Bárbara Lennie Online
¿Quieres reaccionar a este mensaje? Regístrate en el foro con unos pocos clics o inicia sesión para continuar.

Cicatrices (Lemans a dúo)

2 participantes

Página 2 de 3. Precedente  1, 2, 3  Siguiente

Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 2:10 pm

13.

Por fin Charo me ha dejado quedarme con Mario por la noche. Solo me puso una condición, me dejaría quedarme cuando ella viese que yo me había recuperado. Me he pasado casi un día entero durmiendo y he empezado a comer a las horas que toca. Aún me cuesta meterme comida en el cuerpo, pero poco a poco también yo vuelvo a la normalidad.

Estoy apoyada en el pecho de Mario, con cuidado de no hacerle daño en la herida. Noto su respiración pausada, no sé si está dormido y no me apetece nada tener que moverme para comprobarlo. No quiero despertarle ni molestarle, aunque hay algo que me gustaría decirle.

-. ¿Mario?- Mi voz apenas se oye, no quiero arriesgarme a interrumpirle el sueño.- ¿Estás despierto? –Emite un sonido medio adormilado para decirme que me escucha, que aún se mantiene con los ojos abiertos. –Verás, hay algo de lo que quería hablar contigo.

Mario se revuelve un poquito, creo notar que se ha puesto en tensión, supongo que he sonado como una novia cuando dice eso de “tenemos que hablar” o “no es por ti, es por mí”. Puede estar tranquilo, si él quiere va a tener que aguantarme muchos, muchos años.

-. Necesito hablar contigo de Escobar. –Ya está, ya se lo he dicho. Llevo mucho tiempo callándome, haciendo oídos sordos a esa voz que me pedía que hablase con él, lo necesito para pasar página y cerrar capítulo.

Sé que hay mucho camino recorrido, que he ido superando poco a poco un montón de dificultades. Ya no rehúyo el contacto físico como lo hacía antes, ni siquiera las pesadillas son tan seguidas. Pero también sé que aún no lo he superado, aún quedan heridas por terminar de cicatrizar.

Y las cicatrices siguen doliendo de cuando en cuando, pero al menos dejan de sangrar y no se pueden infectar. Necesito hablar con Mario de aquella noche, de aquella noche y de los días de después. Aún tengo muchas cosas dentro que necesito sacar fuera de mí y solo puedo hacerlo con él.

La mano de Mario recorre mi cabeza con movimientos rítmicos y suaves, como si me estuviese acunando. Es más fácil hablar así, sin tener que mirarle a los ojos, sin que él pueda ver la vergüenza o el dolor que aún llevo dentro. Porque hay cosas que el tiempo no consigue borrar, a ratos aún noto las manos de ese cerdo agarrándome, aún me despierto llorando y escucho su risa. Y está muerto, lo sé, pero sigue persiguiéndome, lo hará mientras viva.

-. ¿Podrás perdonarme, Mario?
-. ¿Yo? ¿Por qué?
-. Por ser tan gilipollas. Lo siento, Mario. Nunca debí decirte que yo no te pedí que le matases. Claro que no te lo pedí, nunca me atrevería a pedirte nada así, pero eso no quiere decir que no te lo agradezca. Ese hijo de puta me destrozó y tú solo hiciste lo que él se merecía. Sé que te arrepientes de ello, pero gracias.
-. No me arrepiento. Volvería a hacerlo. Ojalá hubiese llegado a tiempo Leo, lo siento, yo…
- Shhh, no digas nada, Mario, no lo hagas. Nada ni nadie puede cambiar lo que pasó esa noche. No tiene sentido seguir torturándonos ninguno de los dos.

Tengo los ojos llenos de lágrimas que se desbordan por mis mejillas. Son lágrimas silenciosas que Mario no alcanza a ver. Es mejor así, no quiero que me vea llorar, no quiero que me vuelva a ver indefensa tapándome con una manta en un cuartucho de mala muerte.

-. Al final fuiste al psicólogo.
-. Sí, te hice caso. Lo necesitaba aunque no fue fácil. Raquel es genial, pero lo pasé muy mal contándole todo lo que pasé. Bueno, todo no. Lo siento, Mario, fui una estúpida y una egoísta.
-. No, Leo. Era normal, estabas mal.
-. Sí, pero tú también. Tú también estabas mal y yo te aparté de mi lado. Te dejé solo con todo, con tus remordimientos y con mis tonterías. No supe estar a tu lado cuando me necesitaste. Lo siento, lo siento tanto…

No solo le aparté de mi lado, encima me fui a refugiar en brazos de Corso, sé que eso no podrá perdonármelo jamás. Para mí era más fácil, pero para Mario tuvo que ser un infierno además de una auténtica putada.

-. Mario, yo… cuando busqué a Corso… no es que quisiera estar con él. Simplemente era más fácil. Intenté estar contigo después de todo, pero no pude. Me sentía sucia, tú sabías lo que aquel cerdo me había hecho y encima podía leer tus remordimientos en tus ojos. Me sentía responsable de estar haciéndote pasar todo aquello y a la vez te odiaba. Lo siento…
-. ¿Me odiabas? -pregunta como si me preguntase la hora. No parece que haya sido un shock precisamente.
-. Sí. Te arrepentías de haberle matado y yo sentía que ese cabrón no se merecía seguir viviendo más. Te culpaba de no haber llegado a tiempo, de no haber podido rescatarme de sus garras… estaba avergonzada, me sentía usada, sucia, rota… para mí era más fácil culparte a ti de todo.

Más fácil y mucho más cobarde además de cómodo. El error fue mío, fui yo quien tiró el arma y quien se metió en el coche con Escobar. Yo la que no dejé que Mario fuese en mi busca y yo la que no esperé a los refuerzos. Todo fue culpa mía, solo mía. Mario no pudo hacer más por mí de lo que hizo, pero yo me encargué de echar sobre él toda la mierda.

-. Pero, Leo, yo no te presioné, solo quise estar a tu lado. Sin plazos ni condiciones.
-. Lo sé, pero no podía. No soportaba que me tocases, mucho menos tener que ver tus ojos tristes cada mañana. No me estoy justificando, lo hice todo mal, lo sé, pero en aquel momento yo solo era una muñequita sucia y rota y tú parecías recordarme todo el tiempo cómo estaba.
-. Nunca quise eso.
-. También lo sé. Raquel me ayudó a comprender que cuando me mirabas me veías a mí, era yo la que pensaba que tú veías en mí lo que pasó en ese cuarto. Fue horrible, Mario. Horrible.

Ahora sí sabe que estoy llorando, mi llanto se ha hecho audible y me ahogo entre sollozos. Mario sigue acariciándome para intentar tranquilizarme, necesito sus abrazos y sus caricias, le necesito a él para terminar de superar este bache, este mal sueño. Sé que a su lado volveré a ser una mujer completa.

-. Cuando fui a buscar a Corso creí que todo seria como siempre, que no importaría nada lo que había pasado. Que podría ir a su casa, tirármelo y a la mañana siguiente hacer como si no hubiese pasado nada. Pero no fue así. No pude, Mario. En sus ojos veía lo mismo que en los tuyos, me veía a mí rota, sucia y rota.
-. Os odié tanto por eso.
-. Lo siento, Mario. Fui una imbécil y te culpé de algo que solo fue culpa mía. Sé que yo en tu lugar hubiese hecho lo mismo y yo te hice creer que te odiaba por ello.

Si Mario hubiese confesado, no me lo habría perdonado nunca, él quería cargar con el peso de la muerte de Escobar, una muerte de la que no tenía que sentirse responsable. Me hubiese gustado poder ser yo quien le disparase, me hubiese gustado poder arrancarle poco a poco la vida. Solo lamento una cosa, la puntería de Mario, ojalá ese cerdo hubiese sufrido antes de morirse.

-. Mario, gracias. Gracias por dispararle y por intentar estar a mi lado, aunque yo no te dejase.
-. Nunca podré sentirme como te sentiste tú pero, si al menos he conseguido que no temas encontrarte con él al girar cualquier esquina, me doy por satisfecho.

Mario me achucha como puede contra él. No es fácil para él hacerlo, aún tiene demasiado dolorida la zona del disparo.

-. Mario, tengo que pedirte una cosa. Si no quieres, lo entenderé, sé que no puedo cargarte con algo así, pero…
-. Dime.
-. Ayúdame. Ayúdame a ser de nuevo Leo, a ser una mujer completa. Sigo estando rota, aunque no quiera que el mundo lo sepa. Aún tengo pesadillas, aún siento miedo, yo… quiero estar contigo pero no sé si voy a poder… y si no…
-. Shhhh. ¿Crees que el sexo es un tema que me importe? Yo quiero verte bien, Leo. Y lo conseguiremos juntos. Cueste lo que cueste.

Me incorporo un poquito apoyada en mi brazo y busco sus labios. Es un beso cortito, pero es lo único que por el momento puedo ofrecerle. Y sé que le vale. Le miro un momento a los ojos y sonrío, sé que no se lo espera, pero que se vaya acostumbrando.

-. Mario, te quiero.
Atiram
Atiram
Mandamás

Localización : Valladolid

http://atiram1985.blogspot.com/

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 2:11 pm

14.
—¡Hola, Mayo!
—¡Hola, María!

Está guapísima con su vestidito con estampado de patitos según entra en la habitación de la mano de su padre. María quiere corretear, explorar los confines del cuarto. Parece que está buscando algo, aunque ni Miguel, ni Mónica, ni los abuelos, que también se han apuntado a la excursión, tienen claro de qué se trata. María, por el contrario, sabe muy bien lo que desea hallar. Incansable, recorre toda la habitación e incluso consigue que su padre le abra la puerta del baño antes de acercarse a mi cama con un mohín de decepción.

—¿Leo?
—Leo no está, se ha ido a descansar. Luego viene.

María ya tiene lo que necesitaba. Una sonrisa le ilumina el rostro y decide expresar su siguiente solicitud. Levanta los bracitos y hace amago de auparse para que la suban a la cama conmigo. Mónica la deja a mi lado y María se pone a examinar minuciosamente el tubo del oxígeno, aunque esta vez no lo toca. Le hago unas caricias en la cabeza, grita mi nombre y me abraza. María es uno de los muchos motivos que tengo para estar contando hasta los segundos para marcharme.

—¿Qué tal te va, hermanito?—Mónica se me acerca y me da un beso en la frente. A veces le gusta recordarme que es la hermana mayor, pero hace años que no logra provocarme—Que ya me ha dicho mamá que se te van a quedar los dientes corroídos si sigues bebiendo tanto zumo de naranja.
—Añádele una caries, me han prometido natillas de merienda.

Es oír la palabra “natillas” y María levanta la cabeza con una mueca de súplica. No tengo aquí, pero anoche Leo trajo unas cuantas bolsas de patatas, gusanitos y otras porquerías grasientas pero fáciles de devorar por si mi sobrinita venía. Fue una iniciativa exclusivamente suya y me sorprendió, he de decirlo. Supongo que todavía tengo que acostumbrarme a la nueva Leo que está conmigo. Con cuidado para no aplastar a María, me inclino hacia el mueblecito de cajones que tengo al lado para abrirle la parte de abajo. En el proceso se me engancha el oxígeno y se me queda medio arrancado. Me lo quito por completo para que no moleste y extraigo una bolsa de patatas de jamón. He podido alcanzarlas y no me siento especialmente cansado, pero me vuelvo a colocar la cánula, no quiero seguir jugando con fuego.

—Niño, ¿cómo haces eso?—me reprende mamá.
—En dos días te tenemos en el gimnasio otra vez. Cuando vuelvas a boxear, me avisas.

A pesar de que en el último entrenamiento salió escaldado, Miguel tiene ganas de intercambiar unos cuantos puñetazos con su cuñado. Por mí perfecto. Le guiño un ojo y le abro la bolsa de patatas a María. Inmediatamente, María mete la mano y comienza a deglutirlas a toda prisa como si se las fueran a quitar.

—¿Te gustan, cariño? Las ha traído Leo para ti.
—Leo—repite con una sonrisa satisfecha sin dejar de comer a dos carrillos—. Mamá, agua.
—Otra para que consienta a la princesita—reflexiona mi padre mientras pesca el biberón en la enorme bolsa con todo lo que María necesita y una tonelada de cosas que no.
—Mira quién fue a hablar—le rebate mi madre—, el que apareció el otro día con un peluche más para la colección, por si la niña tuviera ya pocos, el que siempre compra heladitos pequeños para cuando viene la nena.
—Pues eso, que con uno que la engorde ya tenemos bastante, mujer, que me has entendido mal.

Con toda mi familia aquí, la habitación del hospital se parece a la casa de mis padres cuando nos reunimos todos cada pocos fines de semana. Miento, no está toda mi familia. Me falta Leo, que se ha marchado a regañadientes a comer, lavarse y echarse una siesta. Anoche dormí como un bebé pero, por mucho que ella dijera que había descansado, su cara contaba otra historia. En nuestra primera noche juntos se habrá despertado cada vez que me oyera moverme. Además, antes de que pasase la primera ronda médica, se ha tenido que levantar y meterse en la cama de invitados, no quería que la regañasen aunque yo me habría echado la culpa de todo con gusto.

Las natillas de merienda no se hacen esperar. Mamá me acerca la mesa para comer y yo tiro hacia atrás de María, que intenta auparse y puede hacerse daño. Cae sobre el pañal con un “pof” y me mira enfadada, pero agito la bolsa de patatas, que todavía no se ha terminado, y se le olvida su frustración.

Con cuatro pares de ojos clavados en mí, pues María está muy ocupada con sus patatas fritas, levanto la tapa de las natillas. No me apetecen especialmente ahora mismo, pero tengo que esforzarme. Tomo la cuchara y la hundo un poco en la crema. La meto en mi boca y despacio voy dejando que las natillas se me aclaren un poco antes de tragarlas. La expectación es tan grande que el único sonido de la sala es el cris-cras de María masticando.

—¿Qué tal, mi niño?
—A mí me salen mejores. Y a ti ni te cuento.

Mamá me llama tontorrón y suspira con alivio. Miguel propone encender la televisión, hay un partido de tenis que le apetece ver. Le cedo el mando y estoy al quite para limpiarle las manos a María. Se deja hacer y no tarda en encontrar un nuevo objetivo: la tapa del botecito de natillas. Rápida, se levanta, se hace con ella y comienza a lamerla, a consecuencia de lo cual la nariz se le queda inmediatamente pringada de amarillo. Mónica espera a que termine de chupetearla entera y le limpia la cara y las manos al son de un “¡Qué cabronazo, menudo paralelo que se ha sacado de la manga el muy hijoputa!” de su marido. Si la niña termina siendo una malhablada, espero que no culpen a Leo.

Leo llega cuando al partido apenas le quedan unos puntos. Tan pronto entra, sus ojos se van directos a la tarrina ya vacía. Sonríe ampliamente, saluda a la colectividad y se acerca a darme un saludo particular mucho mejor que un “hola”. Su piquito me sabe a gloria y se lo devuelvo con sabor a vainilla. Antes de que consiga incorporarse, María la agarra de la camiseta y tira de ella hacia abajo.

—¡Hola, Leo!
—¡Hola!—Se pone a hacerle cosquillas y me mira sorprendida pero encantada—Se acuerda de mí y todo.
—Y más que se va a acordar—interviene mi padre—, ha descubierto tus patatas fritas.
—¡Leo, tata!
—Bueno, yo la malcrío encantada como compensación, que ahora el tío Mario está malito y no puede jugar mucho con ella.
—Pero cuando esté bueno nos la vamos a llevar por ahí tú y yo.
—Tú ya estás muy bueno, hermanito. Que se lo digan a la babosa de tu novia si no.

Leo se hace la ofendida y Miguel aplaude, primero por el puntazo de su mujer y luego por el golpe final que acaba con el partido. Mónica y él se dan un besito que culmina con unas caricias en el vientre donde va mi diminuto proyecto de sobrino y Mónica le pregunta si se marchan. Por mí podrían quedarse más, pero no creo que se lo permitan. Además, añade Miguel, aceptando irse, tienen que bañar a la niña, que debe de tener migajas de patatas fritas en lugares insospechados.

Me despido de ellos dos y de María, quien protesta menos de lo que esperábamos. Mis padres anuncian que se marchan con ellos y que les esperen fuera. Según dice mi madre, hay algo que tiene que darnos. No entiendo bien qué pasa por su rostro. Guiándome por el de mi padre, él tampoco sabe qué se trae entre manos. Mamá recoge su bolso, baja la cabeza y se acerca hasta nosotros.

—Veréis, niños, sé que a lo mejor no es el momento, pero…
—El momento, ¿de qué, mamá?
—Nada, que quiero que sepáis que yo no tengo prisa, así que…
—¿Prisa?
—Sí, prisa—Rebusca en su bolso y da con lo que sea sin sacarlo—. Así que os he traído esto para que no tengáis prisa por hacerme abuela.

Para nuestra completa sorpresa, arroja una caja de preservativos sobre mi cama y se apresura a ir hacia la puerta exclamando “¡Hasta mañana! ¡Corre, Chechu!”. Tan rápido como las carcajadas le permiten, mi padre la sigue y musita una despedida. Leo les observa atónita, con los ojos tan abiertos que parecen a punto de salírsele de las órbitas. Tomo la caja de condones y me echo a reír. Esta mamá. Sabe tan bien como yo que pasará todavía bastante tiempo incluso para que podamos estrenar su regalo.

—¡¿Será… Y tú, ¿de qué te ríes, eh?—Sacudo la cabeza y le tiendo la cajita.
—Doce preservativos de sabores, será mejor que me recupere pronto.
Plenilunio
Plenilunio
Mandamás

Localización : al teclado

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 2:12 pm

14.

Me apetecía pasar todo el día con Mario, pero no ha podido ser. Mi suegra no es un ogro, pero cuando dice algo ese algo va a misa. No he podido negarme, pernoctar con Mario está en juego y no pienso dejar a nadie que pase una noche con él.

No ahora que por fin Charo ha accedido a dejarme dormir a mí en el hospital. Necesitaba una noche como esta. No solo por estar con Mario en la misma cama y oírle respirar tranquilo mientras duerme, sino por demostrarme a mí misma que puedo vencer a muchos de los fantasmas que me persiguen día a día.

He aprendido muchas cosas en estos días de hospital. Pedir perdón nunca ha sido una de mis virtudes, si es que tengo alguna, que a ratos lo dudo. Ni pedir perdón ni ayuda. Pero la vida no suele dar segundas oportunidades y a mí, con esta, me ha dado ya demasiadas. Es hora de que empiece a hacer algo para aprovecharlas.

Así que me he venido a casa, he comido, he dormido la siesta y me he duchado. Sé que Mario no está solo, que su familia habrá ido a verle y que está bien cuidado, pero le echo de menos. Es paradójico, ahora que es cuando más cerca de él estoy le echo de menos si no le veo unas horas. Definitivamente se me está pegando la tontería de Mario.

No quiero ser una novia absorbente… novia, qué mal suena. Pero las cosas se llaman por su nombre y a mí me ha tocado ese. Soy la novia de Mario. Pues eso, que no quiero ser absorbente pero me apetece pasar todo el tiempo con él. Supongo que es normal, y también supongo que poco a poco se me irá pasando. No creo que sea buena idea que pasemos las 24 horas del día juntos, que me conozco.

Aunque lo mismo soy capaz de sorprenderme una vez más. He descubierto que puedo ser valiente y que, con Mario, la sinceridad es la mejor arma. Aún me cuesta decir en voz alta con que siento, me da vergüenza escucharme decirlo, pero sé que para él es importante escucharlo y yo necesito que Mario sepa lo mucho que le quiero.

Hay que ser demasiado tonta para no atreverse a decir “te quiero” a tu chico, pero a mí me sigue costando a ratos. Poco a poco, mamá me ha dicho siempre que soy una impaciente que lo quiere todo para ya, y tiene razón. Tengo que darme tiempo y dárselo a Mario, no creo que para él sea fácil tampoco asimilar mi cambio de actitud.

Tengo miedo de hacerle daño otra vez. De que se me pase el susto y volver a ser la misma borde autosuficiente de siempre. Él sabe que yo no soy una princesa de cuento de estos que te cuentan cuando eres pequeño, más bien me parezco al sapo, pero no quiero volverle a hacer daño nunca más. Aunque a ratos suelte alguna bordería o me cueste dejarme ayudar. Soy así, y si Mario fue capaz de enamorarse en estas condiciones sé que será capaz de perdonarme mis salidas de tono.

Sé que esta vez es la buena, tiene que serlo. Me siento ridícula, pero es cierto eso que le dije a Mario de que quiero estar a su lado hasta ser una viejecita arrugada. Algo así como mis abuelos, claro que ninguno de los dos tuvo que lidiar con un personaje como yo…

Será mejor que deje de pensar tonterías y me vaya para el hospital, no sé si Mario me estará echando de menos, pero yo a él no le puedo echar más de menos.

Cuando llego me encuentro con la habitación llena. Miguel, el cuñado de Mario parece embobado mirando por la tele un partido de tenis mientras que mis suegros y mi cuñada charlan animadamente con Mario. A quien no he visto es a María.

Saludo a todos mientras sonrío, un botecito de natillas vacío. Mi niño se ha portado bien en mi ausencia y se ha tomado toda la merienda. ¿Mi niño? Por Dios, creo que voy a vomitar.

Mario me mira complacido y le saludo de manera especial. Un piquito que me sabe a vainilla y a poco, pero tengo que mantener la compostura que no estamos solos. Tengo ganas de que estemos solos, solos y fuera de este hospital.

Cuando intento levantarme noto que alguien tira de mi camiseta. Es María que quiere captar mi atención.

-. ¡Hola, Leo!
-. ¡Hola!-La hago cosquillas mientras miro a Mario sorprendida por el saludo de la niña. -. Se acuerda de mí y todo.
-. Y más que se va a acordar—interviene mi suegro -ha descubierto tus patatas fritas.
-. ¡Leo, tata!

No me puedo creer que esta pitufa se acuerde de mí. No nos hemos visto más que una vez. Creo que nos vamos a llevar muy bien y eso me pone feliz, sé que, seguramente, la persona más importante en la vida de Mario sea ella, me la tengo que ganar como sea. Creo que voy por buen camino y, qué coño, que la cría es una monada y me tiene loca sin apenas conocerla.

-. Bueno, yo la malcrío encantada como compensación, que ahora el tío Mario está malito y no puede jugar mucho con ella.
-. Pero cuando esté bueno nos la vamos a llevar por ahí tú y yo.
-. Tú ya estás muy bueno, hermanito. Que se lo digan a la babosa de tu novia si no.

Punto, set y partido para Mónica. Acaba de conseguir que me ponga colorada como un tomate con ese comentario. No la falta ni pizca de razón, Mario está muy bueno, incluso ahora que no puede moverse de la cama del hospital está buenísimo. Y si no que se lo pregunten a las enfermeras que lo atienden, le van a echar de menos cuando se vaya, y no solo porque dé gusto tratar con él, sino por lo contentos que están sus ojos con semejante visión.

Miguel aplaude la intervención de su mujer y el punto final del partido. Mónica le pregunta que si se marchan ya, tienen que bañar a la niña y darla de cenar y la pobre madruga para ir a la guardería.

Se despiden de Mario mientras yo achucho a María que esta vez no protesta demasiado por tener que dejar a su tío aquí. Antes de tirarse en brazos de su madre me regala un súper beso cargado de babas que me sabe a gloria.

Charo y Chechu les piden que les esperen fuera, tienen algo que darnos. La cara de mi suegra es de máxima intriga, no tengo ni idea qué se trae entre manos. La conozco poco pero me temo que va a tomarnos el pelo todas las veces que la dé la gana.

Si Mario hiciese gala de los genes que se gasta más a menudo le habría ido mucho mejor.

-. Veréis, niños, sé que a lo mejor no es el momento, pero…
-. El momento, ¿de qué, mamá?
-. Nada, que quiero que sepáis que yo no tengo prisa, así que…
-. ¿Prisa?
-. Sí, prisa. -Rebusca en su bolso y da con lo que sea sin sacarlo- Así que os he traído esto para que no tengáis prisa por hacerme abuela.

¡La madre que la parió! Charo acaba de tirar sobre la cama de Mario una caja de condones. Sí, no le trajo caramelitos para suavizarle la garganta como hubiese hecho cualquier madre, no, le trajo, o nos trajo, una caja de condones.

Charo sale corriendo mientras tira de Chechu. Si abro un poco más los ojos creo que se me van a salir de su sitio. No puede ser verdad, no nos puede haber traído una caja de condones.

Pero sí, eso que tiene Mario de la mano es una caja de condones. Y encima el muy cabrón se ríe. No sé qué le hará tanta gracia.

-. ¡¿Será… Y tú, ¿de qué te ríes, eh? -Sacude la cabeza y me pasa la cajita.
-. Doce preservativos de sabores, será mejor que me recupere pronto.
Atiram
Atiram
Mandamás

Localización : Valladolid

http://atiram1985.blogspot.com/

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 2:13 pm

15.
Al fin tengo permiso formal para abandonar la reclusión de mi cuarto de enfermo, el alta se perfila cada vez más cercana. Por los paseos en camilla que me han llevado de un lugar a otro sé que no me hospedo en la construcción más hermosa del mundo, pero por ahora bastarán. Lo importante es el hecho de salir por mi propio pie de la habitación e ir fortaleciéndome poco a poco.

En los últimos días mi mejoría ha sido espectacular. Ingiero alimentos sólidos en todas las comidas sin ningún tipo de problemas, aunque los platos que me traen sean repugnantes que mermen mi ya de por sí escaso apetito, lo cual lleva aparejado una importante pérdida de peso por la que todo el mundo me reprende. Sin embargo, lo voy sobrellevando y mi cuerpo responde positivamente, prueba de ello es que ya no necesito de la ayuda de ningún elemento externo para que mis pulmones me proporcionen todo el oxígeno que me hace falta para vivir. A consecuencia de ello ya no estoy postrado en la cama y puedo arrastrar los pies al cuarto de baño para asearme o hacer mis necesidades en lugar de tener que depender de otros.

—Bueno, ¿qué? ¿Nos vamos?—me pregunta Leo con una sonrisa de oreja a oreja tan pronto como el médico se marcha.

Asiento con vehemencia y acepto la mano que me tiende para ayudarme a ponerme en pie, levantarme es una de las partes más difíciles de mi vida de persona normal en proceso de ser adquirida. Con la colaboración de Leo y la del brazo del sofá, logro incorporarme y erguirme. Estando ya listo para caminar, Leo me rodea por la cintura y yo hago lo propio con su hombro. Insatisfecha con algo que nota, pasa una mano arriba y abajo por mi costado y frunce el ceño.

—Empiezo a parecerme a tu madre, pero vas a tener que comer más, te estás quedando en nada.
—Entre eso y el costurón, adiós tipazo. A partir de ahora en las playas me mirarán y pensarán “¡Mira, Frankenstein!”.
—¡Venga ya! ¿Tú no sabes que las chicas se vuelven locas por los héroes? En cuanto sepan que eres un poli herido en acto de servicio, te las vas a tener que quitar con matamoscas.
—Tienes razón, pero me da igual. Yo ya tengo chica—Le hago una caricia en el pelo para ilustrar mi argumento.

Las cicatrices puede que seduzcan o no, pero si alguna procede a babear conmigo solo por ellas, tal vez debería plantearse eso que dijo Valéry de que la piel es lo más profundo del ser humano. A muchas tal vez les guste pensar que soy un héroe aunque últimamente encaje más en la categoría de villano estúpido, pero apenas un puñado habría estado a mi lado en momentos como los que atravieso. Leo se está sacrificando mucho por mí, tanto que temo que enferme o se derrumbe cuando yo ya esté curado. Por mucho que ya haya comenzado a hacer vida normal, no soy el único aquí que ha perdido peso ni que a ratos se siente agotado.

No sin ciertas dificultades logro reunir las fuerzas suficientes para andar levantando los pies del suelo. Estos días de atrás no era capaz, los arrastraba trabajosamente, no podía alzarlos. No es que esté caminando con gran gracia y elegancia, pero al menos mis pasos se van asemejando cada vez más a los del homo sapiens medio por mucho que para lograrlo deba desplazarme medio jadeante, con los labios entreabiertos y a ritmo de tortuga hemipléjica.

Leo me mira y me agarra con más firmeza. Sé que podría apoyarme más en ella, como me ofrece y recuerda, pero prefiero no hacerlo. Tengo que ser capaz de caminar yo solo, Leo ya hace bastante estabilizándome, no tiene por qué cargar conmigo como si estuviese borracho y no supiera dónde se encuentra el suelo. Lo que sí tengo que pedirle es que se detenga un momento. No hemos avanzado ni treinta metros y ya me siento más cansado de lo que habitualmente lo estaría tras un par de horas de carrera continua.

—¿Te encuentras bien? ¿Quieres que volvamos ya?
—No. Quiero andar un poco más, tengo que poder.
—Mario, es tu primera salida, es normal que…
—No importa. Tengo que esforzarme.

Mientras yo jadeo de mala manera, Leo consigue hacernos llegar hasta la sala de espera de la planta. Sin apenas fuerzas, logro dejarme caer sobre un asiento pegado a la pared. Leo se sienta a mi lado y me acaricia la pierna. Me siento agotado ahora mismo, como cuando en mis primeros días de vuelta a la consciencia del mundo de los vivos trataba de hablar. La diferencia es que ahora no hay mascarilla de la que despojarme. Ya estoy de pie, comiendo, hablando y viviendo aunque sea con pasitos cortos.

—Me hago viejo—reflexiono con una sonrisa cuando ya he recuperado mi ritmo respiratorio normal. Leo me da una palmadita en el hombro.
—Mira que te tengo dicho que no fumes.
—Será eso. Oye, hablando de tabaco, no te he visto irte a echarte un pitillo ni una sola vez estos días.
—No lo digas muy alto, lo he dejado y no lo echo de menos. Cuando supe que…—Respira hondo como para reunir energías—que estabas aquí, tiré los cigarrillos. A lo mejor es una gilipollez, pero no quería ir a verte oliendo a humo y que a lo mejor te pudiera hacer daño. Con toda la mierda que lleva el tabaco, me daba miedo que te pudiese pasar algo.
—Al final hemos salido ganando los dos. Odiaba besarte y que me supieras a alquitrán y nicotina, era como darle un beso a la calzada.
—¡Muchas gracias!—Me da un empujón cariñoso y se hace la ofendida.
—De nada, para eso están los novios. Y hablando de eso, Leo—Al notarme el cambio de tono, se pone seria y me mira intensamente a los ojos—, gracias. Gracias por todo lo que estás haciendo por mí.
—Lo dices como si fuera algo excepcional. Solo te hago compañía.
—Sabes que no. No solo me acompañas y me das ánimos, sino que haces mucho más. Gracias.
—Lo dices por lo de la cuña y la botella esa, ¿no?—Asiento.
—En parte. Tendrías que haberme dejado llamar a un auxiliar de clínica.
—¡Sí, hombre! Y que te tengan esperando veinte minutos mientras tú te meas a chorros. Anda, Mario, no seas ridículo, no me he muerto de asco por meterte el pito en una botella y luego vaciarla de pis y darle un aclaradito.
—No solo eso, Le…
—¿Es que no has superado la fase de “caca, culo, pedo, pis” o qué?—escupe con violencia y fastidio—Que ya sé que ha sido más, ¿y? Cámbiame el sitio un momentito y dime, si me hubieran herido a mí y la que hubiese estado impedida en una cama hubiera sido yo, ¿tú no habrías hecho lo mismo por mí? Di, ¿no me habrías echado una mano?
—Sí—admito tras un suspiro—, pero…
—Pues entonces. ¿Que si me ha dado asco? Pues mucho, qué quieres que te diga, pero se hace y punto porque no queda otra, porque te quiero y no voy a dejar que lo hagan por mí otras personas si puedo ayudarte yo.
—Está bien. Tendré que compensarte al menos.
—Eso no lo dudes. Te va a tocar prepararme platos de esos tuyos tan ricos en cuanto te den el alta, que me sé de una que lo único que sabe de la cocina es que es una parte de la casa.
—Cuenta con ello.

No creo que vaya a encontrarme demasiado bien para cocinar recién salido del hospital, aunque conozco perfectamente a mi madre y sé que no será ningún inconveniente. No nos vamos a morir de hambre ni vamos a comer bazofia antes de que me reponga lo suficiente como para guisar yo. De todas maneras, será mejor que Leo deje de pensar que estará de brazos cruzados mientras yo me encargo. Pienso enseñarla, estoy completamente a favor del reparto equitativo de todas las tareas del hogar y aplicaré el principio a rajatabla. Sé hacerlo todo, desde cambiar un enchufe a zurcir un descosido, que no crea que se lleva a un niño de mamá inútil que no sabe ni atarse los cordones sin recurrir a su mamaíta.

Debería frenar, no obstante, y dejar de adelantar acontecimientos. En mi mente veo la convivencia con Leo como una realidad clara, tangible y definida. Sin embargo, nadie ha dicho que nos vayamos a ir a vivir juntos. Ya hablamos de ello y nuestros planes, por los que Leo no mostró especial entusiasmo, quedaron frustrados por un narcotraficante y una piara de cerdos. Ahora no hay obstáculos aparentes, pero no puedo pedirle más sacrificios a Leo. Si ella no saca el tema a colación, y dudo mucho que lo haga, no seré yo quien se lo pida. No quiero volver a espantarla.

—¿Vamos al cuarto? Creo que ya puedo volver a moverme.
—¿Te atreves a dar un rodeo? En ese pasillo de ahí hay una máquina de café y otra de porquerías, ¿le compramos unas patatas a María y nos tomamos nosotros un capuchino y alguna guarrería? Tengo mono de chocolatinas.
Plenilunio
Plenilunio
Mandamás

Localización : al teclado

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 2:13 pm

15.

Por fin tenemos permiso para salir a pasear. Aunque sea solo por estos preciosos pasillos de hospital, todos iguales y sin vida. Pero eso no me importa, lo importante ahora es que Mario se está recuperando, que poco a poco es el Mario de siempre.

Por fin respira por él solo, y eso ha hecho que Mario haya mejorado no solo físicamente sino también moralmente. No me ha dicho nada, pero sé que ha ratos tenía miedo de quedarse mal, de no poder hacer una vida normal al salir de aquí. Si Mario tuviese que dejar la policía le daría algo, no me le imagino haciendo otra cosa.

En los últimos días los cambios han sido muy grandes. Poco a poco ha comenzado a andar, primero por la habitación y trayectos pequeños pero lo suficientemente importantes. El hecho de poder ir al baño por sí solo ya ha sido un gran avance. Y también ha comenzado a comer cosas sólidas.

Lo de comer cosas sólidas tiene un mérito tremendo, no ya por el hecho de comer sin más, sino por el hecho de comerse esas cosas tan repugnantes que le traen. Creo que yo no habría sido capaz de comerme la mitad de lo que ha comido él. Por suerte Mario es mucho mejor enfermo que yo y no protesta casi por nada.

La verdad es que al verle de pie dan ganas de invitarle a un bocadillo o a un buen cocido madrileño. Se ha quedado demasiado delgado. Todo el mundo le dice que tiene que comer más, yo incluso lo pienso, pero sé que su estómago tiene que adaptarse de nuevo a la vida de persona viva, igual que el mío. Todavía me cuesta un poquito comer y el estómago se me queja en cuanto intento obligarle a almacenar más cantidad. Poco a poco, como todo.

-. Bueno, ¿qué? ¿Nos vamos?- Sonrío. Sonrío al mirarle porque me parece increíble que por fin Mario pueda andar y vivir sin estar enganchado a ningún aparatito. Había olvidado cómo era sin máquinas alrededor. Y estoy contenta, así que sonrío, que ya era hora.

Aún le cuesta levantarse de la cama y ponerse de pie, pero para eso estoy yo aquí. Con mi ayuda y apoyándose en el brazo del sofá lo consigue. Ahora sí que ya podemos irnos. Le paso la mano por la cintura mientras noto como pasa él su brazo por mis hombros.

Está demasiado delgado. Paso mi mano por su costado y podría contarle las costillas a poco que me parase a contar.

-. Empiezo a parecerme a tu madre, pero vas a tener que comer más, te estás quedando en nada.
-. Entre eso y el costurón, adiós tipazo. A partir de ahora en las playas me mirarán y pensarán “¡Mira, Frankenstein!”.
-. ¡Venga ya! ¿Tú no sabes que las chicas se vuelven locas por los héroes? En cuanto sepan que eres un poli herido en acto de servicio, te las vas a tener que quitar con matamoscas.
-. Tienes razón, pero me da igual. Yo ya tengo chica. –Me hace una caricia en el pelo, no sé si para recordarme que yo soy su chica o para tranquilizarme. Si piensa que le voy a dejar irse con otra lo lleva claro.

Y que tengan cuidadito esas lagartas de la playa, que mi chico será un héroe, pero es solo mío. Es más, es mi héroe, es él quien me rescató, me ha salvado el pellejo tantas veces… Incluso esa vez en que no llegó a tiempo terminó por salvarme. Si no hubiese llegado quizás ahora estaría muerta. Y aunque ese cerdo no me hubiese matado, si no llega a ser por él ahora no podría salir a la calle sin sentir miedo.

Creo que no voy a ser la única cabezota de esta pareja. Mario podría apoyarse más en mí, se lo he dicho mil veces, pero no quiere. Tendré que recordarle que antes de poder correr tiene que aprender a andar. Parece cansado, jadea y le cuesta mover los pies, está tratando de andar como hacía antes del disparo y no quiere darse cuenta de que es demasiado pronto para eso.

Le miro y le agarro con más firmeza, pero él no cede y sigue sin apoyarse más en mí. Está agotado y me pide que paremos un momento. Estoy orgullosa de él, al final va a pulverizar los plazos de recuperación que le dieron los médicos.

-. ¿Te encuentras bien? ¿Quieres que volvamos ya?
-. No. Quiero andar un poco más, tengo que poder.
-. Mario, es tu primera salida, es normal que…
-. No importa. Tengo que esforzarme.

Le ayudo a llegar hasta la sala de espera de la planta. Hay un montón de enfermos charlando animadamente con sus visitas. Mario deja caerse sobre uno de los asientos que están libres, parece agotado, como si acabase de correr una maratón. Me siento a su lado mientras le acaricio la pierna. Lo ha conseguido y eso es lo importante, el tiempo que haya empleado es lo de menos. Tenemos todo el tiempo del mundo.

-. Me hago viejo – Parece que habla en serio, pero con esa sonrisa en la boca seguro que me está tomando el pelo un poco. Le doy una palmadita en el hombro, supongo que nota la parte irónica de mi gesto.
-. Mira que te tengo dicho que no fumes.
-. Será eso. Oye, hablando de tabaco, no te he visto irte a echarte un pitillo ni una sola vez estos días.
-. No lo digas muy alto, lo he dejado y no lo echo de menos. Cuando supe que…- Que te morías, no eso no. Que te estabas muriendo, no. Respiro hondo. -que estabas aquí, tiré los cigarrillos. A lo mejor es una gilipollez, pero no quería ir a verte oliendo a humo y que a lo mejor te pudiera hacer daño. Con toda la mierda que lleva el tabaco, me daba miedo que te pudiese pasar algo.

Increíble pero cierto. Años de tabaquismo y tuvo que ser la salud de Mario y no la mía la que me obligase a dejarlo. No me arrepiento, debería haberlo hecho antes y por mí, pero el amor tiene razones que la razón no entiende. Vamos, que me he vuelto gilipollas perdida desde que he reconocido que estoy enamorada de Mario.

-. Al final hemos salido ganando los dos. Odiaba besarte y que me supieras a alquitrán y nicotina, era como darle un beso a la calzada.
-. ¡Muchas gracias!-Le doy un empujón cariñoso mientras intento hacerme la enfadada. Nunca me he había planteado eso. Si cuando Mario se toma un café sabe a café besarme a mí tiene que haber sido un infierno para él que odia el tabaco. Mi salud y sus papilas gustativas me agradecerán el gesto. Espero.

-. De nada, para eso están los novios. Y hablando de eso, Leo –viene un momento de conversación seria. Eso dice el tono de voz de Mario. Le miro a los ojos, me gusta notar que no me rehúye la mirada cuando hablamos, me hace sentirme segura de lo que siento y de lo que siente él -,gracias. Gracias por todo lo que estás haciendo por mí.
-. Lo dices como si fuera algo excepcional. Solo te hago compañía.
-. Sabes que no. No solo me acompañas y me das ánimos, sino que haces mucho más. Gracias.
-. Lo dices por lo de la cuña y la botella esa, ¿no?-Asiente sin dejar de mirarme a los ojos.

-.En parte. Tendrías que haberme dejado llamar a un auxiliar de clínica.
-.¡Sí, hombre! Y que te tengan esperando veinte minutos mientras tú te meas a chorros. Anda, Mario, no seas ridículo, no me he muerto de asco por meterte el pito en una botella y luego vaciarla de pis y darle un aclaradito.

Quizás haya sido una prueba de fuego. Me daba vergüenza y supongo que a él también. Pero las relaciones no son solo para pasar momentos buenos, los malos están ahí. Si Mario no podía levantarse al baño lo lógico era ayudarle. No me ha importado para nada, ha sido una experiencia más de todo este calvario que estamos terminando de pasar.

-. No solo eso, Le…
-. ¿Es que no has superado la fase de “caca, culo, pedo, pis” o qué?- No me gusta por dónde va esta conversación-Que ya sé que ha sido más, ¿y? Cámbiame el sitio un momentito y dime, si me hubieran herido a mí y la que hubiese estado impedida en una cama hubiera sido yo, ¿tú no habrías hecho lo mismo por mí? Di, ¿no me habrías echado una mano?
-. Sí- le cuesta admitirlo, pero sabe tan bien como yo que él no me hubiese dejado sola ni un momento-, pero…
-. Pues entonces. ¿Que si me ha dado asco? Pues mucho, qué quieres que te diga, pero se hace y punto porque no queda otra, porque te quiero y no voy a dejar que lo hagan por mí otras personas si puedo ayudarte yo.

Porque le quiero. Eso es lo importante de todo. Yo no soy enfermera ni auxiliar, pero él es mi novio y eso está por encima de todo. Le he ayudado porque yo he querido, nadie me ha obligado a hacerlo y estoy encantada de haberlo hecho. Solo la primera vez me dio asco, no solo fue asco, me pesaba ver a Mario en ese estado. Pero ya está, no dudaría en volver a hacerlo.

-. Está bien. Tendré que compensarte al menos.
-. Eso no lo dudes. Te va a tocar prepararme platos de esos tuyos tan ricos en cuanto te den el alta, que me sé de una que lo único que sabe de la cocina es que es una parte de la casa. –Ay, Mario. No sabes el desastre de novia que te ha tocado…
-. Cuenta con ello.

Mario es una joya. Creo que no podría encontrar un chico mejor ni aunque me pusiera ya mismo a buscarlo. Tengo que aprender a hacer algo que él no sepa, porque a su lado voy a parecer una mujer florerito que ni siquiera sirve para eso. No puedo quedarme en casa esperándole con la mesa puesta y la comida preparada, porque no sé prepararla. No nos moriríamos de hambre, eso no, pero nuestra dieta sería de todo menos equilibrada y sana.

Mario aún no ha dicho nada de irnos a vivir juntos. Me gustaría pensar que no es porque no le apetezca sino porque no se le ha ocurrido. A lo mejor no se atreve, viendo los antecedentes no me extrañaría que fuera eso. Pero que no se preocupe, las cosas han cambiado tanto que no veo la hora de poder vivir con él bajo el mismo techo. Espero que no terminemos tirándonos de los pelos.

Puede ser incluso divertido. Además de una inepta cocinera soy un desastre. Mi casa no es la zona cero de cualquier campo de batallas pero no está ordenada como a Mario le gustaría. A mi madre le va a encantar su yerno, tengo ganas de que se conozcan.

-. ¿Vamos al cuarto? Creo que ya puedo volver a moverme.
-. ¿Te atreves a dar un rodeo? En ese pasillo de ahí hay una máquina de café y otra de porquerías, ¿le compramos unas patatas a María y nos tomamos nosotros un capuchino y alguna guarrería? Tengo mono de chocolatinas.
Atiram
Atiram
Mandamás

Localización : Valladolid

http://atiram1985.blogspot.com/

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 2:14 pm

16.
Arroz tres delicias, supuestamente. Los granos se separan tanto entre sí como en esos imanes de paellera que uno compra como recuerdo cuando va a Valencia. Aunque al menos en los imanes el arroz tiene algo de color y las quisquillas que ponen, aunque repintadas, seguro que son más comestibles que esto. Con razón el médico palideció cuando me pesó ayer y le informé de la diferencia de kilos antes del ingreso y ahora.

—Alegra esa cara, hombre, que mañana ya empiezas a comer comida de verdad. De momento te he traído un adelanto, aunque no esperes mucho, lo he hecho yo.

Leo ya vuelve de su ducha y su cambio de ropa, ha sido tan rápida como siempre. Me levanto a saludarla con un beso y acepto la bolsa de plástico que me ofrece. Tan pronto como veo que contiene un par de tarteras, dejo a un lado la bandeja con pseudo-comida hospitalaria y me centro en lo que Leo me ha preparado. También se trata de arroz, solo que en ensalada y con aspecto comestible. Cuando lo pruebo lo noto un poco duro, cruje ligeramente al masticarlo, pero quitando las cosas no procesadas por los horribles cocineros de este lugar, es lo mejor que he tomado desde que salí del coma.

—¿Qué tal está? Que el otro cacharro es para mí, si está malo, paso de comérmelo.
—No está mal.
—Cómo se nota que tienes el paladar atrofiado de tanto estar aquí.
—Bueno, pero mañana ya empiezo a reeducarlo.

Mañana me dan el alta salvo cataclismo imprevisible y devastador de última hora. No pienso consentir que nada me ocurra durante estas últimas horas hospitalizado. Cuando el médico me ha dicho que ya me veía lo suficientemente recuperado como para marcharme a casa, no he empezado a dar saltos por miedo a que las piernas no me sostuvieran al aterrizar. Me voy de aquí de una maldita vez, pensé que el momento no llegaría nunca.

La parte mala del asunto es que no sé dónde iré. Había pensado en irme a mi pisito, pero el “¡por encima de mi cadáver!” de mamá me ha dejado claro que no es una buena idea. No va a dejar que viva yo solo mientras esté convaleciente. Según ella, me conoce lo bastante como para saber que me obsesionaría por tener el piso como una patena aun a costa de mi pronta recuperación. Es posible que tenga razón, pasaría muy mal rato viendo pelusas gigantes por todos los rincones mientras permanezco de brazos cruzados languideciendo en el sofá. La tentación de irme a por la aspiradora sería demasiado grande.

Lo ideal sería que Leo quisiera venirse a vivir conmigo, pero por el momento no ha mencionado nada y yo prefiero obviar la cuestión. Si se lo pidiese, se sentiría obligada a cargar conmigo por temor a enfadarme y entristecerme. Ya ha hecho mucho por mí, no puedo pedirle que siga esforzándose y dejándose la salud. Necesita descansar de mí un poco, venir a verme solo a ratos perdidos cuando salga del trabajo y ni siquiera todos los días si ella no quiere. La echaré de menos las tardes que no venga a visitarme, pero es por su bien. Tengo miedo de continuar desgastándola y que termine pasándole factura. No soportaría volver a verla hundida por algo que he hecho mal.

Leo coge la otra tartera de la bolsa y saca unos cubiertos primorosamente envueltos en papel de aluminio del bolso. Examina su ración de ensalada sin mucho convencimiento y la prueba. En cuanto empieza a masticar, tuerce el gesto y me mira con los ojos grandes cargados de una mezcla de sorpresa y profunda lástima.

—Definitivamente, tienes el paladar hecho polvo. Sé que con los comistrajos que yo hago, esto es de cinco tenedores, pero, Mario, se me ha quedado crudo. Te vas a dejar una muela incrustada, no lo comas si no quieres, ahora me bajo a la cafetería a por algo.
—No pasa nada. Si esto es una maravilla comparado con las cosas espantosas que a veces te llevabas al trabajo, imagínate comparado con lo que me han estado dando de comer estos días. No es la mejor ensalada de arroz que he comido nunca, pero mira mi bandeja y dime si no podría ser mucho peor—Se estira un poco para mirarla en inmediatamente pone una mueca de asco manifiesto.
—Visto así, qué rica me ha quedado la ensalada, ¿eh? Ni Arguiñano, chaval.

Es mejorable, pero al menos me llena. Cuando me termino mi tartera no tengo ganas de nada más, así que le cedo mi yogur a Leo, quien protesta y al principio se niega a aceptarlo escudándose en que tengo que engordar. Le dejo claro que yo no voy a comérmelo y nos enfurruñamos como dos niños pequeños cuando ella dice que, entonces, ahí se queda. Enciendo el televisor y la veo mirando el envase.

—¿Te has quedado con hambre?—Se encoge de hombros.
—Un poquito.
—Pues venga, todo tuyo.
—¿De verdad no lo quieres?—Sacudo la cabeza—Estás escuálido, deberías…
—Mirarme a un espejo, como tú. No tengo hambre, de verdad.
—Me da igual. La mitad para cada uno y punto.

Insiste en compartir, así que no me queda otra que aceptar y reírme cuando empieza a hacer de la cuchara un avión para alimentarme. Si ella supiera que la imagino dentro de espero que no mucho haciendo lo propio con un bebé díscolo que no tenga ganas de comer, sino de mirar a su madre hacer el ridículo y divertirse a su costa. Aunque quizá le horrorice pensarlo, Leo sería una muy buena madre, no hay más que verla tratar a María. Mi sobrinita, que no es precisamente una niña fácil de meterse en el bolsillo, la adora. Menudo besazo le dio antes de marcharse. A Leo se le quedó la cara llena de babas tanto de María como suyas.

Para terminar con la función, dejo que me limpie la boca de restos de yogur antes de dejar mi personalidad niña. La agarro de las caderas huesudas que tiene ahora mismo, tiro de ella y la siento en mi regazo. Leo se gira para alcanzar mi cara y nos besamos. Nunca la había besado tanto como estos días, ni cuando mejor nos encontrábamos como pareja. Le acaricio la escalera que forman sus costillas y el vientre. Leo me devuelve el favor y terminamos separándonos solo porque, como sigamos así, nos asfixiamos. La miro a los ojos en busca de algún indicio que me diga que he ido demasiado lejos, que me he propasado o he hecho que se sintiera incómoda, pero su enorme sonrisa me grita justo lo contrario.

—Te he traído algo más aparte de ensalada envenenada.
—¿Envenenada? Ya decía yo que me sabía un poco a almendras amargas.

Leo se ríe y arruga la nariz mientras se levanta a coger algo del bolso. Seguramente reconoce el guiño, uno de los últimos casos que llevamos antes de que ella se marchase a Grecia y yo terminase en Cuidados Intensivos fue el del dueño de un bar cuya mujer le asesinó echándole cianuro en el café.

—Aquí tienes.

Me hace entrega de un pequeño paquete envuelto en papel de regalo con letras griegas. Si mal no recuerdo, me contó que se trataba de un llavero en forma de ojo griego. Le quito el papel cuidadosamente y descubro que así es. Sonrío a pesar de que no sea ninguna sorpresa y se lo agradezco con un besito en los labios.

—Muchas gracias.
—No es todo el regalo que quería darte, pero tenía que consultártelo antes.
—¿Consultarme?
—Sí, ahí van llaves, como…
—Obviamente, es un llavero—Leo bufa y pone cara de “¡No! ¿En serio?”.
—¿Te quieres callar y dejar que termine? Te digo que van llaves, supongo que tres: portal, buzón y casa. Pero no sabía qué juego de llaves ponerle, si tu juego o el mío.
—¿Qué?
—Que si en tu casa o en la mía. Que dónde nos vamos a vivir juntos.
—¿Lo dices en serio?—Ahora mismo estoy tan sorprendiendo que sueno como un idiota, pero a duras penas reprimo el impulso de pellizcarme frenéticamente el brazo para comprobar que no estoy soñando o de vuelta al coma—¿De verdad quieres vivir conmigo?
—¿Tan raro te parece?
—Pues…
—Sí, vale. Tienes razón. Pero la gente cambia, ¿no? ¿Qué me dices?
—Que mi casa es más grande y está más cerca del trabajo. Además, tu colchón está que da pena y el mío es demasiado grande para mí solo.
—En cuanto venga Charo me largo a hacer las maletas.
Plenilunio
Plenilunio
Mandamás

Localización : al teclado

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 2:15 pm

16.

Por fin la pesadilla está a punto de terminar. Mario se va mañana para casa. Se acabaron las horas de hospital, las visitas de médicos y enfermeras, los sustos y los malos momentos. Mario todavía necesita estar de baja un tiempo, pero al menos ya no tendrá que estar hospitalizado. Poco a poco podremos hacer una vida normal. Dentro de nada le tendremos por la unidad trasteando con sus cacharritos para localizarnos una llamada o encontrar a uno de esos tipejos despreciables a los que nos encargamos de perseguir.

Cuando entro en la habitación me encuentro a Mario mareando la comida que tiene en el plato y con una cara de asco que da ganas de sacar el móvil y hacerle una foto. Mario siempre ha sido un poco pijito con esto de la comida, aunque no le hace ascos a nada. Cualquiera diría que come todo lo que come con el tipo que se gasta. O que se gastaba.

-. Alegra esa cara, hombre, que mañana ya empiezas a comer comida de verdad. De momento te he traído un adelanto, aunque no esperes mucho, lo he hecho yo.

Además de ducharme y cambiarme de ropa me ha dado tiempo a preparar algo de comer. No es que sea una gran cocinera, más bien todo lo contrario, pero espero al menos que esté comestible. Eso sí, que no se espere ningún plato de cocina moderna, carísima y de raciones mínimas porque a tanto no llego.

-. ¿Qué tal está? Que el otro cacharro es para mí, si está malo, paso de comérmelo.
-. No está mal.
-. Cómo se nota que tienes el paladar atrofiado de tanto estar aquí.
-. Bueno, pero mañana ya empiezo a reeducarlo.

Es imposible que la ensalada de arroz que he intentado cocinar esté en condiciones, sé que Mario lo dice para no desanimarme y por quedar bien. Pobre mío, no sabe lo que le espera. Lo bueno de todo esto es que Mario tiene una paciencia infinita y sé que sabrá enseñarme a cocinar. Aunque mi paciencia sea bastante más escasa que la suya voy a hacer méritos para ser una buena novia y una buena nuera. Que como Mario no engorde veo a Charo capaz de cualquier cosa.

Aunque para todo esto primero tengo que saber si Mario quiere que nos vayamos a vivir juntos. De momento no ha dicho nada y eso me tiene preocupada. A lo mejor no quiere ir tan rápido como quiero ir yo ahora. Quizás después de todo lo que ha pasado quiere un poquito de tranquilidad y estar solo. Dudo que Charo le deje quedarse solo, pero irse con sus padres es una opción que yo no he contemplado y que está ahí.

No, no creo que Mario quiera irse a casa de sus padres unos días. Le conozco y aunque los adora también adora su independencia. No le gusta tener que estar postrado en una cama y estoy segura que tampoco va a querer que mami le cuide cuando salga de aquí. Espero que no le importe tanto que sea su novia la que le cuide. Aunque la novia tenga que trabajar y sea un auténtico desastre en todo. ¿Qué leches vería este chico en mí?


Será mejor dejar esto para más tarde y tratar de comer este manjar que he preparado con mis manitas. Si todo sale bien después del postre ya sabré dónde nos vamos mañana. Juntos, el resto no importa. Por mí como si Mario quiere mudarse debajo de un puente, ahí que pienso irme con él. No voy a dejar que me entre el miedo otra vez. No ahora que por fin tengo las cosas claras y los fantasmas casi enterrados.

Saco mi ración de ensalada y mis cubiertos. Tengo hambre. Por primera vez en muchos días siento hambre, mi estómago por fin parece que reacciona y vuelve a estar operativo. Ahora solo me queda recuperar el peso que he perdido y volveré a ser la Leo de siempre. No, la de siempre no, seré la versión mejorada de la Leo de siempre.

-. Definitivamente, tienes el paladar hecho polvo. Sé que con los comistrajos que yo hago, esto es de cinco tenedores, pero, Mario, se me ha quedado crudo. Te vas a dejar una muela incrustada, no lo comas si no quieres, ahora me bajo a la cafetería a por algo.
-. No pasa nada. Si esto es una maravilla comparado con las cosas espantosas que a veces te llevabas al trabajo, imagínate comparado con lo que me han estado dando de comer estos días. No es la mejor ensalada de arroz que he comido nunca, pero mira mi bandeja y dime si no podría ser mucho peor-Me asomo a su bandeja y asiento. Tiene una pinta espantosa, y si Mario dice que mi ensalada está mejor que eso es que realmente tiene que estar malo.
-. Visto así, qué rica me ha quedado la ensalada, ¿eh? Ni Arguiñano, chaval.

Espero no verme nunca ingresada en un hospital, porque si no me mata lo que quiera que sea que me haya llevado hasta él moriré de inanición. Otra cosa más en la que soy totalmente diferente a Mario. Además de ser una mala paciente y de no dejarme cuidar seguro que no probaría bocado. Lo dicho, que me moriría del asco.

Mario se niega a tomarse el yogur que tiene de postre y me lo cede. No, yo no pienso tomármelo, a él le hace mucha más falta comérselo que a mí. Como no se dé prisa en engordar van a pensar que se ha vuelto anoréxico perdido, porque yo he perdido peso pero él me gana por goleada.

Al final acabamos enfadándonos los dos como niños pequeños. Tiene que comerse él el yogur, porque es suyo, porque le hace falta y porque lo digo yo, hale. Mario enciende la tele mientras miro el botecito de yogur, mira que es cabezota, qué le costará comérselo.

-. ¿Te has quedado con hambre? –Me encojo de hombros, es una pregunta trampa.
-. Un poquito.
-. Pues venga, todo tuyo.
-. ¿De verdad no lo quieres?-Mario niega con la cabeza.-Estás escuálido, deberías…
-. Mirarme a un espejo, como tú. No tengo hambre, de verdad.
-. Me da igual. La mitad para cada uno y punto.

Si al final no era tan difícil ponerse de acuerdo. Cojo la cuchara y hago el tonto para Mario. Está convaleciente y hay que cuidarle ¿no? y además hacer que se ría, pues eso. Aunque en realidad nos estamos riendo los dos, corremos serio peligro de acabar pringados los dos en yogur, la que pilota la cuchara avioncito y el que tiene que abrir la boca para que aterrice.

Si alguien me viese en estos momentos… Nunca he dado de comer a un bebé, pero he visto muchas veces a las mamás hacer el payaso y lo que haga falta con tal de que coman algo. Mario no es tan difícil como un bebé, se está portando bien y abre la boca sin problemas. ¿Cómo será hacer esto con un niño? Quita, ni lo pienses, Leonor, nada de niños. Aunque si María me deja algún día podré darla de comer.

Para terminar el teatro limpio a Mario los labios aunque no se haya manchado nada con el postre. Mario me sonríe y me agarra de las caderas mientras tira de mí para sentarme en su regazo. Giro la cara y nos besamos. Me encanta poder besar a Mario a cada momento, cuando estuvimos juntos antes no fui capaz de disfrutar esos pequeños detalles como lo hago ahora. Besar a Mario es un regalo teniendo en cuenta cómo han sido las cosas estos días.

Mario pasa su mano por debajo de mi camiseta y pasea sus manos por mi barriga y mis costillas. Sé que se me notan demasiado, pero estoy en proceso de remediarlo. Me animo y le acarició a él. Con cuidado, con mucho cuidado y con suavidad. Nunca antes había acariciado así a nadie, siempre eran caricias urgentes, con prisa, sin saborear el momento. Nos separamos para no asfixiarnos mutuamente y Mario me mira fijamente mientras yo le sonrío. Es el momento justo para darle su regalito. Supongo que sabe lo que es, porque ya le dije hace unos días lo que le había traído de Grecia. Pero el regalo tiene una segunda parte que creo que no se espera.

-. Te he traído algo más aparte de ensalada envenenada.
-. ¿Envenenada? Ya decía yo que me sabía un poco a almendras amargas.

Me río con el comentario de Mario que lleva implícito una broma privada, creo que fue el último caso en el que trabajamos juntos antes de que me fuese a Grecia. Una mujer mató a su marido echándole cianuro en el café, y luego dicen que la mala soy yo.

-. Aquí tienes.

Le entrego el paquetito y Mario lo desenvuelve con tranquilidad y cuidado, como si dentro hubiese un objeto tan frágil que un pequeño tirón pudiese romperlo. Sonríe al ver el llavero con forma de ojo típico de Grecia y me lo agradece con un besito corto en los labios.

-. Muchas gracias.
-. No es todo el regalo que quería darte, pero tenía que consultártelo antes.
-. ¿Consultarme?
-. Sí, ahí van llaves, como…
-. Obviamente, es un llavero- Suspiro con fuerza. ¡Anda! ¡No me digas! Y yo que pensaba que era un botijo.
-. ¿Te quieres callar y dejar que termine? Te digo que van llaves, supongo que tres: portal, buzón y casa. Pero no sabía qué juego de llaves ponerle, si tu juego o el mío.
-. ¿Qué?
-. Que si en tu casa o en la mía. Que dónde nos vamos a vivir juntos.
-. ¿Lo dices en serio?-Claro que lo digo en serio, nunca he dicho algo tan en serio como esto. Quiero que vivamos juntos. Pase lo que pase.- ¿De verdad quieres vivir conmigo?
-. ¿Tan raro te parece?

Pues claro que le parece raro, es raro, antes no quería irme a vivir con él y ahora soy yo la que se lo propongo. Cuando estábamos juntos me lo pidió y yo le dije que a lo mejor me apetecía seguir viviendo en mi piso, sin ninguna complicación más. Fueron los cerdos quienes me pusieron al límite esa vez para hacerme ver que vivir con Mario no iba a ser tan horrible. Aunque luego las cosas se torcieron tanto que nunca llegamos a compartir techo.

-. Pues…
-. Sí, vale. Tienes razón. Pero la gente cambia, ¿no? ¿Qué me dices? –Dime que sí, venga, Mario, tienes que decirme que sí. Aunque me estaría bien empleado si ahora tú no quisieras vivir conmigo.
-. Que mi casa es más grande y está más cerca del trabajo. Además, tu colchón está que da pena y el mío es demasiado grande para mí solo.
-. En cuanto venga Charo me largo a hacer las maletas.
Atiram
Atiram
Mandamás

Localización : Valladolid

http://atiram1985.blogspot.com/

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 2:16 pm

17.
A casa. A nuestra casa, la de Leo y mía. Esa broma aguada de mal gusto que pretende ser café para desayunar ha venido acompañada de un alta para mojar. La última revisión del médico para curarse en salud lo ha confirmado: me encuentro lo bastante bien como para continuar de baja, pero en mi hogar. No necesito que me atienda personal médico salvo para irme a hacer curas al ambulatorio. Por lo demás, estoy casi de una pieza, merezco salir a la calle.

Leo me entrega la ropa que me ha traído. Al fin vuelvo a mis camisas, mis vaqueros y mi cinturón, aunque el pantalón y el alma casi se me caen a los pies al vestirme. Sabía que había adelgazado mucho dada la diferencia de kilos y porque me veía notablemente más flaco, pero es ponerme prendas que antes me quedaban bien y sentirme avergonzado. Ni abrochándome el cinturón en el último agujero consigo que me sujete lo suficiente.

Con sus prendas igualmente holgadas, Leo me sonríe y me acaricia la espalda. Parecemos dos muñequitos de alambre, como si nos hubiéramos quitado de comer para protestar por alguna causa noble. Tenemos que empezar una dieta a la inversa de cinco mil calorías mínimo, no pienso dejar que me miren porque me parezco a Christian Bale en “El maquinista”.

—Parece que le has quitado la ropa a tu hermano mayor.
—No tienes mucho que echarme en cara—Hace un gesto de “touché” y asiente.
—Ya, pero hay helado a montones en el congelador.

Agarro a Leo de la cintura y salimos de la habitación. En el pasillo me despido de las enfermeras y del médico, que me desean buena suerte y no volver a verme en mucho tiempo. No es mi hospital de referencia, pero se encuentra a un par de calles de donde me hirieron, así que dudo que me vaya a quedar ingresado aquí alguna vez en el futuro.

Leo va sonriente según se coloca las gafas de sol al salir del ascensor. Con ellas puestas vuelve a parecer la misma tipa dura de siempre, esa subinspectora ágil capaz de correr como un gamo antes de abalanzarse sobre cualquier sospechoso y chillarle mientras le esposa que como se mueva le pega un tiro. De hecho, para demostrarme que continúa siendo una mujer fuerte e independiente aunque esté enamorada y babosa, me abre la puerta del coche. Al ir a sentarme en el asiento del copiloto, me encuentro con un cojín. Extrañado, se lo enseño.

—¿Y esto? Si fuera de ganchillo, todavía, pero así…
—Es para ti. He pensado que el cinturón podía hacerte daño, es para que te lo pongas entre medias si te molesta.

No había caído en ese detalle, pero cobra sentido tan pronto me abrocho y descubro que la tira pasa justamente por el lugar donde la bala impactó en mi cuerpo. Estiro un poco, me coloco el cojín y se me pasan las ganas de aullar de dolor. Leo me da una palmadita satisfecha en el brazo y arranca.

—Te parecerá mentira ver la calle—me dice mientras se encamina a la autopista.
—Pues sí. Estoy como los abuelos, que me canso por todo, pero podríamos dar un paseo esta tarde. Hay un parquecito al lado de mi casa, podríamos ir por allí y sentarnos a descansar en uno de los bancos si estoy con la lengua fuera.
—Bueno. Pero nada de hacer el bestia.
—Empiezas a parecerte demasiado a mi madre.
—Pues sí. Pero no se lo digas a nadie.

No hablamos mucho de camino a casa, a nuestra casa. Ella conduce y yo estoy demasiado ocupado mirándola y observando las calles de Madrid, que hoy me parecen más hermosas que nunca. Durante este tiempo en el hospital he tenido momentos en los que pensé que ya no saldría de allí sino con los pies por delante, que no podría volver a pisar la calle y retomar mi vida normal. Será una niñería, pero me siento tan bien abriendo la ventanilla una rendija y dejando que la polución madrileña se cuele en el habitáculo del coche.

A pesar de que el pavimento no sea completamente liso como en el hospital, no me cuesta caminar. Me cansa mucho más que antes porque estoy en los huesos y aún no me he recuperado, pero solamente se traduce en un ritmo lento, no en que vaya dando tumbos como si estuviera borracho. Mantengo el equilibrio a la perfección, si voy de la cintura de Leo es porque me apetece nada más. Ni siquiera los litros de baba consiguen que la suelte mientras veo cómo extrae su llavero con una copia de mis llaves y abre el portal.

—Ya estamos en casa—anuncia con una sonrisa mientras llama al ascensor.

El mío, el nuestro, es el ático y tiene unas vistas que sé que siempre le han gustado. Ahora podrá pasar tantas horas como quiera asomada mirando al infinito o tomando el sol en la terraza. Leo ya vive aquí y no sé expresar con palabras lo feliz que me siento por ello. Lo único que espero es que no haya descolocado demasiado mis cosas al hacerse hueco en el armario. No me importa que las haya comprimido para conseguir espacio, pero ojalá al hacerlo no me las haya cambiado de sitio, no estoy en condiciones de ponerme a reordenarlo todo si me ha mezclado los colores de las camisas.

Mi casa está tan limpia y ordenada como de costumbre. Mamá la ha estado viniendo a adecentar periódicamente estos días. Ayer, cuando supo que hoy me darían el alta, se marchó un poco antes de lo acostumbrado del hospital y se fue con papá a hacernos la compra. Por la noche la telefoneé y me aseguró que Leo y yo tenemos comida “para pasar tres guerras mundiales”. Conociéndola, probablemente el número total ascienda a seis o siete siempre que enseñe a Leo a preparar unas lentejas en condiciones, ni que fuese un trabajo titánico.

—Se me hace tan raro venir aquí—reflexiona Leo según caminamos hasta el salón.
—No es que vengas, es que vives aquí.
—Más a mi favor. Esta es mi casa también a partir de ahora.
—Nos ha costado, ¿eh?—Leo asiente—Por fin voy a llenar mi cama.

Leo pone una mueca que no sé cómo interpretar. Le acaricio las mejillas para intentar que cambie la cara, pero no lo logro. Decepcionado, la conduzco hasta el sofá, donde la siento sobre mis rodillas y la beso. Al principio duda antes de colaborar, pero termina siendo tan apasionada que solamente mi respingo de dolor interrumpe su sesión de caricias. Cabizbaja, Leo se baja de mi regazo y me toma la mano. Juguetea con mis dedos insistentemente, los separa y los entrelaza con los suyos como si buscase en ellos la respuesta a algún enigma.

—Lo de tu cama… Mario, he estado pensando y creo que es mejor que yo me venga a dormir aquí, en el sofá.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Pues por lo mismo que acaba de pasar ahora, porque no quiero hacerte daño.
–Pero si estos días hemos estado durmiendo abrazados en una cama de hospital y no ha pasado nada.
—Ya, pero tú estabas que no te podías ni menear y te has despertado veinte veces todas las noches por mi culpa, no quiero que…
—No exageres.
—Vale, diecinueve. Pero es igual, no quiero hacerte daño. Sabes que siempre termino tumbándome encima de ti y te voy a hacer polvo. En la cama de hospital nos podíamos mover menos, pero en la tuya siempre nos despertábamos hechos un nudo. No quiero que te duela por mi culpa.
—Me va a doler más despertarme y ver que tú no estás—Abre unos ojos enormes y da una palmada.
—¡Ya estaba tardando la cursilada del día!
—De la última media hora, dirás. En este sofá no te quedas.
—Pero…
—No estoy para muchos trotes, pero sigo teniendo unas esposas y pienso usarlas.
—¡Uuuuuh! ¿Es una amenaza? ¡Mira cómo tiemblo, guapetón!—Sacude la mano enérgicamente y me da un besito.
—No, es una promesa. Además, tengo más argumentos menos excitantes para convencerte.
—¿Como cuáles?
—Vas a ir a mi madre si me dejas solo.
—No serás capaz.
—Ponme a prueba si te atreves. ¿Un heladito?
Plenilunio
Plenilunio
Mandamás

Localización : al teclado

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 2:16 pm

17.

Nos vamos a casa. A casa de Mario, o quizás debería empezar a decir a nuestra casa. Esta mañana, junto al café del desayuno ha llegado el alta. Los médicos han decidido que ya nos han torturado bastante y que ya va siendo hora de que dejemos la cama a otra persona que la necesite más que Mario. Reposo en casita y curas en el ambulatorio es lo único que necesita Mario. Por fin nos vamos de aquí.

Antes de ir a recogerle me he pasado por su casa, por casa, para traerle algo de ropa de persona normal. Me apetece verle por fin con sus vaqueros y sus camisas. El cinturón ha dejado de ser un complemento y ha pasado a ser parte fundamental de su vestuario, creo que en sus pantalones podríamos entrar los dos perfectamente.

Su ropa le queda enorme, ha adelgazado más de lo que yo había pensado, pero le veo bien igualmente. El peso es algo que en unos días habremos empezado a solucionar. Me acerco a él y le paso la mano por la espalda. No puede hacerse una idea de lo bien que me siento en estos momentos. No creo que haya pasado más miedo en toda mi vida. Ni siquiera cuando pensé que me matarían en ese cuarto sucio y oscuro tuve tanto miedo.

-. Parece que le has quitado la ropa a tu hermano mayor.
-. No tienes mucho que echarme en cara-Tiene razón, tocada y hundida. Asiento con la cabeza mientras le sigo sonriendo.
-. Ya, pero hay helado a montones en el congelador.

Mario me agarra de la cintura y salimos de la habitación. En el pasillo le esperan un montón de enfermeras y los médicos que le han estado atendiendo estos días. Todos quieren desearle buena suerte y una recuperación definitiva y rápida. Y sobre todo no tener que volver a verle por aquí en mucho tiempo. Espero que ni por aquí ni por otro hospital salvo que sea por algo estrictamente profesional.

Estoy tan contenta que no tengo ganas de dejar de sonreír. Me pongo las gafas de sol al salir del ascensor y conduzco a Mario hasta el coche. Parece mentira que nos vayamos a casa, a nuestra casa. He pensado tantas veces que Mario no lo contaba que todo esto me parece un sueño. Le abro la puerta del copiloto y me dirijo al otro lado del coche mientras Mario se sienta.

-. ¿Y esto? Si fuera de ganchillo, todavía, pero así…
-. Es para ti. He pensado que el cinturón podía hacerte daño, es para que te lo pongas entre medias si te molesta.

Jamás llevaría en el coche un cojín de ganchillo. Por suerte para mí mi madre no sabe hacer ganchillo y yo todavía no estoy lo suficientemente tonta como para comprarme uno. Saliendo de casa he pensado que seguramente el cinturón hiciese daño a Mario y ni yo le iba a dejar ir sin él abrochado ni él sería capaz siquiera de pensarlo. A juzgar por la cara de Mario he dado en el clavo.

Le doy una palmadita en el brazo, no veo la hora de llegar a casa así que, una vez abrochados los cinturones, arranco y me dirijo a la autopista, en nada estaremos en casa, en nuestra casa.

-. Te parecerá mentira ver la calle.
-. Pues sí. Estoy como los abuelos, que me canso por todo, pero podríamos dar un paseo esta tarde. Hay un parquecito al lado de mi casa, podríamos ir por allí y sentarnos a descansar en uno de los bancos si estoy con la lengua fuera.
-. Bueno. Pero nada de hacer el bestia.
-. Empiezas a parecerte demasiado a mi madre.
-. Pues sí. Pero no se lo digas a nadie.

Me pareceré a su madre todo lo que él quiera pero no le voy a dejar hacer locuras. Le conozco y sé que se va a empeñar en hacer una vida normal cuando aún no está preparado para ello. Pero acepto ese paseo por el parque, y que no se equivoque, agarraditos de la mano o no hay trato. Sé que le va a sorprender cuando le coja su mano, pero me apetece hacerlo, me apetece mucho poder ser una cursi sin pararme a pensar qué pensarán los otros de mí. Por mí como si se van todos al cuerno.

Durante el viaje no hablamos mucho, voy concentrada en la carretera y en otras mil cosas que se me pasan en estos momentos por la cabeza y él parece hipnotizado por el encanto de Madrid. Juguetea con la ventanilla del coche abriendo y cerrando una pequeña rendija por donde se cuela el aire y no puedo evitar sonreír al mirarle.

Por suerte podemos aparcar el coche cerca del portal de Mario. De nuestro portal. Me cuesta hacerme a la idea de que ahora yo voy a vivir aquí. Mario me agarra de la cintura aunque no me necesite ya de punto de apoyo para poder andar, caminamos despacio pero seguros, nadie diría que hace unos días casi se muere. Sonríe cuando me ve sacar el llavero con la copia de sus llaves y entramos en el portal.

-. Ya estamos en casa-Si no me pongo a saltar y bailar de alegría en este momento es porque no quiero dar una mala imagen a mis nuevos vecinos, así que me limito a sonreír y llamar al ascensor.

El ático de Mario me encanta desde la primera vez que vine aquí con él. Tiene unas vistas espectaculares y una terraza perfecta para esconderme del mundo y desaparecer un rato. Sé que ese va a ser mi rincón en esta casa y que Mario me lo cederá sin ningún problema.

La casa está limpia como una patena. Charo conoce a su hijo y sabe que si encontrase una sola mota de polvo sería incapaz de quedarse quieto en el sofá descansando. Estos días ha estado viniendo a adecentársela un poco y ayer, cuando nos informaron de que hoy nos veníamos para acá, se vino pronto a llenarnos la nevera. Por lo poco que he visto esta mañana creo que podríamos estar sin salir de casa un mes entero y no nos faltaría de nada.

Aún queda mucho para que me sienta instalada aquí, tengo que colocar mis cosas aunque no me corre prisa, no tengo intención de irme a ningún sitio aunque no vaya corriendo a usurparle el armario a Mario. Estoy segura de lo que estoy haciendo, aunque a la vez se me haga muy raro estar aquí. Porque es raro, al final voy a tener que agradecerle al cabrón que disparó a Mario que lo haya hecho.

-. Se me hace tan raro venir aquí.
-. No es que vengas, es que vives aquí.
Exactamente eso. Ahora vivo aquí. Es un cambio grande, he dejado atrás parte de mi independencia y ya no tengo que pensar solo en mí. Ahora somos dos y los dos vamos a tener que adaptarnos al otro.

-. Más a mi favor. Esta es mi casa también a partir de ahora.
-. Nos ha costado, ¿eh?-Mucho, nos ha costado mucho-Por fin voy a llenar mi cama.

Creo que Mario y yo vamos a tener la primera charla seria de nuestra vida en común. Sé que me ha cambiado la cara y que él se ha dado cuenta. Me acaricia las mejillas para hacerme sonreír pero no lo consigue. Está decepcionado, o asustado, o triste, no sé muy bien cómo interpretar su gesto. Me lleva hasta el sofá y me sienta en sus rodillas. Y me besa, me besa aunque yo no quiera colaborar demasiado, tenemos que hablar seriamente.

Pero los labios de Mario saben bien cómo disuadirme y hacerme olvidar de todo. Le devuelvo el beso con mucha más pasión de lo que pretendía y al final acabamos acariciándonos. Eso es exactamente lo que hace que Mario se queje de dolor. Me bajo de sus rodillas y me siento a su lado mientras le tomo la mano entre la mía. Jugueteo con sus dedos pero no me atrevo a decir nada. Aunque sé que debo hacerlo.

-. Lo de tu cama… Mario, he estado pensando y creo que es mejor que yo me venga a dormir aquí, en el sofá.
-. ¿Qué? ¿Por qué?
-. Pues por lo mismo que acaba de pasar ahora, porque no quiero hacerte daño.
-. Pero si estos días hemos estado durmiendo abrazados en una cama de hospital y no ha pasado nada.
-. Ya, pero tú estabas que no te podías ni menear y te has despertado veinte veces todas las noches por mi culpa, no quiero que…
-. No exageres.
-. Vale, diecinueve. Pero es igual, no quiero hacerte daño. Sabes que siempre termino tumbándome encima de ti y te voy a hacer polvo. En la cama de hospital nos podíamos mover menos, pero en la tuya siempre nos despertábamos hechos un nudo. No quiero que te duela por mi culpa.
-. Me va a doler más despertarme y ver que tú no estás-Abro los ojos todo lo que puedo mientras doy una palmada que me sale espontánea.
-. ¡Ya estaba tardando la cursilada del día!
-. De la última media hora, dirás. En este sofá no te quedas.
-. Pero…
-. No estoy para muchos trotes, pero sigo teniendo unas esposas y pienso usarlas.
-. ¡Uuuuuh! ¿Es una amenaza? ¡Mira cómo tiemblo, guapetón!-Sacudo la mano para burlarme de él y le doy un besito, creo que me estoy haciendo adicta a los labios de Mario.
-. No, es una promesa. Además, tengo más argumentos menos excitantes para convencerte.
-. ¿Como cuáles?
-. Vas a ir a mi madre si me dejas solo.
-. No serás capaz.
-. Ponme a prueba si te atreves. ¿Un heladito?
Atiram
Atiram
Mandamás

Localización : Valladolid

http://atiram1985.blogspot.com/

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 4:18 pm

18.
No recuerdo la última vez que estuve tan nervioso. Probablemente durante la fatídica invitación al ballet, hace un millón de años. Pero si de eso hace un millón de años, son tres o cuatro los que me separan de la anterior vez que tuve que pasar por el trance de conocer a los padres de mi novia. Por aquel entonces era un pipiolo, un polluelo que todavía cargaba con su plumón a cuestas y que incluso estaba dispuesto a renunciar a Madrid por Ávila para estar con su chica. Lo que no esperaba era encontrarse con una familia recién escapada de las páginas de “La Regenta” para quienes un aspirante a policía era un partido irrisorio para su hijita.

Dudo que sea el caso de los padres de Leo, de los que solamente sé que se llaman Serafín y Rosa, pero con esos nombres, Leo bien puede ser esa hijita única que se les ha ido de madre precisamente porque le han consentido tanto que la nena se niega a ir a misa los domingos. Me extrañaría, pero todo es posible después de ver comulgar a aquella muchachita abulense de familia bien minutos después de haber realizado toda clase de actividades altamente pecaminosas con esa boca en la que el cuerpo de Cristo entraba de una forma notablemente más casta que el mío. Y no precisamente porque yo la hubiera obligado a nada, sino más bien casi al contrario.

Carraspeo según agarro el picaporte de la entrada. Leo se coloca medio pasito por detrás de mí y me acaricia la espalda. Con su mirada parece querer decirme que todo saldrá bien. Esperemos que así sea. Por lo pronto, sé que al hombretón que es Serafín no le hace justicia ese nombrecillo de esmirriado insignificante. Rosa, por su parte, es una mujercita pequeña y de aspecto frágil, pero muy capaz de abandonar la cocina en un momento dado y perseguir a quien corresponda empuñando un rodillo de amasar.

—Tú debes de ser Mario—dice su padre mirándome de arriba abajo. Incapaz de pronunciar una sola sílaba, asiento—. No, si mi hija tonta no es. ¡A mis brazos, yerno!

El palmetón que me estampa en la espalda me hace proferir un sonido gemido de dolor a mi pesar. Serafín se aparta con una disculpa y deja que sea su mujer quien se presente a continuación con dos besos. Serafín no es así de efusivo solamente conmigo, sino que levanta a su hija del suelo con el abrazo de oso que le da y la reprende por encontrarse tan delgada. En esto coincide también Rosa, quien tiende a Leo un par de bolsas de plástico con lo que parecen tarteras con aperitivos y una bandeja de pasteles.

—Mamá, que hemos hecho comida nosotros también.
—Ya, pero, hija, no nos engañemos, los fogones y tú…
—Oye, que nunca he prendido fuego a la cocina. Además, Mario me ha ayudado. Pasad y dejad de avergonzarme de una vez, que no sé para qué os he invitado.

Es cierto que yo le he echado una mano en la confección de los platos. Por orden suya y de mi cicatriz en ciernes, me he limitado a dar instrucciones y realizar tareas menores como el pelado de patatas, pero los resultados han sido buenos. Leo no es un caos en los fogones, tan solo le falta práctica y ahora no tiene más remedio que adquirirla. Mi madre ya ha amenazado con ponernos en vergüenza trayendo comida todos los días si no comenzamos a engordar ipso facto.

Hacemos una pequeña visita guiada por el ático y los padres de Leo deciden que las vistas de la terraza les encantan y que podríamos comer fuera. Me ofrezco a poner la mesa mientras Leo emplata la comida, pero todos me prohíben hacer nada y me mandan sentar. Levanto los brazos como si me estuviesen encañonando, acepto la cerveza sin alcohol que Leo me ofrece para la espera y me voy a sentar con Serafín, que hace amago de darme otro palmetazo pero cae en la cuenta de que no debe justo a tiempo de evitar una tragedia.

—¿Cómo está mi niña, eh?—me pregunta en tono confidencial.
—Cansadísima. Estos días no han sido nada fáciles para ella. Intento no darle mucho trabajo, pero Leo lo está pasando bastante mal por mi culpa.
—Sí, claro, tú te comiste esa bala porque te habías quedado con hambre, no te jode. Te pasó lo que te pasó y punto. Y mi niña, aunque la veas tan palito y tan aperreada ahora mismo, es bien fuerte. Preguntaba por esto—Se lleva el dedo a la sien—. Leo nunca ha sido de contarnos con quién andaba, solo decía “estoy con uno” si preguntábamos, así que no te imaginas el susto que nos dio ir a verla porque no sabíamos nada de ella desde antes de las vacaciones y encontrárnosla literalmente tirada en el suelo de su casa llorando como una magdalena. Cuando le preguntamos qué pasaba y nos dijo que le habían pegado un tiro a Mario y que como le pasase algo, ella se moría, nos quedamos diciendo “¿Y quién es Mario?”. Ahora que ya te tengo delante, te advierto de buen rollo: mi niña está loca por ti y pegando saltos de vivir contigo, que siga así por mucho tiempo, aunque la próxima vez más os vale tener cerveza de verdad. Esta sin sabe a pis de gato.

Cuando Leo y Rosa llegan con la primera remesa de aperitivos, Serafín se pasa a temas más ligeros. Protesta también a su hija por la falta de “cerveza en condiciones” y finge que le molesta cuando su mujer le recuerda que tiene que conducir. Rosa y él me parecen la extraña pareja, esos dos que nunca encajan y terminan bailando juntos por descarte en las fiestas, pero cuando veo a Rosa mirarle con cariño y acariciar su mofletón con una manita diminuta, me digo que a simple vista Leo y yo tampoco pegamos. Que Leo hace mejor pareja con Corso y mírala ahora, acariciándome el muslo por debajo de la mesa.

—Leo nos contó que erais compañeros—dice Rosa en tono inquisitivo. Comienza el tercer grado—. ¿Trabajáis juntos o lo decía porque tú también eres policía?
—Somos compañeros de unidad, por eso nos conocimos.
—Y esta niña nuestra sin decirnos nada. Desde luego, un chico así tan majo y no nos dices nada de que estás saliendo con él. ¿Lleváis mucho?

Miro a Leo a los ojos. No sé bien qué responder, decirle que formalmente recomenzamos nuestra relación mientras estaba en la UCI no me parece una buena carta de presentación. No quiero que crean que Leo quiso estar conmigo solo por lástima, por miedo a perderme. Puede que inicialmente fuera así, pero prefiero creer que el disparo le abrió los ojos, que no estará conmigo tan solo hasta que me recupere y que los días que voy tachando en el calendario de la cocina para recordar nuestro aniversario tendrán sentido.

—Es… difícil de decir. Después de tontear un poco—Bonito eufemismo para decir que yo le iba detrás y ella no me hacía ningún caso—, estuvimos una temporada saliendo, pero acabamos rompiendo y…
—¿Fue en esa época en la que estabas tan negativa y no hacías más que decir que todo lo malo te pasaba a ti?—pregunta su madre.

Leo, avergonzada, agacha la cabeza y asiente, por lo que deduzco que sus padres no saben nada de lo que sucedió en realidad. De lo contrario, viéndolos ahora, probablemente Serafín me habría abrazado en la puerta al grito de “¡Macho, eres mi puto ídolo!”. Pero yo no quiero ser el ídolo de nadie, ni el héroe de Leo. Quiero ser su Mario, el chico de Leo y el yerno amantísimo de Rosa y Serafín, ese que aunque parezca bobito y con suavizante en las venas, tiene el genio suficiente como para estar con su hija.

—Sí, aunque no estaba así por Mario. Me pasaron unas cuantas cosas jodidas y terminé hecha una braga.
—¡Niña, esa boca!—exclama Serafín—Cualquiera va a pensar que eres hija de tu padre. Bueno, que nos enteremos, lo dejasteis, pero ahora habéis vuelto, ¿antes del tiro?
—Después—susurra Leo con los ojos fijos en su regazo—. Antes del disparo éramos como el perro y el gato, pero todo esto nos ha hecho ver que… bueno… debíamos estar juntos.
—Si dices que le quieres, tampoco pasa nada. Que los tíos hacemos como que no, pero en el fondo nos encanta oírlo.

Avergonzada Leo lo suficiente por ahora, sus padres pasan a temas de conversación menos espinosos, a un intercambio más fluido de información con nosotros. De ese modo descubro que Leo no es hija única por deseo de sus padres, sino porque Rosa tuvo unos cuantos abortos y un hijo que se le murió a los dos meses de muerte súbita, así que Leo fue el producto de quemar el último cartucho, una hija buscadísima y deseadísima que a punto estuvo de terminar llamándose Desirée por ese motivo.

De pequeña Leo no convivió mucho con su padre. Según me cuentan, Serafín era camionero y viajaba por toda Europa al volante aunque su sueño era reunir el dinero suficiente para una franquicia de una empresa de mensajería, lo cual consiguió cuando Leo tenía siete años. Sin embargo, por muchos kilómetros y muchas horas que tuvieran sus viajes, Serafín jamás faltó un viernes por la tarde a su cita con Leo en la puerta del colegio. Iba a recogerla subido en su camión y al verla tocaba insistentemente la bocina. A Leo le llovían los amigos con tal de dar un paseo en aquella monstruosidad y ella sabía sacarle partido.

—A ver si tú no te habrías aprovechado también—se defiende Leo mientras toma un poco de ensalada—. Mi padre tenía un trabajo guay y yo tenía que aprovecharme.
—Y bien que se aprovechó. Uno de sus novios, que la chica tenía varios, no como ahora que es monógama—explica su madre—se la llevó al fútbol y todo.
—Como debe ser. Nosotros también nos la llevamos algunas veces al campo. No veas qué manera de insultar al árbitro.
—Yo solo he estado una vez, hará tres o cuatro años—admito. Me dejé arrastrar por Corso, pero prefiero no mencionarlo, detesto ver la cara de Leo cuando sale su nombre.
—¿No te gusta el fútbol?—pregunta Serafín con cierta incredulidad. Sacudo la cabeza—Bebes pis de gato en vez de cerveza de verdad y, como tienes esa pinta de sanote, supongo que tampoco fumas, ¿no?
—Yo ya tampoco. Lo he dejado.
—¡Te parecerá bonito! Mira lo que le estás haciendo a la niña, me la estás llevando por el buen camino—Extiende el brazo con la palma de la mano hacia mí—. ¡Choca esos cinco! La de veces que hemos intentado que se quitase del tabaco, no sabíamos ya qué hacer. La de tonterías que hace uno estando enamorado, hay que ver. Yo antes llevaba coleta, tenía un pelo precioso, como mi niña, pero fui a la peluquería para que mis suegros no me vieran pinta de patibulario y hasta hoy.
—Y aun así, mi madre casi se desmaya cuando este bruto le enseñó la rosita que se tatuó en el brazo por mí. Pero a mí me parece preciosa.

Serafín se remanga y me muestra el tatuaje. Espero que no pretenda encontrar un “Amor de Leonor” en mi brazo dentro de poco. Como si acabase de recordar algo, se baja la manga y saca el teléfono del bolsillo. Trastea con él y, al dar con lo que buscaba, me lo enseña con una sonrisa pícara. Rosa se cubre la boca y suelta una risilla traviesa.

—Papá, cuidadito con lo que haces, que estamos en un ático.
—Ya, como que me vas a poder, escuchimizada. Tendréis lector de tarjetas en el ordenador, ¿verdad?—Asiento—Después te paso las que tengo, hay unas cuantas buenísimas, pero quiero que mires esta primero.

Espero que Leo no cumpla su amenaza, pues la fotografía bien lo merece. Leo tendría no más de tres o cuatro años cuando se tomó en una excursión al campo. En la imagen, Leo aparece sentada sobre una silla plegable Está preciosa con un vestido de florecillas y un sombrerito de paja con una cinta rosa y no mira a la cámara. Se encuentra demasiado ocupada bebiendo a morro de una litrona como para eso. Parpadeo un par de veces para asegurarme de que los ojos no me traicionan y tengo que rendirme ante la evidencia. La foto es real y no parece en absoluto manipulada.

—¿Y esto?
—¡Papá, yo te mato!—exclama Leo al darse cuenta de lo que su padre me muestra.
—Ya ves, la nena, que era una borrachuza precoz. Estaba venga a decir que quería cerveza y nosotros “que no, que es para mayores”. Pero nada, nos despistamos un momento y cuando nos quisimos dar cuenta…
—Estaría vacía, ¿no?
—Eso pensaba yo cuando hice la foto, pero al final resultó que no. Tenía lo suficiente para que se agarrase un buen cuelgue. No veas qué acojone.
—Sí, menudo miedo. No sabíamos si llevarla al médico o no, que la niña estaba borracha y le podía pasar algo, pero tampoco queríamos que pensasen que le dábamos alcohol por costumbre y nos la quitasen.
—¿Qué pasó al final?
—¡Nada, no pasó nada, joder!
—Pues nada, que se durmió la mona a base de bien y despertó al día siguiente con una resaca brutal y una mala hostia del copón. Imagínate si estaba de mala leche que hasta el día de hoy no se le ha quitado.
Plenilunio
Plenilunio
Mandamás

Localización : al teclado

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 10:37 pm

18.

Hoy vienen mis padres a casa. Debo haberme vuelto loca o algo parecido desde que volví de Grecia, pero hemos invitado a papá y mamá a comer. Es una locura, no llevamos ni 10 días viviendo juntos, no sabemos cómo va a salir esto y ya hemos involucrado a las dos familias. Mamá ha insistido tanto que no me he podido negar. Yo no quería ir tan deprisa, pero tanto mamá como papá están como locos por conocer a Mario, supongo que les parecerá un milagro verme asentada así de repente.

No es la primera vez que hago una presentación oficial, Roberto estuvo en casa de mis padres unas cuantas veces, pero del resto mis padres nunca han sabido nada. No he tenido demasiados novios formales, mucho menos oficiales. Pero ahora es distinto y tan real que me asusta. Solo espero que esta vez sea muy distinta a la anterior.

Cuando estuvimos saliendo, antes de que pasara todo lo que pasó, Mario propuso hacer una presentación formal. Quería llevarme a conocer a sus padres y que yo le presentase a los míos. No quise, menos mal, si no ahora la situación sería insostenible. Me parecía pronto y yo no tenía la más mínima intención de hacerlo oficial. Nos costó un par de peleíllas y unos cuantos reproches, pero quizás eso ayude a que ahora las cosas salgan bien.

Mis padres querían verme, llevo sin verlos casi desde que a Mario le trasladaron a planta. Mi tiempo era único y exclusivo para él. Así que cuando me han dicho que ya era hora de que me dejase ver el pelo no me he podido negar. Podría haber ido hasta su casa y así evitarme todo esto, pero no quería dejar a Mario solo. Ni quería dejarle solo ni quería que él sintiese que me avergüenzo de lo nuestro porque no es así. Y sé que si me hubiese ido a ver a mis padres no me habría dicho nada, pero le habría hecho daño.

Él es parte de mi familia, una parte muy importante, y no quiero tener que volver a verme al límite para hacer las cosas como se debe. Así que me armé de valor y le propuse una comida a Mario con los suegros. Y a los suegros con Mario. Al principio se extrañaron un poco, pero la idea les encantó.

Sé que Mario les va a gustar, no tengo ninguna duda de ello. Mamá y las cursilerías de Mario se van a llevar estupendamente bien y papá, aunque es mucho más macarra, va a estar encantado de que sea Mario quien se quede con su niña. Porque seguiré siendo su niña toda mi vida, aunque me gane la vida pegando tiros y metiendo en la cárcel asesinos. Pero estoy nerviosa, muy nerviosa. ¿Y si no se gustan tanto como yo creo? ¿Y si no sale bien? ¿Y si…

Mierda, el timbre, ya están aquí. Mario parece un flan, sé que él también está nervioso. Su primer encuentro con la suegra no va a ser como el mío, pero espero que el suyo también acabe bien, si Charo y yo hemos podido limar las asperezas hasta hacerlas desaparecer por qué no se van a llevar bien Mario y mamá.

Carraspea mientras coloca la mano sobre el picaporte de la puerta de entrada. Paso mi mano por su espalda, tiene que salir bien y eso es lo que intento trasmitirle. Le miro a los ojos segura, aunque en el fondo no lo estoy. Ya no hay vuelta atrás, es hora de afrontar la realidad.

—Tú debes de ser Mario— Mi padre le mira de arriba abajo y Mario solo es capaz de asentir con la cabeza— No, si mi hija tonta no es. ¡A mis brazos, yerno!

Pobre Mario, papá acaba de darle una palmada en la espalda que tiene que haberle hecho polvo. El pobre no ha podido evitar un gemido de dolor y papá se disculpa mientras es mamá la que pasa a saludar a Mario. Papá me coge en brazos mientras me da un abrazo de oso que me hace sentir pequeña. Es casi el doble que yo y no le cuesta ningún esfuerzo levantarme como si fuese una pluma, desde siempre me ha cogido como si fuese una muñequita. Una muñequita macarra, pero una muñequita al fin y al cabo.

Me regañan por estar tan delgada y me miro de arriba abajo, son un poco exagerados, me estoy recuperando y ya casi no parezco anoréxica. Además, yo no tengo la culpa de haber adelgazado tanto. Las reclamaciones a Mario y a su bala. Aún así mamá me da unas bolsas de plástico que parecen llenas de cosas para comer.

-. Mamá, que hemos hecho comida nosotros también.
-. Ya, pero, hija, no nos engañemos, los fogones y tú…
-. Oye, que nunca he prendido fuego a la cocina. Además, Mario me ha ayudado. Pasad y dejad de avergonzarme de una vez, que no sé para qué os he invitado.

Sí, claro que sé para qué les he invitado. Para presentarles a su yerno, para que sepan lo feliz que estoy porque Mario ya está casi recuperado y para demostrarles que no soy tan inútil en la cocina como ellos piensan. Vale, Mario me ha ayudado un montón y casi todo el mérito es suyo, pero la cocinera he sido yo, y por lo que hemos probado tan mal no ha quedado. Dentro de poco podré cocinar sin ayuda de Mario, aunque me parece que le seguiré dejando a él la tarea de alimentarnos. Además, el delantal le queda de escándalo.

Después de la visita turística por el ático me llevo a mamá a la cocina. Mario quería ayudar a poner la mesa pero le he obligado a sentarse con papá a tomarse una cerveza mientras yo me encargo de todo. Solo espero que se entiendan, papá puede ser muy bruto a veces y Mario es un pavisoso, la mezcla puede ser explosiva.

-. ¿Cómo estás, cariño? –Mamá me acaricia la mejilla mientras me levanta suavemente la cara. Sé que les asusté mucho cuando me encontraron en casa llorando como una magdalena. No sabían nada de mí desde que me fui a Grecia y pasaron a saludarme. Mario estaba en la UCI muriéndose y yo con él en mi casa. Hecha un ovillo, tirada en el suelo y con una llantina que no me dejaba ni respirar. Les conté que habían disparado a Mario y que si él se moría yo me moría también. Y los pobres no sabían ni qué decirme, no sabían quién era Mario y por qué estaba yo así.

-. Estoy bien, mamá. De verdad.
-. ¿Cómo está Mario?
-. Aparte de nervioso, bien. Se está recuperando poco a poco.
-. ¿Y tú? –Creo que sé a qué se refiere. Mamá me conoce bien y sabe que las relaciones de pareja no son lo mío. Que me cuesta estar con alguien y que las veces que les he dicho que estaba con alguien no era nada serio. Pero esto sí lo es, vivo con mi novio y he invitado a mis padres a casa para que le conozcan.

-. Asustada. Esto no es lo mío mamá, pero estoy tan bien así como estamos ahora que me asusta que no salga bien. -Mamá sonríe y me acaricia el brazo.
-. Saldrá bien, solo hay que ver cómo miras a Mario.

Después de colocar en las bandejas los aperitivos que mamá y papá nos han traído nos vamos hasta donde Mario y papá charlan animadamente. Después le tendré que preguntar a Mario cómo ha ido la cosa, por el momento parece que no han hecho malas migas. Papá se queja de la cerveza sin alcohol, ya lo sé, sabe asquerosa, pero no se me ha ocurrido comprar cerveza normal y mientras Mario siga convaleciente son las únicas cervezas que podemos tomar.

Nos sentamos para empezar a comer y acaricio la pierna de Mario por debajo de la mesa, no se él pero yo sigo atacada de los nervios. Ahora es cuando comienza el tercer grado, ríete tú de los interrogatorios de Molina.

-. Leo nos contó que erais compañeros—Mamá es la que rompe el hielo, sé que Mario la gusta para mí, pero les he dado tan pocos datos que ellos van a buscar las respuestas yendo directamente a por él. — ¿Trabajáis juntos o lo decía porque tú también eres policía?
-. Somos compañeros de unidad, por eso nos conocimos.
-. Y esta niña nuestra sin decirnos nada. Desde luego, un chico así tan majo y no nos dices nada de que estás saliendo con él. ¿Lleváis mucho?

La pregunta del millón. Mario me mira a los ojos buscando qué respuesta es la válida para esta pregunta. No creo que vaya a decirles a mis padres que tienen una hija tan rematadamente gilipollas que tuvo que verle moribundo en la cama de un hospital para darse cuenta de que lo que quería era estar con él. Sí, llevamos poco, desde que Mario despertó del coma, pero no creo que Mario vaya a ser tan sincero con ellos. No quiero que mis padres piensen que estoy con él porque pensaba que se iba a morir, porque no es cierto.

-. Es… difícil de decir. Después de tontear un poco— ¿Tontear? Vale, sí, él hizo bastante el tonto y yo pasaba de él, tampoco hace falta que mis padres sepan ese dato—, estuvimos una temporada saliendo, pero acabamos rompiendo y…
-. ¿Fue en esa época en la que estabas tan negativa y no hacías más que decir que todo lo malo te pasaba a ti?—pregunta mi madre.

Bajo la cabeza, sí, claro que fue esa época. Asiento pero no digo nada. Mis padres no saben nada de lo que pasó, es mejor así. No quiero que se preocupen por mí, es mejor que no sepan que Escobar me violó y que Mario le mató de un tiro en el entrecejo. Tampoco quiero que sepan lo gilipollas que fui después, lo mal que lo pasé y lo mal que me porté con Mario. Sé que Mario no les dirá nada, que este capítulo de nuestras vidas intentamos recordarlo lo menos posible, aunque sigue ahí y los dos lo sabemos.

-. Sí, aunque no estaba así por Mario. Me pasaron unas cuantas cosas jodidas y terminé hecha una braga.
-. ¡Niña, esa boca!-Papá me regaña aunque sé que no lo hace en serio. -Cualquiera va a pensar que eres hija de tu padre. Bueno, que nos enteremos, lo dejasteis, pero ahora habéis vuelto, ¿antes del tiro?
-. Después- susurro mientas no dejo de mirarme los brazos, me da vergüenza admitir que fue una bala la que me tuvo que abrir los ojos, y que de no haber sido por ese accidente seguramente Mario y yo jamás hubiésemos vuelto a estar juntos. - Antes del disparo éramos como el perro y el gato, pero todo esto nos ha hecho ver que… bueno… debíamos estar juntos.
-. Si dices que le quieres, tampoco pasa nada. Que los tíos hacemos como que no, pero en el fondo nos encanta oírlo.

Sé que a Mario le encanta oírmelo, y que a mí me cuesta mucho decirlo, pero poco a poco. Él sabe que le quiero aunque me dé vergüenza decirlo delante de mis padres. Le quiero. Le quiero mucho. Y le necesito.

Parece que mis padres han decidido dejar de ponerme en un aprieto, por lo menos de momento. La conversación se desvía por otros caminos y así mis padres cuentan a Mario por qué soy hija única. A los dos les hubiese encantado tener por los menos 2 ó 3 niños, pero no pudo ser y se tuvieron que conformar, a última hora, conmigo. Papá le cuenta a Mario que cuando yo era pequeña él se dedicaba a recorrer Europa con su camión, supongo que Mario entenderá ahora por qué soy como soy, yo iba para camionera, que para eso tengo genes de camionero.

Papá no pasó mucho tiempo conmigo cuando era pequeña, pero siempre pasaba a recogerme los viernes al cole montado en su camión. Era la envidia de todos mis compañeros de clase, papá tocaba su bocina y yo escalaba hasta su cabina para irnos juntos a casa a merendar y jugar hasta que se hacía de noche. Todos querían ser mis amigos y que papá les diese una vuelta en su camión.

-. A ver si tú no te habrías aprovechado también- Me defiendo mientras tomo un poco de ensalada. -Mi padre tenía un trabajo guay y yo tenía que aprovecharme.
-. Y bien que se aprovechó. Uno de sus novios, que la chica tenía varios, no como ahora que es monógama, se la llevó al fútbol y todo. –Mamá sonríe mientras cuenta esto, la hacía tanta gracia ver cómo todos los chicos querían ser mis novios mientras yo les decía que sí sin tener ningún interés en qué era eso de ser novios.

-. Como debe ser. Nosotros también nos la llevamos algunas veces al campo. No veas qué manera de insultar al árbitro.
-. Yo solo he estado una vez, hará tres o cuatro años. – Sé que Mario ha ido a un partido de fútbol por Corso. Lo contaba una y otra vez, le costó un triunfo que Mario le acompañase y encima su equipo perdió. Así que siempre decía que era gafe y que nunca jamás le volvería a llevar al estadio. Si Corso fuese de un equipo medianamente digno Mario habría visto una victoria y un buen partido de fútbol, pero así no hay quien haga afición.

-. ¿No te gusta el fútbol?—Papá lo pregunta como si fuese la cosa más extraña del mundo. Aún le queda mucho por conocer de Mario. —Bebes pis de gato en vez de cerveza de verdad y, como tienes esa pinta de sanote, supongo que tampoco fumas, ¿no?
-. Yo ya tampoco. Lo he dejado. –Estoy orgullosa de mí misma. Por fin he dejado de maltratar mis pulmones y los de mí alrededor. Otra cosa por la que tendré que dar gracias al cabrón que disparó a Mario.

-. ¡Te parecerá bonito! Mira lo que le estás haciendo a la niña, me la estás llevando por el buen camino. -Mario parece asustado, pero papá enseguida le extiende el brazo, no está para nada enfadado, más bien todo lo contrario. -¡Choca esos cinco! La de veces que hemos intentado que se quitase del tabaco, no sabíamos ya qué hacer. La de tonterías que hace uno estando enamorado, hay que ver. Yo antes llevaba coleta, tenía un pelo precioso, como mi niña, pero fui a la peluquería para que mis suegros no me vieran pinta de patibulario y hasta hoy.

-. Y aun así, mi madre casi se desmaya cuando este bruto le enseñó la rosita que se tatuó en el brazo por mí. Pero a mí me parece preciosa.

Papá le enseña el tatuaje a Mario. Siempre me ha parecido precioso, no solo porque el dibujo lo es, sino por lo que significa. Eso sí, que no esperen que Mario haga algo parecido, porque se pueden cansar de esperar. En cambio yo sí tengo ganas de hacerme algo así. Papá sonríe y busca algo en el bolsillo, miedo me da, esa sonrisa no puede significar nada bueno.

-. Papá, cuidadito con lo que haces, que estamos en un ático.
-. Ya, como que me vas a poder, escuchimizada. Tendréis lector de tarjetas en el ordenador, ¿verdad? –Mario asiente, más le vale no aliarse con su suegro, o las represalias serán como para que se vaya echando ya a temblar. -Después te paso las que tengo, hay unas cuantas buenísimas, pero quiero que mires esta primero.

Papá enseña a Mario unas fotos que lleva en el móvil. No sé con cuál habrá decidido torturarme hoy. Ya podía haber tenido un padre que no supiese ni encender el ordenador, no, el mío tiene que ser un manitas de la informática y la tecnología. La cara de Mario parece un poema, abre los ojos y la boca a la vez y no sabe si decir algo o mejor quedarse callado.

-. ¿Y esto?
-. ¡Papá, yo te mato! – No me lo puedo creer, papá está enseñando a Mario una foto de cuando tenía 3 ó 4 años. Estábamos en el campo y yo estaba emperrada en que me diesen cerveza. Me repitieron mil veces que no, que eso era de mayores, pero al primer descuido agarré la litrona y le pegué un buen lingotazo a la cerveza. Lo del vestidito y la cinta rosa del sombrerito me parece una tontería comparados con el resto de la foto.

-. Ya ves, la nena, que era una borrachuza precoz. Estaba venga a decir que quería cerveza y nosotros “que no, que es para mayores”. Pero nada, nos despistamos un momento y cuando nos quisimos dar cuenta…
-. Estaría vacía, ¿no?
-. Eso pensaba yo cuando hice la foto, pero al final resultó que no. Tenía lo suficiente para que se agarrase un buen cuelgue. No veas qué acojone.
-. Sí, menudo miedo. No sabíamos si llevarla al médico o no, que la niña estaba borracha y le podía pasar algo, pero tampoco queríamos que pensasen que le dábamos alcohol por costumbre y nos la quitasen.
-. ¿Qué pasó al final?
-. ¡Nada, no pasó nada, joder!
-. Pues nada, que se durmió la mona a base de bien y despertó al día siguiente con una resaca brutal y una mala hostia del copón. Imagínate si estaba de mala leche que hasta el día de hoy no se le ha quitado.
Atiram
Atiram
Mandamás

Localización : Valladolid

http://atiram1985.blogspot.com/

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 10:39 pm

19.
Me pregunto por qué no decidiría en mi más tierna infancia volverme zurdo. No es algo que se pueda escoger, soy consciente de ello, pero tener la lateralidad definida del mismo modo que la gran mayoría de la gente me resulta de lo más molesto en momentos como este, que necesito hacer algo de fuerza con el brazo derecho y con el brazo izquierdo no tengo la misma destreza, nunca mejor dicho.

A pesar de mi escasa pericia, sin embargo, al final opto por emplear la zurda. No basta para eliminar el dolor por completo, pero necesitaba ponerme en movimiento, no podía quedarme de brazos cruzados viendo la casa convertida en un estercolero ahora que Leo ha vuelto a trabajar y yo continúo sin poder hacer esfuerzos. El suelo está pidiendo un aspirado a gritos y tengo que dárselo.

Meto el tubo del aspirador por debajo del sofá y lo muevo hacia delante y hacia atrás. Apenas llevo media sala y ya me encuentro agotado, pero ver esas pelusas gigantes detrás de la puerta me estaba poniendo nervioso y no quería llamar a mi madre. Mamá ya tiene bastante con preocuparse por mí a distancia, no es una criada ni tiene que hacerse cargo de arreglar todo este desorden. Por si fuera poco, la pantalla del televisor está asquerosa, tendré que pasarle un trapo con limpiador cuando termine con la porquería acumulada en el suelo.

Me concedo unos segundos de tregua para sentarme a descansar. Es demasiado esfuerzo, todavía no estoy listo, pero tengo que seguir adelante. Ni puedo cargar a Leo y mi madre con todo ni consentir que la casa continúe en este estado. Tengo que ser capaz de hacer esto por mí mismo, de no depender de nadie. No puedo permitirme el lujo de estar mucho más tiempo sentado en el sofá y tomando los comistrajos que Leo se afana en preparar con todo su cariño aunque a veces sean indigeribles.

Con aliento y fuerzas recobrados, me pongo en pie de nuevo y prosigo con mi tarea. Creo que pronto necesitaré… necesitaremos comprar un aspirador, últimamente tengo la sensación de que este se deja la mitad de la suciedad. Intento empujar un poco el sofá para barrer por detrás de él, pero no soy capaz. Al tratar de apartarlo, evito dar un grito de dolor únicamente porque me muerdo el labio inferior, pero una lágrima me rueda por la mejilla. Por un momento he olvidado que estoy convaleciente y he propinado un empellón al mueble, consiguiendo que mis débiles músculos y la tercera ley de Newton me recompensasen por todo lo alto con un relámpago de dolor agudo que ahora se ha vuelto más sordo y pulsátil.

—¡Mario!—grita Leo por encima del zumbido del aspirador—¡¿Qué estás haciendo?! ¡¿Te has vuelto loco o qué te pasa?!

Se acerca hasta mí y pisa el botón de encendido y apagado del electrodoméstico con cara de pocos amigos. No sé cuánto tiempo llevará observándome, pero juraría que el suficiente como para haber presenciado mi intento de mover el sofá. Imagino que no le habrá gustado, igual que me pasaría a mí de estar en su lugar, pero espero que me entienda y que me deje seguir limpiando tan pronto el dolor disminuya hasta volverse aceptable. Hago ademán de agarrar la aspiradora, pero la mirada fulminante de Leo me detiene.

—Deja eso y siéntate.
—Leo…
—¡Que dejes la puta aspiradora y te sientes, joder!

Suelto el aspirador con un suspiro y me aposento en el sofá. Con movimientos rápidos de furia, Leo la desmonta y se la lleva a rastras a su armario mascullando por lo bajo. Cuando regresa no parece ni mucho menos más calmada, sino que prácticamente se lanza sobre el asiento junto a mí y se gira para encararme de brazos cruzados a juego con el ceño fruncido.

—¿Me quieres explicar qué hacías?
—Intentar que no se no comieran vivos la roña.
—¿Perdona? Ayer barrí un poco por encima, pero…
—Había pelusas que parecían estos arbustos rodantes de las pelis del oeste. Esto parece una pocilga, Leo, y como tampoco te vas a poner a hacerlo tú todo, tendré que hacerlo yo.
—¿Una pocilga? Mira, ni me hables de cerdos, que tú has estado en una y…
—¡Vete a la mierda, Leo! Vete a la mierda, joder.

Ahora el enfadado soy yo. Quizá la culpa sea mía por osar comparar este vertedero que tenemos por casa con una cochiquera, pero no hacía falta que recordase que casi me devora, y esta vez en serio, una piara de cerdos atraídos por la sangre de los tajos que me hicieron con un cuchillo mientras me tenían semidesnudo y atado a un poste. Curiosamente, es una experiencia que no me gusta demasiado rememorar, igual que yo tampoco voy recordándole a cada segundo que la violaron o que se fue a Miami como una estúpida para intentar salvar de la inyección letal a su ex solo para descubrir que el hijo de puta era más que culpable de los crímenes por los que había sido condenado.

Me levanto y voy al botiquín del cuarto de baño. Me hago con una aspirina y me dirijo a la cocina para tomármela con un café. Al tintineo del microondas, Leo acude y me observa apoyada en el marco de la puerta con un gesto que no sé descifrar. Contiene sarcasmo, irritación, pero también disculpa, creo entrever. Finjo que no la he visto y me echo azúcar. Antes de que logre tapar el bote, Leo lo hace por mí y lo coloca cuidadosamente en su sitio. No la comprendo, ahora parece que verme enfadado le divirtiese.

—Así, que si no va a parecer que ha pasado un huracán por esta escombrera asquerosa.
—Leo, no tiene gracia. Vale que a lo mejor no tenía que haber intentado mover el sofá ni…
—Pues no. Tendrías que haberte quedado quietecito y sentadito, aprovechando que puedes comportarte como un marido chapado a la antigua por una vez. Eso es lo que tendrías que haber hecho. Verás lo contentos que se van a poner nuestros padres cuando se enteren de te aburres y te dedicas a hacer el bestia.
—Chívate si quieres—Me encojo de hombros y me tomó la aspirina y un trago de café. Leo resopla y espera hasta que dejo la taza sobre la encimera para hablar.
—Joder, Mario, ¿vas a seguir cabreado mucho tiempo?
—Pues no sé, a lo mejor no. A lo mejor me da por salir a buscarme una granja donde haya más cerditos, que como la experiencia me encantó, igual me da por repetir, ya ves.
—¡Mario! Que yo tampoco he dicho eso, joder. He metido la pata, ¿vale? Tenía que haberme callado, pero al decirlo no me he dado ni cuenta.
—Ese es el problema, Leo, que a veces no te das cuenta de las cosas, que hablas sin pensar y si haces daño, pues nada—Me lanza una mirada furibunda, pero la sostengo sin problemas porque yo tampoco me siento especialmente contento ahora mismo.
—Tú no, tú lo piensas todo mucho, eres así de listo. Eres tan listo que sabiendo que tienes un tiro en el pecho y la herida no está curada, así que te puedes rajar como un melón y adiós muy buenas, vas y te pones a pasar la aspiradora por la casa y a mover el sofá porque, ¡oh, dios mío!, ayer no se pasó.

Enfurruñados, nos miramos como dos niños peleados incapaces de dar su brazo a torcer. Ahora solamente falta que aparezca el adulto de turno que nos pida con voz melosa que no discutamos y que para hacer las paces nos demos un besito y un abracito conciliadores antes de volver a tirarnos los trastos a la cabeza en cuestión de minutos. Imaginarme a mi madre o a Rosa en esa posición me resulta cómico. Agacho la cabeza y suelto una risilla.

—¿De qué te ríes?
—De nada. Es una gilipollez.
—El que nada no se ahoga. Escupe—Viéndola todavía molesta, jugueteo con un mechón de su pelo antes de que me dé un manotazo que tiene parte de fingido, como si fuera una especie de “¡quita, pesado, quiero seguir enfadada contigo!”.
—Eres una gruñona.
—Y tú un tiquismiquis. ¿Me lo vas a decir ya o voy a tener que volver a cabrearme de verdad?
—Tú ganas. Me estaba imaginando a tu madre y la mía diciendo “venga, niños, ahora daos un besito y ya está”—Leo suelta una carcajada y me acaricia el brazo.
—Pues vamos a hacerles caso, ¿no?
Plenilunio
Plenilunio
Mandamás

Localización : al teclado

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 10:39 pm

19.

Me aburro. Y tengo hambre. Estoy cansada de no hacer nada y tengo sueño. El día está tranquilo en la unidad, no tenemos ni un solo caso entre manos y archivar expedientes me provoca una modorra tremenda.

Echo de menos a Mario, soy una maldita moñas como él, me he dejado contagiar. Le he llamado ya dos veces para ver qué estaba haciendo. Según él, malgastar el tiempo tirado en el sofá viendo la tele, a este paso se va a aprender la vida de todos los famosos del país y parte del extranjero. Tengo ganas de que vuelva al curro, todo esto no es lo mismo sin Mario aquí.

Requena sigue sin darnos casos interesantes, seguimos bajo mínimos según él. A ver si envían pronto el reemplazo de Corso y a Mario le dan el alta definitiva. Mientras tanto nos estamos comiendo horas de trabajo de oficina que no nos gusta a ninguno de los tres. Rocío no parece tan aburrida, pero Molina está asqueado y ya no sabe cómo hacérselo notar a todo el que está cerca de él.

Cuanto más aburrida estoy, más echo de menos a Mario y cuanto más echo de menos a Mario, más me aburro aquí. Es la pescadilla que se muerde la cola. Llevo media mañana bostezando y suspirando y Molina ya no sabe qué más decirme para tomarme el pelo.

Rocío parece encantada de verme así. Así de cursi y pastelosa, supongo. Aunque a ratos sus ojos verdes parecen tristes. La he preguntado un par de veces si está bien, pero creo que no me ha sido sincera. Sé que todo esto que ha pasado con Mario la ha hecho daño, y a la vez tengo la sensación de que lo que más daño la está haciendo es que yo haya vuelto con él. Serán tonterías mías, seguro que Rocío se alegra mucho por nosotros. Es mi mejor amiga y la quiero un montón, estoy segura de que ella se alegra por mí y por Mario.

Cuando Mario esté recuperado del todo pienso irme de fiesta con Rocío. Noche de chicas, que hace mucho que no tenemos una así. Unas copas, unos bailes y unas risas. Lo pasamos bien juntas y eso no tiene por qué cambiar. Sé que a Mario no le va a importar y, con un poco de suerte, aparece un príncipe para Roci, que se lo merece.

Revuelvo el tercer café del día con desgana. A ver si llega la hora de irnos cada uno a su casa. Tengo ganas de achuchar a Mario todo lo que su cuerpo me deje. Hace un buen día, podemos aprovechar para salir a dar un paseo. Todavía le cuesta un poco andar, se cansa rápido, pero en unos días le tendré empezando a hacer deporte, como si no le conociese. De momento estamos intentando hacernos engordar, que no es poco, la forma física vendrá después.

Recojo el montón de papeles que invade mi mesa con rapidez, cuanto antes salga de la unidad antes llego a casa. Roci me sonríe y Molina me hace un gesto burlón.

-. Corre a cuidar a tu Romeo, seguro que anda triste y lloroso porque no te tiene a su lado.

En otro momento quizás hasta me hubiese parado a insultarle, ahora mismo solo sonrío y me despido con un “hasta mañana” mientras vuelo escaleras abajo para ir a por el coche.

Cuando llego al descansillo me paro a escuchar, se oye algo parecido a un zumbido. Parece un aspirador. No, no creo que se le haya ocurrido, seguro que es la vecina de al lado. Mario estará esperándome en el sofá o trasteando con su ordenador, no creo que sea él quien está usando el aspirador. Abro la puerta y si no me acuerdo hasta de su madre es porque tengo un respeto por Charo.

-. ¡Mario! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡¿Te has vuelto loco o qué te pasa?!- Tengo que chillar por encima del ruido del aspirador, pero me aseguro de que me oye.

Me acerco hasta él furiosa, ¿qué cojones se cree que está haciendo? Está loco, aún no está recuperado, no puede hacer esfuerzos bruscos y mucho menos ponerse a pasar el aspirador. Piso con fuerza el interruptor del cacharro este y le encaro. Hace intento de volver a encenderla pero mi cara le hace cambiar de opinión en el último momento.

-. Deja eso y siéntate.
-. Leo…
-. ¡Que dejes la puta aspiradora y te sientes, joder!

Mario me obedece y se sienta en el sofá mientras me mira. Desarmo el aspirador con furia para no decirle todo lo que pienso en estos momentos. Intento calmarme mientras voy hasta el armario y guardo el aparatito del demonio, pero no lo consigo, sigo con ganas de cantarle a Mario las cuarenta, y esta vez tendrá que oírme. Se lo ha ganado a pulso.

-. ¿Me quieres explicar qué hacías?
-. Intentar que no se no comieran vivos la roña.
-. ¿Perdona? Ayer barrí un poco por encima, pero…
-. Había pelusas que parecían estos arbustos rodantes de las pelis del oeste. Esto parece una pocilga, Leo, y como tampoco te vas a poner a hacerlo tú todo, tendré que hacerlo yo.
-. ¿Una pocilga? Mira, ni me hables de cerdos, que tú has estado en una y…
-. ¡Vete a la mierda, Leo! Vete a la mierda, joder.

Vale, a lo mejor me he pasado. Pero Mario consigue sacarme de quicio cuando se pone con tonterías como esta. Vale que la casa no esté reluciente como a él le gusta, pero ni mucho menos es una pocilga. Su obsesión por la limpieza es enfermiza y si es capaz de poner en peligro su salud por pasar el aspirador no seré yo quien le aplauda la idea.

Se levanta sin decir nada y va hasta el baño. Le sigo con la mirada pero no me muevo, no aún. Está enfadado conmigo y yo con él. Veremos cómo acaba todo esto. Le oigo trastear en la cocina y encender el microondas. Huele a café. Me acercó hasta la cocina cuando oigo que el microondas ha terminado su tarea. Sé que Mario me ha visto apoyada en el marco de la puerta, pero no ha dicho nada, ni siquiera me ha mirado.

Le miro. Estoy enfada aunque también un poco arrepentida. Mario echa azúcar al café y yo me adelanto para tapar el bote y colocarlo en su sitio.
-. Así, que si no va a parecer que ha pasado un huracán por esta escombrera asquerosa.
-. Leo, no tiene gracia. Vale que a lo mejor no tenía que haber intentado mover el sofá ni…
-. Pues no. Tendrías que haberte quedado quietecito y sentadito, aprovechando que puedes comportarte como un marido chapado a la antigua por una vez. Eso es lo que tendrías que haber hecho. Verás lo contentos que se van a poner nuestros padres cuando se enteren de te aburres y te dedicas a hacer el bestia.
-. Chívate si quieres— Mario se encoge de hombros y se toma una aspirina. Si le duele el pecho se lo ha buscado él solito. Resoplo y espero hasta que deja la taza en la encimera para seguir hablando.
-. Joder, Mario, ¿vas a seguir cabreado mucho tiempo?
-. Pues no sé, a lo mejor no. A lo mejor me da por salir a buscarme una granja donde haya más cerditos, que como la experiencia me encantó, igual me da por repetir, ya ves.
-. ¡Mario! Que yo tampoco he dicho eso, joder. He metido la pata, ¿vale? Tenía que haberme callado, pero al decirlo no me he dado ni cuenta.
-. Ese es el problema, Leo, que a veces no te das cuenta de las cosas, que hablas sin pensar y si haces daño, pues nada. –Eso me ha dolido. Vale que a veces más me valdría estarme calladita, pero no lo he hecho para hacerle daño. Le dedico una mirada cargada de enfado que me sostiene sin problemas.
-. Tú no, tú lo piensas todo mucho, eres así de listo. Eres tan listo que sabiendo que tienes un tiro en el pecho y la herida no está curada, así que te puedes rajar como un melón y adiós muy buenas, vas y te pones a pasar la aspiradora por la casa y a mover el sofá porque, ¡oh, dios mío!, ayer no se pasó.

Nos miramos enfadados. Mucho me temo que ninguno de los dos va a dar su brazo a torcer, por lo menos no ahora. Mario agacha la cabeza y me parece oírle reír. ¿De qué se ríe este ahora? No, si encima le hará gracia. Pues a mí ninguna, no tengo ninguna gana de estar peleada con él.

-. ¿De qué te ríes?
-. De nada. Es una gilipollez.
-. El que nada no se ahoga. Escupe.

Mario parece divertirse en estos momentos. Ahora soy yo la que está molesta y él el que se lo pasa bien. Genial. Por si fuese poco se pone a juguetear con un mechón de mi pelo. Le doy un manotazo medio en serio medio en broma. En realidad no quiero seguir enfadada con él.

-. Eres una gruñona.
-. Y tú un tiquismiquis. ¿Me lo vas a decir ya o voy a tener que volver a cabrearme de verdad?
-. Tú ganas. Me estaba imaginando a tu madre y la mía diciendo “venga, niños, ahora daos un besito y ya está”— Me río, tiene toda la razón, eso es lo que parecemos, dos críos. Sonrío y le acaricio el brazo.
-. Pues vamos a hacerles caso, ¿no?
Atiram
Atiram
Mandamás

Localización : Valladolid

http://atiram1985.blogspot.com/

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 10:41 pm

20.
—Los sábados por la mañana son laborables, deberías buscar un parquímetro—Leo tira del freno de mano y me mira como diciéndome que soy bobo.
—¿Y para qué tenemos amigos pitufos entonces?

Conforme con su razonamiento, aunque preferiría recurrir al parquímetro de todos modos, voy desabrochándole las correas de la sillita a María. Este fin de semana está con nosotros, sus padres querían hacer un viajecito de pareja enamorada y, aunque en principio iba a quedarse con mis padres, la pobre abuela de María lleva el último par de días con gastroenteritis y tenía miedo de contagiar a su nieta. Sonaba fatal al teléfono, frustrada por encontrarse mal y por tener que “cargarnos con la niña”. Según ella, no quiere que nos moleste o que yo haga cosas que no debo para complacer a mi sobrinita y termine haciéndome daño. No se da cuenta de que estamos encantados de cuidar de ella y de que Leo se asegurará de impedirme cualquier sobreesfuerzo.

María es la niña más feliz del mundo en su cochecito mientras se va comiendo unos gusanitos. Sabe adónde se la llevan Mayo y Leo y, según traspasamos la puerta de entrada al Retiro, ya va pugnando por soltarse y explorar todo a pie. Tras unos cuantos gruñidos, Leo detiene el carrito y le desabrocha las correas. María me echa los brazos, así que me agacho a cogerla, pero Leo se me cruza y es ella quien la saca del carrito y la pone en el suelo.

—Mario no puede cogerte—le explica a María—. Tiene el brazo malito y le duele mucho, así que no puede llevarte en brazos.
—¿Mayo?—pregunta María con vocecita triste. Le digo que sí con la cabeza y le doy un besito en la frente.
—Sí, me hice daño aquí—Le señalo la zona del balazo—, así que ahora me duele un poco, pero no te preocupes, que podemos jugar, solo que no en brazos, ¿vale? Ven, ¿quieres que vayamos a dar de comer a los peces?

María exclama un “¡sí!” cargado de alegría y echa a correr por el sendero. Leo aprieta el paso y yo las sigo como puedo, caminar deprisa todavía me resulta cansado. Enseguida les doy alcance, María se ha entretenido mirando las raíces de un árbol, que sobresalen un poco de la tierra. Al verla distraída, Leo me hace un gesto para que me calle y se le acerca por la espalda sigilosamente. Antes de que María se dé cuenta, la levanta en brazos al grito de “¡te pillé!” y se pone a hacerle cosquillas y fingir que se la come. María estalla en carcajadas. Yo estallo en ríos de babas, mis dos chicas favoritas se llevan a pedir de boca. Me pregunto para cuándo Leo y yo… Me pregunto si Leo querrá tener hijos. Espero que sí. Sí, querrá, no hay más que verla con María. Tiene que quererlos, estoy seguro. Y aun así…

Continuamos el camino con María en brazos de Leo. Parece mentira cómo todo es nuevo y mágico para una niña mientras los adultos lo damos todo por hecho y no nos fijamos en nada. María es todo “oh”, “ah”, “¡Mayo, Leo!” y, ¡anda, el colgante de Leo! Le gusta tanto agarrarlo y jugar con él que terminará por arrancárselo a Leo como se descuide, aunque Leo está demasiado tontorrona con mi… nuestra sobrina como para que le importe. No creo que le moleste demasiado aunque el colgante se lo comprase yo.

En las inmediaciones del estanque todo es vida, color, un tumulto de gente que camina ociosa de un lado a otro como nosotros tres. Muchos son los que se han acercado en un fin de semana cálido y soleado como este a traer a sus pequeños parientes a divertirse. Hay títeres, Leo sugiere ir a verlos, pero María se esconde en su pecho y grita que no. Nunca le han gustado, le dan miedo, así que prefiere alimentar a los patos, las carpas y demás fauna oronda del estanque que en esta época vive casi en exclusiva de lo que los niños les tiran.

Cuando ya nos encontramos lo bastante cerca de la verja del borde del estanque, entrego la bolsa de gusanitos a María, quien decide engullir un buen puñado antes de balbucear para que Leo la deje en el suelo. Leo la baja de sus brazos y la coloca ante la valla, pero se pone en cuclillas tras ella, con una mano posada en la espalda de María por lo que pueda ocurrir. Ajena a las precauciones de su nueva tía, María lanza gusanitos y exclama palabras que solo para ella tienen sentido con las que pretende que más peces acudan a ser alimentados.

A María le surge un amiguito, un niño algo mayor que ella que se ha acercado con curiosidad y armado con una bolsa de Doritos. Haciendo uso de sus incipientes encantos femeninos, María le roba unos pocos y decide probarlos por si el nene pretendía envenenar a los peces por mucho que ni él ni su padre parezcan terroristas medioambientales. Comprobado que no son tóxicos, toma algunos más y los echa al agua. El niño, por su parte, le quita unos cuantos gusanitos y, aunque no parece muy contenta, María no pasa de mirarle mal un momento antes de que un beso de Leo le arranque una sonrisa.

—Qué monos, están para hacerles una foto—dice una voz femenina a mis espaldas. Me giro y me encuentro con una mujer de rizos castaños y sonrisa amable a la que le calculo treinta y pocos. Sonrío y asiento—¿Qué tiempo tiene?
—Quince mesecillos. ¿Y el tuyo?
—Le queda una semanita para los dos años. Jo, pero qué monos están juntos. Tenéis una nena guapísima, es una monada. Y se parece un montonazo a tu mujer, así morenitas las dos pero blanquitas de piel. Pero un montonazo de verdad.

Reprimo una carcajada y las ganas de alzar la voz y alertar a Leo de lo que dicen por aquí. De hacerlo, Leo muy probablemente sufriría una apoplejía. Es mejor continuar con la conversación insustancial de manera educada hasta que oigo a María exclamar “¡ya ta!” cuando los gusanitos se le acaban. Para demostrar que está bien educada, intenta librarse de la sujeción de Leo y busca con la mirada hasta dar con una papelera. Una vez hallada, gruñe e indica a Leo que quiere ir a tirar la bolsa. Leo se la lleva en brazos corriendo como si volase. María echa la bolsa y espera como una señorita a que le limpie la cara y las manos antes de dejarse colocar en el carrito por Leo. Al verme acompañado, Leo saluda con extrañeza a la mujer.

—Hola. Ya le estaba diciendo a tu marido, que tenéis una hija que es una preciosidad. Y se parece un montón a ti, te lo dirán un montón.
—Pues…—Busca mis ojos como pidiéndome ayuda y cuando le dedico una sonrisa burlona, me lanza una mirada de “ya ajustaremos cuentas tú y yo”—no mucho… Es la primera vez que me lo dicen, de hecho. ¿Así que la peque se parece a mí?
—¡Muchísimo!—exclama el padre del niño, que participa al fin en la charla—Os estaba mirando y sois como dos gotas de agua.

Leo apenas es capaz de despedirse de lo abochornada que se siente. No solo tiene que pasar por el trance de que crean que está casada conmigo y es madre, sino que además le sacan un supuesto y enorme parecido con una niña que no le toca nada. Incómoda por la situación y molesta conmigo, cuando echa a andar leo en su cara que prefiere no hablar por el momento. Mejor dejarlo estar, probablemente lo olvide de aquí a un rato, pero en caliente es capaz de decirme cualquier salvajada por no haber sacado a ese matrimonio de su error.

Para comer nos dirigimos a un restaurante de comida rápida, más bien basura. No me parece la mejor opción, pero Leo se ha ido directa hacia él y prefiero no discutirle nada ahora mismo. Aparca el cochecito junto a una mesa situada al lado de la cristalera del local y anuncia su intención de irse a por el almuerzo ella mientras yo guardo el sitio y cuido de María. Le pido que me traiga una ensalada y farfulla que me voy a morir de hambre y que me traerá lo que ella quiera. Es decir, por una vez me veré obligado a meterme entre pecho y espalda una ración tamaño familiar de colesterol y grasas trans.

Lo primero que le interesa a María de su cajita de comida es el juguete que trae de regalo. Se trata de un perrito que ladra al apretarlo. María ríe y lo presiona un par de veces antes de aceptar el primer bocadito de su hamburguesa. Si una niña pequeña es capaz de comerse algo así, yo no he de ser menos. Me echo ketchup para intentar enmascarar al máximo el sabor de la carne de cuarta y le doy un mordisco no sin cierto recelo. Es comestible, aunque estoy seguro de que el estropajo de nuestra cocina tendría mejor gusto condimentado adecuadamente.

—No pongas esa cara, que ya la has abierto y has visto que no tiene ratas muertas dentro ni nada así.
—¿Cómo puede gustarte esto?—Leo se encoge de hombros y me responde propinándole una buena dentellada a su hamburguesa.
—No está tan mal—Traga su bocado y se gira al notar que María le está tocando el brazo y le ofrece una patata frita bien pringosa de salsa.
—¡Tata! Leo, tata.
—¿Para mí?
—Sí. Tata.
—Muchas gracias, María.

Leo abre la boca teatralmente haciendo “aaaaaah” y deja que María la alimente. Mastica, profiere un ruidoso “mmmmmmm” y limpia a mi sobrinita antes de que un churrete de ketchup le pringue la camiseta. Si en algún momento llega a decirme que no le gustan los niños, que no dude de que le echaré en cara momentos como este. Me avergüenza decirlo, pero parece más pendiente de mi sobrina que yo. Al menos así podrá atenderla mientras yo yazco en urgencias pegado a una botella de suero con antídoto para curarme la intoxicación alimenticia. Lo único que me consuela es saber que una única hamburguesa no es bastante para contraer la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob.

—Mayoooo…—María me llama con un mohín y me ofrece una patata a mí también. La pobre echa de menos mis brazos tanto como mis brazos la echan de menos a ella. Le acaricio la cabecita y le doy un beso que hace que sonría otra vez antes de aceptar la patata.
—Qué rica está, ¿verdad? ¿Está rica tu hamburguesa, te gusta?
—Sí. Tata.
–¿Las patatas también?
—Sí. ¿Leo?
—Sí, muy ricas, las mías también están muy ricas—Leo olisquea el ambiente y me mira con cara de “no, por favor”—. Mario, no son imaginaciones mías, ¿verdad?
—No, me temo que no. Vamos a tener que ir a cambiarle el pañal.
—Pero… ¡Si yo no he hecho eso en mi vida! ¿No se lo puedes cambiar tú o algo? Que a mí me da mucha cosa… Además, que no sé cómo se hace.
—Pues yo no puedo cargar con ella, ya me dirás tú. Pero te acompaño al cambiador.

Leo pone una mueca y pide al par de turistas con pinta de cangrejos cocidos alemanes que nos vigilen el carrito y los víveres. Por lo que pueda pasar, no obstante, se lleva su bolso además del bolsón con las cosas de María, quien se deja transportar en brazos tan tranquila a pesar de la peste que flota a su alrededor y que seguramente notará.

No hay mucha gente en el cuarto de baño de mujeres. Las pocas clientas que allí se encuentran, me miran con curiosidad, pero no dicen nada, pues se dan cuenta de que mi único interés es cambiarle el pañal a María. Leo extiende el cambiador, la tumba y me mira con ojos que piden auxilio. Voy sacándole todo lo que necesita y le pido que desvista a María. Leo y ella han hecho muy buenas migas, no creo que le dé muchos problemas para dejarse asear por mucho que Leo esté de los nervios ahora mismo.

Le doy instrucciones precisas a Leo de lo que tiene que hacer paso a paso. Parece más intranquila que asqueada, por suerte. Cuando ve que María se deja hacer con total calma, Leo va ganando confianza en sí misma. No es que se la vea ducha en estas lides, pero es muy concienzuda a la hora de asegurarse de que María queda limpia y para cuando se va a lavar las manos ya apenas tiembla de nerviosismo. Orgulloso, la premio con un beso en los labios aunque por ello me gane otra mirada admonitoria.

—Dejando que mamá se encargue de su hijita que es clavadita a ella, ¿no?
—Tú misma lo has dicho, yo estoy malito y no puedo cogerla, así que tendrás que ser tú, la mamá, quien se haga cargo, digo yo.
—¡Mamá no!—exclama María mientras se sienta y estira los brazos para que la levantemos del cambiador—¡Leo!
Plenilunio
Plenilunio
Mandamás

Localización : al teclado

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 10:41 pm

20.

Hemos tenido suerte a la hora de encontrar aparcamiento, los sábados por la mañana esta zona es imposible, pero hoy no hemos tenido que dar demasiadas vueltas para encontrar un huequecito para aparcar el coche.

-. Los sábados por la mañana son laborables, deberías buscar un parquímetro—Sí, supongo que debería, pero no lo pienso hacer. Le miro burlona y le sonrío.
-. ¿Y para qué tenemos amigos pitufos entonces?

De forma casi milagrosa Mario no rebate mi argumento y se dedica a quitarle las correas a María que está sentadita en su silla de viaje. Mónica y Miguel tenían planeado un viaje en plan osos amorosos desde hace algún tiempo. Charo se iba a quedar con María, pero la pobre lleva encontrándose mal unos días y tenía miedo de pegar a la niña la gastroenteritis que tiene. Se ha disculpado un montón de veces por hacernos cargar con la niña, pero María no es ninguna carga, ni ninguna molestia. Mario está encantado con ella cerca, la niña le adora y están felices cuando están juntos. Y a mí… para qué vamos a engañarnos, María me tiene loca, no entiendo cómo se puede querer tanto a alguien tan pequeñito. Así que estamos los dos encantados de estar de canguros todo el fin de semana.

Y María parece contenta también. Va sentada en su sillita mientras come gusanitos. Mario va a mi lado, pendiente todo el tiempo de la niña y de mí. Esto de llevar una sillita de bebé es más fácil de lo que parece. Vamos a tener que probar cómo es hacer rallies con un vehículo así. Seguro que a mi sobrina le gusta.

Cuando entramos al Retiro María empieza a impacientarse, quiere soltarse los cinturones de la silla y bajarse al suelo. Se queja buscando que le hagamos caso y lo consigue. Paro la silla y la libero de las correas, María echa los brazos a su tío para que la coja pero estoy rápida y me cruzo en su trayectoria antes de que Mario, que se había agachado ya, la tome entre sus brazos.

-. Mario no puede cogerte –Intento explicarle a María, aunque sé que siendo tan pequeñita va a ser difícil que me llegue a entender - Tiene el brazo malito y le duele mucho, así que no puede llevarte en brazos.
-. ¿Mayo? -pregunta María con vocecita triste. Mario asiente y le da un besito en la frente. No sé quien de los dos está más desilusionado, si María por no poder ir en brazos de Mario o Mario por no poder llevarla cogida.
-. Sí, me hice daño aquí –Mario le señala la zona del balazo- así que ahora me duele un poco, pero no te preocupes, que podemos jugar, solo que no en brazos, ¿vale? Ven, ¿quieres que vayamos a dar de comer a los peces?

María parece conforme con la explicación y encantada de poder ir a echar de comer a los peces. Sale corriendo por el sendero y me apuro en ir detrás de ella, no quiero que se caiga ni mucho menos que se pierda. Mario aún camina despacio, pero nos sigue a buen ritmo y enseguida nos alcanza. María observa fascinada las raíces de un árbol que sobresalen por encima de la tierra. Está distraída, captándolo todo con esos ojos infantiles que quieren descubrir lo que la vida esconde. Hago un gesto a Mario para que esté calladito y me acerco despacito hasta ella. Cuando la tengo delante la cojo al grito de “¡te pillé!” y le hago cosquillas mientras le doy mordisquitos por donde pillo. María ríe y se revuelve entre mis brazos.

Seguimos andando con María en mis brazos. Supongo que preferiría ir en los de su tío, pero no se queja, está demasiado ocupada mirando todo y señalándonos cosas para que nosotros las miremos también. Nunca había visto el Retiro desde los ojos de un niño, se ve distinto, más especial. Esta pequeñaja hace que las cosas tengan un sentido diferente.

Estamos llegando al estanque, el parque está lleno de familias que han aprovechado el buen tiempo para traer a sus niños aquí. Cuando tenga niños los traeré todos los sábados y… ¿Cuándo tenga niños? Sacudo la cabeza, estoy peor de lo que pensaba. No creo que sea una buena idea, traeré a mis sobrinos, eso sí, siempre que pueda traeré a María y a su hermanito a pasar la mañana por aquí. Hay títeres, pero María se acurruca contra mi pecho en cuanto sugiero que vayamos a verlos. Mario me cuenta que le dan miedo, que nunca le han gustado, así que descartamos la idea y nos vamos hasta el estanque.

Mario ofrece la bolsa de gusanitos a María para que pueda echar alguno al agua y así los peces se asomen. María la coge pero decide que los gusanitos bien se pueden compartir, así que el primer puñado es para ella, que apenas puede masticarlos de lo llena que tiene la boca. Con la cara llena de migas pugna por bajarse de mis brazos, así que la dejo en el suelo y me pongo en cuclillas detrás de ella, con la mano descansando en su espalda.

Será la falta de costumbre, o que la veo demasiado pequeñita, pero me da miedo que en un movimiento tonto pueda caerse o hacerse daño. María tira gusanitos y balbucea contenta mientras los peces acuden a comerse las porquerías que los niños les tiran. La miro reír y siento un cosquilleo especial en el estómago. Dan ganas de comérsela, de achucharla todo el tiempo, ojalá no creciese tan rápido.

Hasta María se acerca un niño algo mayor que ella con una bolsa de Doritos. María le sonríe y se acerca, tiene un objetivo, meter la mano en la bolsa y sacar un puñado. Parece que le gustan y cuando los termina coge más para compartirlos con los peces. El niño se anima a hacer lo mismo y mete la mano en la bolsa de gusanitos de María, aunque a María no la hace tanta gracia esta vez eso de compartir y hace un mohín. Le doy un besito y se olvida del enfado mientras sigue repartiendo gusanitos con los peces del estanque.

Pronto tendrá que acostumbrarse a compartir. No tiene que ser fácil dejar de ser la única de la casa y compartir atenciones con un bebé pequeño. A mí me hubiese gustado tener un hermano, alguien con quien poder jugar y a quien poder putear de vez en cuando. Si en algún momento tengo hijos no me quedaré solo con uno, que la vida de hijo único a ratos es un auténtico coñazo.

María me saca de mis pensamientos al grito de “¡ya ta!”, los gusanitos se han terminado y ha decidido que ya se ha terminado la visita a los peces. Se revuelve mientras intenta zafarse de mi mano, parece buscar algo y protesta cuando no le dejo moverse. Está mirando una papelera, eso es lo que quiere, ir a tirar la bolsa vacía a la papelera. La cojo en brazos como si fuese Superman y vamos volando hasta que tiramos la bolsa en el sitio correcto. Esta niña se va a parecer a su tío, guapos, educados… esperemos que tenga un poquito más de sangre en las venas.

Hablando de Mario, está con una mujer que no conozco. Cuando llegamos hasta donde está él saludamos y esperamos a que Mario nos diga algo, sin embargo la mujer se le adelanta.

-. Hola. Ya le estaba diciendo a tu marido, que tenéis una hija que es una preciosidad. Y se parece un montón a ti, te lo dirán un montón.
-. Pues…-Miro a Mario para saber de qué va todo esto y lo único que encuentro en su cara es una sonrisa burlona. Así que estoy casada y tengo una hija, ya hablaremos más adelante él y yo de este tema. -no mucho… Es la primera vez que me lo dicen, de hecho. ¿Así que la peque se parece a mí?
-. ¡Muchísimo!—exclama el padre del niño, que participa al fin en la charla—Os estaba mirando y sois como dos gotas de agua.

Pues que Dios les conserve el oído, porque lo que es la vista la tienen perdida y sin posibilidad de arreglo. Apenas puedo despedirme porque no sé si reírme o enfadarme por la confusión. Lo de ser la mujer de Mario… en cierto modo lo soy, no tengo ninguna intención de pasar por la Vicaría, ni creo que Mario vaya a pedírmelo, pero vivimos en pecado así que no creo que haya mucha diferencia entre tener un papelito firmado o no. Lo de ser mamá… simplemente sé que no valgo para ello. Lo que me molesta de la situación es lo divertido que parecía Mario con el error de la pareja, no quiero que dé explicaciones de nuestra vida a nadie, pero podía haberles dicho que es su sobrina, nuestra sobrina.

Para comer voy directa a una hamburguesería y a Mario más le vale no protestar. Coloco la sillita de María pegada a la cristalera para que no nos moleste y me marcho a pedir la comida. Mario mientras tanto se sienta y cuida de María. Mario quiere una ensalada pero yo le pediré lo que me apetezca, total soy su mujer y madre de su hija, tengo autoridad suficiente para ello.

María no parece tener especial interés en su comida, el juguete del menú infantil tiene más éxito que la hamburguesa y las patatas fritas en estos momentos. Es un perrito que ladra y que hace a María reír un par de veces antes de que acepte el primer trocito de su comida. La cara de asco de Mario va a ser más difícil de cambiar.

Echa a su hamburguesa todo el ketchup que tiene en la bandeja y se lo piensa antes de darle un mordisco. Su cara es indescriptible y si no fuese porque aún estoy medio mosqueada con él sacaría el móvil y le haría una foto.

-. No pongas esa cara, que ya la has abierto y has visto que no tiene ratas muertas dentro ni nada así.
-. ¿Cómo puede gustarte esto?-Me encojo de hombros mientras muerdo mi comida.
-. No está tan mal- Trago mientras me giro, María me está tocando el brazo y ofreciéndome una patata frita bien pringosa de salsa.
-. ¡Tata! Leo, tata.
-. ¿Para mí?
-. Sí. Tata.
-. Muchas gracias, María.

Ahora entiendo a Mario cuando babea con ella. Supongo que en estos momentos soy yo la que necesita un babero para no encharcar el suelo. He descubierto que hacer el payaso con los niños se me da bien. Hago ruidos mientras María me da la patata y ríe contenta. La limpio con rapidez para que no se ensucie y mastico pensando que si me llegan a contar esto hace apenas unos meses me hubiese reído en la cara de quien hubiese tenido la osadía de si quiera imaginarlo. Pero María es especial.

-. Mayoooo…- María llama a su tío con un mohín y le ofrece una patata a él también. Creo que María no entiende demasiado por qué su tío no puede cogerla y jugar en brazos como siempre ha hecho. Supongo que también se preguntará quién soy yo… Mario acaricia su cabecita y le da un beso antes de aceptar la patata que su sobrina le está dando. A María le basta eso para volver a sonreír.
-. Qué rica está, ¿verdad? ¿Está rica tu hamburguesa, te gusta?
-. Sí. Tata.
-. ¿Las patatas también?
-. Sí. ¿Leo?
-. Sí, muy ricas, las mías también están muy ricas –olisqueo el ambiente. No puede ser. Miro a Mario con cara de susto -. Mario, no son imaginaciones mías, ¿verdad?
-. No, me temo que no. Vamos a tener que ir a cambiarle el pañal.
-. Pero… ¡Si yo no he hecho eso en mi vida! ¿No se lo puedes cambiar tú o algo? Que a mí me da mucha cosa… Además, que no sé cómo se hace.
-. Pues yo no puedo cargar con ella, ya me dirás tú. Pero te acompaño al cambiador.

Pido a unos turistas que nos echen un ojo al carrito de María y a la comida. A lo mejor tenía que haberles plantado la placa en los morros antes de venirnos hasta el baño… Con mi bolso, el bolsón de María y la propia María en brazos vamos hasta los servicios.

Mario entra con nosotras al baño de mujeres, yo sola no puedo hacer esto. Nunca jamás he cambiado a un bebé y no sé cómo se hace. Tiene pinta de ser complicado y seguro que yo no soy capaz de hacerlo.

Extiendo el cambiador y tumbo a María sobre él mientras Mario comienza a sacar cosas de la bolsa de su sobrina. Ya puede echarme una mano o esto va a ser un desastre. Por suerte María parece dispuesta a colaborar y me deja desvestirla sin rechistar. Mario me va indicando cómo tengo que hacerlo aunque estoy tan nerviosa que no sé dónde acabará puesto el pañal de la pequeñaja.

Después de asegurarme de que está bien limpia y de que el pañal está bien abrochado voy a lavarme las manos. Al final no era tan complicado como parecía, un par de pañales más y seré una experta. Así María podrá quedarse conmigo siempre que pueda y yo seré capaz de tenerla limpita. Mario parece orgulloso de mí en estos momentos y me premia con un beso. Me recuerdo a mí misma que estoy enfadada con él, aunque en el fondo todo esto me hace mucha gracia.

-. Dejando que mamá se encargue de su hijita que es clavadita a ella, ¿no?
-. Tú misma lo has dicho, yo estoy malito y no puedo cogerla, así que tendrás que ser tú, la mamá, quien se haga cargo, digo yo.
-. ¡Mamá no!-exclama María mientras se sienta y estira los brazos para que la levantemos del cambiador-¡Leo!
Atiram
Atiram
Mandamás

Localización : Valladolid

http://atiram1985.blogspot.com/

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 10:42 pm

21.
María apura sus últimos minutos de juego por el salón. Ya está cenada y bañada, bosteza con sueño aunque sé que posiblemente se resistirá a irse a dormir cuando le digamos que ya es hora. Leo y yo, como la pareja de ñoños que somos, la observamos desperdigar todos sus juguetes por la sala. Será mejor que me acostumbre al desorden que causan los niños pequeños, pronto tendré otro sobrino y dentro de no mucho me gustaría que Leo y yo fuéramos padres, aunque no me atrevo a proponérselo aún, es demasiado pronto y también temo que me diga que no quiere tener hijos. Yo sí quiero, siempre he querido, será difícil llegar a un acuerdo en ese punto.

Cuando comienza la sintonía de las noticias de la noche, aviso a María de que ya tiene que irse a dormir. Hace un mohín y tira al suelo el perrito que ladra al presionarlo, pero no protesta más. Leo se agacha a levantarla en brazos y María la abraza y le da besos. Justo entonces, suena el teléfono. Leo lo tiene al lado, así que descuelga y gruñe a María que esté quieta cuando mi sobrinita comienza a toquetear las teclas del terminal. Leo hace amago de dármela en brazos, pero se corta a sí misma con un ademán de “estoy boba” y deja a María en el suelo. Para que no se vaya enfadada con ella a la cama, Leo le da un último beso y contesta a su interlocutor con un “pero qué gracioso eres” antes de hacerme un gesto de “ahora te cuento”.

María me tiende la manita para que la lleve. En todo el día no ha perdido de vista que no la puedo coger en brazos y a su modo me ha hecho notar que está triste y preocupada porque al tío Mayo le duele el bracito. La acompaño a nuestro cuarto y abro la cremallera de su cunita de viaje. Leo la montó hace un rato sin ayuda, mi proposición de echarle una mano, literalmente porque con la otra no puedo hacer nada, no le pareció una buena idea, así que seguí despanzurrado por el suelo con María, dejando que usase mi torso como mostrador de juguetes.

María gatea por el interior de la cunita. Me asomo con ella y me da un abrazo. Le hago mimitos y cosquillas y la arropo. Agarrada al gatito de peluche que compré para ella cuando todavía no era más que un feto en el séptimo mes de gestación, se queda tan tranquila y me despide con un bostezo. La observo un momento desde el umbral antes de apagar la luz y me marcho dejando la puerta entre abierta para oírla si necesita algo.

Leo sigue al teléfono cuando regreso al salón. Escucha a su interlocutor con gesto de fastidio y poco interés. Me pregunto quién será, ya hemos hablado con nuestros respectivos padres, además de con Mónica y Miguel, que llamaban para asegurarse de que la niña estaba bien y se han dado por satisfechos al oírla balbucear alegremente y de manera frenética cosas como “¡Mayo, Leo! Tata, Leo. Mayo, no. Guau. Maaayo” que para ella resumían el día.

—Ya. Pues mira, mejor te lo paso y se lo dices tú mismo, ¿vale?… Que sí… Venga, hasta luego—Me tiende el auricular sin cambiar el gesto contrariado—¿Ya se ha dormido?
—Aún no, ve a darle un beso si quieres. ¿Quién es?
—Corso. Voy a darle un besito a María y cantarle algo para que se duerma o se eche a llorar.

Corso. Si me hubiera dicho que al otro lado del teléfono tengo al Ratoncito Pérez, me habría resultado más creíble y menos sorprendente. Recibo un besito que me infunde ánimos y completa el paquete con un palmetazo en el carrillo del culo según pasa por mi lado. Anteayer no hacía más que decirme que ese “culito chiquitín, duro y prieto” que tenía antes de mi paso por el hospital se me ha quedado “escurrido”, me alegra saber que a pesar de todo le sigue gustando magrearme los cuartos traseros tanto como antes.

—Diga—ordeno más que pregunto.
—¡Mario, chavalote! ¿Cómo te va?
—Bien, igual que siempre. ¿Y a ti?
—De igual que siempre nada, que anda que no tienes cosas que contarme.
—Ya. ¿A qué llamas, Corso? ¿Qué quieres?
—Tranquilo, hombre. Llamaba para preguntar qué tal te iba y eso. Me he enterado—cambia el tono para volverlo más serio—de que te dispararon y has estado un poco mal.
—No estuve tan mal. Solamente me pasé cinco días en coma enchufado a un respirador y cuando me desperté, primero tuve una recaída que me tuvieron que sedar e intubar unas horas y luego, una hemorragia interna que me encharcó los pulmones de sangre, así que me desangraba y me asfixiaba al mismo tiempo. Ahora ya estoy en casa, pero sigo de baja me duele mover el brazo hasta para usar el tenedor. Pero estoy bien, estoy de puta madre, gracias por preocuparte tanto.

Corso guarda silencio, no es capaz de responderme con ninguna de sus burradas. A juzgar por la cara de Leo al entregarme el terminal, ella tampoco estaba precisamente encantada de la vida de recibir su llamada. Me alegra saberlo desde un punto de vista completamente rencoroso y celoso, pero también porque estoy contento de que Leo por fin haya decidido y el vencedor sea yo. Estos días he pensado muchas veces en que, si Corso volviera, Leo tal vez se iría con él a pesar de su “mejor” cuando le dije que ni Corso estaba avisado de mi hospitalización ni quería que le avisaran. Sobra, él mismo ha conseguido sobrar en nuestras vidas y que le echemos de más. Cuanto antes se dé cuenta, mejor para todos.

—A todo esto, ¿cómo te has enterado? Porque te escribí al principio de que te fueras porque no tenía otro modo de ponerme en contacto contigo y nunca me respondiste.
—Ya, es que no tengo Internet en casa. Echo un vistazo al correo de Pascuas a Ramos y ya. Te iba a responder, en serio, pero al final me dio pereza.
—Lo que tú digas. ¿Y quién te ha avisado ahora? Porque sé que Leo no ha sido.
—Vivir para ver, fue Molina, que se ve que ha aprendido a usar el ordenador. Me escribió hace ya diciendo que te habían pegado un tiro y que estabas muriéndote, pero me encontré el mensaje ayer y he llamado al hospital donde estuviste primero, pero me han dicho que te habían dado el alta, así que pensé “pues ya llamo mañana”.
—Menos mal que has podido llamar aquí y no al cementerio de la Almudena.
—No seas bestia, hombre.
—¿Que no sea bestia? Corso, que la bala me pasó a milímetros del pericardio, que casi me revienta el corazón y en vez de eso me hizo un pulmón papilla. Fue el pulmón derecho, ¿sabías que sin él no se puede vivir? Me tenían conectado a una máquina que respiraba por mí porque si no, me asfixiaba. Estuve en coma, joder, y mientras estaba ahí con pie y medio en la tumba me tocó oír a todo el mundo llorar a mi alrededor, porque les oía aunque no pudiera responder de ningún modo. ¿Tú sabes lo que fue tener a mi madre llorando a moco tendido pidiéndome que aguantase, que fuera fuerte? ¿Y a Leo? Cuando me desperté parecía que había ganado veinte años y perdido veinte kilos. Ahora ya ha engordado, pero sigue pesando lo que una anoréxica, ¿lo sabías? Y yo no estoy mucho mejor. Al final del día me duele todo, solo puedo dormir boca arriba y me canso en cuanto ando cien metros a paso de tortuga. Seré un egoísta de mierda por no comprender tu sufrimiento a miles de kilómetros, pero creo que me he ganado el derecho a ser bestia.
—Vale, a lo mejor… Lo siento, Mario. Lo siento.
—Claro. Yo también—Suspiro y me paso una mano por la frente—. Te echo de menos y siento que todo haya terminado así. Cuando te fuiste ya te había perdonado, pero…
—Pues mal hecho. Siempre has sido un pringao. Oye, tengo que colgar. Cuídame a Leo, que como le pase algo… Dile que… que cuando queráis venir de visita, aquí tenéis vuestra casa.
—Ya. Y que todavía la quieres pero que no te atreves a decírselo porque yo seré un pringao, pero tú eres un cobarde. Toda tu puta vida lo has sido.
—Eso también. Adiós, Mario.
—Adiós.

Cuelgo con la sensación de que no volveré a saber de él nunca más. No sé qué sentir. Debería encontrarme triste, nada más, porque de nuevo me quedo sin amigo y ya no lo recuperaré, pero por encima de la tristeza no puedo evitar encontrarme aliviado, más ligero, como si acabase de soltar una mochila llena de piedras y al fin pudiese comenzar a caminar erguido. Tendré que hablar con Molina y darle las gracias este lunes, que ya vuelvo a la unidad aunque solamente a hacer trabajo de oficina. Pasará algún tiempo antes de que me encuentre en condiciones de salir a la calle, pero la casa se me cae encima estando yo solo sin hacer nada más que zapear y hacer el imbécil por Internet.

Leo me observa desde el quicio de la puerta. No sé cuánto de la conversación habrá llegado a oír y creo que prefiero no preguntárselo, igual que espero que ella no me pregunte a mí cuál ha sido la respuesta de Corso cuando le he acusado de amarla. Viene hasta mí y me abraza en silencio. Trae los ojos tristes y enfadados. Como si quisiera reconfortarme y asegurarme que Corso la querrá, pero ella me quiere a mí, me busca los labios y me da uno de esos besos con lengua tan suyos y que saben tan bien, sobre todo ahora que ya ha dejado de fumar.

—Te quiero, Mario.
—Y yo a ti. Siéntate, tengo una cosita para ti.
—¿Ah, sí? ¿Una sorpresa?—Asiento—No me digas que por fin te vas a atrever a hacerme un striptease.
—No seas injusta. Dirás otro striptease, que te recuerdo que no sería el primero—Suelta una risilla malvada y se sienta en el sofá—. No es eso. Es algo menos erótico, pero más romántico.
—Miedo me das, tío moñas.
—Mejor no hables mucho, anda, y espérame aquí.

Voy rápidamente al armario de la entrada. En uno de los abrigos más gruesos que tengo escondí el paquete para que quedase bien camuflado. Ayer salí a la calle sin pensar en comprarle esto en concreto aunque buscara un regalo. No podía imaginarme que en el supermercado sería el mes de vaya usted a saber qué y tendrían esta clase de artículos rebajadísimos. Me faltó tiempo para llevármelo junto con un rollo de papel de envolver.

Le entrego el regalo a Leo, quien lo mira con la ilusión de una niña la mañana de Reyes. Sin ganas de ser delicada, arranca el papel violentamente y se queda boquiabierta mientras ahoga un grito al ver de qué se trata. “La princesa prometida” en DVD. No se lo imaginaba ni por lo más remoto. Para asegurarse de que no me han timado, quita el celofán transparente que envuelve la caja, revisa el disco y solo entonces consiente darme un abrazo de agradecimiento.

—¡Gracias! ¿Cómo se te ocurrió comprármela? ¿Y por qué no me la habías dado antes?
—Solo lleva en casa desde ayer, la guardaba para algún momento especial.
—Por eso decías que mejor me callase, ¿no? Oye, incluso a las chicas duras de vez en cuando nos apetece ser princesitas. ¿Quieres que la veamos?
—Como desees.
Plenilunio
Plenilunio
Mandamás

Localización : al teclado

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 10:43 pm

21.

Ya casi he terminado mis tareas como mamá sustituta. María está bañadita, cenada y con el pijama puesto. Otra historia será convencerla para que se vaya a dormir. Anda bostezando por el salón y tirando todos los juguetes por el medio, pero no tiene pinta de querer irse tan pronto a la cama. Espero que a Mario no le de un ataque de orden y se ponga a recogerlo todo. Le miro y sonrío, aquí estamos los dos como unos papás primerizos embobados con nuestra sobrina.

Para mí tener un niño tan pequeño a mi alrededor es toda una novedad. Nunca había sentido nada parecido a lo que siento por María. No se puede explicar con palabras. Supongo que cuando sea madre… no, mejor no suponer nada. Sé que Mario quiere ser padre, que adora a los niños, pero yo no estoy preparada para ello. Nunca antes me lo había planteado tanto como ahora, no me veo capaz de criar a un niño. Cuidar a María un fin de semana no es lo mismo que ser madre. Yo no voy a saber hacerlo.

La sintonía de las noticias en la tele saca a Mario de su embobamiento y anuncia a María que es hora de irse a dormir. María se enfada y tira el perrito con el que estaba jugado, pero no protesta más cuando la cojo para llevarla hasta la habitación y meterla en la cuna de viaje que sus padres nos han traído. Pensé que sería más difícil montarla, que además el manitas es Mario y no yo, pero he podido hacerlo sola y tenerla lista a la hora que María tiene que irse a dormir.

Este pequeño bicho parece que usa pilas de estas que anuncia un conejito que no para de tocar el tambor anuncio tras anuncio. Lleva todo el día jugando, correteando de un lado a otro, me tiene cansada a mí y a su tío y ella parece que podría aguanta otro día más al mismo ritmo y sin dormir. Me abraza y me da besos mientras yo la achucho y beso sin parar. Este momento se ve interrumpido, no por las babas de Mario que nos mira embobado, sino por el teléfono. Estoy más cerca del teléfono que él, así que lo cojo mientras sujeto con el otro brazo a María.
-. ¿Si?
-. ¡Leoooo! –María estira su manita y empieza a toquetear todos los botones del teléfono.
-. ¡Ay, María! Estate quieta un segundo, cariño. ¿Sí?
-. ¡Coño, Leo! ¡Qué prisa os habéis dado!
-. Pero qué gracioso eres.

Dejo a María en el suelo después de estar a punto de dársela a Mario para que la cogiese. La peque me mira extrañada y enfurruñada y la doy un besito para que se la pase al tiempo que le hago un gesto a Mario de “ya te lo explicaré más tarde”. María tiende la mano a su tío que se la lleva hasta la habitación para meterla en su cunita a dormir. Espero que no haga el burro y no la coja en brazos.

-. ¿Qué cojones quieres, Corso?
-. Tranquila, Leonor. Solo quiero saber cómo está Mariete.
-. Bien, gracias. ¿Algo más?
-. Leo… vale, lo siento. La he cagado, pero ya me conoces.
-. ¿Sabes qué? Que me importa una mierda si te conozco o no. ¿Quieres saber cómo está Mario? Jodido, casi se muere. Pero casi se muere de verdad, los cerdos comparado con lo que ha pasado ahora fue un simple juego de niños. Ha estado a punto de morirse tantas veces en estos días que perdí la cuenta. ¿Te sientes mejor ahora que lo sabes?
-. No estás siendo justa conmigo, joder, Leo…
-. Joder ¿qué? Mira, Corso, no me hables de justicia, tú no. Querías saber cómo estaba Mario y ya lo sabes. Aunque dudo que realmente te importe.
-. Mario ha sido mi mejor amigo durante muchos años.
-. Sí, bonita forma de demostrárselo la tuya. ¿Sabes qué? Me alegro de que te largases a México, así no puedes seguir haciéndole daño.
-. Ya, y a ti te lo puse fácil ¿no?

Eso ha sido un golpe bajo, tiene más razón de la que me gustaría. No se lo reconoceré ni muerta, pero seguramente si no se hubiese ido mi vida ahora sería muy diferente a como es. No sé si a su lado habría estado bien porque él nunca quiso darme esa oportunidad. Fui detrás de él como Mario iba detrás de mí. En el fondo sé que me merezco que me tratase así, que me pagase con la misma moneda con la que yo estaba pagando a su amigo. Pero no se lo perdonaré jamás, ni por mí ni por Mario.

-. Mira Leo, solo quiero saber si Mario está bien, de verdad.
-. Ya. Pues mira, mejor te lo paso y se lo dices tú mismo, ¿vale? –Mario acaba de aparecer por la puerta y me mira extrañado.
-. Gracias, Leo.
-. Que sí… Venga, hasta luego.

Le cedo gustosamente el teléfono con cara de estar tan frita como estoy. Mejor que sea él quien hable con Pablo, no quiero saber nada de él nunca más. Me gustaría poder apretar un botón y borrar lo que sentí por él, las tonterías que hice por su culpa y todo el daño que le hice a Mario.

-. ¿Ya se ha dormido?
-. Aún no, ve a darle un beso si quieres. ¿Quién es?
-. Corso. Voy a darle un besito a María y cantarle algo para que se duerma o se eche a llorar.

Antes de irme le doy un besito a Mario. Ahora mismo tengo una revolución interna que no sé por dónde acabará saliendo y que no quiero que le salpique. Sus labios me calman, el pasado es eso, pasado y con quien estoy ahora y, sobre todo, con quien quiero estar, es con él. Al pasar por su lado le doy un cachete en su trasero, que no dude por favor, que esta llamada no nos traiga problemas.

Entro con cuidado en la habitación. María está tumbadita y arropada. Está jugando con su peluche mientras lucha por que no se la cierren los ojitos. Está rendida pero no quiere dormirse aún. Suspiro mientras me asomo a su cuna. María sonríe al verme y siento que los males se me pasan de pronto. Que ya no existe Corso y su estúpida llamada, que ya no existe la Leo que, aunque juraba y perjuraba que él podía hacer lo que quisiera, que no se debían explicaciones, se moría de celos cuando se enteraba de sus correrías. No, yo ya no soy esa Leo.

-. María, tienes que dormirte, cariño. Ya es tarde y estás cansadita. –María bosteza y se frota los ojos mientras se gira para colocarse bocabajo. La paso la mano por el pelo y por la espalda, muy suavecito, como si fuese un masaje. Su respiración se va calmando poco a poco.- Tú sabes que yo quiero a tu tío. Que Mario es para mí lo más importante de mi vida, ¿verdad, princesita?

María no se mueve, se ha quedado dormida. Me quedo un ratito más mirándola, me transmite paz, es tan pequeña y tan inocente… Cuando me acerco hasta el salón veo a Mario hablando aún por teléfono. Me quedo apoyada en el marco de la puerta, no quiero interrumpirle.

-. Claro. Yo también –Mario suspira y se pasa una mano por la frente- Te echo de menos y siento que todo haya terminado así. Cuando te fuiste ya te había perdonado, pero… (…) Ya. Y que todavía la quieres pero que no te atreves a decírselo porque yo seré un pringao, pero tú eres un cobarde. Toda tu puta vida lo has sido. (…) Adiós.

Me da igual si Corso me quiere o no. Ya tuvo su momento, su oportunidad y la dejó escapar. Ahora yo quiero a Mario y no le cambiaría ni aunque Corso viniese desde México a nado. Me da pena como ha terminado todo, los 3 juntos formábamos un buen equipo hasta que la cagamos. Al final el único que no tuvo culpa de nada fue Mario.

Un Mario que ahora parece entre triste, abatido y aliviado. Que no tenga dudas, me da igual lo que Corso le haya podido decir, le quiero a él. Me acerco con cuidado y le abrazo sin decirle nada. No sé qué se dice cuando uno se enfrenta cara a cara con uno de tus fantasmas. Un fantasma de carne y hueso que además fue tu mejor amigo. Le busco los labios y le beso con calma, saboreando cada rinconcito de su boca.

-. Te quiero, Mario.
-. Y yo a ti. Siéntate, tengo una cosita para ti.
-. ¿Ah, sí? ¿Una sorpresa? –Asiente- No me digas que por fin te vas a atrever a hacerme un striptease.
-. No seas injusta. Dirás otro striptease, que te recuerdo que no sería el primero -Tiene razón, no sería el primero… me río y me siento en el sofá mientras espero. -No es eso. Es algo menos erótico, pero más romántico.
-. Miedo me das, tío moñas.
-. Mejor no hables mucho, anda, y espérame aquí.

Sí, será mejor que no me diga mucho. Últimamente he dejado salir un lado dulce y blandito que no sabía que tenía. Supongo que no tengo porqué estar a la defensiva constantemente, que la subinspectora Marín puede descansar cuando llega a casa y que con Mario estoy tan relajada que me puedo permitir ciertas licencias.

Mario me entrega un paquete perfectamente envuelto mientras me sonríe. Nunca he sido demasiado paciente y arranco el papel sin más miramientos. “La princesa prometida” en DVD. Ya no tendré que alquilármela nunca más, podré verla siempre que quiera aunque ya me la sepa casi entera de memoria. Con ganas quito el papel de celofán que precinta el disco y compruebo con mis manos que todo está correctamente. Miro a Mario y lo abrazo con ganas.

-. ¡Gracias! ¿Cómo se te ocurrió comprármela? ¿Y por qué no me la habías dado antes?
-. Solo lleva en casa desde ayer, la guardaba para algún momento especial.
-. Por eso decías que mejor me callase, ¿no? Oye, incluso a las chicas duras de vez en cuando nos apetece ser princesitas. ¿Quieres que la veamos?
-. Como desees.
Atiram
Atiram
Mandamás

Localización : Valladolid

http://atiram1985.blogspot.com/

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 10:44 pm

22.
Parece increíble que Leo se sepa al detalle los diálogos de la película incluso en inglés, pero se ha pasado la mitad del filme moviendo los labios al mismo ritmo que los personajes, incluso a ratos susurrando lo que decían. Ocasionalmente me miraba al hacerlo, como durante todos los “as you wish”, en los que levantaba la cabeza de mi sector izquierdo del pecho para mirarme a los ojos. El resto del tiempo estaba acurrucada, acariciándome y quejándose aquí y allá de su penosa pronunciación. No es mala, solamente la delata como española, pero confío en poder corregirlo si hablamos un poco, a mí también me vendría bien quitarle la herrumbre y la pátina de polvo a mi inglés oral.

—La primera vez que la vi—arranca a hablar cuando detiene la reproducción de los títulos de crédito. Su voz suena lejana, anclada en el recuerdo lejos de aquí—, fue en mi casa, con mis padres. Lo que pude llorar con la máquina que quita la vida, lo pasé tan mal como el niño griposo. Mi padre tuvo que parar la cinta y todo y convencerme de que era una película bonita y que seguro que acabaría bien.
—Y acaba muy bien. Es cursi hasta para mí, pero acaba bien.
—Siempre me he preguntado por qué Westley no mata al gilipollas de Humperdinck.
—¿Tú crees que merecía morir?
—¡Pues claro! ¡Iba a cargársela solo para tener una excusa para entrar en guerra! Además, que a él también lo mandó matar…
—…y se lo cargó…
—…¡y se lo cargó! Pues eso, que tenía que haberlo tirado por la torre del castillo.
—Pues yo creo que Westley ha hecho bien. Es un hombre justo, no un asesino.

Leo levanta la cabeza y me mira como diciendo “touché”. Sabe bien por qué lo he dicho y ninguno de los dos tiene ganas de revisitar ese rincón oscuro de nuestra memoria. Perezosa, se estira lentamente para recoger el bote de helado que hemos compartido mientras veíamos la película y que ya está vacío. Parece que tiene ganas de rebañar parte del helado fundido que queda en el fondo. Vuelve a acurrucarse pegada a mí y reúne un poco de líquido en su cucharilla antes de darme unas palmaditas en el vientre y volver a hablar.

—Nuestra historia también ha acabado bien.
—También. Pero no ha acabado, acaba de empezar. Y aunque también hay malos, heridos y máquinas de por medio, a mí las máquinas me devolvieron la vida para que viniera a buscar a mi princesita Leo.
—¡Dios! ¿Y todavía dices que la peli esta es cursi para ti? ¡Si la debió de escribir tu hermano gemelo!

Sacude la cabeza como recordándome que soy un maldito ñoño incorregible capaz de matar a todos los diabéticos más allá de los confines de la Unión Europea y toma un poco más de helado fundido. Al hacerlo, parte cae sobre mi camisa. Las gotitas se expanden por el tejido, chocolate sobre fondo azul claro, habrá que echarla a lavar y cruzar los dedos para que las manchas salgan, que es de las pocas prendas que no me quedan escandalosamente gigantes.

Leo se separa de mí y examina los lamparones con gesto concentrado. Al fin toma una decisión y comienza a desabrocharme los botones de la camisa así como el cinturón. Me saca la camisa, quita el cinturón de sus trabillas y lo echa todo al suelo. Antes de que pueda decirle nada, se me abraza y me da un beso en el corte entre los dos pectorales. No contenta con tan poco, se va desplazando con besitos y lametones hasta que halla mi cicatriz y se dedica enteramente a ella como haciéndome entender que no le importa que me afee y desfigure. Creo que a mí sí me importa, que probablemente investigue en busca de alguna clínica donde eliminarla con láser una vez esté bien curada.

Cierro los ojos y le acaricio el pelo. Las sensaciones en esa zona son distintas, todo me hace cosquillas, aunque no del tipo que te hacen reír, sino de las que te erizan los pelitos cortos de la nuca. Leo se me sienta a horcajadas, deja sus lametones y decide explorar mi boca. La suya sabe a chocolate. Entreabro los ojos y me encuentro con que ella también me está mirando y sonríe entre beso y beso. Cuando nos separamos los bastante para que corra el aire, coloca la mano sobre la cicatriz y la repasa con los dedos siguiendo el mismo patrón siempre: traza los contornos cuidadosamente y rellena el interior con caricias como si fueran tizas de colores.

—¿Te molesta que te la toque?
—¿Tienes idea de lo mal que suena eso?—Se ríe y me da un puñetazo suave en el hombro izquierdo, no se atreve a nada con mi lado derecho por lo que pueda pasar—No me molesta para nada. Es de lo más agradable, de hecho.
—Tiene un tacto raro, pero a mí también me gusta.
—¿Te gusta? Porque estaba pensando borrarla con láser cuando pueda. No me gusta, queda muy fea, parezco Frankenstein.
—Ojalá Frankenstein hubiera estado tan bueno como tú. Y la cicatriz es uno más de tus encantos. Además, ya te dije que los héroes fardan cantidad enseñando sus cicatrices en la playa.
—¿Cómo voy a fardar de esto? Leo, me deja el pecho deforme.
—¿Deforme? La neurona es lo que tienes deforme. Tú dices todo esto para que te haga la pelota, para que te diga que estás muy bueno, que eres mi héroe y, sobre todo—baja el tono de voz y me mira a los ojos—, que tu cicatriz me pone. Que me pone mucho. Hala, ya lo he dicho, tú haz lo que te dé la gana, que para algo es tu cuerpo.

En otras palabras, que cualquier intento por mi parte de eliminar la cicatriz será sancionado con abstinencia sexual y pernoctación en el sofá. Será mejor que la conserve y me acostumbre, aunque yo me sigo viendo desfigurado. Y aunque a ratos no puedo evitar observarla y recordar el cañón de esa Glock y la munición de nueve milímetros volando esa mínima trayectoria hasta hundirse en mí.

Leo me abraza y me da un beso en la cicatriz, a la que susurra un “bonita” que compite en cursilería con muchas de las cosas que digo. Río entre dientes y la tengo otra vez mirándome con esa sonrisa de niña que le llena la cara y le enciende los ojos. Sirve para que yo amplíe la mía y le acaricie la nuca de manera pausada.

—¿Qué me sonríes tú?—me pregunta con el mismo tono que se lo preguntaría a María o a algún bebé más pequeño que ella.
—¿No puedo sonreírte?—Leo sacude la cabeza.
—No.
—Te fastidias. Y te sonrío porque te quiero.
—Pues muy mal.
—¿Que te sonría o que te quiera?—La sonrisa se le va de golpe de la cara y baja la vista.
—Las dos—susurra de manera que apenas la oigo. Coloco la mano bajo su barbilla y le levanto la cabeza para conseguir que me mire a los ojos.
—¿Por qué dices eso? ¿Por qué ahora? Joder, Leo. Joder, pensé que esto ya lo habíamos pasado.
—Ya, es que…—Se encoge de hombros—No sé. Yo te quiero y… y tú a mí. Nos queremos y todo nos va tan bien que…
—Tienes miedo—Me regala una sonrisa triste.
—Supongo.
—¿Es por la llamada de Corso?
—En parte. Me ha hecho pensar mucho. Le he dicho de todo menos guapo y demasiado poco le he dicho. Menudo gilipollas.
—Yo también me he descargado bien a gusto.
—¿Le echas de menos?
—Echo de menos a mi amigo. ¿Y tú?—Lo piensa un poco y termina sacudiendo la cabeza sin dejar de mirarme a los ojos.
—Es mejor que no esté.

No podemos continuar más la conversación. Por si lo habíamos olvidado, María nos recuerda que está ahí rompiendo a llorar y llamando a mamá a gritos. Nos acercamos a toda prisa al dormitorio y la encontramos gimiendo asustada. Se habrá despertado en un cuarto que no es el suyo y se sentirá extraña. Leo la coge en brazos y María se calma rápidamente. Le acaricio la cabecita y le doy un par de besos y al fin sonríe. Al menos es así hasta que repara en mi cicatriz. Se inclina sobre ella y la tapa con ambas manos mientras ahoga un gemido.

—¿Mayo pupa?
—Ahora no me duele, María. Se me ha quedado así porque era una herida muy grande y cuando las heridas grandes se curan, se quedan marcas así. Pero ya estoy casi bueno, seguro que prontito puedo cogerte otra vez en brazos.
—Y mientras Mario no pueda, yo te llevo, ¿eh, grandullona?
—¡Leo!—exclama con una sonrisa alegre que muestra sus dientecitos.
—¿Vamos a dormir?
—¡Sí!
—Luego no me digas que no quieres tener tú uno o unos cuantos—le susurro a traición a Leo.
Plenilunio
Plenilunio
Mandamás

Localización : al teclado

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 10:44 pm

22.

He visto tantas veces esta película que ya he perdido la cuenta de cuántas son. Sin embargo creo que esta ha sido la más especial de todas, tener a Mario rodeándome con sus brazos mientras la veíamos me ha hecho sentirme una verdadera princesa. La hemos visto en versión original, mi penosa pronunciación no me da mucha tregua pero aún así no he podido resistirlo y en cada “as you wish” me he girado para decírselo a Mario mirándole a los ojos. Es mi momento moñas y no creo que a él le importe demasiado aguantarme en este estado.

-. La primera vez que la vi, fue en mi casa, con mis padres. Lo que pude llorar con la máquina que quita la vida, lo pasé tan mal como el niño griposo. Mi padre tuvo que parar la cinta y todo y convencerme de que era una película bonita y que seguro que acabaría bien.
-. Y acaba muy bien. Es cursi hasta para mí, pero acaba bien.
-. Siempre me he preguntado por qué Westley no mata al gilipollas de Humperdinck.
-. ¿Tú crees que merecía morir?
-. ¡Pues claro! ¡Iba a cargársela solo para tener una excusa para entrar en guerra! Además, que a él también lo mandó matar…
-. …y se lo cargó…
-. …¡y se lo cargó! Pues eso, que tenía que haberlo tirado por la torre del castillo.
-. Pues yo creo que Westley ha hecho bien. Es un hombre justo, no un asesino.

Levanto la cabeza mientras le miro, sé perfectamente lo que ha querido decirme, no hacen falta más palabras. Esa parte de nuestras vidas que tratamos de esconder debajo de la alfombra nos persigue constantemente. Ojalá hubiese una máquina que borrase los malos recuerdos. Estoy tan a gusto apoyada en el pecho de Mario que me da pereza moverme para coger la tarrina de helado que está sobre la mesa. Está vacío, pero queda un poquito de helado deshecho, justo lo que más me gusta. Con fastidio me separo de Mario y me estiro para coger el bote y una de las cucharas que están al lado.

Me apoyo de nuevo sobre el pecho de Mario mientras saboreo las últimas gotas de helado que he conseguido rebañar con la cucharilla. Sonrío mientras le doy unas palmaditas en su estómago, echo de menos el vientre durito que tenía antes, pero estoy segura de que antes de que me dé cuenta Mario habrá recuperado su forma física.

-. Nuestra historia también ha acabado bien.
-. También. Pero no ha acabado, acaba de empezar. Y aunque también hay malos, heridos y máquinas de por medio, a mí las máquinas me devolvieron la vida para que viniera a buscar a mi princesita Leo.
-. ¡Dios! ¿Y todavía dices que la peli esta es cursi para ti? ¡Si la debió de escribir tu hermano gemelo!

Sacudo la cabeza mientras intento no derretirme con lo que acaba de decirme. Tengo una reputación que mantener y no puedo deshacerme con cada una de las ñoñerias y cursiladas que Mario suelta por esa boquita que tiene. Cojo un poquito más del poco helado fundido que queda en el bote con tan mala suerte que unas gotitas van a caer sobre su camisa. El marrón del chocolate invade parte del azul de la camisa. Mario me va a matar, es una de las pocas camisas que no le quedan como un saco o como si se las hubiese robado a un jugador de la NBA.

Me separo de él una vez más y observo el pequeño desastre que acabo de preparar. Lo mejor será meter la camisa ya a lavar, si me doy prisa seguro que las manchas salen sin problemas. Le desabrocho con mimo los botones de la camisa y el cinturón. Le saco la camisa y el cinturón de las trabillas y lo echo al suelo. De repente las ganas de lavar la camisa se me pasan tan pronto como vinieron. En cambio me dedico a abrazar a Mario y besarle el pecho desnudo. Poco a poco voy dirigiendo mis besos y lametones hasta su cicatriz.

Sé que a él no le hace demasiada gracia tener ahí una marca que le recuerde lo que ha pasado, pero a mí me parece una cicatriz bonita, quizás es que estoy boba desde que sé que estoy enamorada, pero para mí tiene un significado muy especial. Es triste, lo sé, pero si no fuese por esa cicatriz seguramente yo ahora no estaría acariciando el pecho desnudo de Mario.

Le veo cerrar los ojos mientras yo me dedico por entero a su cicatriz. Tiene un tacto diferente al resto de la piel de Mario. Con la lengua puedo notar con claridad el contraste, la piel de la cicatriz es todavía más suave que la del resto de su cuerpo, con pequeñas arruguitas finitas que apenas se notan. Mario me acaricia el pelo mientras yo le mimo la marca de la herida, esa herida que nos ha vuelto a juntar.

Me siento a horcajadas sobre él y dejo su pecho para dedicarme enteramente a su boca. Juego con su lengua y me separo poco a poco, repartiendo besitos cortos y sonriendo entre ellos. Le miro a los ojos y coloco mi mano sobre la cicatriz, jugueteo con mis dedos sobre ella, como si fuese un folio sobre el que coloreo. Primero repaso su borde y luego la relleno de colores imaginarios. ¿Qué sentirá Mario ahora?

-. ¿Te molesta que te la toque?
-. ¿Tienes idea de lo mal que suena eso? -Me río por no llamarle bobo y le doy un puñetazo suavecito en su hombro izquierdo. -No me molesta para nada. Es de lo más agradable, de hecho.
-. Tiene un tacto raro, pero a mí también me gusta.
-. ¿Te gusta? Porque estaba pensando borrarla con láser cuando pueda. No me gusta, queda muy fea, parezco Frankenstein.
-. Ojalá Frankenstein hubiera estado tan bueno como tú. Y la cicatriz es uno más de tus encantos. Además, ya te dije que los héroes fardan cantidad enseñando sus cicatrices en la playa.
-. ¿Cómo voy a fardar de esto? Leo, me deja el pecho deforme.
-. ¿Deforme? La neurona es lo que tienes deforme. Tú dices todo esto para que te haga la pelota, para que te diga que estás muy bueno, que eres mi héroe y, sobre todo –bajo el volumen con el que le estaba hablando y le miro a los ojos. Me da vergüenza confesarle esto, pero él se lo ha buscado -que tu cicatriz me pone. Que me pone mucho. Hala, ya lo he dicho, tú haz lo que te dé la gana, que para algo es tu cuerpo.

Me pone. No sé si estoy preparada aún para poder llegar al final con Mario, pero sí sé que me sigue poniendo tanto como me ponía sin cicatriz. O incluso puede que más. Esa cicatriz significa que ha vivido, que ha sufrido, que le han herido hasta casi romperle el corazón como si lo hubiera hecho yo misma. Yo sí se lo rompí, esa cicatriz es como las que yo le he dejado por dentro, es su reflejo. Por eso me pone, por eso me gusta y se lo demuestro con un beso y un susurro a la cicatriz.

Le oigo reírse y le miro para saber qué le hace tanta gracia. Al verme sonreír Mario decide reírse abiertamente. Me encanta su sonrisa, me encanta que me sonría mientras me mira, sin que diga nada más. No me hace falta, con su sonrisa me basta, con su sonrisa y sus caricias como las que me está haciendo ahora mismo en la nuca.

-. ¿Qué me sonríes tú? –Le pregunto como si fuese un niño pequeño, con ese tono con el que nos dirigimos a los bebés y les hablamos como si fuesen tontitos.
-. ¿No puedo sonreírte? –Sacudo la cabeza.
-. No.
-. Te fastidias. Y te sonrío porque te quiero.
-. Pues muy mal.
-. ¿Que te sonría o que te quiera? –Me pongo seria de pronto y bajo la mirada, no quiero que ahora mismo Mario pueda leer mis ojos.
-. Las dos –Susurro, no quiero que me oiga, no quiero que se entere. Pero Mario me oye y coloca su mano bajo mi barbilla para levantarme la cabeza y que mis ojos y los suyos se encuentren.
-. ¿Por qué dices eso? ¿Por qué ahora? Joder, Leo. Joder, pensé que esto ya lo habíamos pasado.
-. Ya, es que…-Me encojo de hombros. -No sé. Yo te quiero y… y tú a mí. Nos queremos y todo nos va tan bien que…
-. Tienes miedo –Claro que tengo miedo, le sonrío aunque mi sonrisa nada tenga que ver con la de hace un rato.
-. Supongo.
-. ¿Es por la llamada de Corso?
-. En parte. Me ha hecho pensar mucho. Le he dicho de todo menos guapo y demasiado poco le he dicho. Menudo gilipollas.
-. Yo también me he descargado bien a gusto.
-. ¿Le echas de menos?
-. Echo de menos a mi amigo. ¿Y tú? –Lo pienso, sí, echo de menos al Corso que conocí al llegar a la unidad, no al Corso que nos dejó tirados cuando él lo quiso conveniente.
-. Es mejor que no esté

Quiero explicarle por qué creo que es mejor que no esté, pero María decide que nuestra conversación se termina aquí y ahora. La pobre se ha despertado asustada llamando a su mamá. Nos levantamos rápido para ir con ella y al llegar la cojo en brazos para tratar de calmarla. No me cuesta mucho, un par de besitos y unas caricias mientras la susurro que no pasa nada. Mario la hace sonreír con sus besos hasta que María se fija en la cicatriz de su tío.

-. ¿Mayo pupa?
-. Ahora no me duele, María. Se me ha quedado así porque era una herida muy grande y cuando las heridas grandes se curan, se quedan marcas así. Pero ya estoy casi bueno, seguro que prontito puedo cogerte otra vez en brazos.
-. Y mientras Mario no pueda, yo te llevo, ¿eh, grandullona?
-. ¡Leo! –María sonríe contenta.
-. ¿Vamos a dormir?
-. ¡Sí!
-. Luego no me digas que no quieres tener tú uno o unos cuantos.
Atiram
Atiram
Mandamás

Localización : Valladolid

http://atiram1985.blogspot.com/

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 10:46 pm

23.
Se me hace tan extraño bajar del coche esta mañana. No se trata de que lo haya conducido yo, ni Leo ni mi médico creen oportuno todavía que haga el esfuerzo de tener el brazo derecho en suspenso y le dé tirones a la palanca de cambios y el freno de mano. Lo ha llevado ella, esa no la novedad del día. Lo nuevo es nuestro destino: comisaría, concretamente la oficina de la unidad siete.

No me encuentro ni mucho menos en condiciones de trabajar de manera normal, pero estaba cansado de quedarme en casa calentando el sofá. Prefiero darle calor a mi silla de oficina mientras investigo usando el ordenador, ese es el pacto al que llegué con todos, mis padres y mi hermana incluidos. Nadie me va a permitir levantar siquiera una triste carpeta de esas de cartón azul. Ahí no queda todo, me temo, Leo incluso ha insistido en que ponga el ratón para zurdos para descansar más el brazo derecho. Solo espero que no me obligue también a teclear solo con la izquierda.

Tan pronto como se abren las puertas del ascensor, Rocío se me acerca y se contiene para no saltar sobre mí, otra que me trata como si estuviese hecho de cristal. En lugar del abrazo de oso que le pide el cuerpo, me da uno calmado, suave, con especial atención a mi pectoral derecho. Casi me parece estar viéndola colocando su mano sobre la cicatriz y preguntándome “¿Mayo pupa?” igual que mi sobrina.

—¿Qué tal estás? Te veo casi, casi recuperado del todo.
—Estoy prácticamente bien, a ver cuándo me dan el alta y puedo empezar a hacer ejercicio.
—Como te vea cerca de una mancuerna, te mato.
—Sí, cariño.
Le guiño el ojo a Leo, quien se hace la ofendida aunque no deba fingir mucho, en parte lo está. No le gusta mucho eso de que la llame “cariño” en público ni que algunas veces le recuerde que estamos juntos. El qué dirán, me imagino, la dura y fría Leo tiene una reputación que mantener, sobre todo ahora que todo se ha vuelto serio de pronto, tan serio que me siento en mi salsa y ella debe de estar aterrada.

Pasamos a la oficina propiamente dicha. Molina abandona su despacho con su sempiterna corbata marrón de jefe al cuello y me sonríe. Él también trae instrucciones precisas de no tocarme mucho por si se me cae el brazo, lo cual se traduce en otro abrazo breve con palmadita en el hombro izquierdo y el ofrecimiento de esa poción extraña que pretende ser café como regalo de bienvenida.

—Café de máquina, Molina, qué detallazo—se burla Leo—. Que no vuelve después de una operación de fimosis, te recuerdo que le han dado un tiro en el pecho. Ya podrías haberte estirado un poquitito más, ¿no?

Rocío y Molina se miran con una sonrisa cómplice que Leo comparte. Miedo me dan, me tienen preparado algo. Intentaré no sentirme demasiado abochornado. Rocío abre un cajón y me entrega dos paquetes de regalo. El primero es una caja de bombones “para compartir”, como apostilla nada más le quito el papel. El segundo me encanta, es una de estas cosas que siempre había querido tener pero nunca había querido comprar porque me parecía algo muy caro en comparación con su utilidad: una pluma de marca escandalosamente costosa con plumín fino y de oro acompañada por un paquete de cartuchos de tinta azul y otro negro.

—¿Y esto? ¡Muchísimas gracias!
—Es que da pena verte escribir con esa letra tan bonita usando un Bic—se justifica Leo.
—Falta el mejor regalo—me asegura Molina.
—No me digas que me habéis traído una stripper.
—Qué va, no nos daba el presupuesto. Me refería al café de máquina.

Bienvenido sea el café junto con todo lo demás. Mientras Molina se va a por él, arranco mi ordenador y disfruto oyendo su ronroneo de siempre. Cuánto lo echaba de menos. Aparto mi silla del escritorio y me dejo caer sobre ella. Conozco perfectamente su modo de hundirse bajo mi peso, aunque en esta ocasión la bajada sea menor de la habitual. Mi mesa sigue igual que la dejé aquel día, aguardando con ansias mi regreso. Abro el cajón y observo todo su contenido perfectamente ordenado, nadie ha tocado ni siquiera un clip. Todo está como si no hubiese pasado el tiempo, como si nunca me hubiera ido. Todo me esperaba, igual que yo esperaba poder volver aunque llegara a pensar que no podría.

—Pensé en desordenártelo todo a ver qué cara se te quedaba, pero al final he decidido ser buena—me dice Leo según se me coloca al lado y me pone la mano sobre el hombro.
—Me das miedo cuando eres buena. ¿Estás tramando algo?—Ríe suavemente y pone cara misteriosa.
—Es posible. Pero no estás lo bastante en forma aún.

Levanto las cejas porque no me puedo creer que Leo acabe de decir algo así. Es cierto que últimamente el contacto físico ha ido cada vez a más, pero por ahora no me había hecho esa clase de insinuaciones y a mí jamás se habría ocurrido decirle algo así por miedo a que se sintiese incómoda. No me imaginaba que se sintiera tan bien como para atreverse aunque quizá debería haberlo esperado. Anoche estuvimos largo rato dedicados a darnos afecto mutuo con algo de sexual sin que pasara a mayores, solamente terminamos desnudos y abrazados sin llegar a atrevernos a más porque no era algo que necesitásemos.

Al menos eso creía yo hasta esta madrugada, en que los esquemas se me han roto tanto como Leo me los acaba de destrozar ahora. Tal vez mi imaginación tenía algo de base para regalarme un sueño erótico en que volvía a casa y Leo me recibía como una pornochacha ataviada con ropa interior negra y tacón de aguja y armada con un plumerito de colores que se divertía haciéndome pasar por todo el cuerpo para sacarme de mis casillas. He quedado tan fuera de mí que despertar en mitad de la noche con una erección considerable para encontrarme a Leo durmiendo a pierna suelta sobre mí ha resultado un suplicio que se ha traducido en un largo rato en blanco hasta que la cantidad de sangre acumulada en mi entrepierna se ha ido disipando en vista de que no iba a ocurrir nada.

El café de máquina es tan horrible que logra sacarme de mis cavilaciones. Leo y Rocío se ríen al verme la cara de asco. Es como volver al hospital, solo que me sabe mejor porque se trata de café de oficina, de mi oficina. Trabajar en la unidad siete implica grandes sacrificios como este de tener que tragar semejante mejunje. Además, hoy tengo con qué camuflar su sabor. Le quito el plastiquillo protector a la caja de bombones y pruebo el primero, el cual, curiosamente, resulta ser de café.

—Está rico el cafetito, ¿eh? Si es que estás mejor que quieres—se burla Rocío aunque se solidarice conmigo. Todos somos damnificados, cada uno con nuestro vasito de plástico.

Igual de damnificada es la mujer de media melenita morena y ojos oscuros que acaba de entrar y que nos observa con fijeza y curiosidad. Rondará los treinta y cinco y va enfundada en un traje de chaqueta con pantalón que acompaña con un bolso y zapatos planos negros. Ella también porta su sucedáneo de café y lo bebe con cierto fatalismo, como si hace ya mucho hubiese aceptado que así son las cosas en las oficinas y que jamás van a cambiar. Por lo pronto consigue recordarnos que esto es una comisaría y que será mejor que guarde mis chocolates para mejor ocasión.

—Disculpen, esta es la unidad siete de la policía judicial, ¿verdad?
—Así es. Inspector Jefe—Cómo se le llena la boca al decirlo—Juan Molina, ¿qué desea?
—Subinspectora Lourdes Manzanero, me han destinado aquí—Molina frunce el ceño con extrañeza. Él, Leo y Rocío se miran. Lourdes entreabre los labios y ahoga una risotada—. Vale, parece que la coordinación aquí es tan buena como en mi antigua comisaría.
—Habrá que darle un tirón de orejas a Requena—dejo caer. Me levanto y voy a darle dos besos a Lourdes—. Subinspector Mario Arteta, tutéame. ¿Quieres un bombón? Yo también llego de nuevas hoy, me reincorporo y estoy a medio gas.
—Acéptale el bombón y espósale a la silla si hace falta, pero que no se mueva—le advierte Leo—. Subinspectora Leo Marín.
—Y novia de Mario—murmura Rocío en un tono lo suficientemente alto como para que todos lo oigamos. Si las miradas matasen, la de Leo la acabaría de fulminar.
Plenilunio
Plenilunio
Mandamás

Localización : al teclado

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 10:46 pm

23.

No me gusta conducir el BMW de Mario. Me impone respeto. No es que no confíe en mí y en mis dotes de conductora, es que no es mi coche. Pero hoy no me importa hacerlo, al contrario, estoy encantada. Por fin hoy es el día en que Mario vuelve al curro.

Aún es pronto y no está bien del todo, pero ha conseguido convencernos a todos. Era dejarle volver a la unidad o que nos desquiciase con sus continuas quejas. Le entiendo, no se lo he dicho pero le entiendo. El pobre está cansado de calentar el sofá y zapear. De no hacer nada y de pasarse las horas que yo estoy trabajando aburrido y solo en casa.

De momento se ocupará del trabajo de oficina, ese que por norma general odiamos pero que a él le ha sonado a música celestial cuando lo ha oído. Supongo que entre todos podremos convencerle para que no haga el burro, y si no en la comisaría nos sobran esposas para dejarle sentado un rato en la silla.

Estoy contenta por Mario, tiene muchas ganas de volver a hacer su vida normal, aunque ahora en esa vida normal también entre yo. Eso quiere decir que ya está bien, que del tiro en el pecho solo queda una cicatriz que me recuerda, que nos recuerda, lo mal que lo pasamos, pero nada más. Y tengo miedo. Esto sí que es nuevo. Mientras Mario estaba en casa no podía pasarle nada malo, pero ahora sí.

Sé que es nuestro trabajo, que siempre ha sido así, pero ahora me asusta pensar que puedan volver a dispararle, que pueda pasarle algo. Tengo miedo por él y por mí. ¿Y si este miedo me hace ser peor policía? Me gusta mi trabajo, disfruto con él, pero tengo miedo a estar más pendiente de Mario que de lo que tengo que hacer. Imagino que se me pasará en cuanto pasemos a la acción. Ninguno queremos que nos pase nada y no por ello hacemos peor nuestro trabajo.

Sonríe cuando bajamos del coche y nos dirigimos a la comisaría y se le llenan los ojos de luz al entrar en el ascensor. Cuando las puertas de este se abren a Rocío la falta poco para lanzarse sobre él. Le hemos echado tanto de menos por aquí…

No solo nuestras familias han estado pendientes de él constantemente, Roci y Molina le han llamado todos los días y han ido a visitarle a menudo. Ahora ya estamos todos, no al 100% pero todos, que es lo que importa. Rocío le abraza con calma y suavidad y me sonríe mientras lo hace, sé que sus ojos me piden que le cuide, que no le haga daño. Quizás me reproche cosas del pasado, pero que esté tranquila, ahora nada es igual.

-. ¿Qué tal estás? Te veo casi, casi recuperado del todo.
-. Estoy prácticamente bien, a ver cuándo me dan el alta y puedo empezar a hacer ejercicio.
-. Como te vea cerca de una mancuerna, te mato.
-. Sí, cariño.

Mario me guiña un ojo porque sabe lo mucho que odio que me den la razón como a los tontos. Y también por ese “cariño” con el que ha culminado su frase. No me gusta, y menos en el trabajo. Suena cursi y siento que me hace vulnerable a ojos de los demás. No me importa que sepan que estoy con Mario, pero tampoco hace falta darles tantos detalles, ¿no?

Claro que mejor no quejarme, que conociendo lo cursi y moñas que es Mario el apelativo cariñoso podía haber sido peor. Algo así como “pastelito” o “pichurrina” Entonces sí que me lo cargo. Lo siento, pero por ahí no pienso pasar.

Una vez dentro de la oficina es Molina quien sale a nuestro encuentro. Se ajusta su corbata de jefe y sonríe a Mario. Su abrazo también es suave, todos tenemos miedo a hacerle daño. Sé que no se va a romper, pero a ratos también me cuesta tocarle por miedo a lastimarle, aunque Mario se canse de decirme que ya no le duele. Molina le ofrece un café de máquina como regalo de bienvenida y comienza la función.

-. Café de máquina, Molina, qué detallazo. Que no vuelve después de una operación de fimosis, te recuerdo que le han dado un tiro en el pecho. Ya podrías haberte estirado un poquitito más, ¿no?

Molina y Roci sonríen mientras Mario pone cara de asustado. Sabe que tramamos algo y le damos miedo. Hace bien en tenérnoslo, aunque en esta ocasión hayamos sido buenos. Rocío abre el cajón de su escritorio y saca dos paquetitos perfectamente envueltos en papel de regalo. El primer paquete es una caja de bombones, aquí estamos todos necesitados de calorías que nos hagan engordar. Bueno, todos, todos… Aún recuerdo la cara de Molina cuando Rocío y yo le pedimos que él no abusara de los chocolates.

El segundo es el regalo de verdad. Sé que a Mario le ha encantado, solo hay que verle la cara que ha puesto. Un tío tan elegante y pijo como él tenía que tener algo así. Aunque Mario sea de todo menos pijo, sé que si no se había comprado él una pluma como la que le acabamos de regalar es precisamente porque no le parecía necesario ese gasto. Ahora ya puede presumir de pluma y de letra bonita.

-. ¿Y esto? ¡Muchísimas gracias!
-. Es que da pena verte escribir con esa letra tan bonita usando un Bic. –Me justifico aunque no haga falta.
-. Falta el mejor regalo-Le asegura Molina.
-. No me digas que me habéis traído una stripper.
-. Qué va, no nos daba el presupuesto. Me refería al café de máquina.

¿Una stripper? Como le tenga que dar una colleja a Mario… Molina se marcha a por los cafés prometidos mientras mi chico enciende su ordenador. Mi chico, cada vez me suena mejor esa expresión. Parece disfrutar al oír a su machacado ordenador encenderse. Estoy segura de que hasta eso ha echado de menos. Se deja caer sobre su silla y sonríe. Abre el cajón y comprueba que todo está en orden y que puede comenzar a trabajar sin preocuparse por nada más que eso, su trabajo.

-. Pensé en desordenártelo todo a ver qué cara se te quedaba, pero al final he decidido ser buena –Es cierto, quise desordenarle todo, pero le conozco y sé que no le habría hecho ni pizca de gracia. Le pongo la mano sobre el hombro, que no olvide que aquí también estoy a su lado.
-. Me das miedo cuando eres buena. ¿Estás tramando algo?- Me río y pongo cara de misterio.
-. Es posible. Pero no estás lo bastante en forma aún.

La cara de Mario es un poema. No se esperaba para nada mi respuesta. La culpa la tiene él, si no hubiese dicho nada de strippers hace un momento… Sé que es pronto para hacer lo que se me ha ocurrido, primero tenemos que dar otros pasitos más cortos y más importantes, la diversión vendrá después.

Tengo ganas de hacer el amor con Mario. Sé que estoy preparada, que voy a poder hacerlo. Hasta ahora nos hemos dedicado a darnos cariño y mimos, aunque el contacto físico es cada vez mayor. Ya no se me hace difícil quedarme desnuda delante de Mario ni que él me toque. Y he perdido el miedo a verle desnudo a él. No hemos tenido sexo porque ninguno de los dos ha querido precipitar las recuperaciones, pero creo que ambos estamos preparados y que surgirá en cualquier momento.

No sé qué estará pensando, pero tiene una cara de lo más rara. Eso le pasa por jugar con fuego, me pica y pasa lo que pasa. El café de máquina le hace poner una mueca de asco y salir de su ensimismamiento. Rocío y yo nos reímos, bienvenido a la cruda realidad, Mario. Tú has vuelto y el café sigue siendo igual de malo.

-. Está rico el cafetito, ¿eh? Si es que estás mejor que quieres- Rocío se burla de él aunque nosotras también tengamos nuestro vasito de este delicioso manjar entre las manos.

Igual que la mujer que acaba de entrar en la unidad. Trajeada y con zapatitos me hace recordar las pintas que llevaba yo el día que llegué aquí. Sonrío, menos mal que las ganas de causar buena impresión se me pasaron rápido, yo no soy de traje, mucho menos de zapatos. Nos mira fijamente, como si quisiera saber quién somos y qué hacemos aquí.

-. Disculpen, esta es la unidad siete de la policía judicial, ¿verdad?
-. Así es. Inspector Jefe—Cómo se le llena la boca al decirlo—Juan Molina, ¿qué desea?
-. Subinspectora Lourdes Manzanero, me han destinado aquí—Molina frunce el ceño con extrañeza. Molina, Rocío y yo nos miramos. Lourdes ahoga una risotada mientras ve nuestras caras de no tener ni idea de qué va el asunto.- Vale, parece que la coordinación aquí es tan buena como en mi antigua comisaría.
-. Habrá que darle un tirón de orejas a Requena—deja caer Mario que se levanta y da dos besos a Lourdes.- Subinspector Mario Arteta, tutéame. ¿Quieres un bombón? Yo también llego de nuevas hoy, me reincorporo y estoy a medio gas.
-. Acéptale el bombón y espósale a la silla si hace falta, pero que no se mueva—le advierto.- Subinspectora Leo Marín.
-. Y novia de Mario—murmura Rocío en un tono lo suficientemente alto como para que todos lo oigamos. En momentos como este me gustaría tener poderes y poder fulminarla con la mirada. Acabo de hacer bueno el dicho ese que dice: “hay miradas que matan”.
Atiram
Atiram
Mandamás

Localización : Valladolid

http://atiram1985.blogspot.com/

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 10:49 pm

24.
Paro el coche en doble fila, en esta calle es imposible de otra manera. Doy la luz de emergencia para indicar que se trata de algo temporal y le hago a Rocío el toque que habíamos acordado como señal. Turandot y una suculenta cena nos esperan, como le prometí. No termina de creerse que la oyese mientras me encontraba en coma, pero sabe que ha de ser verdad, pues de otra forma no se podría explicar que supiese que quería acompañarme a la ópera. Para mi desgracia, o quizás afortunadamente, no tengo telepatía. Me sería muy útil como herramienta de trabajo, pero de forma más que probable sería todo un suplicio saber qué piensan de mí algunas personas, Leo incluida a ratos, aunque cada vez menos.

Rocío no tarda en aparecer y dejarme boquiabierto. Está preciosa con su vestido negro de noche y el chal blanco. Hago amago de ir a salir del coche para abrirle la puerta, pero me hace un gesto indicando que no es necesario. Cuando ya la tengo sentada a mi lado y se está abrochando el cinturón, me fijo en que además ha cuidado el peinado, el maquillaje y la joyería. Se ha preparado a conciencia para esta salida y está lo bastante ciega como para decir que yo, con mi traje y mi corbata con pasador voy muy guapo.

—Tú sí que estás guapa—la elogio sinceramente mientras arranco.
—No todos los días va una a la ópera porque se lo haya prometido su compañero en coma—Se cubre la boca un momento y sacude la cabeza—. Lo siento, quiero decir que…
—Es la verdad. Tú me hablaste de la ópera y yo te dije que perfecto. Si no, quizá no se me habría ocurrido llevarte y no habría estado bien. Que ahora esté con Leo no significa que tú y yo no podamos seguir siendo amigos y que no vayamos a salir más por ahí juntos a cosas de esas que a Leo le dan alergia.

Rocío asiente sin ganas y se pone a mirar por la ventana. He debido de decir algo inoportuno aunque no se me ocurre qué. Rocío siempre ha sido mi amiga, desde el primer momento conectamos y sentí que, además de Mónica, ya tenía otra hermana. Tal vez se acuerda de los malos ratos del hospital, de cuando pensaron que me moriría. Ya estoy fuera de peligro, casi al cien por cien, listo para lo que me echen. Lo único que me queda son los recuerdos de la mala experiencia, el más claro de ellos grabado en mi pecho. Leo puede decir cuantas veces quiera que le gusta la cicatriz, pero a mí sigue pareciéndome una aberración.

—Oye, Mario—habla de pronto cuando ya pensé que estaría callada el resto del trayecto—, dirás que soy una morbosa y seguro que estás harto de que te lo pregunten, pero, ¿qué se siente al estar en coma?

Respiro hondo y lo medito mientras piso el freno para detenerme ante un semáforo. Es una muy buena pregunta, no creo que sea morbo, sino simple curiosidad. Yo también me lo había preguntado siempre, igual que siempre había creído que esa experiencia, por fortuna, me sería ajena. Comprendo que Rocío quiera que se lo cuente, máxime sabiendo que la oí, que aunque no tuviera modo de expresarlo, estuve atento a todo aquel me visitó, encadenado a mi cuerpo, preso de mí mismo.

—Eres la primera que me lo pregunta y no me pareces una morbosa. Es… muy difícil de explicar—Me paso una mano por el pelo e intento buscar las palabras—. Es como estar buceando por el fondo de una piscina, que todo te llega desde fuera como amortiguado. La mayor parte del tiempo ni siquiera sabes si tienes un cuerpo ni dónde está, ni si hay algo ahí fuera. Pero entonces alguien te habla y te das cuenta de que sí, de que el mundo sigue existiendo y tú estás ahí sin estar pero presente a la vez en cierta manera. Intentas responder, que vean que lo has oído todo, pero no puedes, no sabes cómo, estás encerrado. Y a veces, no siempre, alguien te toca y notas que tienes un cuerpo, incluso que algunas partes tienen determinada forma, pero es como si no fueran tuyas, como si fueran el cuerpo de otro y te hubieran encerrado ahí a la fuerza. No sé cómo explicarlo mejor o si…

Debo interrumpir mi pequeña charla por el pitido del tipo que tenemos detrás, un impaciente de los que tocan el claxon para que te muevas tan pronto empieza a parpadear el semáforo de peatones. Rocío se gira para mirarle con desprecio y bromea con la posibilidad de que saquemos la sirena y le atemoricemos un rato. Si no fuera porque no es competencia nuestra y llegaríamos tarde a la ópera, tal vez me apetecería ser un poco malo esta noche.

La ópera nos espera. Aparco en el subterráneo de la Plaza Mayor y desde allí caminamos entre la muchedumbre de gente, muchos de ellos turistas, que ronda por el corazón de Madrid. Rocío va de mi brazo mirándolo todo con sus ojos de gata que no es gata porque nació en Sevilla. La cara se le colorea e ilumina con una sonrisa satisfecha que se ensancha cuando nota que la observo. Le dura mientras nos dirigimos a nuestros asientos y se pone a observar el cuadernito sobre el libreto, el cual hojea con aire profesional hasta que, de repente, deja la comodidad de su respaldo y me da un rápido beso en la mejilla.

—Con las ganas que teníamos de venir, todo sea que el montaje sea malo—Rocío me sonríe y sacude la cabeza con confianza.
—No creo. Y aunque sea malo, ¿qué más da? Lo importante es que por fin hemos tenido otra excursioncita cultural los dos, que ya las echaba de menos.
—Y yo. Últimamente no estaba muy de humor para excursiones ni para nada.
—Ya. Últimamente estabas desconocido, ya era hora de verte de buen humor.
—Bendito tiro—Rocío abre unos ojos como platos—. Lo digo en serio, bendito disparo. Me ha dejado desfigurado, pero me ha revivido. No soy un zombi, he recuperado a mi chica y vuelvo a acordarme de que tengo amigos.

Rocío parece dispuesta a contestarme algo, pero debe interrumpirse. El espectáculo va a dar comienzo y las luces se van apagando. Le devuelvo el beso en la mejilla y me responde con una palmadita en el brazo y colocando su mano sobre la mía en el reposabrazos. Yo también la echaba mucho de menos este tiempo de atrás. En lugar de buscarla como debería haber hecho, me encerré en mí mismo. Una parte de mí se justificaba diciendo que, ante todo, Rocío era amiga de Leo, pero me equivocaba y lo sabía. Es tan amiga suya como mía. Tendríamos que haber salido, habernos divertido y haber hablado. No me contenta saber que tanto ella como Leo están de vuelta en mi vida, cada una en su papel.

Ha sido sublime. No me sorprende que todos estemos aplaudiendo tanto y con tanta intensidad que saldremos de aquí con las manos rojas. Conseguir entradas con tan buena visibilidad y acústica ha sido un acierto, Rocío y yo acabamos de disfrutar de un espectáculo maravilloso. Nos sonreímos y es todo tan perfecto que lo único que lamento es que a Leo no le guste la ópera. Me habría encantado traerla a ella también y haber visto en sus ojos de miel el mismo brillo que en los verdes de Roci.

Nuestro siguiente destino es el restaurante, a un cómodo paseo de aquí. No se trata de un lugar especialmente lujoso ni elegante, pero Rocío lo escogió por recomendación de una amiga. Probablemente nos miren como a marcianos cuando nos vean aparecer de esta guisa, aunque no más de lo que lo hacen habitualmente cuando irrumpimos en locales blandiendo nuestra placa.

El restaurante está situado en una callecita de esas pequeñas y desconocidas que pueblan el centro madrileño. Nuestra mesa nos aguarda en el segundo piso, junto a la ventana. Como había pronosticado, las miradas se centran en nosotros, pero llegamos tan contentos de la ópera que les hacemos caso omiso. Rocío incluso va canturreando “In questa reggia”.

—¿Tú también les pones tres acertijos a tus pretendientes y dices que nadie te tendrá?—Aparta su vista de la carta para mirarme con el rubor coloreándole las mejillas y sacude la cabeza.
—No, eso se lo dejo más a Leo.
—Tampoco te creas. Lo segundo sí, pero lo de los acertijos no es muy de su estilo. Ni siquiera me puso como condición tener que acompañarla al fútbol.
—¿Qué tienes en contra del fútbol? Te puede gustar y también gustarte la ópera, te lo digo por experiencia—Me encojo de hombros.
—No es pedantería, es que me aburre y no entiendo qué le ven de entretenido. Prefiero el baloncesto, el tenis o alguna cosa de estas minoritarias como la gimnasia. No tengo ni idea de los nombres de las piruetas, pero siempre que veo que la echan, no me la pierdo.

En eso coincido con Leo. El fin de semana pasado estábamos mortalmente aburridos en el sofá viendo que no había nada en televisión. Habríamos salido, pero ella estaba medio acatarrada y yo, desganado. Zapeando descubrimos una emisión de gimnasia en un canal deportivo y decidimos de forma tácita vérnosla. Para mi sorpresa, descubrí que a Leo le encanta y que incluso conoce algunos nombres técnicos, lo cual daba como resultado frases del tipo de “joder, menuda hostia se ha metido al intentar ese Tkatchev”.

La noche es casi perfecta. Casi, Leo no está aquí. La estoy echando un poco en falta después de no despegarme de ella más que el tiempo justo en horario laboral. Aun así, me alegra ver que podemos seguir manteniendo nuestros amigos y nuestros planes individuales. Prefiero salir con ella, por supuesto, pero no es indispensable. Los dos tenemos más vida que la de pareja y deberíamos conservar cierto grado de independencia aunque la situación no haya dado para hablar de ese tema, sino más bien al contrario. En cualquier caso, seguiré saliendo a la ópera del mismo modo que espero que ella quiera perderme de vista alguna noche y marcharse con amigas. Ni siquiera la reñiré si vuelve un poco achispada o incluso completamente borracha.

—Oye, a todo esto—me dice Rocío de pronto—, ¿cómo se ha quedado Leo?
—Pues… Bien, en casa. Tal vez… debería haberla llamado en el descanso, pero no quería interrumpirla si estaba viendo una película.
—No se habrá mosqueado porque tú y yo hayamos salido, ¿verdad?
—¿Mosquearse? No creo. No es que me haya ido de botellón ni piense volver a casa como una cuba después de haberle puesto los cuernos.
—Ya… También es verdad. Entonces, ¿se lo ha tomado bien?
—Pues claro. Sabe que su chico se ha ido a la ópera y a cenar con una amiga estupenda y que nada más va a ocurrir, que volveré contento de habérmelo pasado bien y deseando irme a dormir con ella.
—Aun así. La próxima vez dime que intentarás traértela, anda.
Plenilunio
Plenilunio
Mandamás

Localización : al teclado

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 10:50 pm

24.

Mario acaba de salir por la puerta. Ha sido oír el pestillo al cerrarse y sentirme abatida, como si todas mis energías se hubiesen con él.

Mario se ha marchado a buscar a Rocío. Por delante tienen una larga noche de ópera, cena y copa. Es una promesa que Mario tenía que cumplir. Rocío le prometió que si salía del coma irían juntos a ver “Turandot” y Mario prometió invitarla cuando se pusiera bien del todo.

Hacía tiempo que no veía a Mario tan guapo. Sigue estando más delgado de lo que me gustaría, pero a nadie le quedan las camisas y las americanas como a él. Iba muy elegante con su traje y su corbata. No había visto nunca a Mario con una y la verdad es que le sentaba estupendamente. Su colonia permanece en el aire mientras me dejo caer en el sofá. No tengo ganas de hacer nada, ni siquiera de cenar. Mario me ha hecho prometerle que calentaría la cena que me ha dejado preparada, pero no tengo hambre.

Me siento mal. Me siento sola por primera vez en mucho tiempo. Me he acostumbrado a estar 24 horas con Mario, con sus momentos buenos y sus momentos malos, pero con él, y ahora él se ha marchado con Rocío a la ópera. No son celos lo que siento, pero no puedo evitar sentir envidia.

Soy una macarra, toda la vida lo he sido y no quiero cambiar ahora, pero me da pena que Mario tenga que buscar con quién compartir sus momentos de ocio porque no puede hacerlo conmigo. Sé que acabará hartándose de esto y se quedará con alguien con quien comparta intereses. Alguien a quien la guste lo mismo que a él, y esa no soy yo.

Me levanto del sofá mientras sacudo la cabeza, pensar esto no me ayuda para nada y además son tonterías. Al entrar en la cocina veo que Mario me ha preparado una bandejita para la cena, guardo cada cosa en su lugar y me voy directa al congelador, lo único que me apetece es helado de chocolate. Eso y una peli.

En otro momento hubiese elegido “La princesa prometida” pero ahora no, me gusta más verla con Mario abrazándome mientras estamos tumbados en el sofá. Tiene un montón de dvd´s así que seguro que hay alguna película que no he visto. Escojo una al azar y su carátula me hace pensar. Una mujer tumbada en un sofá, sola. Justo como estoy yo. “Mi vida sin mí”. Meto el disco en el dvd y, tarrina de helado en mano, me tiro en el sofá.

Cuando la película acaba me siento aún peor de como me sentía antes. A mi alrededor hay un montón de pañuelitos de papel arrugados con los que me he limpiado las lágrimas y me he sonado la nariz. Si alguien me viese ahora. Hay que tener mucha sangre fría para hacer lo que la protagonista de la película hace. Me ha hecho pensar, si algún día yo me viese en esa situación no sé si podría ocultárselo a Mario.

Mario. Miro el reloj, tienen que estar a punto de salir de la ópera. Aún queda un buen rato hasta que vuelva a casa. Le echo de menos. Le echo de menos y seguro que él ni se acordó de mí. No puedo culparle, está disfrutando de una buena ópera y tiene una compañía estupenda. Seguro que Rocío se ha vestido de princesita hoy, nada que ver con la ropa que yo me pongo da igual el día de la semana que sea.

Yo no sé qué ha visto Mario en mí. No pegamos para nada, él se merece algo mejor. Alguien como Rocío. Una verdadera señorita, con gustos similares a los de Mario. Estoy segura de que se dará cuenta de esto, que se le caerá la venda que tiene en los ojos y comprenderá que está mejor sin mí. Aunque me destroce no intentaré hacerle cambiar de opinión. Sé que va a ser lo mejor, aunque me duela.

Podría pedirle que me lleve a la ópera alguna vez. No sé, a lo mejor no es tan malo como creo, a lo mejor nadie se ha parado nunca a hacerme ver la ópera con otros ojos. He ido un par de veces, obligada, y salí aborreciéndolo, pero lo mismo si no voy obligada… No, esos sitios no son para mí. Sería como pedirle a Mario que me acompañase alguna vez al campo de fútbol a ver un partido. Sé que seguramente lo haría pero también sé que se aburriría como una ostra.

Que se lo pase bien. Me da igual, no tengo que tenerle todo el día a mi vera, somos mayorcitos los dos y podemos hacer lo que queramos. Somos pareja pero no tenemos que estar todo el rato pegados, que no somos siameses. Además, así no me agobia. Y si se quiere ir de copas que se vaya, eso sí, que ni se le ocurra venir borracho porque eso no se lo pienso aguantar ni a él ni a nadie.

Si supiese que Mario no iba a volver esta noche a casa me tomaría la botella de whisky que tiene en el minibar, estando borracha no se piensa. Pero le conozco y sé que no le hará ninguna gracia encontrarme borracha en medio del salón. Y encima pensará que estoy celosa y se anotará un punto. No, ni hablar. Ni estoy celosa ni voy a dejar que Mario se apunte un tanto que no es.

Por mí como si se quiere ir de discotecas y no venir hasta mañana por la mañana. Es libre de hacer lo que quiera. Sé que no va a pasar nada. Mario y Rocío son mis amigos y no tengo de qué preocuparme. Además, Mario ha tenido muchas oportunidades de mandarme a la mierda y sigue conmigo, por algo será. Supongo que tener miedo es normal. Cuando se quiere a alguien se tiene miedo, ¿no?

Estoy demasiado tonta y sí, tengo miedo. No sé si es por Mario o por mí. Quizás por los dos. No quiero que me deje, no quiero que se canse de mí y se vaya con otra. No quiero que sean otras las que ocupen su tiempo y tengan sus sonrisas. Aunque eso sea egoísta por mi parte. Rocío no se merece que me esté poniendo así porque Mario la haya invitado a la ópera.

Cojo uno de los pañuelos que tengo por aquí tirados y me limpio las lágrimas que poco a poco han empezado a caerme por las mejillas. Quiero llorar, me apetece llorar horas y auto compadecerme por ser así de gilipollas. Porque tengo lo que no me merezco y encima me comporto como una cría egoísta.

Joder, que Mario no me está pidiendo tanto, solo un poquito de espacio. Ese espacio que yo le he pedido siempre y que él me ha dado, sin importarle nada más que yo. Sé de sobra que Mario no es Corso, que no me le voy a encontrar en la cama con dos tías de las que ni siquiera recuerda el nombre, que Mario no sale por ahí de caza a ver qué pilla.

Mario me quiere, me quiere y sabe querer. No estoy siendo justa con él, lo sé, pero tengo miedo. Aunque nada justifique esta rabieta. Cuando venga le preguntaré qué tal lo ha pasado y si la ópera merecía la pena. Le preguntaré por la cena y le explicaré que yo no he cenado porque me he dado un atracón de helado mientras veía una película. Sé que me va a regañar, pero mejor eso que decirle que su novia es tan tonta que se ha tirado toda la noche llorando porque le echaba de menos.

Aunque en realidad no quiero que se lo haya pasado bien, ni que me lo cuente. Soy una egoísta, pero quiero que la velada haya sido una mierda para que vuelva pronto y no me deje sola más.

Sacudo la cabeza y me vuelvo a tumbar en el sofá. La tele está puesta aunque solo para hacerme compañía, no estoy viendo nada de lo que sale en ella. No puedo pedirle a Mario que esté 24 horas conmigo, que anule su vida social por mí. Sé que si él me hiciese caso acabaría por agobiarme tanto que le pediría a gritos que me olvidase y me dejase en paz. No, esa no es la solución, acabaríamos mal.

Tampoco creo que Mario me fuese a complacer en eso. No es tan soso como a veces parece, tiene su genio y hay cosas por las que no pasa. Y esta va a ser una de ellas. Me alegro de que así sea. Seguro que mañana lo veré todo de distinto color y me avergonzaré de mi reacción. Supongo que será la falta de costumbre.

Quiero que llegue ya Mario, quiero que esté en casa, aunque no estemos hablando ni tocándonos ni haciendo nada juntos. Estoy mal acostumbrada. Debería irme a la cama y dejar de pensar chorradas que no me llevan a ninguna parte. Aunque primero tengo que serenarme. Se acabó la llantina. Mario vendrá cuando quiera, que no tiene que dar explicaciones a nadie.

Me sorbo la nariz y me da la tos. No me veo pero me puedo imaginar la cara que tengo, roja como un tomate con la punta de la nariz como el reno de papá Noel y los ojos hinchados. De pequeña no lloraba en público porque me daba vergüenza que me viesen así de fea. Luego no lo hacía porque me daba vergüenza que me viesen débil. Y ahora no lo hago, sencillamente, porque no sé llorar cuando hay alguien delante. Alguien que no sea Mario.

He sido tonta desde pequeña. Mis pobres padres me lo han dicho siempre, pero qué le vamos a hacer. Me temo que es demasiado tarde para cambiar.
Atiram
Atiram
Mandamás

Localización : Valladolid

http://atiram1985.blogspot.com/

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Plenilunio Dom Ago 23, 2009 10:51 pm

25.
Qué noche la de aquel día. Me siento tan pletórico cuando llego al portal que decido subirme las escaleras a la carrera. Yo creo que ya estoy curado, debería empezar a ejercitarme de una vez o voy a terminar perdiendo la poca masa muscular que la comida de hospital no me arrancó. Me cuesta, en especial durante las primeras zancadas, pero logro alcanzar nuestra planta sin haberme detenido y sin jadear en exceso. Apenas unas cuantas inspiraciones profundas y tanto mi corazón como mis pulmones alcanzan su ritmo habitual. Su cadencia, esa que en el hospital me venía marcada por chasquidos de respirador y pitidos de monitor.

Abro la puerta y doy una voz para que Leo sepa que ya estoy aquí. En vista de que no me responde, consulto el reloj. No es tan tarde, pero tal vez se encontrase cansada y se haya marchado a dormir. Quizá no se trate de eso, sino de que está viendo la televisión con los auriculares y no me ha oído. Por si acaso, decido examinar el salón. Lo que me encuentro no me gusta ni lo más mínimo.

Leo está tirada en el sofá mirando la televisión sin verla. Dadas su postura y el gesto ausente y cargado de tristeza de su rostro, me recuerda al cartel de “Mi vida sin mí”, película que reposa en el suelo junto con un bote de helado vacío, una cucharilla y algunos pañuelos de papel convertidos en bolitas. Por mucho que adore esa cinta, no es la más recomendable para una noche de soledad, me temo. Me acerco a ella, apago el televisor y le hago una caricia en el costado. Se incorpora y me observa con la mirada vacía, como si pudiera ver a través de mí, como si yo no existiera.

—Qué pronto has vuelto—murmura con voz ronca.

Lo que sospechaba, ha estado llorando. Más le vale que haya sido por la película. No tiene motivos objetivos para haber derramado una sola lágrima por nosotros y espero que no se trate de celos. Hago ademán de ir a besarla, pero Leo me aparta la cara, se levanta y echa a andar hacia el dormitorio. Si buscaba enfadarme, ya lo ha conseguido.

No tiene ningún derecho a comportarse como una niña pequeña y consentida. Me he marchado a la ópera y a cenar con Rocío porque se lo prometí y Leo parecía de acuerdo. Es mi amiga, exclusivamente mi amiga, ni ha ocurrido nada entre nosotros ni va a ocurrir. No he dado a Leo razones para huir de mí como si fuese un apestado otra vez. Puede que a ella le dé lo mismo, que no sepa ver cuánto daño me hace, pero yo no voy a consentir esto nuevamente. No voy a pasar por esto de nuevo. Ya lo viví en los últimos estertores de nuestra relación ahora retomada, cuando me echó sistemáticamente de su lado hasta que consiguió que cortásemos y corrió a los brazos de Corso. Puede que la haya perdonado, pero ni olvido ni dejaré que suceda por segunda vez.

Me encamino a la habitación con paso calmado a pesar de mi enfado. Leo está tirada sobre el colchón, de medio lado y destapada. Sin dignarme mirarla más de un segundo, le vuelvo la espalda y comienzo a desvestirme. Hoy no me apetece ni siquiera la ropa interior para dormir, por lo que me lo llevo todo al cesto de la ropa sucia tal y como vine al mundo. Si ella no me ha deseado las buenas noches, yo a ella tampoco. Regreso, me tumbo en mi lado de la cama de espaldas a ella y apago la luz. Buenas noches, Leo. A pesar de todo, te quiero. Aunque en momentos como este dudo que te lo merezcas.

—Mario…—la oigo maullar tras un par de minutos de silencio tenso como la piel de un tambor—Mario… ¿Estás despierto?
—Sí, Leo—gruño—. Estoy despierto. ¿Me vas a hacer caso ya o sigues cabreada?

Leo gira sobre sí misma y me busca. Me mantengo rígido aunque me cueste no ceder a sus mimos. Al menos yo no la rechazo, sino que permito que se me tumbe encima y deje la cabeza reposando sobre la almohada, a escasos centímetros de la mía. Enciende la lamparita de la mesilla y descubro que ha vuelto a llorar. Le seco las lágrimas con el pulgar y me gano un beso en los labios por ello. Así es imposible seguir enfadado y hacerme el duro, pero creo que lo consigo razonablemente bien.

—Lo siento. No estaba enfadada contigo, es solo que…—Intenta sonreírme, pero se le apaga el gesto al ver que no la correspondo—¿Te lo has pasado bien?
—Mucho. La ópera ha sido fantástica, el restaurante estaba muy bien y venía feliz hasta que he abierto la puerta. Gracias por joderme la noche.
—Lo siento—repite. Me encuentro tentado de espetarle “eso ya lo has dicho”, pero prefiero abstenerme y no ser tan cruel. Leo me acaricia el pelo y me mira fijamente con ojitos de niña buena y arrepentida—. Tú te lo has pasado genial y yo… No sé, me ha dado por comerme la cabeza y como no estoy acostumbrada a eso de pensar…
—No me he follado a Rocío, si eso es lo que quieres saber.
—Sé que no—me asegura, seria—. Confío en ti. No estoy cabreada ni celosa, es que… Me habría gustado ir contigo. Ya sé que no me gusta, que por mucha ópera que me pongas, solo me va a gustar alguna aria y gracias. Pero me habría gustado ir y no dormirme porque sé que para ti es importante.
—Yo tampoco te entiendo cuando te pones a pegar gritos viendo el fútbol y no pasa nada.
—Ya, pero…—Se muerde el labio y resopla—Ahora que pienso en cómo decirlo en voz alta me parece una gilipollez, pero… Tengo miedo. No de que vayas a hacer nada con Rocío, os conozco y sé que vosotros no…—Que no somos ni Corso ni tú, lo sé—Pero me da miedo que en algún momento te canses de que tú y yo tengamos tan poco en común a veces, encuentres a alguien con quien sí lo tengas y entonces… entonces esto se acabe.
—¿Es eso?—Levanto las cejas y parpadeo con asombro—¿Tenías miedo de que te dejase solo porque la ópera te da cien patadas y yo no aguanto el fútbol?
—Sí…—baja la vista y se sonroja ligeramente—Qué chorrada, ¿verdad? ¿Ya no estás enfadado conmigo?
—Ya se me ha pasado. Ay, Leo—Le acaricio la espalda y el pelo a continuación—, qué cosas tienes. Como decían en la peli que vimos el otro día, “yo te voy a querer siempre y, si se acaba la gasolina, me muero”.

La sonrisa le permanece en el rostro un segundo antes de dar paso a una mirada vidriosa que le hace querer buscar refugio en mi pecho. Se lo impido agarrándola de la mandíbula y regalándole ese beso que me llevaba quemando desde que he entrado por la puerta. Ahora, aparejada a su función de saludo lleva la de frenarle las lágrimas incipientes. Cuando nos separamos ya no queda ni rastro de ellas.

Entrelazo mi mano con su manita. Las de ambos son finas, lo cual no quita para que sus deditos se pierdan entre los míos. Fue de las primeras formas de contacto físico además de las caricias que nos estuvieron permitidas en la UCI. Me gustaba observar nuestras manos fundidas en una sola y pensar que aquello podría continuar una vez me diesen el alta. Tenía tanto miedo de que no pudiera ser así, de que la muerte me arrancase de los brazos de Leo o quedase con tantas secuelas que terminase por dejarla por no soportar la idea de que ella tuviera que cargar conmigo. Ahora estoy bien, a salvo, vivo y libre de nuevo. Tan solo conservo esa cicatriz por la que Leo pasea su mano libre con el mismo ritual de siempre: dibujo del contorno y relleno meticuloso del interior.

—Rocío me ha dicho que te traiga la próxima vez que vayamos a la ópera—Leo sonríe y sacude la cabeza con dulzura.
—Ni lo sueñes.
—Sabía que dirías eso, pero yo lo he intentado.
—¿Le ha gustado a Rocío?
—Un montón. La he dejado como unas castañuelas en el ascensor de su casa. Sé que es mayorcita y sabe cuidar de sí misma, pero…
—Has hecho bien—me interrumpe con tono serio. Enredo los dedos en los pelillos de su nuca y la oigo ronronear.
—Rocío me ha preguntado qué se sentía en coma.
—Yo intentaba imaginarlo, trataba de entender por lo que estarías pasando y cómo te sentirías si es que sentías algo. Lo de oírnos tuvo que ser horrible, ¿no? Lo pienso y me parece claustrofóbico y desesperante—Entorno los ojos y niego con la cabeza.
—Me gustaba que me hablaseis y trataseis de estimularme. El resto del tiempo, cuando estaba yo solo, sí que era claustrofóbico. Solamente notaba los ruidos de las máquinas a las que me tenían enchufado y eran tan repetitivos que al final ni oía los soniditos que hacían, así que estaba completamente aislado.
—Qué horror. No quiero ni pensar… —murmura con los ojos tristes dejando la frase en el aire.
—Contigo me pasaba algo muy curioso.
—¿Ah, sí?—Vuelve al tono juguetón de niña, buena señal—¿Y qué te pasaba? ¿Te revolvías en tu cama pensando “lárgate de aquí, tía asquerosa”?
—Qué bruta eres.
—No te ha sentado mal, ¿verdad? Es que no sé si…
—Eh, Leo que no me he muerto. Estuve en coma, casi la espicho y ya está. Me parece bien que hagas bromitas, hay que quitarle dramatismo.
—Tienes razón. Bueno, dime, ¿qué te pasaba conmigo?
—Pues que la primera vez que viniste no sabía quién eras. Antes de que llegaras a entrar en la habitación, noté que se acercaba alguien. Es… difícil y raro de explicar, pero de alguna manera sentía que alguien venía a verme. Luego te oí hablar con Bárbara, supe que eras tú y, cuando me tocaste, recuperé mi cuerpo. El resto del tiempo estaba como flotando, a ratitos notaba que me tocaban alguna parte muy concreta, los brazos, la cara, los hombros… Pero cuando tú me acariciaste y me besaste, cuando me diste la mano, me di cuenta de que aquello era mi cuerpo, de que seguía ahí y de que debía encontrar el modo de salir de la cárcel donde estaba. Incluso ahora a veces me parece que noto cómo se quedó grabada la forma de tu mano en la mía y la de tus labios en el beso que me diste en la cara.

Leo se me queda mirando fijamente como si acabase de abofetearla. Intento deshacer el nudo de nuestros dedos para acariciarla, pero me aprieta la mano con tanta fuerza que logra impedirlo. Sin previo aviso, se desploma sobre mi pecho y estalla en un llanto violento que no me esperaba pero que tampoco me sorprende. Esperaba que me tachase de cursi como suele cuando quiere provocarme, pero comprendo su reacción. El chico del que está enamorada acaba de decirle que, mientras estaba con pie y medio en la tumba, la percibió y le afectó de tal modo que se apoyó en ella para salir del coma. No es algo fácil de digerir.

—Pensé que te ibas a morir—gime sin dejar el llanto—. Cuando vine de Grecia y vi los mensajes… Cuando llegué a la unidad creía que… Y luego, luego en el hospital, te vi ahí y… No hacía más que pensar que no podías morirte, que tenía que hablar contigo antes, que tenía que pedirte perdón… No me habría importado ver que te despertabas y me odiabas, me habría dado igual… O que te hubiesen quedado secuelas y te hubieras quedado hecho un vegetal, yo habría estado ahí, te habría cuidado. Pero tenía que hablar contigo. Necesitaba hablar contigo, pedirte disculpas… Decirte que te quiero. Yo no sabía que me oías, no me imaginaba que me estabas sintiendo. Y ni siquiera te he pedido perdón, pero tú estás aquí, bien, conmigo, queriéndome… Tengo tanto miedo de que se vaya todo a tomar por culo ahora que todo nos va bien. Es como dijiste esa vez, que eres un tío de puta madre, que mereces que te quieran.
—Tú también te lo mereces aunque a ratos no te lo creas—Niega vehementemente con la cabeza, sorbe con gran estruendo por la nariz y levanta la cabeza para mirarme.
—Qué va. Me lo he currado porque pensaba que esta vez te perdía de verdad, pero tendría que habérmelo pensado mucho antes.
—Bien está lo que bien acaba.
—Pues sí, pero eso no se acaba. Y te equivocaste en una cosa de las que me dijiste ese día, aunque yo todavía no lo supiera y pensase que tenías razón y que me podía librar.
—¿En qué estaba equivocado?
—En pensar que me esforzaba por quererte y no podía.
Plenilunio
Plenilunio
Mandamás

Localización : al teclado

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Atiram Dom Ago 23, 2009 10:52 pm

25.

Mario acaba de llegar. Nada más cerrar la puerta me ha llamado pero he sido incapaz de contestarle. No quiero que note que estoy enfadada y triste, o triste y enfadada, qué más da. No estoy enfadada con él, no es eso, me encanta que esté recuperando su vida, estoy enfadada conmigo misma por sentirme y portarme como una estúpida. Así que no me he movido del sofá aunque tenga ganas de ir corriendo hasta él y abrazarle hasta quedarme sin fuerzas.

Cuando Mario entra en el salón no le miro. Me da vergüenza verme en sus ojos en estos momentos. No estoy siendo justa y lo sé, viene contento y solo quiere compartir su alegría conmigo. Apaga la tele y me acaricia en el costado. Me incorporo mientras le miro sin verle, no quiero sentirme más culpable aún, no quiero que sus ojos verdes me vean así.

-. Qué pronto has vuelto.

La voz me sale ronca y apenas es un murmullo. Sé que Mario sabe que he estado llorando, tengo voz y cara de ello. Supongo que creerá que ha sido por la película, que también, aunque no creo que se imagine qué es lo que me pasa en realidad. No creo que le cuadre mucho que yo esté montándole una escenita de celos.

Lo sé, esto no es una escenita de celos propiamente dicha, no estoy celosa, estoy dolida y no con él, pero eso Mario no lo sabe. Desde fuera seguro que se ve una novia cabreada porque su chico se ha ido de picos pardos sin ella. Qué va, encima con mi mejor amiga, eso sería una cabronada, aunque… No, mejor no pensarlo, ellos no son así. Así como yo, así como… No importa, no puede ser y punto.

Mario intenta besarme y me aparto. No sé por qué lo he hecho, sé que eso le ha dolido. No quiero ver qué dicen sus ojos así que me marcho a la habitación mientras le dejo en el salón. No sé por qué no he querido su beso, por qué me he levantado sin decirle nada, sin contarle qué me pasa y por qué estoy así. Esto ya lo hemos vivido antes y no creo que Mario esté dispuesto a volver a soportarlo. No creo que esto vaya a poder perdonármelo. Soy tonta.

Me tumbo en la cama, en mi lado de la cama. Lo más pegada a la orilla que puedo, huyendo de Mario otra vez. Esto ya lo he vivido y él también. Y sé cómo acaba, cómo termina todo. Otra vez haciendo daño a Mario, otra vez callando cosas que él debería saber. No soy justa. Le quiero, le quiero y le voy a perder por ser así de anormal. Coño, Leonor, no aprendes.

Noto cómo mis lágrimas empapan la almohada, por suerte estoy de espaldas a Mario y no puede verme. Le he oído entrar en la habitación, desvestirse y marcharse a llevar la ropa sucia a su sitio. Está dolido, no me hace falta verle la cara para saber cómo se siente. Pero no, no puedo saber cómo se siente porque yo nunca me he sentido así, él jamás se ha portado como un crío conmigo y yo con él me estoy luciendo. Le noto meterse en la cama, a su lado, pegado a la orilla como yo, sin tocarme, sin ni siquiera estar cerca de mí. No dice nada y apaga la luz, es lógico, ahora mismo no querrá saber nada de mí, bastante tiene que joderle tenerme que tener en su cama.

Intento poner mis pensamientos en orden, no quiero que nos vayamos a dormir así como estamos. Todo por mi culpa, como siempre. Tengo que hacer algo y hacerlo ya. Eso si Mario quiere dejarme hacer algo. Me merezco que me mande a la mierda por imbécil. Aunque le conozco y sé que no lo hará, lo mismo hasta llega a entenderme. No aguanto más este silencio, tengo que hacer algo.

-. Mario…-mi voz parece un maullido de un gatito recién nacido, no quiero despertarle si ya se quedó dormido-Mario… ¿Estás despierto?
-. Sí, Leo-la contestación de Mario es casi un gruñido, no tiene ganas de escucharme y me lo merezco.- Estoy despierto. ¿Me vas a hacer caso ya o sigues cabreada?

Ay, Mario. Qué forma de complicar las cosas, soy especialista en ello. Estás pensando justo lo que no es, lo que no quería que pensases. Si te hablase claro y me dejase de acertijos inútiles que solo nos hacen daño a los dos… Si por una vez dejase de ser un enigma y te ayudara a comprenderme…

Me giro y te busco. Te echo de menos. Mucho. No sabes cuánto. Estás rígido, sé que no me lo vas a poner fácil. Lo acepto, me lo merezco. Al menos no me apartas de tu lado, me permites tumbarme encima de ti, piel con piel. Pongo mi cabeza sobre la almohada, al lado de la tuya, te oigo respirar y sin saber por qué eso me tranquiliza. Quiero verte. Enciendo la lámpara de la mesilla y te miro. Me miras y compruebas que estaba llorando, que tengo las mejillas mojadas y alguna lágrima rodando por ellas. Con tu pulgar me las secas, con cuidado, con un cuidado que no merezco.

Te beso. Te beso porque es lo que quería hacer desde que entraste por la puerta. Te beso porque te quiero, porque quiero estar contigo, porque te necesito. Porque te necesito más de lo que piensas. Te beso aunque tú no cedas por ello. Con un beso no se solucionan las cosas, lo sé. Estás enfadado. Me lo merezco.

-. Lo siento. No estaba enfadada contigo, es solo que…-Intento sonreír pero Mario sigue demasiado serio. No quiero verle así, no quiero verle triste, decepcionado, enfadado…-¿Te lo has pasado bien?
-. Mucho. La ópera ha sido fantástica, el restaurante estaba muy bien y venía feliz hasta que he abierto la puerta. Gracias por joderme la noche.
-. Lo siento- Debería haber pensado en Mario, yo no quería estropearle la noche. Le acaricio el pelo y le miro. Estoy arrepentida y avergonzada por todo esto. No sé por dónde empezar pero Mario se merece saber la verdad.- Tú te lo has pasado genial y yo… No sé, me ha dado por comerme la cabeza y como no estoy acostumbrada a eso de pensar…

Son demasiados años sin comerme la cabeza por nadie. Ni siquiera con Roberto la cosa iba tan en serio. Sí, éramos pareja, pero hacíamos un montón de cosas por separado. Salíamos de fiesta, bebíamos, nos emborrachábamos… pero poco más. Ni él compartió nunca sus cosas conmigo ni yo necesitaba que lo hiciese. Ahora es demasiado diferente, ahora sí quiero que Mario comparta sus cosas conmigo, quiero saber qué hace y por qué lo hace. Quiero saber qué le gusta y qué no. No tiene nada que ver con nada de lo que he vivido antes.

-. No me he follado a Rocío, si eso es lo que quieres saber.
-. Sé que no-No se me ha pasado por la cabeza. No es eso, Mario. No es eso.- Confío en ti. No estoy cabreada ni celosa, es que… Me habría gustado ir contigo. Ya sé que no me gusta, que por mucha ópera que me pongas, solo me va a gustar alguna aria y gracias. Pero me habría gustado ir y no dormirme porque sé que para ti es importante.
-. Yo tampoco te entiendo cuando te pones a pegar gritos viendo el fútbol y no pasa nada.
-. Ya, pero…-Me muerdo el labio y resoplo. En estos momentos me parece todo una soberana chorrada. -Ahora que pienso en cómo decirlo en voz alta me parece una gilipollez, pero… Tengo miedo. No de que vayas a hacer nada con Rocío, os conozco y sé que vosotros no… Pero me da miedo que en algún momento te canses de que tú y yo tengamos tan poco en común a veces, encuentres a alguien con quien sí lo tengas y entonces… entonces esto se acabe.

Hale, ya está dicho. Eso es lo que pasa, que estoy muerta de miedo como nunca antes lo había estado. Que no podría soportar que Mario me dejase, que le quiero y que le necesito, aunque él a ratos no lo crea. Aunque a veces no se lo demuestre. Sé que me he llevado un berrinche por una tontería, pero también tengo derecho a hacer tonterías de vez en cuando. Más tonterías.

-. ¿Es eso?-Mario parece sorprendido, sus ojos no saben esconder el asombro que le ha provocado mi confesión.- ¿Tenías miedo de que te dejase solo porque la ópera te da cien patadas y yo no aguanto el fútbol?
-. Sí…-Vale, así dicho es una tontería. Bajo la mirada mientras noto cómo se me colorean las mejillas. A buenas horas me entra la vergüenza. -Qué chorrada, ¿verdad? ¿Ya no estás enfadado conmigo?
-. Ya se me ha pasado. Ay, Leo –Mario cambia el gesto y me acaricia la espalda para luego pasar a mi pelo- qué cosas tienes. Como decían en la peli que vimos el otro día, “yo te voy a querer siempre y, si se acaba la gasolina, me muero”.

Es un moñas, un maldito moñas, pero es mi moñas. Sonrío unos segundos, justo los que me dan de tregua las lágrimas que vuelven a asomar por mis ojos. Como siga así me voy a deshidratar. Busco el pecho de Mario para refugiarme en él, pero no me deja. Me agarra por la barbilla y me besa. Me besa y se me olvida todo, solo existe él en estos momentos, el resto no importa. Cuando me libera ya no tengo ganas de llorar.

Mario atrapa mi mano con la suya. Me encanta que lo haga, me hace sentir protegida. Sé que no me va a dejar caer, que él me sujeta y que me perdona todas mis tonterías. Tiene la novia más tonta del mundo, pero me quiere y parece que eso no le importa demasiado. Con la mano que tengo libre me dedico a su cicatriz. Sé que no le gusta, que piensa que le deforma, pero a mí me encanta pasear mis dedos por ella e imaginar que la coloreo de recuerdos, de todos los que tenemos y los que vendrán. Dios, soy una moñas yo también.

-. Rocío me ha dicho que te traiga la próxima vez que vayamos a la ópera- Sonrío y sacudo la cabeza con suavidad. No, yo no pinto nada allí, ya lo he entendido. Además, Mario y Roci se merecen un ratito sin mí.
-. Ni lo sueñes.
-. Sabía que dirías eso, pero yo lo he intentado.
-. ¿Le ha gustado a Rocío?
-. Un montón. La he dejado como unas castañuelas en el ascensor de su casa. Sé que es mayorcita y sabe cuidar de sí misma, pero…
-. Has hecho bien- Quizás esté obsesionada con lo que me ha pasado, pero me quedo más tranquila sabiendo que Mario ha acompañado a Roci casi hasta su casa. Es más, si por mí fuese la habría dejado dentro de su casa y con la puerta ya bien cerrada.

Mario enreda sus dedos en el pelo de mi nuca. Parece querer contarme algo aunque duda no sé bien por qué. Me pego más a él y ronroneo como un gato. Me encanta que jueguen con mi pelo como él lo hace, me relaja y me calma.

-. Rocío me ha preguntado qué se sentía en coma.
-. Yo intentaba imaginarlo, trataba de entender por lo que estarías pasando y cómo te sentirías si es que sentías algo. Lo de oírnos tuvo que ser horrible, ¿no? Lo pienso y me parece claustrofóbico y desesperante.- Mario niega con la cabeza.
-. Me gustaba que me hablaseis y trataseis de estimularme. El resto del tiempo, cuando estaba yo solo, sí que era claustrofóbico. Solamente notaba los ruidos de las máquinas a las que me tenían enchufado y eran tan repetitivos que al final ni oía los soniditos que hacían, así que estaba completamente aislado.
-. Qué horror. No quiero ni pensar…

No quiero pensar nada, no quiero recordar aquellos momentos. Me pone triste. Me recuerda lo gilipollas que soy y lo cerca que estuve de perder a Mario para siempre. Aunque supongo que él necesite hablar de ello, que necesita contar cómo se sintió él, solo cara a cara con la muerte.

-. Contigo me pasaba algo muy curioso.
-. ¿Ah, sí? ¿Y qué te pasaba? ¿Te revolvías en tu cama pensando “lárgate de aquí, tía asquerosa”?
-. Qué bruta eres.
-. No te ha sentado mal, ¿verdad? Es que no sé si…
-. Eh, Leo que no me he muerto. Estuve en coma, casi la espicho y ya está. Me parece bien que hagas bromitas, hay que quitarle dramatismo.
-. Tienes razón. Bueno, dime, ¿qué te pasaba conmigo?
-. Pues que la primera vez que viniste no sabía quién eras. Antes de que llegaras a entrar en la habitación, noté que se acercaba alguien. Es… difícil y raro de explicar, pero de alguna manera sentía que alguien venía a verme. Luego te oí hablar con Bárbara, supe que eras tú y, cuando me tocaste, recuperé mi cuerpo. El resto del tiempo estaba como flotando, a ratitos notaba que me tocaban alguna parte muy concreta, los brazos, la cara, los hombros… Pero cuando tú me acariciaste y me besaste, cuando me diste la mano, me di cuenta de que aquello era mi cuerpo, de que seguía ahí y de que debía encontrar el modo de salir de la cárcel donde estaba. Incluso ahora a veces me parece que noto cómo se quedó grabada la forma de tu mano en la mía y la de tus labios en el beso que me diste en la cara.

Le miro a los ojos. Mario es un cursi, pero nunca jamás me había dicho algo como esto. Se agarró a mí para seguir adelante, para vivir. Precisamente a mí, a mí que le he dado patadas para echarle de mi lado hasta que lo conseguí. A mí que corrí a los brazos de su mejor amigo cuando él me dejó. No es justo. La vida no es justa, no me merezco que Mario hiciese eso. No me lo merezco.

Mario intenta soltar mi mano pero yo la aprieto fuerte, que no me suelte ahora. Que no me suelte nunca. Ya no aguanto más y me desplomo en su pecho y lloro a gusto. No me esperaba la declaración que acaba de hacerme. Se merece que le ame como nunca he amado a nadie. Ni a Roberto, ni a Corso, ni a ningún otro le quise como el quiero a él.

-. Pensé que te ibas a morir-gimo entre lágrimas.- Cuando vine de Grecia y vi los mensajes… Cuando llegué a la unidad creía que… Y luego, luego en el hospital, te vi ahí y… No hacía más que pensar que no podías morirte, que tenía que hablar contigo antes, que tenía que pedirte perdón… No me habría importado ver que te despertabas y me odiabas, me habría dado igual… O que te hubiesen quedado secuelas y te hubieras quedado hecho un vegetal, yo habría estado ahí, te habría cuidado. Pero tenía que hablar contigo. Necesitaba hablar contigo, pedirte disculpas… Decirte que te quiero. Yo no sabía que me oías, no me imaginaba que me estabas sintiendo. Y ni siquiera te he pedido perdón, pero tú estás aquí, bien, conmigo, queriéndome… Tengo tanto miedo de que se vaya todo a tomar por culo ahora que todo nos va bien. Es como dijiste esa vez, que eres un tío de puta madre, que mereces que te quieran.
-. Tú también te lo mereces aunque a ratos no te lo creas—Niego vehementemente con la cabeza, sorbo con gran estruendo por la nariz y levanto la cabeza para mirarle.
-. Qué va. Me lo he currado porque pensaba que esta vez te perdía de verdad, pero tendría que habérmelo pensado mucho antes.
-. Bien está lo que bien acaba.
-. Pues sí, pero eso no se acaba. Y te equivocaste en una cosa de las que me dijiste ese día, aunque yo todavía no lo supiera y pensase que tenías razón y que me podía librar.
-. ¿En qué estaba equivocado?
-. En pensar que me esforzaba por quererte y no podía.
Atiram
Atiram
Mandamás

Localización : Valladolid

http://atiram1985.blogspot.com/

Volver arriba Ir abajo

Cicatrices (Lemans a dúo) - Página 2 Empty Re: Cicatrices (Lemans a dúo)

Mensaje por Contenido patrocinado


Contenido patrocinado


Volver arriba Ir abajo

Página 2 de 3. Precedente  1, 2, 3  Siguiente

Volver arriba

- Temas similares

 
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.