta mañana solo para ti, ¿quieres verlas?
—Fotos exclusivas, te quejarás.

Sonrío bajo la mascarilla, reír tampoco es algo que pueda hacer bien, pero echaba de menos las pequeñas gracias de mi padre. Si es capaz de hacerlas, significa que se siente mucho mejor que estos días de atrás. Todavía no estoy fuera de peligro, pero mi regreso al mundo de los vivos resulta esperanzador. Me voy a poner bien, lucharé cuanto sea necesario, pero esto no va a poder conmigo.

Mi sobrinita María es preciosa, por eso la malcrío tanto aunque el nombre que le escogió Miguel me pareciera demasiado soso y demasiado común, pero a mi hermana Mónica le encantan las ideas de bombero —literalmente— de su marido y presumir delante de todo el mundo de los genes que le ha pasado a la siguiente generación. Tuvo suerte, fue su primer amor y, aunque nadie daba un duro por ellos al principio, llevan la mitad de su vida juntos y conozco a pocas parejas tan felices. De hecho, en la celebración del primer cumpleaños de María, hace un par de meses, anunciaron que habían empezado a intentar darle un hermanito. Espero que lo consigan pronto, mis padres merecen más nietos y está claro que por el momento mis posibilidades de contribuir a esa labor oscilan entre cero y ninguna.

—Está guapísima, ¿verdad?—respondo a mi madre asintiendo y me llevo la mano a la mascarilla—No, Mario. Déjate eso. No digas nada, no hace falta.

A pesar de su orden nada velada, me bajo un poco la mascarilla. De inmediato me siento bajo el agua y con tanta presión en el pecho como si hubiera olvidado tomar aire antes de sumergirme. Mamá se me acerca para ver qué pretendo decir y me lanza una mirada admonitoria.

—Dadle… besos… de… mi… p-parte—Sin darme tiempo a que lo haga yo, mi madre me coloca de nuevo la mascarilla sobre el rostro.
—Pues claro, mi niño. Claro que le vamos a dar un montón de besotes. Pero tú tienes que descansar, ¿eh? Nada de ir por ahí quitándote la mascarilla para hablar, que no me entere yo—Hago amago de retirarla de nuevo. Solo una cosa más, lo prometo—. Mario, ¿qué te acabo de decir? No hagas eso.
—Os oía—La dejo sobrepuesta un momento antes de continuar para llenar el pecho de aire—. En coma… os… oía.

Mis padres se abrazan y me regalan cada uno un beso y una caricia a lo largo de la cara y del brazo. Mi madre lleva los ojos llenos de lágrimas y se notan sus pocas ganas de marcharse, pero me informa de que Rocío y Molina también se han acercado de visita y merecen al menos un momento de mi atención. Dudo que puedan permanecer demasiado junto a mí, las enfermeras de la UCI van poco menos que con el cronómetro colgado del cuello, pero espero que les permitan entrar un instante y cruzar una sonrisa conmigo antes de marcharse.

Como imaginaba, el paso de Molina y Rocío por mi habitación acristalada redefine el concepto de “visita relámpago”. Molina se mantiene más entero, pero a Rocío se le saltan las lágrimas cuando me da la mano y yo la envuelvo entre las mías. Debemos ir a ver “Turandot” juntos, si no se lo recuerdo ahora es porque mi madre les ha dado instrucciones precisas de que bajo ningún concepto me permitan quitarme la mascarilla. Solo lo intento una vez, pero tengo que abandonar mi idea cuando Molina amenaza con esposarme a la cama. Lo comprendo perfectamente, yo en su lugar sería igual de taxativo, lo cual no quita para que en mi situación me sienta mudo, aislado e inútil.

Leo no ha venido todavía. Molina y Rocío no han mencionado para nada que estuvieran muy cargados de trabajo, pero Leo aún no se ha dejado ver por Cuidados Intensivos hoy. Tal vez será que prefiere esperar a la noche y por eso se encontraba aquí durante mi despertar. Sea como fuere, me resulta difícil aguardar su llegada despierto. Me fascina descubrir cuán agotador resulta el simple hecho de existir.

Sobresaltado, abro los ojos. Me había quedado dormido sin querer. Me gustaría saber qué hora es, pero a nadie se le ha ocurrido traerme un reloj ni a mí pedirlo. Por si fuera poco, dudo que me hubieran dejado quedármelo, igual que he tenido que devolver el mp4 que mi madre ha traído con las fotos de María. Según parece, mi delicado estado de salud podría dar un giro a peor si tuviera en mi poder cualquier cosa que venga de fuera. Las infecciones oportunistas reciben ese nombre por algo.

Aquí está. Viene hasta mí tímida, con una sonrisa de disculpa y vergüenza. Me da la mano y me acaricia la frente igual que hacía cuando estaba en coma. Leo sí me permite despojarme momentáneamente de la mascarilla, aunque tampoco le agrada la idea a juzgar por su rostro, pero sin rechistar me concede el tiempo justo de decirle que la quiero y que a ella también la oí mientras buceaba. La alegría le colma el rostro mientras vuelvo a mi dosis de oxígeno, le desborda la cara en forma de un par de lágrimas. Si ayer la sorprendí yo abriendo los ojos, hoy me sorprende ella a mí:
—Lo sé. Sabía que me tenías que estar oyendo, que sabías que yo estaba aquí. Te quiero.

O tal vez no está. Solamente era un sueño. A mi alrededor solamente se encuentran los aparatos que me vigilan y ayudan a vivir y mi soledad. Leo no ha aparecido por aquí, no era más que un sueño, un vano deseo del alma que se desvanece como el humo y sus palabras cuando me juró que me quería. Me ha vuelto a mentir, al menos eso creo hasta que el sonido de la puerta capta mi atención. Llego justo a tiempo de verla marcharse de manera apresurada. No lo comprendo. De hecho, creo que ni siquiera quiero comprenderlo, prefiero llorar sin más porque la bala no me perforó el corazón pero Leo sí. Ojalá me pudiera desangrar no solo de forma metafórica, sino también literal.
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Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 1:41 pm

5.

Por fin he conseguido dormir un par de horas, aunque me siento más cansada y nerviosa que anoche. La visita a Mario no me ha hecho el bien de otras veces. Está vivo y eso cambia mucho las cosas, aunque suene cruel así dicho.

Le quiero mucho, pero no sé si lo suficiente como para poder cambiar por él. Porque él se merece que cambie, que deje de darle una de cal y otra de arena, que esté con él al 100% de mis posibilidades. Corso ya no está aquí, con él era más fácil disculparme, ponerme a mí misma una excusa a la que agarrarme, no era yo sino él quien me empujaba a alejarme de Mario.

Pero eso solo es la mentira que yo me he querido crear para sentirme liberada. La culpa es solo mía. Si Corso fue un cabrón con su amigo problema suyo, lo que yo le hice a Mario no fue culpa de él, solo yo tuve la culpa.

Fui yo quien no supe estar a su lado, quien no contestó sus “te quiero”, quien le echó a patadas de mi lado cuando todo aquello pasó. Fui yo, solo yo. Corso estuvo allí, pero yo me marché solita del lado de Mario, o peor aún, le eché a él del mío. Porque él si quiso estar, porque estoy segura de que él no hubiese huido a las primeras de cambio.

Y ahora estoy volviendo a hacer lo mismo. Me necesita, Mario me necesita. Lo leí en sus ojos al despertar, sé que él quiere tenerme cerca y a mí solo se me ocurre dejarle solo una vez más. Muy bien, Leonor. Sigue así. Quizás esta vez no haya segundas oportunidades, ni escaleras tras las que subir corriendo para ponerme a su lado y decirle un silencioso “aquí estoy contigo” que entendió perfectamente aunque sé que no es lo que él necesitaba ni quería.

Me debe odiar. Seguro que eso es lo que ahora siente Mario por mí, odio y desprecio. He faltado a mi palabra, cuando él más me necesita he vuelto a fallarle. Su madre tiene razón, lo mejor para todos será que me aleje de él para siempre. Que no vuelva a destrozarle la vida y dejársela patas arriba cuando yo decida que ya no le quiero más a mi lado.

Pero le quiero. Me crea su madre o no, me crea él mismo o no. Sé que no se lo he demostrado, que no soy capaz siquiera de decirle lo mucho que le quiero mirándole a los ojos. Que me refugio en sus horas de sueño para poder acariciarle como realmente me apetece. Soy una cobarde y Mario no se merece alguien así con él.

Yo tampoco sé querer. Mario no estaba equivocado cuando se lo dijo a Corso, pero se le olvidó añadir que yo tampoco sé hacerlo. Me tengo que ver al límite una y otra vez para ser capaz no solo de querer, sino de ser consciente de ello. Y le quiero. Al límite o no a Mario le quiero. De forma distinta a como quise otras veces, quizás le quiero de la forma racional como él me enseñó a hacer las cosas. No se trata de la atracción loca y desmedida que he sentido otras veces. Se trata de necesidad, de pasión, de amor, de ese puntito de locura que Mario tiene, porque hay que estar loco para colocar el armario por colores, o la comida por orden alfabético.

Le quiero. Será que me estoy convirtiendo en la cursi que él siempre quiso tener a su lado. Aunque si realmente quisiera una cursi en su vida no se habría enamorado de mí. No, se habría fijado en cualquier chica de la comisaría menos en mí. Ni siquiera lo habría hecho en Rocío. Rocío es muy dulce, tiene la cabeza bien amueblada, no como yo, pero tampoco es cursi. No, Mario no busca a alguien cursi, solo alguien que le quiera, aunque sea tan diferente a él como el día a la noche, como él y yo.

El sonido del móvil me hace sobresaltarme. Es Rocío. Solo espero que no tengamos curro, no tengo ganas de tener que ir pegando tiros por ahí, no con Mario en el hospital. Sé que en algún momento tendré que volver a la unidad, hasta ahora Molina me ha dado todos los días que le he pedido, pero ya no me quedan más y tendré que volver al curro.
-. ¡Rocío!
-. Hola, Leo. ¿Cómo estás?
-. Mejor, conseguí dormir algo.
-. Escucha, no te preocupes ¿vale?, Mario ha tenido una crisis, le han tenido que intubar y sedar.
-. ¿¡Qué?! ¿Pero está bien?
-. Charo me ha dicho que sí, tuvo una crisis respiratoria, los médicos dicen que no es grave, quería que lo supieras.
-. ¿Cuándo ha sido?
-. Esta noche, antes de la ronda nocturna.

Eso significa que Mario ha tenido la crisis al marcharme yo. No puede ser, no puedo haber sido capaz de marcharme y dejarle solo.
-. Rocío, me voy al hospital, gracias por avisarme.
Apenas la doy tiempo para que se despida. Cuelgo y corro a por las llaves del coche. Si Mario está peor por mi culpa no me lo voy a perdonar nunca.

Con la sirena conectada apenas tardo unos minutos en llegar al hospital. Desde que todo esto pasó me dedico a conducir como una loca por la ciudad, como si cada segundo tuviese una importancia mayor al resto de los días. Tengo que llegar ya a la habitación de Mario, tengo que estar con él.

Aunque a lo mejor él no quiere que esté a su lado. Me merezco que me eche cuando llegue. Pero tengo que intentarlo, tengo que explicarle, tengo que ser sincera con él, ya va siendo hora.

Los padres de Mario están sentados mientras se toman un café de la máquina que hay en la sala de espera. Charo me ha visto llegar pero ni se ha molestado en mirarme más de lo necesario. La entiendo. Yo en su lugar ya me habría acercado a decirme cuatro cositas bien dichas. Supongo que no sabrá aún que la culpa de todo la tengo yo, como siempre, Leo. Como siempre.

Pregunto por el médico de Mario y le enseño la placa. No es horario de visitas pero necesito verle. Tengo que hacerle unas preguntas para poder seguir la investigación y detener al hijo de puta que le disparó. Esa es la versión oficial. Su médico no parece dispuesto a dejarme pasar, pero entre la placa y mi cara de necesidad creo que logro convencerle. No me da más de 5 minutos, suficiente, necesito entrar y ver con mis propios ojos que está bien. Y pedirle perdón, perdón por existir y por ser tan gilipollas.

Respiro hondo antes de girar el picaporte de la puerta. El corazón me va a mil por hora y tengo los ojos aguados. Todo esto sin haber abierto la puerta, no sé qué me va a pasar cuando tenga a Mario delante de mí. Intento no hacer ruido, está dormido y tiene carita de cansado. Tiene que estarlo, está luchando por vivir mientras yo no hago más que darle disgustos.

Me da miedo hasta tocarle, como si se fuese a romper al poner mis manos sobre él, no me extrañaría, me cargo todo lo que toco. Sollozo mientras pongo mi mano sobre su brazo. ¿Por qué seré tan gilipollas? ¿Por qué te tuviste que enamorar de mí?

Mario abre los ojos y los clava en los míos. No puede hablar, pero no hace falta, está dolido, muy dolido conmigo. Nunca he visto los ojos de Mario mirarme de forma tan dura como lo está haciendo ahora. Y ha tenido muchas ocasiones, esta no es la primera vez que le he fallado pero parece que es la que más daño le ha hecho.

-. Mario…-musito con la voz más quebrada de lo que me gustaría. Mario hace ademán de quitarse la mascarilla pero no le dejo, pongo mi mano sobre la suya. -No, no hables. No gastes energías.

-. Estoy… vivo…-Respira un poco de oxígeno puro antes de proseguir. Parece que decir dos palabras le agota como si acabase de correr la maratón -Vete…

-. Ayer me viste, ¿verdad? -Asiente levemente, ni siquiera tiene fuerzas para menear demasiado el cuello -Me han contado lo de tu crisis. Lo siento, lo siento de verdad. Te debo una explicación. Mira, vamos a hacer una cosa, te cojo la mano y un apretón es sí, dos son no.

Necesito hablar con él y esta es la única forma que se me ocurre. Mario hace un esfuerzo casi titánico y alza la mano del colchón, se la tomo entre las mías y la beso. Tiene el pulso mucho más tranquilo que el mío. Mario no me entiende, lo noto en su gesto, no sabe qué estoy haciendo aquí.

-. Te debo una explicación, ¿quieres oírla?

“Sí”.

-. Vale. Lo siento mucho, ¿vale? Tenía que haber venido a horas normales y haberte pillado despierto, pero no podía. Necesitaba pensar, aclararme la cabeza. Sé que te parecerá raro, tú siempre sabes lo que quieres, pero yo no. Tenerte así me está haciendo pensar mucho y sé lo que siento, eso no ha cambiado nada, pero no me atrevía a verte despierto mirándome a los ojos y… Joder, lo siento. Me lo monto fatal contigo. Ya sabes cómo soy y yo no sé si puedo cambiar. Lo siento, de verdad. Te prometo que, si tú quieres, vengo todos los días a una hora que todavía no estés durmiendo y así me ves. Sé que lo suyo sería venir por la tarde, pero no quiero quitarles tiempo de verte a los demás y encima tu madre me odia, aunque tiene toda la razón del mundo.

Claro que la tiene, demasiado es que me ha dejado pasar sin escupirme antes. Su padre ni siquiera me ha mirado aunque estoy segura de que sabe que estoy aquí. Si al menos estuviese Mónica aquí… sé que adora a su hermano, pero creo que en el fondo ella no me odia tanto como sus padres.

-. ¿Sabes una cosa? -sonrío tras una pausa que se estira como el caucho -Que es un asco que tengas que estar tan callado. Así no puedes decirme nada que sea verdad por mucho que me joda y entonces yo no puedo enfadarme y mandarte a la mierda porque sé que tienes razón pero me fastidia. Tú me sigues queriendo a pesar de todo, ¿verdad?

“Sí”.

-. Pero yo no sé estar con nadie. Quiero estar contigo, de verdad, pero no quiero hacerte más daño. Ya te he hecho daño demasiadas veces. No quiero pedirte otra oportunidad porque me conozco y ahora mismo lo último que te hace falta es pasarlo mal por mi culpa. Pero tampoco quiero irme. Quiero estar aquí contigo y cuando ya estés bien, no sé, dejaré que tú elijas y haré lo que tú me digas. Igual que ahora. Si quieres que me va…

“No”.

Yo tampoco quiero irme, Mario. Te tengo delante, estás despierto y por primera vez sé que esto es lo que quiero. Que quiero estar contigo siempre, despertar apoyada en tu pecho como siempre hacía cuando dormía contigo. Daba igual que nos metiésemos en la cama enfadados y me tumbara al otro lado del colchón, por la mañana siempre estaba recostada sobre tu pecho. Ahora no puedo hacer eso, aunque me encantaría volver a tumbarme sobre ti y besarte, besarte en los labios. Pero para eso hay que esperar y, si tú quieres, voy a esperarte el tiempo que haga fatal.

-. Oye, ¿sabes si alguien ha avisado a Corso de lo tuyo? –Imagino que no, que nadie en estos momentos se ha acordado de Pablo, seguro que se lo está pasando de puta madre en su México querido.

“No”.

-. No quieres que le avise, ¿verdad?

“No”.

Vale, esperaba esta respuesta pero me daba miedo que Mario me pidiese que le llamara. Eran los mejores amigos hasta que yo me crucé en su camino. Soy muy oportuna, me cargué su amistad y destrocé a Mario. Dos por uno.

-. Mejor. Después de la putada que te hizo… que te hicimos… es normal. No sé si todavía me has perdonado o no, pero gracias por quererme aquí. Te juro que no te voy a dar ningún motivo para volver a pensar mal de mí.

No te voy a dejar solo Mario, nunca más. Cuando salgas de aquí tenemos que hablar de muchas cosas, hay que planear cómo lo vamos a hacer, si quieres que nos vayamos a vivir juntos no perderé ni un solo segundo en ponerme a buscar piso. Aunque a lo mejor no quieres que nos sigamos viendo cuando todo esto haya pasado. Ay, no sé. Ahora mismo sé que daría mi vida por ti, espero que seas capaz de dejarme hacerlo.

-. Me tengo que ir ya, Mario. Mañana vuelvo, que descanses. Te quiero.
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Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 1:42 pm

6.
Existir hoy me duele más que ayer, pero espero que menos que mañana. Después de que Leo se marchase, el llanto no me duró en exceso por la sencilla razón de que sin apenas transición dio paso a una presión tan grande en el pecho que terminé por perder la consciencia. Al volver a abrir los ojos durante el examen médico de la mañana, me han explicado que tuve una crisis “por causas desconocidas” que no tengo la menor intención de aclararles, que tuvieron que sedarme y que en el momento álgido pasé un par de horas intubado.

Eso ya se acabó, por suerte. Nadie me va a devolver a mis tubos porque se me parta el corazón. Ya vuelve a estar hecho añicos y sé que una vez más aprenderé a vivir sin escuchar sus quejidos. Al menos en esta ocasión la agonía no se ha prolongado demasiado, la ilusión y las ganas de algo nuevo al lado de Leo se han desvanecido tan deprisa como vinieron. Ya esto libre de toda esperanza y ensueño, puedo comenzar a volar definitivamente en solitario tan pronto como me recupere y me den el alta.

“Nadie se muere por nadie, mi amor”, como me dijo mi madre dos días después de que me atreviese de una vez a ponerle fin a la burla que tenía con Leo. Fui a comer a casa de mis padres y, tan pronto entré por la puerta, supieron que algo iba mal. Llevaban una época, sobre todo desde que maté a Escobar aunque el dolor arrancase de antes, que me veían cada vez más decaído, con menos ganas de arrastrar mi ridícula existencia ante ellos. Que les contase que Leo y yo habíamos roto no supuso ninguna sorpresa, lo único que les extrañó aunque en parte aplaudiesen mi decisión, fue que hubiera sido yo quien se atreviera a dar el paso.

Me duele mucho el pecho hoy, no solo en sentido metafórico, me temo. Ponerlo a trabajar en exceso para lavarme las heridas del corazón no le hizo ningún bien. No puedo llorar, no puedo reír, tampoco debo hablar. Solo debo flotar en la superficie de la pileta, hacer el muerto con los ojos cerrados y dejar que la leve corriente me arrastre hacia la vida o la muerte. No es difícil, cualquiera puede hacerlo, pero no imaginaba que fuera a resultar tan agotador.

Apenas me han dejado recibir visitas hoy. Por desgracia, interactuar con la gente me pasa factura, el simple hecho de intercambiar miradas y agarrar manos vacía mis baterías con una rapidez increíble. Paso el tiempo durmiendo por no recordar que estoy solo, incluso mi hermana Mónica se ha sentido culpable cuando la he oído entrar y me he despertado. Ni que decir tiene que no me ha permitido cruzar una sola palabra con ella. Únicamente la he observado mientras le escuchaba contarme cosas tan de todos los días que ella me pedía perdón por no hablarme más que de banalidades y yo la atendía embelesado por tanta cotidianidad. Tengo ganas de salir de aquí y hacerles una visita, de ver si de una vez por todas consigo enseñarles a hacer una paella en condiciones.

El sonido de la puerta me arranca en parte del cómodo duermevela en que estaba instalado, aunque no lo suficiente para conseguir que me tome la molestia de abrir los ojos. Será algún miembro del personal médico que vendrá a supervisarme o administrarme alguna medicina. Hace poco me cambiaron uno de los sueros, que se había terminado, no creo que se trate de eso, pero puede tratarse de cualquier cosa.

No son médicos, esos no sollozan ni te acarician el brazo. Conozco a la dueña de esos gemidos ahogados que intenta reprimir en un vano esfuerzo para no despertarme. Levanto los párpados y ahí está. Leo me observa con los ojos húmedos, famélica, temblorosa y muerta de remordimientos. Pero esta vez no tengo ganas de calmarla ni de decirle que la perdono y que todo saldrá bien. Ya ha hecho su elección, ahora debería atenerse a ella.

—Mario…—musita con voz quebrada. Me llevo la mano a la mascarilla y ella coloca la suya encima—No, no hables. No gastes energías.
—Estoy… vivo…—Respiro un poco de oxígeno puro antes de proseguir. Incluso dos simples palabras resultan extenuantes—Vete…
—Ayer me viste, ¿verdad?—Asiento levemente, no tengo fuerzas para menear demasiado el cuello—Me han contado lo de tu crisis. Lo siento, lo siento de verdad. Te debo una explicación. Mira, vamos a hacer una cosa, te cojo la mano y un apretón es sí, dos son no.

Levanto un poco la mano del colchón y se la entrego. Leo me besa el dorso y soy consciente de lo mucho que el pulso se le sacude. Parece a punto de caer desmayada de agotamiento e inanición, como si acabase de escapar a la carrera de Auschwitz. No la comprendo, no entiendo qué hace aquí, por qué hoy viene a mí de esta manera si ayer no fue capaz de visitarme en condiciones, no fuera a echarle algo en cara aunque ni yo mismo sepa qué.

—Te debo una explicación, ¿quieres oírla?
“Sí”.
—Vale. Lo siento mucho, ¿vale? Tenía que haber venido a horas normales y haberte pillado despierto, pero no podía. Necesitaba pensar, aclararme la cabeza. Sé que te parecerá raro, tú siempre sabes lo que quieres, pero yo no. Tenerte así me está haciendo pensar mucho y sé lo que siento, eso no ha cambiado nada, pero no me atrevía a verte despierto mirándome a los ojos y… Joder, lo siento. Me lo monto fatal contigo. Ya sabes cómo soy y yo no sé si puedo cambiar. Lo siento, de verdad. Te prometo que, si tú quieres, vengo todos los días a una hora que todavía no estés durmiendo y así me ves. Sé que lo suyo sería venir por la tarde, pero no quiero quitarles tiempo de verte a los demás y encima tu madre me odia, aunque tiene toda la razón del mundo.

Cualquiera sabe qué conversación habrán tenido mi madre y Leo, porque lo más probable es que en algún momento se hayan encontrado. Mamá la culpa de todos mis males, no imagina ni por lo más remoto que parte de mi sufrimiento se debe al hecho de no haber llegado a tiempo para evitar que la violasen y a que subsiguientemente le fabricase a su agresor un bindi con mi pistola. No me arrepiento aunque no estuviera bien, solo lamento de verdad no haber sido lo bastante rápido como para ahorrarme tener que decidir en una fracción de segundo si la vida de Escobar merecía continuar o no.

—¿Sabes una cosa?—sonríe tras una pausa que se estira como el caucho—Que es un asco que tengas que estar tan callado. Así no puedes decirme nada que sea verdad por mucho que me joda y entonces yo no puedo enfadarme y mandarte a la mierda porque sé que tienes razón pero me fastidia. Tú me sigues queriendo a pesar de todo, ¿verdad?
“Sí”.
—Pero yo no sé estar con nadie. Quiero estar contigo, de verdad, pero no quiero hacerte más daño. Ya te he hecho daño demasiadas veces. No quiero pedirte otra oportunidad porque me conozco y ahora mismo lo último que te hace falta es pasarlo mal por mi culpa. Pero tampoco quiero irme. Quiero estar aquí contigo y cuando ya estés bien, no sé, dejaré que tú elijas y haré lo que tú me digas. Igual que ahora. Si quieres que me va…
“No”.

Entiendo que sea tan cauta y tan franca, está asustada y en ese punto donde no le queda más remedio que mostrar sus cartas sin guardarse nada. No quiere que sufra otra recaída que me pueda llevar a la tumba. Le agradezco su sinceridad momentánea, aunque solamente el tiempo dirá en qué queda. Por ahora sé que la quiero y que me encantaría pasar el resto de mi vida a su lado, lo sé desde la primera vez que la vi entre tanto cable. Por desgracia, no sé si será posible, si estamos hechos para convivir y llegar a ser algo como pareja. No es algo que desee pensar ahora, bastante tengo con mantenerme a flote. Esta madrugada me ha demostrado que, si habitualmente por el hecho de ser hombre se supone que no soy capaz de hacer dos cosas a la vez, en este momento lo único de lo que soy capaz es de seguir viviendo igual que lo harían un ficus o un ciprés.

—Oye, ¿sabes si alguien ha avisado a Corso de lo tuyo?
“No”.

A decir verdad, ni lo sé ni me importa. Hicimos las paces en su momento, pero desde que se marchó no ha sido capaz de ponerse en contacto conmigo para contarme qué tal le va todo. Le escribí algún mensaje de correo electrónico a falta de nada mejor con lo que comunicarme con él y no respondió. Doy ese capítulo de mi vida por cerrado.

—No quieres que le avise, ¿verdad?
“No”.
—Mejor. Después de la putada que te hizo… que te hicimos… es normal. No sé si todavía me has perdonado o no, pero gracias por quererme aquí. Te juro que no te voy a dar ningún motivo para volver a pensar mal de mí.
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Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 1:43 pm

6.

Me siento mejor. Hoy por fin he dormido casi como una persona normal y he decidido ir a currar. Molina me ha dicho que use los días que necesite, Requena nos ha liberado de los casos más graves e importantes porque sin Mario estamos en cuadro, pero creo que volver a currar me va a venir bien. Estar en casa sólo hace que le de vueltas a todo, que me coma la cabeza y que lo vea todo negro.

La última vez que subí hasta la unidad no sabía dónde estaba Mario, ni cómo estaba. Ahora puedo subir con calma, esperar al ascensor y respirar tranquila. Mario está bien y yo voy a volver a trabajar. En un tiempo Mario estará aquí de nuevo, se me va a hacer raro ver su mesa vacía.

Cuando llego, Molina y Rocío están colocando unos informes mientras comentan la peli que vieron anoche. Yo no fui capaz de encender la tele, me pasé todo el rato en silencio, tumbada en la cama mirando el techo. Intentaba sentirme como Mario, quería saber qué pasa cuando estás en coma sin poder enterarte de lo que pasa a tu alrededor. Tengo que preguntarle que si cuando estuvo en coma nos oía.

Hacía mucho tiempo que no tenía pesadillas de ningún tipo. Anoche estaba tan cansada que mi subconsciente decidió darme una tregua. He dormido bien, y no sé si ha sido eso o la conversación con Mario, pero parece he recargado las baterías.

Molina se levanta al verme y viene hacia a mí. Me abraza mientras me pregunta cómo me siento.
-. Estoy bien, Molina.
Aunque ni él ni Rocío opinen lo mismo.
-. Leo, no tenías que haber venido hoy, si parece que te vas a caer en cualquier momento.
-. Bueno, pues si me caigo, llamáis a una ambulancia, a ver si me ingresan al lado de Mario. Mientras tanto, ¿puedo trabajar?
-. Tendré que ver primero si los del hospital nos hacen 2x1.

Molina es así, siempre tiene una palabra agradable o un chiste con el que hacernos sonreír. Es como nuestro padre dentro de la unidad, siempre cuidando de nosotros. Rocío sacude la cabeza, no puede con nosotros, y sonríe al abrazarme.

-. Nada de que te ingresen a ti también, si quieres vacaciones te esperas a las del año que viene.
-. Anda Roci, si así os quitamos trabajo de encima.
-. Prefiero estar hasta arriba de curro y teneros a vosotros aquí.

La adoro. Es tan diferente a mí que no sé cómo podemos ser tan buenas amigas. Supongo que precisamente por eso. Nos complementamos, o quizás en este caso nos contrarrestamos. Ella es todo lo que no soy yo y yo la aporto a ella cosas que no tiene. Sin embargo, a la hora de la verdad, la valiente de las dos es ella. Rocío no recula nunca cuando se trata de sentimientos y cuando tenemos que currar siempre es la que conserva la cabeza fría, pase lo que pase.

La achucho con fuerzas, creo que he aprendido la lección. No solo se trata de Mario, puedo perder a cualquiera de ellos sin tener tiempo de más. Si me apetece abrazarles lo haré, se acabó poner distancias, ser la tipa dura de la oficina. Se merecen una Leo nueva. Yo me la merezco.

La mañana pasa tranquila, apenas tenemos trabajo y tenemos tanto de lo que hablar que hemos hecho más bien poco. Saben que estoy deseando que llegue la hora de poder ir a ver a Mario. No he contado las veces que he mirado el reloj, pero sé que han sido muchas y que no han pasado desapercibidas.

-. Leo –Molina me llama mientras se ajusta la corbata de jefe. Está serio, como si pasase algo. Sé que no ha podido pasarle nada a Mario, el teléfono no ha sonado y él no nos ha dejado solas ni un momento. Hemos hecho terapia de grupo. Raquel se va a enfadar si se entera de que dejé de ir a su consulta y ahora me confieso con mi jefe- Vete a ver a tu Romeo, anda.
-. Los amantes de Teruel, tonta ella y tonto él.

Rocío se ríe mientras les dedico una mueca, pero no me sale, tengo que reírme con sus ocurrencias, me temo que me van a tomar el pelo durante mucho tiempo. Y no me importa, eso significa que las cosas van bien, que Mario está bien.

Por fin puedo conducir con calma, sin tener que sacar la sirena, respetando las señales y los semáforos. Mario se sentiría orgulloso de mí, al final va a llevarme por el buen camino.

Hoy no me tengo que colar, ni siquiera tengo que sacar la placa. He venido a la hora de la visita, esperaré mi turno para entrar, pero lo haré. Cueste lo que cueste. Se lo he prometido a Mario y además necesito hacerlo.

Charo y Chechu están tomándose un café mientras charlan animadamente con una mujer que no conozco. Supongo que ya han estado con su hijo, queda poco para que el horario de visitas termine y las enfermeras no nos dejan estar demasiado tiempo dentro. Quizás debería ir a saludarles, me temo que de ahora en adelante me lo voy a tener que currar con la suegra.

Suegra, qué mal suena esa palabra. Será mejor que no corra tanto, no sé qué es lo que Mario va a decidir cuando salga de aquí. A lo mejor no quiere estar conmigo, es algo que ya no está en mi mano. De todos modos debería hablar con ella en algún momento, no me voy a esconder eternamente, tengo que conseguir que ella también me perdone, aunque me va a costar mucho más que conseguir el perdón de Mario.

Abro la puerta de la habitación y sonrío, Mario está despierto. Me acerco hasta él y no me gusta nada lo que veo. Está pálido, sudando, y tiene la respiración agitada, como si acabase de subir corriendo por las escaleras.

Esto no puede ser normal, seguro que no. Mario, no me asustes, no vayas a darme un susto ahora que todo parecía que empezaba a ir bien. Mario me hace un gesto para que me acerque, creo que quiere decirme algo. Le veo quitarse con esfuerzo la mascarilla y no soy capaz de detenerle, necesito oírle, que me diga que está bien.

-. Leo…-susurra cuando ya me tiene a una distancia suficiente para que le oiga -has… has venido…

Claro que he venido, te lo prometí. ¡Mario! ¡Abre los ojos! ¡No, no te duermas! ¿Qué te pasa? La máquina que tiene a su lado empieza a pitar de forma descontrolada. Mario parece inconsciente y en menos de dos segundos la habitación se llena de médicos que miran las pantallitas de las máquinas y que deciden llevarse a Mario de allí a la carrera.
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Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 1:44 pm

7.
No quiero morirme. Poca gente quiere y yo no me encuentro entre ellos. Pero no es algo que dependa de mí de manera consciente. Depende de mi cuerpo, de esta carcasa con el sistema de ventilación dañado. Soy joven, fuerte, estaba sano antes de esta intoxicación por plomo. Deberían ser ventajas para recuperarme. Hago deporte, además. Tengo una vida sentimental que deja mucho que desear, pero el Síndrome del Corazón Roto es más propio de mujeres que ya han pasado la menopausia. No encajo en el perfil y mi miocardio está bien. Creo.

No quiero morirme. Nunca he querido. Y menos ahora, después de unos cuantos días luchando. Podría haber fallecido en el lugar del disparo si ese es el desenlace que me espera de todas formas. Algo instantáneo, de “murió en el acto”. Aunque habría sido egoísta, las leyes son egoístas. Estaría clarísima la causa de mi muerte pero pasaría varios días tumbado cómodamente en el Anatómico Forense para que me abrieran el pecho y me hicieran el pulmón trocitos antes de que me recosieran y les dieran mis piececitas a mis padres para que me enterrasen.

Y yo sin testamento. Hacer uno no tenía sentido, eso pensaba yo cuando ingresé en el Cuerpo. Después de todo, el vecino aquel, don… El vecino pasó toda la vida patrullando las calles y nunca le sucedió nada. Seré yo, que estoy gafado, pero la Parca ya me ha mirado a la cara muchas veces. Demasiadas. Y yo sin testamento. No es que tenga demasiado que dejarle a nadie, pero habría estado bien poder elegir a quién lego mis magras pertenencias. Ahora será todo para mis padres, aunque supongo que repartirán algo con Mónica, son gente generosa. Pero Leo…

¿Por qué digo “ahora”? No estoy seguro. No me encuentro bien, pero tampoco ayer. Fue ayer, ¿verdad? Ayer. Ayer me encontraba mal, me sentía fatal. Ni cuando aquella piscina olímpica, con los pulmones hechos zumo, pulpita de alveolos. Qué horror. Todo por Leo, aunque la entiendo. Bueno, entiendo el modo de funcionar de su mente. Es cosa de ella, no me extraña. Pero tampoco está bien. Ahora no estamos juntos, ni siquiera sé bien qué somos.

Llorará al verme muerto, se arrepentirá de todos sus pecados, desdenes, desmanes, malos gestos… Uno por uno, a lágrima por momento lamentado. No sé quién la consolará entonces. Rocío, Rocío estará a su lado. Molina también. Estará bien cuidada. Eso si no le da por irse a emborrachar y beberse hasta el agua de los floreros. Es capaz de eso y de más, mucho me temo. Ojalá encuentre a algún hombre que consiga que sonría al fin.

No debería preocuparme más por ella que por el resto. No debería preocuparme, punto. No me muero, o a lo mejor sí. Quizá me estoy muriendo, pero todos nacemos para morir. ¿Quién dijo aquello de “En el Hoy y Mañana y Ayer, junto/ pañales y mortaja, y he quedado/ presentes sucesiones de difunto”? No era Góngora, creo. ¿Fray Luis? No, tampoco. ¡Ya lo tengo! Que me perdone el genio del polvo enamorado. Por muy mal que suene eso ahora, en su época tenía otro sentido.

Aunque no suena tan mal. Polvo enamorado. Yo quiero uno.

El fue, será y es cansado que soy tiene ganas de ponerse en pie. Ridículo, cierto, pero no por ello menos apetecible. Los cristales aburren, son grises. Todo es gris, blanco, metálico, neutro. Como para no causar nada que no se aburrimiento y soledad. Como si fuéramos muertos en vida todos los de aquí. Lo somos, supongo. Sí, lo somos. Si pasando cinco minutos aquí ya sientes deseos de cortarte las venas, no quiero imaginarme cómo será en paliativos. Lo cierto es que los admiro, qué entereza cuando la abuela murió. Entereza y calidez, no nos trataron como robots o número. Lloramos, nos dieron café y pastas. Tal vez ahora me reúna con ella. Tal vez. Ella creía, yo ahora no sé. No hay luces ni túneles, aunque quizá sí un túnel al final de esta luz, nunca se sabe.

No debería pensar en la muerte. Si la nombras, viene a por ti, se te lleva y nunca más vuelves a ver a tus seres queridos. Además, yo no quiero morir. Quiero vivir, hay mucho por experimentar fuera de estos muros que te atan las alas con electrodos y te intuban la imaginación para que no supure magia. Tengo que salir de aquí, marcharme y seguir adelante con mi vida, con o sin Leo. Que va a ser sin, a Leo esto le durará lo que le dure el susto. Y todos sabemos que los peces de hielo se derriten a temperatura ambiente.

Tanto pensar en hielo y la dama nívea, resulta que tengo frío. Solamente me tienen cubierto con una sábana de pecho para abajo, vendas aparte, pero suele bastar. Hoy no. Hoy tengo frío, quiero una manta, un camisón, lo que sea. Pero tengo frío. Por eso no entiendo por qué mi cuerpo es tan inteligente de liberar sudor, ¿qué hago yo sudando si tengo frío? Quizá es que antes tenía calor, no estoy seguro. Estaba dormido, me he despertado de pronto y ya sudaba. Pero no me parece que esta temperatura dé para que se me esté enfriando el sudor. Ni siquiera tengo botón para llamar a la enfermera, a Bárbara. Y aunque lo tuviera, ¿qué le iba a decir si no se me entiende nada?

Estoy cansado. Resultará estúpido, pero me encuentro un poco mareado, como si la cabeza se me hubiera llenado de piedras y pesase más de lo habitual, pero a la vez contuviera helio y flotase. A menos que hayan trasladado la cama a una barquichuela mientras dormía, no comprendo bien a qué responde tanto vaivén. Por lógica, la cama no se mueve, soy yo. Pero yo no me muevo, estoy quieto. Creo.

Si no me estoy moviendo, tampoco tiene sentido que me cueste respirar tanto. No es que me cueste, en sí no me cuesta. Pero respiro más deprisa, como si mis pulmones no llegaran a tiempo a una cita importante y hubieran apresurado el paso. El corazón también, lo oigo más deprisa. Vale, no oigo mi corazón, corazón, pero sí el pitido reventador de tímpanos del monitor. Y marcha muy rápido. Los tres corren cuando yo no puedo.

No me pasa nada, son todo imaginaciones mías. Si me estuviera pasando algo, mis padres me lo habrían dicho. Menuda es mi madre. Habría mandado con gritos hitlerianos a todo un batallón de enfermeras y médicos a cuidar de su niño si hubiera sido necesario. La quiero y a papá también. Y a Mónica. Me han ayudado tanto este tiempo de atrás en que estaba tan triste y les necesitaba. Ya no estoy triste. Ahora tengo fuerza. Con o sin Leo, me voy a poner bien y no solo de cuerpo, sino también de mente. Me voy a curar. No quiero morirme. No voy a morirme, me pondré bien.

¿Vendrá hoy también? Ayer prometió que sí, que vendría. Pero cuando abrí los ojos también y no quería volver a verme. Le faltaba valor. Es cobarde, una cobarde para todo lo que tiene que ver con los sentimientos. ¿Cuándo aprenderá a tener el mismo arrojo que durante el desempeño de sus labores como subinspectora en el Cuerpo Nacional de Policía? Los dos juramos servir al ciudadano. A veces me siento como si ella los sirviese a todos con gran diligencia salvo a mí. Porque será que yo soy un ciudadano de segunda. O que ni siquiera me considera un ciudadano, sino un subproducto pegajoso del que no se desprende por mucho agua caliente que le eche para despegarlo o escaldarlo en el proceso.

Le estaba poniendo mala fama. Aquí viene. Entra con una sonrisa y me siento como la primera vez que la vi, tímido como un niño pequeño. Soy uno de esos bebés que miran con una sonrisa a los extraños, les hacen mil y un aspavientos para captar su atención y luego se cobijan en el pecho de sus madres cuando los desconocidos les dicen cualquier estupidez que les hace reír. Así soy yo ahora mismo, aunque mi madre está tomando café, creo recordar, así que no puedo ocultarme detrás de nada. Me tocará tenerla aquí cerca y aguantarme el rubor y las ganas de darle un beso.

Porque la besaría. Y tendría mi polvo enamorado con ella. Estúpida, estúpida bala.

¿Por qué no sonríe? Está muy seria, como avergonzada. No, esa no es la palabra. El que está avergonzado soy yo, ella no, que ya confundo hasta las personas. Ella está preocupada. ¿Por qué? ¿Tanto se me nota que tengo frío? El frío no es una sensación mala, puede deberse a la fiebre. Pero, que yo sepa, la fiebre no se ve por fuera, no es que tengas un aura rojita a tu alrededor ni carteles de “¡Eh, estoy ardiendo!”.

No lo entiendo. No lo entiendo, pero ha venido. Leo ha venido. Leo está aquí. Quiero besarla. Quiero abrazarla, dormirme entre sus brazos, decirle que todo irá bien, que para cuándo se muda a mi casa y que si prefiere niño o niña. A mí me da igual, lo querré de todos modos. Aunque creo que Leo preferiría una niña, una que fuera tan macarra como ella. Sea una niña, pues. Una o las que quieran. Para algo ha venido. Tengo que darle las gracias.

—Leo…—susurro cuando ya la tengo a una distancia suficiente para que me oiga—has… has venido…

Claro que ha venido. Y con ella, la oscuridad. Intentaría llevarme la mascarilla a la cara otra vez, pero no la encuentro. No encuentro nada. Solo la oscuridad. Un velo. Tela negra. Me venda los ojos. Me recubre. Me envuelve.

Velo. Oscuridad. Negro.

Vacío.
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Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 1:45 pm

7.

-. ¡Mario! ¡Mario!

Corro detrás de su camilla mientras grito su nombre. No sé qué le pasa, por qué se le llevan de mi lado. Viene un celador y me para. No me deja seguir a la camilla que lleva a Mario.
-. ¡Quítate, tengo que ir con él! ¡Suéltame! ¡Te he dicho que me sueltes!- Busco la placa mientras intento zafarme de sus brazos. Se la planto en las narices, tiene que dejarme pasar, tengo que estar al lado de Mario, saber qué le pasa, qué es lo que tiene.

Rompo a llorar a gritos, esto no puede estar pasando. Mario se muere. Si no se muriese me dejarían ir con él. Está en quirófano, le están operando. Rompo a llorar, es lo único que puedo hacer ahora mismo, llorar. Mario se muere y no me dejan estar a su lado. Se morirá solo, sin nadie que le quiera a su lado. No es justo.

Tengo que ir con él, No puedo quedarme aquí, necesito ir. Intento avanzar de nuevo por el pasillo, pero mi cuerpo no me responde. Me duele el pecho, el corazón se me va a salir por la boca. Parece que las paredes de mi cuerpo le oprimen, quiere salirse fuera. Me duele, me duele mucho.

Lloro con fuerza y grito, pero la presión de pecho no se pasa. La boca se me seca y tengo escalofríos. Quiero ir con él, quiero estar a su lado. Aquí no pinto nada, tengo que estar a su lado, tengo que estar con él.

Me ahogo, noto como el pecho me duele, el corazón me va a mil por hora y mis pulmones no son capaces de darme el oxígeno que necesito. Respiro más rápido, pero más me ahogo. Me tiemblan las piernas y trato de apoyarme en la pared. Todo está confuso. ¿Y si yo también me muero? ¿Y si me muero como Mario?

Las paredes se curvan, se están estrechando y el suelo se mueve, me balancea a su antojo, me lleva de un lado a otro y me ahogo, solo sé que me ahogo. Alguien intenta tocarme pero no me dejo, me suelto a gritos mientras las lágrimas me ahogan un poco más. Y me muero, siento que me muero.

Las piernas se me aflojan, siento que las rodillas dejan de sujetarme, me voy a caer. Me voy a caer y me río a carcajadas mientras lloro. Y me veo desde fuera, como si este cuerpo no fuese el mío. Y me muero. Yo no quiero morirme, no puedo morirme, ahora no.

-. ¡Mario! ¡Mario, ven! -Y lloro, lloro mientras alguien intenta cogerme, me molesta la luz, no sé quién es. Solo sé que no es Mario. - ¡Suéltame! ¡No me toques! –Pero no te vayas, seas quién seas no me dejes sola. No quiero morirme, no ahora.

Mi cuerpo ya no responde, siento que se me nubla la vista, alguien me agarra, me tumban y pataleo, que me suelten. No quiero tumbarme, que me dejen en paz. Quiero ir a buscar a Mario, quiero estar a su lado, que me lleven con él.

Intento ponerme en pie, incorporarme, pero todo es demasiado confuso. Estoy mareada, me ahogo y estoy sudando. Quiero salir de aquí, quiero que el suelo deje de moverse, que las paredes se estén quietas. No quiero morirme. Quiero estar con Mario, quiero saber que está bien.

Lloro y río a la vez mientras noto cómo al menos dos pares de manos tratan de sujetarme. Me pinchan en el brazo, no sé lo que es, no paran de moverse, me estoy mareando. Me duele el pecho, tengo la lengua acartonada y escalofríos. Me estoy volviendo loca, eso es, estoy loca.
-. ¡Soltadme! ¡Dejadme en paz! ¡Ocuparos de Mario! ¡Dejadme en paz! ¡Mario!

Poco a poco dejo de notar mi cuerpo. Me estoy muriendo, seguro que es eso. Me cuesta tener los ojos abiertos, tengo frío, todo se está volviendo más oscuro. Sigo notando esas manos que tratan de sujetarme. No sé dónde quieren llevarme, mi cuerpo no es mío, no responde a mis órdenes.

Todo está cada vez más confuso. Y más oscuro. Y más silencioso…

Abro los ojos. No sé cuánto tiempo llevo dormida. Me siento aturdida, desubicada. No sé dónde estoy, ¿qué hago aquí? Mario. ¿Dónde está Mario?

Lo último que recuerdo es un dolor en el pecho y médicos, muchos médicos que se llevaban a Mario, a mi Mario. Me incorporo en la camilla. Estoy mareada, no sé si las piernas van a ser capaces de sostenerme cuando logre ponerme en pie. Pero tengo que hacerlo, necesito ir a buscar a Mario.

Me miro el brazo derecho. Tengo puesta una vía. Quito el esparadrapo que la sujeta y la arranco. Veo cómo empieza a salirme sangre, pero me da igual, no me importa. Tengo que encontrar a Mario.

Todos los pasillos me parecen iguales y no encuentro a Mario. No sé dónde está. Quiero verle, necesito verle. ¿Y si se ha muerto? No, seguro que no. Seguro que no ha sido nada, que todo ha quedado en un susto. No puede haberse muerto. Por aquí ya he pasado y no está Mario.

Por fin, esas son Charo y Mónica, ellas tiene que saber dónde y cómo está Mario. Seguro que ellas no me engañan, aunque me odien. Me pesan las piernas, pero tengo que llegar hasta donde están ellas. El resto no importa, tengo que saber cómo está Mario.

Las veo acercarse hasta mí, creo que me están hablando, pero eso no importa. No quiero escuchar nada que no sea cómo está Mario. Me miran extrañadas, como si hubiese visto un fantasma, Pero no soy un fantasma porque no me he muerto y Mario tampoco. No puede haberse muerto.

-. ¿Y Mario? ¿Dónde está? ¿Cómo está? – Solo me dicen que aún no saben nada, que le están operando. Aguanta, Mario. Tienes que ser fuerte, una vez más. Por favor.

Charo se acerca a mí y me sostiene, las fuerzas me fallan pero no me voy a caer, tengo que aguantar, aguantar por Mario. Una enfermera se acerca a mí mientras me regaña, pero no la escucho, no quiero escucharla, solo quiero saber que Mario está bien, si no me va a decir eso mejor que se quede callada.
Sigo sintiendo el corazón revolucionado, tengo taquicardia y sigo mareada. Estoy hecha un cromo pero no me importa, eso no importa. La enfermera quiere llevarme de nuevo pero yo no quiero irme. Me abrazo a Charo mientras la suplico que no deje que me lleven de allí, que quiero estar con ellos cuando Mario salga del quirófano. Por favor… por favor.

Estoy agotada. Charo me tiene recostada sobre su cuerpo mientras me acaricia el pelo como Mario siempre hacía cuando veíamos la tele en el sofá. Se me cierran los ojos pero no quiero dormirme, tengo que estar despierta para cuando Mario salga.

Charo me mira y sonríe, si no supiera que me odia podría pensar que me trata con ternura, ahora entiendo por qué Mario es como es.
-. Duérmete, cariño. Yo te aviso cuando Mario salga del quirófano.

Todo se vuelve oscuro de nuevo. Se me cierran los ojos y Morfeo me lleva aunque con quien yo quiero irme es con Mario.
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Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 1:47 pm

8.
La pálida dama de la guadaña que te arranca de la faz sensitiva del mundo de los vivos vino a verme justamente cuando saboreaba el regreso de Leo. Intentó arrastrarme consigo, convencerme de que con ella y su blancura estaría mejor que con esa otra mujercilla de piel de nata y candelas encendidas de miel líquida que me esperaba gimiendo mi nombre entre lágrimas. Conversamos durante un rato, no cedí ni un ápice y al final se rindió, elogió mi tenacidad y me juró que aquello era tan solo una prueba. La última por el momento, dijo. La última en mucho, mucho tiempo. Se despidió prometiéndome que volveríamos a vernos un día, pero que sería dentro de tanto que mi cuerpo, no así mi alma, habría dejado ya de ser apetecible a cualquiera por debajo de una cierta edad.

A mi regreso de aquella reunión, supe que seguía en Cuidados Intensivos. Acerté a preguntar a los médicos y me explicaron que había sufrido una hemorragia masiva que me había provocado un shock hipovolémico. Compararon mis vasos sanguíneos con la presa de un embalse que tiene una pequeña grieta por la cual se va derramando de manera lenta pero continua el líquido elemento a la vez que, con su presión y su empuje, la grieta se ensancha hasta que el dique cede y la inundación se hace inevitable. A punto estuve de perecer por falta de volemia y asfixiado en mi propia sangre, la cual me encharcaba el pulmón.

Hoy, una intervención quirúrgica de urgencia y unas cuantas transfusiones más tarde, me encuentro mucho mejor. Todavía no me siento capaz de ponerme en pie, sé que ni aunque los cables y tubos lo permitiesen podría, pero ya no me cansa tanto el simple hecho de accionar los músculos torácicos. También me noto mucho más despierto, menos aletargado, más activo. Quiero mejorar, pasar a planta al fin y poder tener a la gente que quiero a mi lado durante horas, poder charlar con ellos de trivialidades tales como que el capítulo de ayer de la serie policiaca esa fue un asco o que la sopa que me trajeron para cenar estaba fría y aguada.

Acaba de entrar mi madre. Según saluda y me besa en la sien, excusa a mi padre. Tiene síntomas de enfriamiento y no quería contagiarme nada, pero me manda “muchos mimos para que me ponga bueno”. Está ahí fuera, me informa mamá. De hecho, papá da unos golpecitos en la cristalera para captar mi atención y me saluda con grandes aspavientos tan pronto nota que estoy mirándole y sonriendo bajo la mascarilla. Yo también alzo un poco el brazo y lo agito. Me apetecería tanto que pudiera entrar y me dijese que todo va a salir bien por mucho que ya lo sepa. La dama cumplirá su promesa a menos que yo la llame, me dijo. Y no tengo la menor intención de hacerlo.

—Mi niño, qué susto nos diste. Pero hoy tienes muy buena cara ya—Sonrío y le tiendo la mano a mamá—. ¡Leche, siempre estás helado! Te voy a tener que traer guantes. ¿Cómo estás? ¿Estás bien?—Asiento—Menos mal, que casi se nos sale el corazón por la boca a todos.

Estrecho la mano a mi madre con fuerza. Mamá sonríe y me la acaricia con cuidado de no arrancarme el pulsioxímetro por error. La primera vez que le expliqué, hace ya tiempo, para qué servía “el cacharro ese del dedo” le fascinó que una simple pinza pudiera medir la cantidad de oxígeno que viaja en la sangre. Hasta ahora no conocía el mecanismo exacto, pero aproveché mi estancia en la UCI para informarme. No tengo mucho más que hacer y cualquier momento es bueno para aumentar los conocimientos por inútiles que puedan parecer.

Hablando de corazones saltando por el sobresalto, hay algo que debo preguntarle a mamá. Como de costumbre, me mira peor que mal cuando me ve las intenciones, pero se abstiene de prohibírmelo, quizá porque sabe que cualquier esfuerzo en ese sentido es fútil.

—¿Y Leo?—Como esperaba, el ahogo es menor, pero aun así tomo un poco de aire antes de continuar—Estaba aquí… cuando empeoré.
—Uy, Leo. La pobre tuvo un ataque de ansiedad. Tendrías que haberla visto, pobrecita mía. Salió a trompicones de aquí cuando se te llevaban, se echó a llorar a gritos y no se tenía ni en pie, pero cuando llegaron un par de enfermeras a intentar sentarla, empezó a chillarles que la dejasen en paz, que tenía que ir a quirófanos y que se preocupasen por ti. No había forma, se la tuvieron que llevar entre varios aunque estuviera que no se sostenía. Al poquito rato volvió, cuando todavía no te habrían traído. La muy burra se había escapado y tenía todo el brazo lleno de sangre seca de haberse arrancado la vía. Iba hecha un Cristo, se ve que le habían dado algo para que tranquilizase y venía dando tumbos con carita de zombi. Le dijimos “pero, ¿estás bien, niña?” y ni nos miró. Solo preguntó si sabíamos algo de ti.

La imagino perfectamente en esa situación, algo así o más drástico es propio de ella en momentos críticos. Leo siempre hace frente con coraje a las crisis, pero en momentos valle se desinfla y pierde toda la valentía de pronto, como si tan solo pudiera llevar el corazón en la solapa si hay peligro y el resto del tiempo lo reservase justamente cuando no debe por miedo a que se lo arañen.

Aquí viene. Por la puerta asoma con una sonrisa cauta y tímida que se amplía al ver en mi rostro a su gemela aunque la oculte la parafernalia que me oxigena. Pobrecita Leo, si me pregunta qué tal me encuentro, me veré obligado a responder “mejor que tú”. El ataque de ansiedad y estos dos días que no me ha podido visitar nadie le han causado estragos. Si antes pensaba que resultaba imposible verla más demacrada y consumida, resulta obvio que me equivocaba. Si sigue adelgazando tanto y sin dormir, terminará cayendo fulminada y teniendo que compartir habitación conmigo. Encantado, le haría un hueco en mi cama donde pudiéramos abrazarnos, mirarnos durante horas y ayudarnos mutuamente a reponernos.

—Hola—saluda con voz trémula y débil—. ¿Qué tal, Mario? Los médicos me han dicho que hoy vas mucho mejor, pero si te agobia tanta gente, me marcho.

Sacudo la cabeza y le hago un gesto para que se acerque. Le cuesta confiar, sin duda recuerda cómo fue nuestro último encuentro, pero tras un instante de duda, viene hasta mí y dice un tímido “hola” a mi madre, quien responde con una inclinación de cabeza y una caricia en el hombro que sorprende tanto a Leo que consigue hacerle dar un respingo. Todavía no sabe que lo mejor está por llegar.

Como suele hacer estos días, me acaricia los brazos y la cara. Me hace sentir lleno de energías renovadas, me da más razones para continuar por si tuviera ya pocas. Entrelazamos los dedos y tiro suavemente de ella. Me mira inquisitivamente y al principio se resiste, pero termina por ceder y dejar que la incline sobre mí y la abrace con cuidado para no arrancarme ningún cable ni hacerme daño. Tan pronto como la tengo pegada a mí, se le acelera el pulso y comienza a respirar como si fuera a sufrir un ataque de asma. Como no podía ser de otro modo, el proceso culmina con gemidos y lágrimas que pasan en cuanto le retiro el agua salada de las mejillas y pego su frente a la mía un momento. Después, Leo se yergue para estar más cómoda, enreda los dedos en mi pelo y se pone a acariciarme la frente con el pulgar.

—Lo siento, tenía demasiadas cosas dentro—Frunzo el ceño para indicar que no pasa nada y le doy una palmadita en el brazo—. Da gusto verte así de bien, tengo ganas de subirte a una silla de ruedas y echar una carrera de autos locos por el pasillo con algún vejete que esté ingresado.

Mi risotada es audible aun a través de la mascarilla. Imaginar a Leo corriendo como una posesa mientras empuja mi silla es de lo más cómico, igual que visualizarla alzando los brazos en el aire y dando saltos cuando venzamos. Está loca, pero me vuelve loco. Y parece que terminará por hacer muy buenas migas con mi madre a juzgar por el cariño con el que hablaba de ella hasta hace un momento y por cómo la mira ahora. Por mí, puede ir poniendo a punto todo el repertorio de faenas de suegra que tenga pensado. Aunque si la contienda empeora y los ánimos se enconan, saldré corriendo y emularé a Pilatos.

—Oye, Leo—interviene mi madre—, ¿tú cuánto hace que no duermes y no comes en condiciones?
—Uy, no preguntes—Mamá frunce el ceño y se cruza de brazos. Levanto el pulgar en señal de aprobación y compartimos una sonrisa cómplice.
—Te parecerá bonito. En cuanto nos echen de aquí, tú te vienes conmigo a la cafetería y no sales de ahí hasta que te hayas metido un platazo de lo que sea.
—Charo, no tengo hambre. Además, estoy bien, de verdad.
—Sí, bien desfallecida. No te lo estaba pidiendo, ¿tú has visto lo grande y lo fuerte que es mi marido? De algún lado tenía que haber salido Mario. Además, Mario te va a prohibir venir a menos que te alimentes y descanses en condiciones, ¿verdad, hijo?

Asiento con vehemencia y observo a Leo pasar del pasmo al enfado. Sonrío para bajarle los humos y le agarro la mano. Tengo la ventaja de encontrarme malherido y en Cuidados Intensivos, cualquier maniobra de chantaje emocional se traduce en “no irás a decirle que no a este pobre enfermito en su lecho de muerte, ¿verdad? Además, que sepas que dios matará un gatito si le niegas algo”. Leo resopla y alza las manos como si la estuviéramos encañonando. Hemos ganado. Extiendo mi mano estirada hacia mamá y me da un apretón al uso del de los hombres de negocios.

—Eh, eh, ¿qué es esto? Aquí conspirando los dos contra mí, no es justo.
—Ah, cariño, ya se sabe que en el amor y en la guerra todo vale. Y habría que estar ciego para no darse cuenta de cuánto quieres a mi hijo y de lo feliz que le harás en cuanto tengas el estómago lleno y unas horas de sueño encima.
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Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 1:47 pm

8.

Shock hipovolémico, eso es lo que casi manda a Mario al otro barrio. Y si me descuido a mí también. Los pulmones de Mario se desangraban si que nos diésemos cuenta, casi se muere delante de mí.

Después de mi ataque de ansiedad solo he pasado por el hospital de noche. No nos dejan ver a Mario y no quiero encontrarme con las enfermeras que me calmaron cuando armé el escándalo que armé. Hay cosas que no recuerdo, pero otras sí y me avergüenzo de todo. Aunque sepa que yo no tuve la culpa, que no lo pude evitar ni controlar.

Mario está aislado. Visitas prohibidas hasta nueva orden, aunque Bárbara me ha chivado que hoy ya nos dejarán pasar. Y la verdad es que no veo la hora de poder tenerle delante.

Estoy nerviosa y tengo miedo. Miedo a estar delante de Mario. Llevo dos noches más sin poder dormir porque al cerrar los ojos solo le veo a él quedándose inconsciente. Sé que no tengo por qué pero me siento culpable de todo lo que le ha pasado. ¿Y si él también lo siente así?

Intento ordenar mi mesa con rapidez, es casi la hora de las visitas de la UCI y no quiero llegar tarde. No quiero tener que esperar hasta la noche para poder verle y estar con él y, sobre todo, no quiero que Mario vuelva a pensar que me refugio en sus sueños porque mi cobardía no me permite estar con él de otro modo.

Rocío me ha pedido que le dé un beso de su parte, uno y todos los que él quiera y Molina dice que le recuerde que le prometió una mariscada que le piensa pagar en cuanto los médicos le den permiso para comérsela. Sonrío, yo no le he prometido nada especial si se ponía bien, algo tengo que pensar que no quiero ser la única en ir con las manos vacías cuando salga del encierro obligatorio al que me le tienen sometido.

Molina viene hacia a mí con una sonrisa que dice que algo trama. Le miro seria, qué miedo me da, hay que temerle más cuando lleva esa sonrisa que cuando blasfema en todos los idiomas que conoce y los que no. Cuando está a mi lado me entrega un papel mientras le miro con incertidumbre.

-. Molina, ¿pero qué es esto?
-. No hagas preguntas y vete a casa, que estás de baja y como te pillen currando, te empapelan.

Está loco. Molina está loco y esta es una de estas pruebas irrefutables que los jueces deciden determinantes para dictar sentencia. Es mi baja. No sé cómo lo ha conseguido y creo que prefiero no saberlo, es mejor vivir en la ignorancia. Le sonrío y le doy las gracias. En otro momento quizás le hubiese gruñido pero ahora no, estar de baja supone tener más tiempo para poder estar con Mario. A ver si ahora los médicos me dejan estar con él.

Miro el reloj, se me está haciendo tarde y al final no llegaré a tiempo. Siempre igual de impuntual. No tengo remedio.

Cuando llego me encuentro con Mario intentando mantener una conversación con su madre, pero la mascarilla sigue sin permitírselo. Ni la mascarilla ni su madre, que le riñe cada vez que trata de quitársela.

Entro titubeante, la presencia de Charo me incomoda aunque sé que fue ella quien me cuidó después de mi ataque de ansiedad. Tengo que darla las gracias por tratarme tan bien. Aunque me siga odiando.

Sonrío, la sonrisa en la cara de Mario me tranquiliza, está mejor, eso me dice con su sonrisa. Y me riñe, eso me lo dicen sus ojos, no le gusta nada lo que está viendo.

-. Hola –Me sale una voz mucho más débil de lo que esperaba, casi parece el maullido de un gatito recién nacido. -¿Qué tal, Mario? Los médicos me han dicho que hoy vas mucho mejor, pero si te agobia tanta gente, me marcho.

Aunque no quiero irme, quiero quedarme con él todo el tiempo que los médicos y las enfermeras de este lugar me dejen. Mario sacude la cabeza, no quiere que me vaya, al contrario, me hace un gesto para que me acerque a él. Vacilo un poco antes de decidirme a ir hasta su cama. Charo me mira y la digo un tímido “hola” al que ella contesta con una caricia en mi hombro que no me esperaba y que me hace dar un respingo.

Le acaricio la cara y sus brazos, es la única forma que tengo de sentirme más cerca de él. Me encantaría abrazarle pero no puedo, no creo que todos esos cablecitos a los que está atado me dejen. Jugueteo con sus dedos y Mario entrelaza sus dedos con los míos. Tira de mí aunque me resisto, Mario insiste y al final cedo. Me acerca a él y me abraza, justo lo que yo necesitaba.

Tengo el corazón a mil por hora aunque sé que esta vez no se trata de un ataque de ansiedad. Sollozo aunque intento disimular y acabo por llorar entre sus brazos. Mario me limpia las lágrimas y pega su frente a la mía, sé que es su forma de decirme que está aquí, que está conmigo. Cuando consigo serenarme me levanto, no quiero hacerle daño, bastantes dolores tiene que tener ya el pobre.

-. Lo siento, tenía demasiadas cosas dentro- Mario me indica que no pasa nada y me pone su mano sobre mi brazo- Da gusto verte así de bien, tengo ganas de subirte a una silla de ruedas y echar una carrera de autos locos por el pasillo con algún vejete que esté ingresado.

Mario se ríe pero yo hablo totalmente en serio. Tengo ganas de poder hacer alguna locura junto a él, aunque esa locura se reduzca a ganarnos una regañina por parte de las enfermeras por correr por el pasillo.

-. Oye, Leo -interviene su madre- ¿tú cuánto hace que no duermes y no comes en condiciones?
-. Uy, no preguntes- Charo frunce el ceño y se cruza de brazos. Mario la mira y se sonríen cómplices, no sé que están tramando estos dos.
-. Te parecerá bonito. En cuanto nos echen de aquí, tú te vienes conmigo a la cafetería y no sales de ahí hasta que te hayas metido un platazo de lo que sea.
-. Charo, no tengo hambre. Además, estoy bien, de verdad.
-. Sí, bien desfallecida. No te lo estaba pidiendo, ¿tú has visto lo grande y lo fuerte que es mi marido? De algún lado tenía que haber salido Mario. Además, Mario te va a prohibir venir a menos que te alimentes y descanses en condiciones, ¿verdad, hijo?

Oh, no. Lo que me faltaba. Mario y su madre compinchándose para hacerme la vida imposible. Suena bien, sí. Protesto mientras trato de acojonar a Mario, pero nada, no da resultado, sabe de sobra que en su estado no puedo negarle nada. Si me pidiese la luna sería capaz de ir a por ella. Genial, me estoy convirtiendo en una moñas como él, era lo que me faltaba. Está bien. Suspiro y alzo mis manos, ellos ganan.

-. Eh, eh, ¿qué es esto? Aquí conspirando los dos contra mí, no es justo.
-. Ah, cariño, ya se sabe que en el amor y en la guerra todo vale. Y habría que estar ciego para no darse cuenta de cuánto quieres a mi hijo y de lo feliz que le harás en cuanto tengas el estómago lleno y unas horas de sueño encima.
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Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 1:51 pm

Nota aclaratoria: Dos escenas seguidas de Leo. Después volvemos al orden habitual Wink

9.

Casi nos tienen que echar con agua caliente de la habitación de Mario. Ni Charo ni yo queríamos irnos de su lado, pero las enfermeras han decidido que ya le hemos molestado lo suficiente por hoy. Por mí me hubiese quedado con él todo el día, pero ahora que parece que está mejor será mejor que no vayamos a tentar a la suerte desobedeciendo a los que se supone que saben de esto y cuidan de él.

No me gusta que nadie se meta en mi trabajo y me diga lo que tengo o no tengo que hacer, mucho menos si ese alguien no tiene ni idea de qué va la película. Así que lo mejor será que yo no me meta en el trabajo de los demás. Aunque me hubiese quedado con él para siempre, aunque a veces “para siempre” sea demasiado tiempo para mí.

Charo va caminando a mi lado, en silencio como yo. Se la ve tranquila y aliviada. Supongo que eso es lo que se siente cuando un hijo ha estado a punto de morirse dos veces en apenas una semana y comienza a ver la luz al final del túnel.

Y no del túnel ese que dicen que se ve cuando te estás muriendo. Más sustos no, por favor. Deberíamos hacer una visita a una bruja o a un curandero o a alguno de estos individuos en los que no creo. Pero se ve que el resto sí y nos han echado un mal de ojo de los que hacen época. Eso o que no hay nadie en el mundo más gafes que nosotros. O como dice Molina: las meigas, haberlas hailas.

-. Leonor, cariño. Vente a la cafetería conmigo, eso de llenarte el estómago iba totalmente en serio.

Leonor y cariño, todo en la misma frase. No sé si me gusta o si me dan ganar de salir corriendo y no parar hasta llegar a la Polinesia. Si no fuese por Mario…

-. Gracias. Pero de verdad, no tengo hambre.

Pero Charo es madre y, como todas las madres, acaba por conseguir todo lo que se proponga. Tengo delante de mi un bocadillo y un refresco, pero solo pensar que tengo que comérmelo ha terminado por cerrarme el estómago. Charo se ha pedido un café y lo remueve mientras me observa. No tengo hambre, no me va a pasar ni un solo bocado.

Pero tengo que intentarlo, aunque solo sea por Mario. No soy tonta y me he visto esta mañana en el espejo. Parezco una fotocopia, es más, algunas fotocopias tienen mejor color que yo. Las ojeras me llegan hasta los pies y mi ropa me queda enorme, no sé cuántos kilos habré adelgazado estos días. Cojo el bocadillo y lo muerdo bajo la mirada complacida de Charo. Me cuesta masticarlo, pero tengo que hacerlo, por él y por mí.

Charo sigue en silencio y observándome. Sé lo que piensa de mí, para ella solo soy la hija de puta que destrozó la vida de su niño. Hace un rato, en la habitación de Mario, el trato ha sido cordial, diría que hasta cariñoso, pero eso no significa nada. Supongo que Charo me habrá tratado así por respeto a su hijo y por mera educación.

Mastico mientras noto cómo se me hace una bola, no voy a poder tragarlo, no va a poder pasar por ese agujero chiquitito que ahora mi estómago. Charo toma mi mano y me sonríe. En estos momentos me gustaría abrazarla, o por lo menos saber que ya no e odia.

-. Te hará bien comer un poco y descansar. Mario se va a poner bien, ya lo verás, es un chico duro. De pequeño casi nunca se ponía malo y cuando se caía pocas veces venía llorándome.

Sonrío, claro que Mario es un chico duro y valiente. Mario es un tío valiente, quizás sea la persona más valiente que conozco, aunque eso no vaya a decírselo a su madre ahora mismo.

-. Gracias, Charo.
-. No me las des. Fui un poco bruta contigo el primer día que nos vimos, lo siento. No me lo tengas en cuenta, estaba destrozada y a alguien tenía que culpar de mi desgracia. Me viniste al pelo.
-. No, no. Me lo merezco, eso y más. Tienes razón, me he dedicado a destrozarle la vida a Mario cuando su único error ha sido quererme. Pero te prometo que eso va a cambiar. Para siempre.

Claro que va a cambiar, nunca más voy a necesitar que una bala se cruce en la vida de Mario y le ponga al borde de la muerte para decirle que le quiero. Aprenderé a hacerlo, estoy segura que él tendrá la paciencia suficiente para esperarme. Aunque solo sea capaz de decírselo de vez en cuando y no pueda hacerlo a cada momento como esas novias cursis y agobiantes. Pero le quiero y se lo voy a decir hasta que me canse.

Le quiero y me siento aliviada. Por fin puedo reconocérmelo a mí misma sin sentirme mal o culpable de algo. Soy humana y puedo querer. Mario me ha ayudado a dar el primer paso y ahora que he hecho lo más difícil no le voy a decepcionar. Sí, le quiero, estoy enamorada y quiero que el mundo entero se entere de ello.

-. Si mi hijo te quiere es lo único que importa.
-. Las cosas son algo más complicadas de lo que parecen. Pero lo peor ha pasado. Estaré con Mario hasta que él quiera.
-. Uy, hija. Entonces me temo que tendrás que acostumbrarte a las paellas de los domingos.

Sonrío mientas trago un trozo más de bocadillo. Poco a poco el apetito se va apoderando de mí. La madre de Mario tenía razón. Tiene razón y he perdido ya la cuenta de las veces que le he dado la razón a la suegra. Suegra, qué mal suena. Suena mal pero tiene buena pinta. Quizás, después de todo no nos vayamos a llevar tan mal. Esto es demasiado surrealista, seguro que es un sueño.

-. Gracias por cuidarme el otro día.- Bajo la mirada avergonzada, aún me cuesta hablar del tema.
-. Eres de la familia, no te iba a dejar sola.

Sonrío otra vez, vista desde fuera debo parecer tonta, eso si es que no lo soy, que a ratos tengo mis dudas.

-. Charo, creo que vais a tener que tener un poquito de paciencia conmigo. No soy una chica muy convencional.

No es que no sea muy convencional, es que soy, directamente, tonta del culo. Pero esto ya está en marcha. Quiero a Mario y en el lote va la familia, jamás le haría decidir entre ellos y yo. Solo hay una solución que es integrarme en ella. Y lo mejor de todo es que no me parece tan terrible como pensaba.

-. Tú por eso no sufras, niña. Ya nos conocerás, tampoco es que nosotros seamos demasiado convencionales. Todavía no sé cómo Mario salió tan centrado. –Me mira y me sonríe de nuevo. No sé por qué pero los ojos de Charo me transmiten la paz que tanto tiempo he estado buscando.
-. Entonces prometo llevar algo de postre.
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Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 1:52 pm

9.
No puedo dormir, aunque ni siquiera sé si es hora de que me venza el sueño. Imagino que sí, Bárbara trabaja en el turno de noche y ha pasado a saludarme y prometerme una cánula nasal si sigo evolucionando favorablemente. No depende de ella, me ha aclarado por si se me ocurría insistirle o darle lástima, pero como enfermera jefe curtida en mil batallas, su opinión cuenta y la hará valer. De hecho, siguiendo instrucciones del médico me han bajado la concentración de oxígeno que me pasa la mascarilla para ver si puedo soportarlo. Por ahora me siento igual de bien, igual de acelerado que antes.

Ahí llega Leo. Tan pronto la veo acercarse a la puerta, saludo con la mano. Quiero que sepa de antemano que ya estaba despierto antes de su llegada, que no debe lamentar haberme quitado descanso. No tengo ni una pizca de sueño y por ahora tampoco siento especial necesidad de ajustar mis horarios a los del resto de los mortales. Ya me someteré a la dictadura una vez me suban a planta y me den mi propia habitación para que pase el día acompañado, porque mamá me ha asegurado que tiene la intención de trasladarse a mi cuarto le pese a quien le pese. Y todo el mundo sabe lo testaruda que es mi madre cuando se propone algo.

—¿Cómo es que estás despierto a estas horas?—me pregunta con una sonrisa—¿No puedes dormir? Yo tampoco.

No es ninguna novedad ni me sorprende. Las ojeras que tiene no son producto de una única noche en vela. Me pregunto cuántas horas de sueño habrá tenido desde que volvió de Grecia y supo que me habían herido y me encontraba en coma. Necesita descansar, dormir un poco. En este momento se encuentra más débil que yo, pues yo sé que voy avanzando, mejorando. Mientras tanto, Leo se está obligando a sí misma a aguantar este ritmo demencial. No podrá soportarlo mucho más, necesita frenar, relajarse, dormir y que a ella también le administren cuidados. No va a sufrir más por mí, no dejaré que eso ocurra.

Le hago un gesto para que se acerque aunque no sea necesario. Viene directa hasta mí, se queja de mi mano gélida y la calienta con besitos de fresa. No tengo nada que decidir, asumiré el riesgo. Sé que por ahora no va a tratarme mal, que va a cuidarse mucho de provocarme ningún sobresalto y cuando salga me sentiré lo bastante fuerte como para lidiar con lo que me venga. Quiero estar con ella, quiero despertarme a su lado todos los días que me restan. Si pudiera, de hecho, empezaría hoy mismo. Pensándolo bien, tal vez yo no pueda, pero ella sí. Está extenuada, no será difícil tentarla para que yazca a mi lado y concilie el sueño. Doy unos golpecitos en el colchón y, cuando me mira patidifusa, vuelvo a golpear.

—¿Que me tumbe?—Asiento—Pero… Mario, no debería. Si nos ven…

Repito la operación de dar unos toquecitos sobre la cama mientras la miro con fijeza. Leo jura que me culpará por todo si la encuentran tumbada y pretenden regañarla. Levanto las manos como para descargarme de toda responsabilidad y la observo descalzarse. Tan pronto la tengo a mi lado, la envuelvo en los brazos teniendo cuidado con el cableado y las vendas. Sin ser consciente de ello, el corazón se me acelera y el chivato del monitor me delata aumentando la frecuencia de sus pitidos. Le echo una mirada reprobatoria y Leo se ríe. Por fin, después de todos estos días, oigo su risa de niña.

—Ay, que se me pone nervioso—Me revuelve el pelo me hace reír a mí también—. Cálmate un poquito, no vayan a venir las enfermeras y se piensen que estamos haciendo cosas malas.

Ojalá tuviera el cuerpo en condiciones de algo así. Mucho me temo que pasará una temporada bastante larga antes de que sea capaz de pasar de simples e inocuos besos y abrazos. Seré paciente, no es que ahora las hormonas me tengan la libido excesivamente activa, pero necesito cariño, contacto físico. Cada vez que me acarician, me fortalezco, conque no puedo siquiera comenzar a definir lo mucho que supone para mí tener a Leo entre mis brazos. No soy un iluso, sé que si no me hubieran herido, Leo y yo jamás nos hubiéramos reconciliado. Supongo que bien está lo que bien acaba y que, a pesar de lo mal que lo estoy pasando, terminaré por agradecer el balazo.

—Me quedé con ganas de más Grecia. Tengo que volver en cuanto pueda, ¿te apuntas?—Asiento y le acaricio la cara—Habitación doble, entonces. Te traje un recuerdito, un llavero que es el talismán ese con forma de ojo—Pruebo a intentar retirarme la mascarilla y Leo me fulmina con la mirada—. Cuidado con lo que haces, no vaya a tener que decírselo a tu madre.
—En coma te oía—Respiro mi dosis de oxígeno a chorros dejando la mascarilla sobrepuesta y observando a Leo quedarse atónita. Cuatro palabras de una sola vez, voy progresando.
—Me oías—Asiento con vehemencia—. Ah. Como cuando te dije que eras un engendro y que no quiero saber nada de ti, ¿verdad?
—Eso… Yo de ti… menos todavía.

Leo se ríe y me llama tonto. Todo es de un cotidiano que empieza a asustarme. No recuerdo la última vez que me sentí tan normal, tan relajado, con ella delante. Estos días de atrás la he podido ver, pero todo iba envuelto en una atmósfera de irrealidad y (a)temporalidad. Ahora que estoy mejorando a pasos agigantados y vuelvo a convertirme en un ser humano más o menos aceptable, debemos agarrar las riendas de lo que quiera que tenemos y recomenzar. Estaba pensando que, si esto fuera una cita normal… ¿Por qué no? Puede funcionar.

Me aparto la mascarilla y me gano un gruñido en forma de mi nombre. Estoy desvelado, hiperactivo y mimoso. La muerte no va a venir a buscarme esta noche, que me deje disfrutar un poco de esta vida que al fin puedo ir aprovechando gradualmente. Me descubro la boca, la noto aguzando el oído para ir a entenderme, pero, ¡sorpresa! Lo último que Leo esperaba eran mis labios posándose sobre los suyos de manera fugaz. Por supuesto, antes de que se reponga del aturdimiento, vuelvo a colocar la mascarilla, no quiero arriesgarme y perder todo lo ganado con ella y con mi salud. Aunque la besaría de nuevo si pudiera. Y con lengua esta vez.

—Ya lo has decidido, ¿verdad?—Le digo que sí con la cabeza—Quieres estar conmigo.
—¿Y tú conmigo?
—Sí. Ya he hecho mucho el tonto y estoy harta. Sé que solo aprendo a golpes, pero este ha sido de los buenos y me ha espabilado. No te lo voy a poner fácil porque soy así de capulla, pero te prometo que voy a intentar que esta vez nos vaya todo bien.
—Entonces estamos juntos… juntos desde ya.
—Desde ya mismo, sí—Me muestra la pantalla de su reloj digital para que vea la fecha y la hora—. Acuérdate para nuestro aniversario.

Ojalá llegase a durar más allá de un año con Leo. Tiene toda la razón al advertirme de que no va a ser un camino de rosas, al menos no de la variedad sin espinas ni sin abejorros dentro robando polen. Si pudiera racionalizarlo, encender y apagar mis sentimientos, sé que estaría mejor con otras, que otras me convendrían mucho más. Por suerte para ambos, no puedo suprimir mis emociones y ella tampoco. Estamos juntos y la fecha queda anotada en mi mente. Tengo un año para pensar en la celebración.

La voy acariciando por toda la cara, los brazos, el pelo. Acunada por el avance de mis manos, Leo parpadea más, me mira con los ojos más entornados. Se está quedando dormida poco a poco. No puedo pedirle de viva voz que descanse, pues sé que conseguiría justamente el efecto contrario y la tendría luchando para mantenerse despierta. Me quedaré callado y dejaré que sea mi afecto quien hable por mí, la arrope y la arrulle.

Se ha quedado como un cestito, que diría mi madre. Respira pausadamente con un esbozo de sonrisa en los labios. Está tranquila, relajada y confiada porque sabe que nada malo va a ocurrir, que puede bajar la guardia porque ya no habrá más alertas. Igual que si estuviéramos en casa, me pasa una mano por encima del pecho. Con cuidado para no despertarla, la bajo a mi abdomen, donde había quedado apoyada me ha faltado poco para gritar de dolor. Por mucho que me tengan permanentemente narcotizado con analgésicos, el menor roce en la zona me hace ver las estrellas.

No tarda mucho en abrir los ojos, por desgracia. Lo hace ligeramente sobresaltada hasta que se encuentra con mi mirada fija en la suya y mis dedos enredados en su pelo. Me sonríe con ternura y me da un beso en la frente.

—Perdona, me había quedado dormida—Hago un pequeño gesto con las manos para quitarle importancia—. Si te cuento lo que he soñado, te ríes.
—Estás preciosa dormida.
—¿Solo dormida?
—Siempre.
—Eres un moñas—Asiento. Y a mucha honra, no lo olvides—. ¿Sabes qué es lo peor? Que se pega, cabronazo. Que he soñado que teníamos niños y era una mamá cursi y repelente.
—Será que es tu deseo… oculto… dicen que es… que soñar es del… subconsciente.
—¡Serás… ¡Tú te estás buscando una mala hora, chaval!
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Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 1:52 pm

10.

Solo he estado en casa un par de horas. He intentado dormir pero no he podido. Estoy demasiado cansada pero el sueño parece haberse evaporado. Lo he intentado, lo prometo, pero no puedo. Así que estoy de vuelta en el hospital.

Quizás sea algo tarde para encontrar a Mario despierto, pero no me importa encontrármelo dormido. Solo con ver que está bien me conformo. Tengo que empezar a sacudirme el miedo. Mario está bien. Y no se va a morir.

Saludo a Bárbara, desde ahora tendré que ser una vecina ejemplar con ella, se lo ha ganado a pulso. Si supiese cocinar mejor la haría una tarta como en las películas americanas, pero para evitar intoxicaciones desagradables creo que la compraré unos pasteles, será lo más seguro para todos.

Abro la puerta con cuidado, no quiero despertar a Mario. Asomo la cabeza con cuidado y le veo saludarme con la mano. No está dormido aún y sonríe. Buena señal, si no está aletargado y encima sonríe es que las cosas comienzan a funcionar bien. Qué ganas tengo de tenerle en casa…

Bueno, en casa… me conformo con que no esté en el hospital, lo de tenerle en casa son palabras mayores que no quiero ni pensar. Me da vértigo. Quiero cambiar, pero también necesito mi tiempo, no va a ser nada fácil. Aunque sé que esta vez sí lo voy a conseguir. Por Mario y sobre todo por mí.

-. ¿Cómo es que estás despierto a estas horas?-sonrío mientras le miro, desde ahora le voy a sonreír siempre -¿No puedes dormir? Yo tampoco.

La cara de Mario me lo dice todo. Sé que si me pudiese hablar ahora mismo me estaría cayendo un rapapolvo del quince. Supongo que me lo merezco, por no cuidarme, por no dormir y por apenas comer. Pero que no diga nada, sé de sobra que si fuese yo la que estuviese en esa cama sería él el que estuviese consumido al borde de ella.

Mario me hace un gesto para que me acerque a él, demasiado tarde, ya estaba andando hacia su lado. Le cojo la mano y me quejo de su temperatura, el día que le agarre la mano y la tenga caliente voy a pensar que está enfermo, y muy grave además.

Este chico se me ha vuelto tonto. Yo pensé que el tiro se lo habían dado en el pecho pero van a tener que revisarle bien, creo que el coco también le tiene afectado. Pretende que me tumbe a su lado, eso me pide con unos golpecitos en el colchón. Definitivamente está chalado.

-. ¿Que me tumbe?- Asiente mientras sonríe -Pero… Mario, no debería. Si nos ven…

Si nos ven nos la vamos a cargar. Primero me matará el médico y luego Bárbara que es la que se está jugando el pellejo para que yo pueda estar con Mario un buen rato por la noche. Pero no parece importarle nada e insiste en que me tumbe con él.

Está bien, él gana. Eso sí, como nos pille alguien pienso echarle todas las culpas. Pondré mi mejor carita de niña buena y diré que me chantajeó emocionalmente. Quién le va a decir que no a un pobre enfermito que te mira con unos ojazos como los que él gasta… definitivamente todo es culpa suya.

Alza las manos para escaquearse de toda responsabilidad mientras sonríe. No sabe las ganas que tenía de verle sonreír. Sonreír de verdad. Me descalzo aunque sigo pensando que es una locura. Pero qué coño, a mí siempre me han gustado las locuras y esta es demasiado tentadora como para dejarla escapar.

Me tumbo a su lado con cuidado de no hacerle daño, me da miedo tocarle, como si fuese un muñequito de porcelana que se pudiese arañar o romper. Mario me envuelve en sus brazos, esto debe ser algo parecido a lo que se siente al llegar al paraíso. Por lo menos puedo consolarme, sé de sobra que tengo mi pisito reservado en pleno centro del infierno.

La máquina que controla las pulsaciones de Mario aumenta la frecuencia de sus pitidos, el corazón de Mario se ha acelerado. Me gusta saber que aún soy capaz de ponerle nervioso, de hacer que su corazón se acelere por mí. Aunque a juzgar por la mirada que acaba de echar al monitor a él no le hace ninguna gracia tener un chivato que le delate. Me río, me río con ganas por primera vez en mucho tiempo.

-. Ay, que se me pone nervioso- Le revuelvo el pelo y le hago reír también a él. Ahora sí estoy en el paraíso, Mario me tiene entre sus brazos y por fin se ríe. - Cálmate un poquito, no vayan a venir las enfermeras y se piensen que estamos haciendo cosas malas.

Cosas malas. Eso va a ser un tema importante del que tendremos que hablar largo y tendido. No he podido acostarme con nadie después de lo Escobar aunque lo he intentado. Necesito hacerlo para poder sentirme entera de nuevo, pero aún no he sido capaz. Estoy segura que con Mario todo va a ser tan diferente… con él lo voy a conseguir. Mario me va a ayudar, una vez más.

Tampoco creo que él tenga muchas ganas de fiesta en estos momentos. Está más flojo que yo y tiene una buena costura atravesándole el pecho. Tenemos cosas muy importantes de las que ocuparnos antes de poder pensar en sexo.

-. Me quedé con ganas de más Grecia. Tengo que volver en cuanto pueda, ¿te apuntas?- Mario asiente y me acaricia la cara. Noto cómo me quema por donde él va pasando su piel -Habitación doble, entonces. Te traje un recuerdito, un llavero que es el talismán ese con forma de ojo –Intenta quitarse la mascarilla para decir algo, pero mi mirada le hace cambiar de idea. -Cuidado con lo que haces, no vaya a tener que decírselo a tu madre.

-. En coma te oía.
-. Me oías –Mario asiente con vehemencia- -Ah. Como cuando te dije que eras un engendro y que no quiero saber nada de ti, ¿verdad?
-. Eso… Yo de ti… menos todavía.

Me río y le llamo tonto, aunque en realidad estoy descolocada. Me oía. Mario ha escuchado todo lo que le he dicho estos días que pensaba que se moría, que jamás podría volver a hablar con él. Si lo hubiese sabido… qué leches, mejor así, quiero que sepa todo lo que le conté que para eso lo hice. Nunca habría tenido valor para decírselo a la cara. Quizás si esa bala no se hubiese cruzado en el pulmón de Mario nunca más hubiésemos hablado como personas civilizadas. No creo en el destino, pero esto parece una segunda oportunidad del destino, de la vida o del dios en el que tantos creen. Sea lo que sea la voy a aprovechar, son demasiadas oportunidades desperdiciadas ya.

Mario hace amago de volver a quitarse la mascarilla y se gana un gruñido. Qué manía con desobedecer a los médicos, si quiere jugársela que haga una quiniela, pero a mí que no me dé más sustos o la que no lo cuenta soy yo.

Al final me desobedece y se libera del trozo de plástico que le ayuda a respirar. Se acerca como si quiera decirme algo. No puedo regañarle más, le entiendo, entiendo que esté harto de no poder hacer cosas tan normales como respirar o hablar. Menos mal que yo no soy la enferma o tendrían que haberme atado a la cama.

Se acerca un poco más a mí y agudizo el oído para escucharle bien. Todavía le cuesta hablar y su tono de voz está igual de débil que el resto de su cuerpo, Y sin embargo para lo que acaba de hacer no ha necesitado tener más fuerza. Me ha besado. Ha sido un beso suave de los que no estoy acostumbrada a recibir. Apenas sus labios han tocado los míos, pero ha sido suficiente para hacerme llegar casi hasta el cielo. Qué bien saben los labios de Mario…

Tardo unos segundos en reaccionar, el beso de Mario me ha dejado atontada, más de lo habitual. Cuando le vuelvo a mirar ya se ha colocado la mascarilla y me mirar sonriente. A saber qué anda pensando su cabecita en estos momentos. No sé si quiero saberlo, pero hay otra cosa que necesito preguntarle ya.

-. Ya lo has decidido, ¿verdad? –Mario me dice que sí con la cabeza.- Quieres estar conmigo.
-. ¿Y tú conmigo?
-. Sí. Ya he hecho mucho el tonto y estoy harta. Sé que solo aprendo a golpes, pero este ha sido de los buenos y me ha espabilado. No te lo voy a poner fácil porque soy así de capulla, pero te prometo que voy a intentar que esta vez nos vaya todo bien.
-. Entonces estamos juntos… juntos desde ya.
-. Desde ya mismo, sí –Le enseño la pantalla de mi reloj digital para que vea la fecha. -Acuérdate para nuestro aniversario.

Si se piensa que por estar con una chica dura se va a librar de acordarse de aniversarios y otras fechas importantes lo lleva crudo. Ahora estamos juntos con todas las consecuencias, fechas inútiles a recordar incluidas.

Aunque no sé si eso será demasiado correr. Un año son muchos días y eso conmigo no es fácil. Mario no es mi primer novio, ni mucho menos, pero sí es con el primero con el que tengo un plan de futuro. Quiero estar con él hasta hacerme viejecita. Aunque haya tenido que ser una bala la que me haya hecho darme cuenta de las cosas.

Las caricias de Mario me están transportando no tengo muy claro a dónde. Intento mantener los ojos abiertos, pero cada vez me cuesta más. Estoy demasiado cansada y dormir abrazada a Mario es demasiado tentador en estos momentos. No quiero dormirme, no es justo, no quiero…
Los brazos de Mario me arrullan mientras los míos arrullan un bebé, una hermosa niña de ojos verdes y tez clarita. Es nuestra niña. Mi hija, la de Mario, nuestra hija. Tanto sufrimiento ha merecido la pena, ahora la tenemos con nosotros y los tres compartimos cama y risas. Mario está feliz, le brillan los ojos. Por fin tiene lo que siempre ha deseado, una familia. Y yo estoy más feliz aún, tengo a mi niña conmigo y, sobre todo, Mario está a mi lado. No se puede desear más.

Abro los ojos sobresaltada. Me he quedado dormida. El cansancio me ha podido. No sé cuánto tiempo llevo dormida, espero no haber molestado a Mario. Me mira fijamente mientras sigue enredando sus dedos en mi pelo. Creo que no voy a tardar en acostumbrarme a sus mimos. No ahora que puedo reconocerme a mí misma y a quien haga falta que le quiero, que estoy enamorada. Le sonrío y le doy un beso en la frente. Yo también puedo ser cariñosa, aunque aún me quede mucho por aprender.

-. Perdona, me había quedado dormida. –Mario le quita importancia. -Si te cuento lo que he soñado, te ríes.
-. Estás preciosa dormida.
-. ¿Solo dormida?
-. Siempre.
-. Eres un moñas. -Asiente. Encima está orgulloso de ello. -¿Sabes qué es lo peor? Que se pega, cabronazo. Que he soñado que teníamos niños y era una mamá cursi y repelente.
-. Será que es tu deseo… oculto… dicen que es… que soñar es del… subconsciente.
-. ¡Serás… ¡Tú te estás buscando una mala hora, chaval!
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Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 1:54 pm

10.
Me voy de viaje, aunque no hay equipaje que preparar. Por no tener, hasta ahora no tenía siquiera camisón, era más cómodo tenerme el pecho al aire para que la tela no se enredase en tanto cable y pudieran acceder con facilidad a mis vendas. Eso va a cambiar ahora mismo, afortunadamente, igual que mis aparatos respiratorios. Bárbara llegó anoche con dos noticias buenas y una mala. Las buenas eran un camisón y una cánula nasal y la mala que ya no tendríamos enchufe con la enfermera jefe. Por mucho aprecio que le tenga, creo que podré pasar sin su presencia hasta que vuelva a frecuentar la casa de Leo.

Estoy dando demasiados pasos demasiado deprisa y sin garantías de ningún tipo, soy plenamente consciente de ello, pero me apetecería irme a vivir con Leo cuando salga del hospital. Mi casa no puede calificarse como “gran mansión lujosa”, pero es de mayor tamaño que la suya y se encuentra más cerca de comisaría, podría pedirle que se trasladase conmigo, aunque no sé si le parecerá muy precipitado. Me encantaría saltarme fases intermedias esta vez, apostarlo todo en un único movimiento. Ya hemos dado demasiadas vueltas, no podemos esperar para siempre.

Un par de celadores fornidos, un médico y una enfermera hacen acto de aparición en este cuarto acristalado que está a punto de tener otro dueño. El médico comprueba mis constantes y me pregunta si estoy listo. Por supuesto, ya estamos tardando aunque comprenda que no es más que una revisión rutinaria. Deben asegurarse de que todo está en orden antes de despojarme de los incómodos electrodos, el pulsioxímetro y la mascarilla, aunque esta me la sustituyen por algo que al fin me permitirá hablar e incluso beber. Todavía pasaré un par de días sin ingerir alimentos, aunque el médico me asegura que poco a poco me irán dando líquidos y él cree que en breve podré comer.

No tardamos mucho en emprender la marcha. Me trasladan a una camilla y echamos a rodar fuera de la habitación. Cuando nos acercamos al ascensor, veo a Leo viniendo hacia mí. Al verme por el pasillo, palidece y el miedo le llena los ojos y le abre la boca. Le sonrío para tranquilizarla y saludo con la mano.

—¡A planta! ¡Me llevan a planta!

Gritar a pleno pulmón perforado no ha sido una idea muy inteligente. Un latigazo de dolor en el pecho me advierte de que no se me ocurra volver a repetir semejante estupidez. Pero tenía que avisarla, ver cómo le cambia la cara y se le ilumina la mirada de felicidad cuando me ha oído. Corre hasta mí y me da la mano con fuerza. Los celadores la observan como dándole a entender que me tiene que soltar y que de ninguna manera va a ser polizón en nuestro ascensor solo para enfermos y personal médico.

—Oiga, señorita, usted no…—comienza a escupirle el que tiene más pinta de cafre. Leo no se deja apabullar y le pone la placa a escasos centímetros de la cara.
—Subinspectora, si no te importa. ¿Qué decías?

La discusión queda cortada de raíz. No importa que Leo esté de visita particular en lugar de para interrogarme acerca del tipo que me disparó, el cual ya ha pasado a disposición judicial y se encuentra cómodamente instalado en una celda en Alcalá-Meco. El celador nos mira como preguntándose si el paciente fogoso y la policía insaciable serían unos buenos protagonistas de una película pornográfica y mis vendas fuesen falsas, pero no se atreve a hablar por lo que pueda ocurrirle. Quién sabe, quizá deberíamos pedirle que se identificase y echarle un vistazo a sus datos, tal vez tenga ficha.

Llegamos al ignoto mundo de los pacientes que no parecen a punto de morir. Ya en el pasillo, Leo extrae el teléfono móvil del bolso y rebusca en la agenda. Si mi agudeza visual no me engaña, juraría que acaba de escoger “suegra” de entre su listado de contactos. Tan pronto como me quede a solas con ella, dejaré caer con más o menos sutileza el detalle. Estoy seguro de que le parecerá tan buena idea que correrá a etiquetar a Leo como “nuera”.

—Hola, Charo… Pues nada, que he llegado hace un momento y veo que se lo están llevando… Ya, eso digo yo. Casi me da algo, pensaba que… No, a planta… Por fin… En cuanto tenga el número de habitación, te mando un mensaje, ¿vale?… Muy bien. Hasta luego.

La conversación ha ido demasiado bien para lo que me esperaba. Leo era todo sonrisas y curvas melódicas cargadas de cariño. Me cuesta reconocerla, es como si de la noche a la mañana se hubiera transformado en una chica dulce, encantadora y tierna, pero que no conozco de nada. Dicen que las situaciones límite te cambian la vida, pero cuesta creer que quien haya recibido el impacto de bala sea yo y quien se haya vuelto otra sea ella.

—Dice que ya mismo viene.

Asiento y le acaricio la mano. Todavía tengo que hacerme a la idea de que al fin puedo hablar, de que no tengo que comunicarme únicamente por gestos si no quiero asfixiarme ni recibir miradas de “niño, ¡deja la mascarilla quietita!”. Y aun no habiendo asimilado todavía el cambio, no veo el momento de marcharme a casa y comenzar a hacer vida de ser humano y no de piltrafa agujereada y recosida que languidece en una fría habitación que apesta a desinfectante barato.

Con una sonrisa displicente, Leo se ofrece a esperar en la puerta de la habitación para que completen el traslado. Antes de que la puerta se cierre, la veo guiñarme el ojo. Probablemente aprovechará para escribir a su suegra y telefonear a Molina y Rocío. Tengo ganas de poder recibirles con algo de privacidad, empezaba a cansarme de tantos cristales y tanta desnudez. Molina era más sutil, pero a Rocío se le veía en esos ojazos de aguamarina que se le partía el alma cada vez que miraba las vendas y los electrodos, ya es hora de que traten con el Mario que conocían y no con un zombi que apenas puede balbucear sílabas inconexas y ahogadas.

Los últimos flecos de mi mudanza le conceden a Leo tiempo más que suficiente para todas sus gestiones. Me acaban de poner un camisón y de meter en la cama, pero todavía me tiene que ver la doctora. Por suerte, tarda poco en aparecer y me realiza un examen tan rápido como concienzudo antes de decidir que estoy listo para que me quiten la sonda. La enfermera que la acompaña me libera del incómodo tubillo que viajaba hasta mi uretra. No puedo describir con palabras el alivio que supone.

La parte mala de no estar sondado aunque no pueda levantarme todavía es que tendré ganas de orinar y no será una experiencia completamente privada. No me importaría solicitar la colaboración de mi padre o mi madre, pero tener que pedirle a Leo que se encargue de llevar y traer el recipiente, así como de enjuagarlo, resultará bastante desagradable. No quiero que se vea obligada a ocuparse de algo así, pero si hace noche aquí alguna vez, y estoy seguro de que así será, no me quedará más remedio. O tal vez sí, imagino que le dará tanto asco como a mí vergüenza y no se opondrá a que llame a una enfermera que haga el trabajo sucio, nunca mejor dicho.

Con la puerta entornada, Leo conversa con la doctora antes de entrar a verme. Espero que le esté dando buenas noticias, aunque me sienta cada vez mejor no se me escapa que tal vez el pulmón se me haya quedado dañado irremisiblemente. No soportaría quedarme incapacitado y tener que dejar la policía o dedicarme únicamente a funciones administrativas. Creo que se me vendría el mundo encima, me sentiría perdido. Me dolería, sé que sí, pero rompería con Leo. La quiero y precisamente por eso no querría obligarla a cargar conmigo. Ahora mismo lo está haciendo, pero es algo temporal, transitorio. No voy a estar así para siempre, no voy a ser un peso muerto para ella.

Los pitillos se le han quedado escandalosamente anchos en estos días de angustia. Por si fuera poco, son negros, igual que negra es la amplia túnica de cuello tan desbocado que se le cae por un hombro y muestra el tirante del sujetador del mismo tono que lleva debajo. Para tratar de poner de relieve la cintura, se ha puesto un cinturón, pero le queda ancho a pesar de estar utilizando el agujero más pequeño. Le cae hasta las caderas aunque probablemente ella quisiera llevarlo más arriba.

—Al fin en planta.
—Sí. Y ya te puedo hablar todo el tiempo.
—Pero sin pasarte, no te me vayas a ahogar ahora.
—Respiro bien o no estaría tan espabilado, así que prepárate, porque voy a regañarte.
—¿A regañarme?—Los labios se le curvan en una sonrisa juguetona—Bueno, pero antes hay una cosita que tengo que decirte al oído.

Se me acerca con una risilla alegre de cría contenta e ilusionada y se sienta a mi lado en la cama. Me acaricia las mejillas con el dorso de la mano y… Yo no calificaría a esto como “decir” aunque exprese. Ni tampoco capta la atención de mi oído. La última vez que nos besamos así había lágrimas de por medio. Espero que ahora no las haya aunque sean de alegría. Podemos pasar sin llanto de ahora en adelante.

Leo echa la cabeza hacia atrás y resopla como si acabásemos de mantener la mejor relación sexual del mundo. Se pasa la lengua por los labios y me sonríe. A esta Leo sí la conozco y se lo demuestro hablándole del mismo modo que ella a mí hace un instante.

—¡Ya era hora! No sabes el coñazo que era tenerte de mírame y no me toques. Más te vale que no se te salten los puntos ahora, que te corro a collejas.
—Me acaban de quitar la sonda, mejor te esperas para correrme con collejas o como tú quieras.
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Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 1:54 pm

11.

Voy a ver a Mario. Desde que volví de Grecia he perdido la cuenta de las horas que he pasado en el hospital, voy a tener que pedir que me hagan una tarjeta de clienta vip. Sonrío con la idea, ahora ya puedo permitirme el lujo de tener pensamientos tan tontos como ese.

Cuando estoy llegando a su habitación veo a un par de celadores que se lo llevan. Siento que el corazón se me para unos segundos. ¿Qué le pasa a Mario? Noto como me quedo pálida y abro la boca para decir algo que muere en mi garganta.

Mario me ha visto y me saluda mientras sonríe, parece contento y, lo más importante, más sano aún que ayer.
-. ¡A planta! ¡Me llevan a planta!

No solo me acabo de quitar un peso de encima, sino que encima me acaba de alegrar el día. Por fin, por fin un pasito más hacia la libertad. Estoy harta ya de tenerme que colar en la UCI cada noche porque solo nos permiten unos minutos de visita. Se acabó, Mario se va a planta, dentro de poco podremos hacer las carreras de sillas de ruedas, que no se me ha olvidado.

Sonrío. Sonrío porque estoy feliz. Estoy feliz y no tengo miedo, no tengo miedo a sentirme así. Me siento segura, al lado de Mario las cosas son diferentes. Solo me da pena una cosa, tener que haber pasado por todo esto para darme cuenta. Como si no hubiésemos tenido suficiente antes. Como si todo lo que hemos vivido juntos no me hubiese bastado para comprobar que con quien quiero estar es con él.

Pero los fantasmas tienen que quedarse en el pasado. Enterrados. Dicen que de los errores se aprende, y eso es lo que yo voy a hacer. Que ya va siendo hora. Estoy aquí, con él, apretándole fuerte la mano porque no puedo abrazarle como me apetece. Nos vamos a planta. Juntos.

Los celadores que mueven su camilla me miran con cara de pocos amigos. Que no me hagan ponerme chulita, que seguro que ninguno de estos dos gorilas es más chulo que yo.
-. Oiga, señorita, usted no… -Vale, yo no quería, prometo que iba a ser buena, pero no me dejan, no me han dejado otra opción. Saco la placa y se la pongo cerca de la cara, para que no pierda detalle.
-. Subinspectora, si no te importa. ¿Qué decías?

Lo que suponía, no hay ningún inconveniente en que yo suba con ellos en el ascensor. Si es que son ganas de complicarme la existencia. Si no me hubiesen mirado mal y no me hubiese dicho nada el resultado habría sido el mismo, pero sin tener que ponerme chula.

La cara de Mario es de pitorreo descarado. Creo que sabía de sobra que iba a hacer lo que he hecho. En el fondo me conoce bien. Eso es lo raro, que conociéndome lo bien que me conoce quiera estar conmigo. Se ve que para gustos se hicieron los colores, que me dice mi madre siempre.

En cuanto llegamos a planta saco el móvil del bolso. Tengo que llamar a la madre de Mario, se va a poner tan contenta cuando sepa que a su hijo le han sacado de la UCI. Busco la letra “s”, no sé si voy demasiado rápido pero he grabado el teléfono de Charo en el móvil como “suegra”. Al fin y al cabo es la madre de mi chico, por lo tanto mi suegra. Ya veremos qué pasa con el tiempo.

-. Hola, Charo… Pues nada, que he llegado hace un momento y veo que se lo están llevando… Ya, eso digo yo. Casi me da algo, pensaba que… No, a planta… Por fin… En cuanto tenga el número de habitación, te mando un mensaje, ¿vale?… Muy bien. Hasta luego.

Mario me mira de una forma que no podría definir. No sé qué es lo que tengo que leer en sus ojos, sorpresa, confusión o decepción. Supongo que le sorprende que me lleve así de bien con su madre. La verdad es que yo misma estoy sorprendida, el primer día me quiso echar a los leones y sin embargo ahora parece que nos conocemos de toda la vida. Creo que lo prefiero así.

-. Dice que ya mismo viene.

Mario me acaricia la mano mientras vuelve a sonreírme. Me encanta verle sonreír, hacía demasiado tiempo que lo único que nos dedicábamos mutuamente eran gruñidos y unas pocas palabras relacionadas con el curro. El cambio es tan grande que creo que aún me asusta. Yo no estoy hecha para vivir en pareja y tener unos suegros a los que visitar los domingos. Pero por otro lado… me gusta, me gusta todo esto.

Si Corso me viese… ay, que le den por culo a Corso. Siempre fue una sombra en mi relación con Mario, todo para acabar siendo como el perro del hortelano. Claro que yo no fui mucho mejor que él en ese sentido. Pero ahora da igual. Yo sí sé querer, o por lo menos quiero aprender. Por mí como si se ahoga en tequilas.

Mientras acomodan a Mario en su nueva habitación y la doctora revisa que todo esté en orden aprovecho para avisar a Charo del número de habitación. También llamo a Molina y Rocío, los pobres están deseando poder hacer una visita a Mario que sea algo más que una visita fugaz. Le echamos tanto de menos en la unidad.

He podido oír a Roci chillar cuando Molina le ha contado que Mario ya estaba fuera de la UCI. La pobre lo ha pasado casi tan mal como yo. Supongo que llevamos tantas cosas acumuladas que un día terminaremos todos por explotar. A saber por dónde.

Cuando la doctora sale de la habitación aprovecho para preguntarla. Todo va bien. Mario ya no tiene que estar pegado a una mascarilla sino a una cánula nasal. Eso significa que ya puede hablar y dentro de poco podrá beber, por fin todo esto se está acabando.

Creo que Mario no se puede imaginar las ganas que tengo de llevármele a casa, o de irme yo a la suya. Me da igual. Solo quiero estar con él, no importa donde. Echo de menos sus camisas ordenadas por colores o moverle las cosas de su sitio unos centímetros para ver como, inconscientemente, vuelve a colocarlo en su sitio en la primera oportunidad que tiene. A ratos me agobia, pero supongo que yo a ratos también consigo desquiciarle. Empate.

Cuando entro en la habitación Mario está tumbadito y de lo más mono con ese camisón que las enfermeras le han puesto. Si antes era el niño mimado de la UCI me temo que ahora lo va a ser de planta. Seguramente las enfermeras se peleen para cuidarle. Que no sufran, ya le cuido yo. Sacudo la cabeza, sueno celosa y eso en el fondo me hace gracia. Pero es mi Mario, eso que lo tengan claro.

-. Al fin en planta.
-. Sí. Y ya te puedo hablar todo el tiempo.
-. Pero sin pasarte, no te me vayas a ahogar ahora.
-. Respiro bien o no estaría tan espabilado, así que prepárate, porque voy a regañarte.
-. ¿A regañarme? –Sonrío, sé cómo hacer para que se le quiten las ganas de reñirme por nada. -Bueno, pero antes hay una cosita que tengo que decirte al oído.

Me acerco riendo. Prepárate, Mario. Me siento a su lado en la cama, todo lo cerca que puedo y le acaricio la cara mientras veo como sus ojos verdes brillan. Me acerco con cuidado, como queriendo decirle algo al oído, pero no es su oreja lo que mis labios buscan.

Primero poso suavemente mis labios sobre los suyos. Siento cómo Mario entreabre su boca, me está dando permiso, me está pidiendo que siga. Por fin un beso en condiciones. Los piquitos están bien, pero necesitaba besarle de verdad sin temor a dejarle sin oxígeno. Para eso ya tendremos tiempo más adelante.

Echo la cabeza hacia atrás y resoplo, nadie sabe cuánto necesitaba este beso. Me paso la lengua por los labios, saben a Mario, a cariño, a amor aunque suene cursi dicho por mí. Le sonrío. Mario parece igual de contento que yo en estos momentos.

-. ¡Ya era hora! No sabes el coñazo que era tenerte de mírame y no me toques. Más te vale que no se te salten los puntos ahora, que te corro a collejas.
-. Me acaban de quitar la sonda, mejor te esperas para correrme con collejas o como tú quieras.
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Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 1:55 pm

11.
—Señora, no empuje. ¿Quién da la vez?
—¡Molina! Que ahí fuera ponía “perros no”, ¿cómo has entrado?

Leo se echa a reír y avanza trabajosamente hasta él y Rocío. Los tres se funden en un abrazo que observo con una sonrisa tan satisfecha como nostálgica. No veo el momento de volver a la unidad y tener un caso entre manos. Un caso, a ser posible nunca un arma. Sé que no dudaré al apretar el gatillo, que la vida y la muerte caben en una milésima, pero una vez el proyectil salga y todo quede calmo, probablemente recuerde lo que sentí yo con el impacto de bala y me puedan los remordimientos una vez más.

Mi habitación parece una estación del suburbano en plena hora punta, por eso el comentario que ha servido de carta de presentación a Molina. No solo están aquí mis padres y Leo, sino que hoy se han dejado caer también Mónica, Miguel y María. Añadiéndoles a Rocío y Molina, son ocho visitantes, uno de ellos infantil y ruidoso, y un paciente. Las enfermeras no se lo tomarán bien cuando lo descubran, pero es viernes por la tarde, espero que sean comprensivas.

—¡Maaaaaaaaaa-yooo! ¡Mayo!

Lo que mi sobrinita grita no es un mes del año, sino el nombre de su tío reinterpretado en boca de un bebé de quince meses molesto porque no le hacen caso entre el tumulto que se ha reunido en la sala en cuestión de minutos. Frustrada, repite mi nombre y trata de escapar de su cochecito de bebé. Mónica la mira y trata de convencerla de que cambie de idea con un chupete, pero María lo lanza al suelo y replica con un gemido.

—¡Maaaa-yo!
—Cariño, Mario está malito, no pue…
—¡Mayo!

Sin otro modo de defender su postura, María rompe a llorar ruidosamente. Para sorpresa de propios y extraños, Leo se acerca al carrito, la levanta en brazos y la apoya contra su pecho. María patalea y repite mi nombre una vez más entre sollozos y babas. Leo la apacigua con caricias y mira a Mónica inquisitivamente como pidiéndole permiso para acercarme a María. Me pregunto si estoy intentando leer demasiado entre líneas, pero juraría que hay un reloj en la sala que ha empezado a sonar con un tictac de lo más estridente y no se debe a que haya una bomba en la habitación.

—¡Oooooooooh! Molina, saca la cámara—ordena Rocío en vano. Molina ha sido más rápido que ella y está inmortalizando el momento con su teléfono móvil.
—Vuestra madre… Y tú, ¿cuándo has aprendido a usar eso?
—Isabelita, que se compró uno nuevo el otro día y me ha dejado a mí este. Tiene mp3, bluzud y no sé cuántas cosas más. En cuanto llegue mañana a la oficina, subo esto a la Intranet, que también me estuvo explicando mi hija cómo.
—Es que ser padre es algo precioso—echa más leña al fugo papá con una sonrisa burlona.
—Anda ya, que yo no valgo para esto.
—¿Y por qué no?—Leo no lo habrá percibido, pero cuando mi madre emplea ese tono de voz, significa que tiene una idea en mente y no va a parar hasta lograr materializarla.
—Que no, que luego me sale un hijo como yo y no sé qué me da.
—Como que te crees que Chechu y yo estábamos preparados la primera vez. Yo no quería, pensaba que no iba a saber criarlos y que se me iban a morir a los dos días de estar en casa, eso si conseguía llevar el embarazo a término. Y luego estaba muerta de miedo todo el rato, venga a pensar que iba a hacer algo mal o que a ver qué hacía yo si les daba por meterse en la droga o algo cuando crecieran.
—Doy fe—asegura Mónica—. Tú no sabes el sopapo que me arreó cuando me pilló la única vez que Miguel y yo nos hemos fumado un porro. Y aquí nos tienes, con una criatura de quince meses y otra de una falta. Además, que mi hermano es muy niñero, a ver por qué te piensas tú que María le llama. Está loquita con él y a él se le cae la baba.

Leo parece azarada por el rumbo que ha tomado la conversación. María debe de notar su incomodidad, pues sale del refugio del magro pecho de Leo y la observa con atención. Leo sonríe aunque no se sienta a gusto y le acaricia los mechones finos y oscuros. María copia su sonrisa y se agarra al colgante que Leo lleva puesto y que le regalé por su cumpleaños. Lo tomaré como una señal para acudir en su ayuda.

—María. Eh, María, ven.
—Mario, a ver si te va a hacer daño—me advierte Miguel.
—Tranquilo, si estáis todos aquí. No va a pasar nada. Leo, acércamela. María, esa es Leo. Le-o—mi sobrinita la mira como para asociar la cara y el nombre. Para ayudarla, lo repito un par de veces más.
—Leeee-o.

La susodicha se queda más sorprendida que aquella vez que Corso le dijo lo que dijera moviendo los labios. Sin perder un instante, deja a mi sobrina sobre el colchón. María grita mi nombre y no tarda en encontrar en el tubo del oxígeno un nuevo juguete. Por supuesto, la “yaya Sao” también es rápida en arrebatárselo y enseñarle que eso no se toca. Es demasiado pequeña para entender que el tío lo necesita para respirar, pero acata la orden y se me echa encima como forma rudimentaria de abrazarme. Con cuidado, la desplazo para que no me haga daño y le doy un beso en el pelo.

—Molina—le pido—, este momento también es de móvil y a mí no me da vergüenza. Anda, Roci, vente.
—¿Yo?
—Sí, tú. Estás ahí en un rincón, no quiero verte así.

Rocío asiente sin muchas ganas y se viene a colocar junto a mí, por detrás de la cama. No comprendo su gesto triste y taciturno, como si se sintiera fuera de lugar. Tal vez se deba a que estando aquí toda mi familia se sienta de más, pero me alegro de que ella y Molina estén aquí. En la unidad hemos pasado toda clase de momentos horribles juntos y nos hemos apoyado mutuamente. Sé que lo saben todo, de hecho, aunque ni Leo ni Corso ni yo dijésemos nada. Pero ellos lo saben y su silencio y su discreción les honran.

La llamo antes de que se aparte tras hacerse la fotografía. Se detiene a mirarme y le doy un beso en la mejilla. Aprovechando que no ha salido de su estupor aunque se le empiecen a colorear los pómulos salpicados de pecas para acariciarla con las yemas de los dedos. Rocío me sonríe, vuelve a ser la misma de siempre y no la que tuve que arrancar del fondo del mar.

—Anímate—le pido en un susurro—, no quiero verte así. Voy a salir de esta, pienso volver a darte la lata y cuando esté bien tú y yo nos vamos a ir a ver “Turandot”.
—¡Hecho!
—Pero invito yo.
—Ah, no, de eso ni…
—Es mi última palabra. Mira que, si no te parece bien, me llevo a Leo—Rocío suelta una risilla malévola y me da un beso en la sien.
—Me encantaría ver cómo lo intentas. Leo, tu novio te quiere llevar a la ópera.
—¡Sí, hombre! ¡Y luego al ballet y hacemos un dos por uno!
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Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 1:57 pm

12.

Me siento fuera de lugar en estos momentos. Mario tiene la habitación llena de visitas, además de sus padres hoy han venido también su hermana Mónica y su cuñado. María, la sobrinita de Mario, también está aquí. Es su familia y yo noto que sobro.

Sobro aunque sepa que mi lugar es este. Que no tengo ni tiempo ni ganas de más dudas tontas. Quiero a Mario, tengo que estar a su lado. A su lado aunque sea en un rincón de la habitación tratando de camuflarme entre el blanco de las paredes, sin hacer demasiado ruido y tratando de pasar desapercibida.

Menos mal que enseguida llegan Molina y Rocío. Ahora estamos los cuatro mosqueteros juntos, o los cuatro fantásticos o los cuatro… es igual. Corro a darlos un abrazo, nos falta Mario en él, pero ya estamos todos de nuevo, eso es lo importante. La unidad nunca va a volver a ser igual después de este susto pero seguimos siendo cuatro.

María se cansa de que nadie la haga caso, todas las atenciones se las lleva su tío y ella quiere su parte de protagonismo. De protagonismo y de tío. Está como loca por soltarse de los tirantes de su sillita y poder irse con Mario. Y Mario de poder tenerla cogida en brazos, se le nota en la mirada. Si por él fuese se tiraría al suelo a jugar con ella. No me cuesta imaginarle llevándola al parque, dibujando con ella o incluso vistiendo y desvistiendo muñecas para ella.

Mónica intenta explicarla a María que su tío está malito y no puede jugar con ella ahora. Pero no lo entiende, tiene a su tío a un metro y solo quiere estar con él. La entiendo, a mí también me gustaría tener a Mario un ratito para mí sola.

Quizás si me pusiera a llorar como ella podría conseguirlo, aunque seguramente lo que conseguiría fuese el pitorreo de todos estos, sobre todo de Molina. Casi que el berrinche se lo dejo a la niña. Pobrecita, ella solo quiere estar con su tío.

Me acerco hasta ella y la saco del carrito. Noto cómo todos me miran, pero no me importa, quizás esta niña sea la que más comprenda cómo me siento con Mario en la cama. Seguramente las dos necesitemos su atención y el resto no nos entienden. María será pequeña pero es con la que más identificada me siento en estos momentos.

La apoyo en mi pecho mientras intento calmarla. No soy demasiado niñera, ni creo que esto se me dé bien. Pero tengo que acostumbrarme pronto, la tía Leo tiene que descursilizar a esta niña y rápido. Tendré que enseñarla a pegar patadas y algún truco más para cuando la peguen los niños en el colegio.

Parece que no la disgusto. Poco a poco se ha ido calmando y yo apenas he hecho nada. Solo la he acariciado la cabecita, conmigo funciona y parece que con ella también. Miro a su madre, quiero acercársela a Mario, no es justo que todos se hayan acercado a él para darle un beso y su sobrinita no pueda hacerlo.

Molina y Rocío aprovechan la situación para tomarme un poco el pelo. Vale, quizás me lo tenga ganado. No todos los días se ve a la dura de la unidad calmando a un bebé en brazos. Esta escena con Rocío de protagonista habría pasado desapercibida, pero parece que en estos momentos todo el mundo está pendiente de mí, de cada movimiento que hago.

Me siento observada y María lo nota. Nota mi intranquilidad. No sé si soy yo que estoy obsesionada o los padres de Mario acaban de tirarme un par de indirectas muy directas. No, lo siento pero no. Yo no sirvo para ser madre, no sé cuidar de mí misma como para que la vida de alguien tenga que depender de mi.

Aunque en el fondo sé que me gustaría. Nunca me lo he planteado en serio, no he tenido esa necesidad imperiosa de ser madre. Hasta ahora era una posibilidad tan lejana como improbable. Pero las cosas han cambiado también en esto. A Mario le gustan los niños, no hace falta verlo para saber que va a ser el mejor padre del mundo, pero yo soy un desastre, no voy a poder.

¿Y si me sale una niña como yo? No, quita, no quiero ni pensarlo. Lo siento por Mario y por Charo, yo no voy a ser madre. Soy un desastre y lo haría todo mal, no quiero tener un hijo que me odie por no haber sabido ser una buena madre.

Charo lo ha hecho muy bien con sus hijos, pero no tiene que ser nada fácil. Yo no me veo embarazada, no tendría paciencia para esperar los nueve meses a que naciese la criatura, me volvería loca antes. Aunque a mamá y a papá les daría una alegría. Están como locos por ser abuelos. A lo mejor así papá dejaría de llamarme niña. Que no, yo no valgo para ser madre.

María me agarra el colgante que Mario me regaló por mi cumpleaños. Será una tontería pero este colgante siempre me ha recordado que Mario es quien cuida de mí. En algunos momentos el único vínculo entre los dos ha sido el colgante con el que ahora juega mi nueva sobrina.

Mario llama a María. Quiere tenerla a su lado, quiere volver a abrazarla y de paso echarme un cable para que dejen de agobiarme entre todos. Imagino que estos días que ha estado en la UCI la habrá echado mucho de menos. Siempre está pendiente de ella y no pasa más de dos días sin ir a verla.

Miguel trata de hacerle cambiar de opinión, María es chiquitita y puede hacerle daño sin querer en cualquier momento. Pero Mario es un cabezota y no es fácil hacerle cambiar de opinión, que lo sabré yo. Me acerco a su cama con la niña en brazos mientras veo cómo se le ilumina la cara. Solo por verle así merecería la pena hacer cualquier cosa.

Cuando le entrego a la niña Mario hace las presentaciones. Como si María fuese a recordar mi nombre porque su tío se lo repita. Aunque la niña me mira y sonríe. Por lo menos la he caído bien. Ya me he ganado a la suegra y a la sobrina, tan mal no he caído en la familia.

María ríe en brazos de su tío y Mario como siga así va a necesitar un babero para no encharcar el suelo de la habitación. La niña quiere jugar con el tubo que sigue ayudando a su tío a respirar pero se conforma cuando la riñen por ello y deja el tubo en su sitio. Se tumba sobre Mario estirando sus bracitos para abrazarle. Me estaré volviendo una cursi pero me están dando unas ganas terribles de llorar con la escena.

Están de foto y eso es lo que reclama Mario, su foto con su sobrina y con Rocío. La pobre apenas ha dicho nada desde que llegaron y está más arrinconada de lo que intentaba estar yo antes. Está apagada, como si al comprobar que Mario sale de esta la hubiese hecho recordar la angustia y el cansancio de todos estos días pasados y la estuviera empezando a pasar factura.

Mario siempre está atento a todo. Tenemos colapsada su habitación y no hay nada que se le escape, sabe de sobra que a Roci la pasa algo como antes sabía lo agobiada que estaba yo. Aprovecha que la tiene cerca para darla un beso y susurrarla algo al oído que no llego a oír desde aquí.

Mario la recuerda que cuando salga del hospital tienen que ir juntos a ver “Turandot” y que será él quien invite. Rocío amenaza con no ir si es así y Mario contraataca diciéndola que entonces me llevará a mí. Vuelven a reírse cómplices y me encanta verlos así, pero no puedo evitar un pinchazo en el pecho. Creo que se llaman celos…

Sacudo la cabeza, el tiro de Mario me ha dejado tocada a mí, pero de la cabeza. No puedo estar sintiendo celos y menos de Rocío. Eso sí, ni de coña pienso ir a la ópera, ni al ballet ni a nada en lo que haya que ir disfrazada de princesa y no se pueda soltar un par de tacos sin que te echen de la sala.
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Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 2:07 pm

12.
Una de las auxiliares que vienen todos los días a hacerme la cama aparece con una bandeja sobre la que transporta un vaso, una pajita y una servilleta. Zumo de naranja, me informa. Según parece, el médico ha cumplido su promesa de probar a darme algo más que agua para beber y observar qué tal respondo. Estoy deseando poder pasar a los alimentos sólidos pronto, pero he de ir paso a paso. Ya me han advertido que después de tantos días sin comer, me costará asimilar nada y que antes de poder soportar siquiera un puré, tendré que ser capaz de beber zumos.

—Zumo ya, mi niño—me felicita mi madre. Examina el vaso y tuerce el gesto—. Tiene una pinta de aguado que no puede con ella. Si te sienta bien, el próximo te lo subo de la cafetería, que los hacen de estos exprimidos.

Mamá tiene razón, el aspecto del mejunje no inspira demasiada confianza, quizá lo hayan rebajado con agua para hacerme más fácil tragarlo y digerirlo. Introduzco la pajita en el vaso y tomo aire antes de comenzar a sorber. Es más sencillo que probar sin intermediarios, lo descubrí con el primer vaso de agua. Con la pajita hay que hacer algo más de fuerza, pero controlo a la perfección el flujo de líquido y el riesgo de atragantarme si se me inunda la cavidad bucal y no doy abasto tragando se reduce notablemente.

El primer sorbo se me hace difícil, pero logro retenerlo un momento en la boca y hacerlo pasar a través de la garganta. Respiro hondo y pruebo un poco más. Funciona hasta que intento tomar aire demasiado pronto y arranco a toser. Mi madre me pide que vaya más despacio y me limpia los labios. Resulta increíble que con tan escasa cantidad de zumo se me esté revolviendo el estómago, pero empiezo a notar náuseas. No me importa, tengo que acostumbrarme, no puedo estar enganchado a un gotero más tiempo, comer es uno de los primeros pasos para hacer vida normal.

Tras unos segundos de tregua, vuelvo a probar. Doy dos sorbos consecutivos antes de pararme a tragar y descubro que no es una buena idea. A duras penas consigo tragar una parte cuando la otra se me atasca en la garganta y no me queda más remedio que escupirla si no quiero ahogarme. La cantidad que logra pasarme no se queda en mi interior demasiado tiempo antes de que el estómago proteste y me fuerce a expulsarlo todo ensuciando la bandeja, el camisón y las sábanas de una sola vez. Y en el fondo tengo que dar gracias, al menos no me ha salido nada de líquido por la nariz como amenazaba en un principio.

—¡Joder! Es que ni un puto zumo aguado, coño—Mamá me acaricia el brazo y vuelve a limpiarme—. Déjalo, me he pringado entero, me van a tener que lavar otra vez. Porque esa es otra, no puedo lavarme yo solo, no puedo respirar sin esta cosa, no puedo levantarme a mear. ¡No puedo hacer nada, joder! Ya estoy harto.
—Cariño, tranquilo. Te dispararon en el pecho, has estado cinco días en coma, casi te mueres. Los médicos nos dijeron muy clarito a papá y a mí que no nos hiciéramos ilusiones cuando llegamos y te estaban operando. Decían que si salías de la operación ya podíamos dar gracias y que después tampoco cantásemos victoria. Se te paró un par de veces el corazón mientras te operaban y la segunda les costó que arrancase otra vez, pensaban que a lo mejor ya no te despertabas más o que te podías quedar tocado porque a lo mejor te había faltado oxígeno al cerebro.

Alzo las cejas, sorprendido. Comprendo que omitieran toda esa información hasta ahora. Mamá me da un beso en la mejilla y me acaricia el pelo. Ella y papá sobre todo, pero también el resto de las personas que me aprecian, lo están pasando tan mal por mi culpa que me duele en el alma no poder hacer nada para arreglarlo. No me estoy curando lo bastante rápido, quién sabe cuándo o si me podré desprender de tanta parafernalia. Si me van a quedar secuelas importantes, creo que prefiero estar muerto. No voy a suicidarme, me faltó valor después de matar a Escobar, que es cuando debería haberlo hecho, y ahora tampoco sería capaz de agarrar mi arma y meterme el cañón en la boca por mucho que en momentos como este lo que desee es llamar a la dama que dijo que no vendría a buscarme. Tal vez yo sí la busco a ella, no lo sé.

—Venga, Mario, anímate. No quiero verte así, ¿me oyes?
—¿Y si me quedo mal para siempre? ¿Y si no puedo salir de casa sin la bombona de oxígeno nunca más?
—Los médicos dicen que no, que te vas a poner bien. Y si no te curas del todo, pues bueno, hijo, peor lo tienen otros. Es una jodienda, pero qué le vas a hacer. No vas a morirte—Como cayendo en la cuenta del camino que siguen mis razonamientos, entreabre los labios—. Mario, prométeme que…
—Tranquila, no lo voy a hacer. Te lo prometo, nunca haría algo así. Pero sí dejaría a Leo.
—¿Qué? ¿A Leo? Mi niño, ¿qué estás diciendo?
—Que la dejo, que si no me pongo bien, no quiero que Leo tenga que cargar conmigo.
—Me parece que eso no es algo que puedas elegir tú. ¿Te crees que los sentimientos se apagan apretando un botón? Leo te haría muchas perrerías, pero ya está, ya se han quedado atrás y tú no sabes lo que está sufriendo esa chica por ti.
—¡Precisamente!
—Precisamente, ¿qué? Leo no va a dejar de quererte por mucho que la apartes. Lo que le pasará es que estará ella sola y hecha un asco viendo que lo estáis pasando los dos fatal pero tú eres tan egoísta que te piensas que eres el único que sufre y te pones a lamerte las heridas en un rincón y ahí te las den todas. ¿Tú te crees que es normal, hijo? ¿Tú te piensas que así vas a arreglar algo? Mario, por favor, piensa un poquito, anda.

Ya lo hago. Me sirve para darme cuenta de que la situación que describe mi madre no me resulta descabellada ni nueva. Ya he pasado por eso, ya hemos pasado por eso Leo y yo. Leo trató de hacer exactamente lo que mi madre explica y yo se lo consentí. En lugar de luchar por ella e intentar quedarme a su lado, le permití que me alejase, le eché en cara que no me quisiese como a Corso y la abandoné a su suerte cuando más me necesitaba. Soy un monstruo. Intento evitarlo, pero pensar en ello me hace estallar en llanto. Sin importarle si se mancha o no, mi madre me abraza y me acuna mientras me susurra frases cargadas de cariño y ánimo.

—Nunca te he contado por qué dejé a Leo, ¿verdad?
—Porque ella quería a Corso, ¿no?
—Y por muchas otras cosas. Prométeme que no se lo vas a contar a nadie, ni siquiera a papá.
—Te lo prometo, lo que me cuentes me lo llevo a la tumba, mi amor.

Me seco las lágrimas, acepto el pañuelo que me tiende para sonarme y no llenar la cánula de mocos y trato de serenarme un poco. Lo que le voy a narrar no es agradable ni correcto. No tendría que haber ocurrido. Si hubiese sido menos estúpido y más rápido, quién sabe cómo habríamos terminado Leo y yo como pareja, pero al menos individualmente estaríamos menos rotos, sin tanto remordimiento estéril por mi culpa. Nunca dejaré de verla pálida y avergonzada, incapaz de mirarme mientras se subía el pantalón en aquel rincón y bajo aquella manta. El “pero aquí no ha pasado nada más” que salió de sus labios partidos me acompañará hasta el fin de mis días. Ni siquiera sé cómo tengo la poca vergüenza de ser capaz de mirarla a la cara. Me ha perdonado, lo peor es que me ha perdonado, que no me lo tiene en cuenta. Debería odiarme, soy un monstruo.

—¿Qué te parece, mamá? Tu hijo es un cabrón y un asesino.
—Mi hijo no es nada de eso que dices—Me da un beso en la mejilla y me acaricia el brazo—. Desde que supe que te tenía dentro estoy orgullosa de ti y lo que me acabas de contar no cambia nada. Tu padre y yo siempre te hemos intentado enseñar lo que está bien y lo que está mal y que eso a veces significa que las leyes van por un lado y la gente por otro. La pena es que tuvieras que llegar a eso, que no os diera tiempo a evitar lo que le pasó a la pobre Leo. Pero lo de que ese tipejo se resistiera cuando le disteis el alto y no te quedara otra que disparar, la verdad… Pena de bala malgastada en un cerdo, es lo único.
—Intenté confesarlo, pero Leo no me dejó hacerlo. Me echó en cara que no me lo había pedido y vino conmigo cuando iba a confesar. Habría caído conmigo.
—Hombre, lo de que no te lo pidió sobraba, a ver si esta chica deja de ser tan brutita, que a veces es un poco cafre. Pero lo otro le honra. Ni se te ocurra dejarla ahora que estáis juntos otra vez o la suegra de Leo se va a enfadar muchísimo, ¿me oyes?
—¿Sabías que te tiene como “suegra” en el móvil?
—¿En serio?—Una sonrisa le colma el rostro mientras asiento—Qué chica más maja. A ratos es más basta que un Petit-Suisse de morcilla, pero es un encanto.
—No le digas nada de esto, por favor. Sé que a lo mejor es difícil ahora que lo sabes, pero intenta que no se te note, no quiero que…
—Niño, que si tuve que mentirte con los Reyes Magos durante tu primera infancia, esto es pan comido.
—¿Qué es pan comido?—pregunta Leo según asoma la cabeza por la puerta. Justo a tiempo.
—Ah, sorpresa—Mi madre pone su mejor sonrisa misteriosa y se encoge de hombros—. Mi niño, que está pensando en algo para vosotros dos cuando se ponga bien, pero yo soy una tumba.
—Jo, Charo, no me hagas esto.
—Se siente. Anda, ¿te importa ir a ver si encuentras alguna enfermera? Al pobre le han traído un zumo y se le ha atragantado. No me extraña, la verdad, está todo aguado.
—Pues sí, tiene pinta de estar malísimo. Vamos a terminar teniendo que poner una queja porque nos lo quieren envenenar. Ahora mismo vuelvo.
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Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 2:09 pm

Segunda escena seguida de Mario para no romper el orden.


13.
Esta noche tengo más de lo normal. Dos noticias buenas, una intrascendente y otra que significa mucho a pesar de que se trate de algo sencillo, cotidiano, que desearía fervientemente se repitiera de ahora en adelante durante los años que me quedan, ya sean con o sin bombona de oxígeno en ristre. Mi madre tiene razón, no puedo volver a abandonarla, solo serviría para hacernos daño a ambos. No habría vencedores, solo dos vencidos cada uno en su rincón, volviéndole la espalda al mundo de vergüenza y de dolor.

La noticia absurda es que he descubierto que los zumos de la cafetería saben bien y sientan mejor. Aun a riesgo de volver a verme vomitar, mi madre me ha traído uno cuando ha vuelto de comer. En lugar de apresurarme y beberlo demasiado deprisa, he sido un paciente que hacía honor a su nombre. Sorbito a sorbito he conseguido terminarme la bebida. El estómago me ha protestado un poco al principio, me notaba extraño, con algo de acidez y pesado como si acabase de darme un gran festín, pero las molestias apenas me han durado.

La importante, la novedad que más me alegra y que me tiene desvelado es el hecho de que Leo vaya a pernoctar conmigo. Hasta ahora mi madre se lo había prohibido, decía que no quería verla desgastarse más, que iba a terminar ingresada ella también. Leo ha tenido que empezar a cuidar de sí misma para recibir como premio pasar una noche con el patán de pulmón perforado que tiene por novio, que será un patán, pero la adora.

Abrazada y apoyada cauta y cuidadosa sobre la parte sana de mi pecho, me llama para comprobar que estoy despierto. El tono que emplea al decirme que tiene que hablar conmigo de algo capta mi atención, puede estar segura. Me pongo alerta y mi nerviosismo no hace sino aumentar enteros cuando me desvela el tema de la conversación: Escobar. Le acaricio la cabeza por no suplicarle que se calle aunque es lo que me pida el cuerpo. Deberíamos sentarnos a hablar como adultos en lugar de esconderlo todo bajo la alfombra como ya hicimos. Solo nos sirvió para que todo terminara explotándonos en la cara, cada vez peor, más rotos, carne de cañón de una guerra que nosotros mismos creamos y nos terminó matando.

Me pide perdón. Ella me pide perdón a mí. ¿Cómo es posible? Estupefacto, la escucho lo suficiente como para pensar que esto es absurdo, que quien debe las disculpas a la otra parte soy yo. No fui capaz de llegar, no pude evitarlo y terminé consiguiendo que Leo me odiase por ello. Porque me odiaba, estoy seguro. No era capaz de querer a un monstruo como yo, por eso me apartó de su lado. Y yo se lo consentí, se lo permití porque soy un estúpido ciego que disfrutó haciéndole daño solamente porque era demasiado egoísta como para darse cuenta de que quien más sufría, de quien tenía derecho a sufrir, era ella. Solo ella.

Cuesta reconocerla cuando es tan sensata, por mucho que oírmelo en la mente suene horrible. Normalmente el racional, el centrado de la pareja, suelo ser yo. Leo es instinto, pasión, ímpetu, irreflexividad, fuego. Yo soy un eje cartesiano, la escuadra y el cartabón, la calculadora, ese que como curvas apenas acepta una circunferencia y solamente recordando que no es otra cosa sino un polígono de infinitos lados a la vez que la recta es esa circunferencia de radio infinito. Curvas y rectas, en fin, son la misma cosa. Por eso Leo y yo estamos juntos, porque mis ángulos rectos y sus quiebros sinuosos en el fondo no son más que geometría amorosa en la que no caben los triángulos. Ya no.

Después de confirmarme que siguió mi consejo de ir a un psicólogo que la ayudase a echar todo el veneno que llevaba dentro y disculparnos mutuamente de nuevo, es esa figura geométrica la que emerge en su discurso: el triángulo. El nuestro no podía ser equilátero, ni siquiera isósceles. Siempre lo sentí escaleno, conmigo en el vértice más distante, aquel apartado de los otros dos y que sobraba. De Leo me separaba un ángulo obtuso, como obtuso fui al no saber llevar el asunto adecuadamente, al no darme cuenta de que las líneas, la ciencia y las cifras nunca deben alzar el tono por encima del corazón. O, hablando con propiedad, de la parte del cerebro encargada de las emociones.

Cuando es capaz de meter en una misma intervención a Corso y al hecho de que le buscase porque me odiaba, se confirman mis ideas. No puedo culparla, yo ya no era yo ni, siguiendo el paralelismo, mi casa era ya mi casa. O era mi casa, pero no mi hogar. Era un gato sin dueño arañando velos de amargura por los tejados. Pero al menos Leo se fue porque me odiaba, no porque le quisiese a él. Siempre hubo algo, siempre lo habrá y yo solo podré abrazarla mientras ella echa de menos a quien yo quisiera ser, por quien me cambiaría sin dudarlo si eso significase tenerla para siempre sin la sombra de la duda si regresa algún día. Dudo que lo haga y, sinceramente, espero que así sea, que no vuelva jamás.

Basta. Ojalá pudiera gritárselo, no quiero oír más de Corso ni de los motivos que la llevaron con él. Si ella me odiaba a mí, yo los odiaba a los dos aunque haya sabido perdonarlos. El perdón y el olvido, no obstante, son dos nociones distintas. He luchado mucho por Leo, me he rebajado a ciertos niveles que han puesto a prueba mi orgullo. Sé que nunca más volvería a repetir ciertas humillaciones, no sería capaz.

Al fin cambia de tema y me da las gracias por lo que hice, por haber matado a Escobar. No debería, por mucho que no me arrepienta, no es algo de lo que me sienta orgulloso. Si pudiera volver atrás y nada cambiase, caería en el mismo error de nuevo. Es inútil pensar que llegaría a tiempo, uno no envía flotas a luchar contra tempestades y las predicciones meteorológicas difícilmente se pueden aplicar a otros ámbitos de la vida, conque no sabría lo que ahora sé, no podría evitarle tanto a mal a Leo, pero sí a muchos otros. Ya nunca le hará daño a nadie más. Leo está a salvo y yo voy a reponerme y a estar a su lado siempre.

—Nunca podré sentirme como te sentiste tú pero, si al menos he conseguido que no temas encontrarte con él al girar cualquier esquina, me doy por satisfecho.

No puedo decirle nada más. Prefiero que mi cuerpo hable por mí, en este momento es más elocuente que cualquier tipo de comunicación verbal. La estrecho contra mí teniendo cuidado de no hacerme daño. La herida sigue tierna y el menor movimiento indebido se paga con un golpe de dolor que irradia desde el costurón al resto del cuerpo. La quiero, por eso me arriesgo. No le temo al sufrimiento físico si con él consigo tranquilizarla. Aunque no es necesario esta vez, consigo acomodarla en el lugar perfecto para los dos.

—Mario, tengo que pedirte una cosa—rompe el silencio con un tono de voz que se me antoja dubitativo y algo angustiado—. Si no quieres, lo entenderé, sé que no puedo cargarte con algo así, pero…
—Dime—Y no me asustes, ya hemos pasado bastante los dos.
—Ayúdame. Ayúdame a ser de nuevo Leo, a ser una mujer completa. Sigo estando rota, aunque no quiera que el mundo lo sepa. Aún tengo pesadillas, aún siento miedo, yo… quiero estar contigo pero no sé si voy a poder… y si no…
—Shhhh—la interrumpo con un siseo y una caricia—. ¿Crees que el sexo es un tema que me importe? Yo quiero verte bien, Leo. Y lo conseguiremos juntos. Cueste lo que cueste.

Mi convalecencia beneficia a Leo. Si por arte de magia o intervención divina hubiéramos vuelto y yo me encontrase bien, probablemente Leo se sentiría obligada en cierto modo a acelerar su proceso de sanación emocional para darme sexo como si de un premio a la constancia y la paciencia se tratase. Jamás la presionaría, preferiría perder la visión si es verdad eso que dicen, pero sé que Leo no lo vería así por mucho que yo insistiese en la falta de prisa. De este modo la discusión queda zanjada. No va a haber sexo porque ninguno de los dos puede proporcionárselo al otro. Su mente no está preparada y mi cuerpo recosido está hecho un pingajo que apenas se mantiene.

Leo se incorpora y viene a por mis labios. Algo extrañado, la observo y me deleito con su sonrisa. Le brillan tanto los ojos que cuesta creerlo. Es Leo, la misma Leo que conocí hace ya algún tiempo, aunque no tanto como parece a juzgar por todo lo que hemos pasado. Esa a la que Corso, a falta de un nombre mejor, bautizó como mi madre. La que el primer día se ofreció a ser mi esclava pero luego me dio calabazas cuando le propuse una tarde de ballet con cena de acompañamiento. La que tanto quise. La que tanto odié. La que amo.

La que ahora me dice que me quiere y me desarma hasta quebrar las presas de mis ojos y conseguir que derrame una lágrima.

—Perdóname tú a mí.
—¿Yo?
—Sí. Tendría que haberme quedado contigo. Fui un egoísta. Estabas mal, me necesitabas ahí y en vez de luchar, me fui de tu lado. Tendría que…
—Mario, yo te eché, ¿qué ibas a hacer? No podías obligarme a estar contigo y que acabáramos los dos jodidos. Bueno… más jodidos de lo que acabamos.
—No debí haberte dejado. Fui un cabrón.
—Mario…
—¿Sabes qué? Que me alegro de que me pegaran un tiro. A veces, cuando me pega el bajón, pienso que ojalá me hubiera quedado en el sitio, pero luego me alegro de estar aquí, viviendo esto. Todo va a salir bien, ¿verdad?
—Sí. Todo va a salir bien.
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