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Bajo tu piel (cruce de "Cuenta atrás" y "Mujeres en el parque" con pinceladas Corleone)

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Mensaje por Plenilunio Miér Mayo 27, 2009 2:25 pm

Si por algo he organizado los fics ya subidos. Pensé que este ya estaba aquí. Es un experimento tonto que probé después de volver ver "Mujeres en el parque". Me pareció que hacer que Mario y Mónica tal vez no era tan mala idea. La canción es "Leaving you behind", de Hello Saferide y, para no variar, no entra todo en un mensaje, así que va en varios, pero formalmente el fic iría partido en dos trocitos. Espero que os guste.


Bajo tu piel

1.


A Corso le daría la risa si lo viera allí, se dijo. Sentado en la banqueta de un pub delante de una copa con la vista perdida y los tímpanos pidiendo a gritos una tregua que la música atronadora no le concedía. Ni siquiera sabía cómo había terminado allí, delante de un whisky que de pronto se le antojaba asqueroso y absurdo, un paso más en la espiral descendente en que se había convertido su vida en las últimas semanas.

Ella no tenía pensamientos mucho más alegres en la cabeza. En ese pub solían pasar el rato ella y David. Pero hacía tiempo ya que no iban, juraría que la última vez que estuvieron ni siquiera no se había licenciado todavía. Aunque todo seguía siendo igual, como si todo hubiera quedado en el mismo estado esperando su vuelta. Todo igual, idéntico. Todo menos David. Aunque de eso la culpa era suya. Y no se arrepentiría, pero se sentía hecha un verdadero asco.

Mario tomó el vaso entre los dedos y echó un vistazo al contenido como si esperase encontrar algo nuevo. Con una mueca de desagrado lo volvió a posar en el tablero de la mesita que se había conseguido en un rincón alejado de todo y todos. Aunque nadie se fijaría en él de todas maneras. Todo el mundo estaba ocupado bailando, riendo y pasándolo bien. Todos menos él. O eso le parecía hasta que se fijó en ella.

Mónica también le había visto a él. El chico de la otra mesa, el morenito que tenía una copa que no se atrevía a tomarse. Parecía cansado. Muy cansado y muy triste, como si ya no pudiera más con su alma y con su vida. Ahora la miraba. La estaba mirando con esos ojos castaños y llenos de pena. No sabía si decirle algo, si acercarse y hablar con él. Pero se dio cuenta de que no tenía ninguna palabra de ánimo, nada con lo que intentar aliviar el peso de su carga fuera cual fuese. ¿Cómo iba a poder ayudar a un perfecto desconocido si ni tan siquiera era capaz de ayudarse a sí misma?

La chica parecía tan abatida, tan fuera de lugar. “Tanto como tú”, pensó. Le estudiaba con su mirada marrón cargada de tristeza. Era joven, más joven que él, pero no tenía ojos de niña, sino de alguien a quien la vida le ha pegado los suficientes palos como para estar al borde de sus fuerzas demasiado pronto. Se preguntó si debería levantarse, ir hacia ella y probar, quién sabe, a saludarla. Pero era mejor no hacerlo. Ella le tomaría por un pesado, le mandaría a hacer gárgaras. Creería que no era más que otro de tantos babosos, ni siquiera le daría la oportunidad de hablar. Eso si encontrara algo que decirle.

Ninguno de los dos se decidía. Con curiosidad se escrutaban mutuamente, se estudiaban y se decían que el otro parecía tan falto de energía y de ganas de vivir como él mismo. Que tal vez hablando, contándose las penas mutuamente, lograrían hacer más llevadera la permanencia en aquel local en el cual ninguno de los dos sabía muy bien cómo había terminado. Sin embargo, ni Mario ni Mónica se atrevían a dar el paso. Solamente eran capaces de mirarse. Y de sentirse un poco más lamentables y patéticos al tener ante sí una nueva derrota, aunque fuera tan pequeña e insignificante como aquella.

Parecía que el chico moreno no era el único que se había fijado en ella. Otro, menos agraciado y con aspecto bastante más desaliñado y agresivo, le puso la mano en el hombro. Mónica alzó la vista y resistió el impulso de apartarle de un empujón cuando notó el pestazo a alcohol. Ella también había bebido, se notaba achispada, pero se dijo que nunca estaría lo suficientemente borracha como para aguantar a un tío como aquel.

—¿Qué pasa, guapa? ¿No bailas?
—No. No tengo ganas.
—Anda, ¿por qué no? Venga, vente conmigo. Te divertirás.
—No me apetece.
—Vamos, no seas estrecha, solo un…
—¡Perdón! Perdón, perdón, perdón. Sé que te dije que llegaría a tiempo, pero me han entretenido en el último momento y se me ha hecho tardísimo. Lo siento, mi amor, soy un desastre—En vista del capote que el moreno triste de la otra mesa le echaba, Mónica decidió seguirle el juego y miró su reloj intentando parecer contrariada.
—Ya te vale. Pensé que me habías vuelto a plantar. ¿Nos vamos?

Mario respiró hondo con satisfacción. Al menos había conseguido apartar a ese borracho de la chica. Le miraba desde su banqueta con la misma curiosidad de antes, con el mismo pesar y la misma languidez. Pero tan de cerca resultaban tan patentes que dolían. No sabía qué podría haberle pasado a aquella chica para estar así, pero se decía que debía tratarse de algo horrible. Que alguien como ella no merecería estar pasando por nada tan duro como para estar emborrachándose ella sola en un pub un sábado por la noche.

—Gracias.
—De nada, tenía que hacerlo—A pesar de ser tímida, diminuta y fugaz, aquella sonrisa le pareció a Mario lo más bonito que había visto en mucho tiempo—. Me llamo Mario.
—Mónica, encantada—Volvió a mirar su reloj. No quería ir a ningún sitio, pero tampoco quedarse allí para nada—. Es mejor que me vaya, estoy un poco borracha.
—¿Quieres que te acerque a algún lado? Tengo el coche cerca.
—No, gracias. No hace falta, no te molestes.
—No es molestia. Si estás borracha, no puedo dejar que te vayas así. Te llevo a tu casa.

Parecía empeñado en llevarla, así que Mónica terminó aceptando. Bajó del taburete y comprobó que, efectivamente, el suelo le hacía un extraño en el momento en que posó sobre él un pie, aunque mantuvo el equilibrio. Solo tenía el puntillo, no se encontraba tan mal. Físicamente al menos. Si tomaba media copa más, le entraría la llorera. Ni siquiera tenía la suerte de que esta vez le hubiera dado por reír. No, no era momento para la euforia. La misma euforia que le había hecho ir a buscar a David, tenderle una emboscada en el portal, tirárselo y romper con él acto seguido. Pobre. Lo suyo no merecía un final tan cruel.

Mario mantenía las distancias. Era más seguro ahora que veía que Mónica no iba tan borracha como se había temido al verla bajar del asiento. No necesitaba que la agarrasen para estabilizarla, por lo que decidió dejarle espacio. A ambos les hacía falta, según daba la impresión. O no estarían solos en mitad de la gente. Sin embargo, ahora que caminaban por la calle el uno junto al otro sin tocarse, Mario sintió una suerte de extraño alivio ni siquiera supo muy bien por qué.

Tenía un coche bonito el tal Mario. No subía a menudo en coches. Sus padres, si es que podía o quería llamarlos así, decían juntos y por separado que viviendo en una gran ciudad no era necesario. Que el transporte público y los taxis te llevan a todas partes. Mónica tenía carné, se lo había sacado por tenerlo, pero nunca conducía, no tenía qué. Pero se dijo que un trasto como aquel estaría bien. Se puso el cinturón y se arrellanó en el asiento. Estaba cómoda, pero tenía un poco de fresco.

Mario la vio frotarse los brazos disimuladamente y puso el climatizador a una temperatura cálida y agradable. Arrancó el motor y encendió la radio. Mientras conducía la iba mirando de refilón disimuladamente. Era guapa, muy guapa. Había algo en su físico que le recordaba a Leo, pero a una Leo distinta, más joven, mucho más frágil, más delicada y vulnerable. Parecía una muñequita. Pero una muñequita con el vestido sucio y dos lagrimitas pintadas en las mejillas.

Cuánto desearía que hubieras mentido o no hubieras sido sincero, que no hubieras dicho: "eres siempre tú". Cariño, cuánto desearía que no me hubieras abrazado todas esas noches tan solitarias, pero lo hiciste. Hace que me pregunte por qué te estoy dejando atrás.

Era bonita la puñetera canción. Le sonaba de haberla oído antes no recordaba dónde. Y sí, le gustaba. Aunque achispada y de bajón estar atenta a su letra no le parecía la mejor idea del mundo. Esa era ella hablando con David, diciéndole que la dejara. Recordaba todo con tanta claridad. Sus lágrimas porque sabía que era lo que debía hacer aunque les hiciera daño a ambos. El dolor en la voz de él cuando le preguntaba si lo que quería era jugar a los adultos cabreados. La advertencia de que si se iba, no volviera. Y no, no pensaba volver. Aunque le echaba de menos. No le querría, pero le necesitaba.

Y sé que voy a verte en el centro con una chica guapa e iréis de la mano. Os estaréis riendo los dos y ella se estará preguntando lo mismo que yo: ¿Estaba loca? Sabes que tengo que estar loca para dejarte atrás.

“Sí, lo estás. Lo estás y lo sabes. Y yo también lo sabía desde el primer momento. Lo intentaste, tú también lo intentaste. Luchaste por quererme y no funcionó”, pensaba Mario oyendo aquella canción. Parecía que la hubiera escrito Leo para él, que fuera ese “lo siento” que había en sus ojos, sus labios y en la lágrima que a él se le escapó. Estaba loca, pero quería a Corso. Los tres lo sabían desde el principio. Pero tenía que intentarlo, que creer que ella podría llegar a quererle. Y ella también lo intentó, igual que la chica de la canción. Aunque solo les sirvió para acabar haciéndose daño. Y para que a él también le dejaran atrás.

Soy un ser tan despreciable que arruina todo lo que tenemos por la sensación de que hay algo más que esto. Ojalá hubiera algo más de lo que hay.


Pisó el freno, no iba a llegar a pasar el semáforo en ámbar, era mejor parar que arriesgarse a que le dieran un golpe. Hacía demasiado calor en el coche, así que bajó la temperatura medio grado y miró a Mónica para ver si le molestaba el cambio. Se la encontró apoyada en la puerta. Dormida. Tenía el cuerpo un poco vencido hacia delante, aunque se sostenía. Pensó en conducir hasta su casa y despertarla cuando ya hubieran llegado, pero se dio cuenta de un detalle: Mónica no había llegado a decirle dónde vivía.

Debía averiguar a qué lugar tenía que llevar a Mónica, así que no le quedaba más remedio que despertarla o buscar su carné de identidad. Aunque esta segunda idea la desechó según surgió y se imaginó la reacción de Mónica si se despertara y le viese hurgando en su bolso. Dado que no veía ni un hueco para aparcar por la zona, no le quedó más remedio que ponerse en doble fila donde no estorbase y dar la luz de emergencia. No le gustaba un pelo, pero no tenía otra opción. Con cuidado, colocó la mano sobre el brazo de Mónica y la sacudió suavemente.

Al oír su nombre y notar el zarandeo, Mónica abrió los ojos. Vaya, parecía que se había quedado dormida. Se encontraba cómoda en aquel asiento, había sido un día muy largo y estaba cansada en el más amplio sentido de la palabra. No le extrañaba. Aun así, no dejaba de darle un poco de vergüenza haberse quedado frita en el coche de alguien a quien apenas conocía. Hizo ademán de frotarse los ojos, pero recordó que le había dado un punto estúpido y se había pintado la raya antes de salir de casa. Bostezó suavemente y le miró. Mario. Bonito nombre.

—Perdona que te despierte, pero no me has dicho dónde vives.
—Ah—Se frotó el pelo y se encogió de hombros. Se sentía un poco lenta, algo entumecida. Aunque le duró un instante, el tiempo que tardó en volver a mirarle a los ojos—. Qué más da. No tengo prisa por llegar ahí ni a ningún lado.

Y le besó. El mismo impulso que le hizo responderle de ese modo la empujó a besarle. Era guapo, sí. Guapo y triste. Tan triste o más que ella. Pero no le besaba por eso. Ni siquiera sabía por qué lo hacía, pero le hacía sentir libre, un poco menos encadenada al suelo, como si la losa que cargaba en la espalda se volviera algo más ligera. No tenía miedo de que él la llamase de todo, ni de que se rallase y la hiciera bajar. Le daba lo mismo en aquel momento. Para que le hubiera importado habría tenido que tener algo que perder. Y no era el caso.

Mario no sabía qué hacer. No esperaba una reacción parecida. De pronto se la había encontrado acercándosele con una intención muy clara. Quería besarle. Y no solo no se había apartado, sino que él también se había aproximado a ella. Aquello era absurdo e ilógico, un calentón sin pies ni cabeza. Parecía desesperado y estúpido. Pero no quería ponerle freno. Para qué. Habría tenido que ponérselo si hubiera temido hacerse más daño o ir a hacérselo a ella. Y no, tampoco era el caso.


Última edición por Plenilunio el Miér Mayo 27, 2009 2:50 pm, editado 3 veces
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Mensaje por Plenilunio Miér Mayo 27, 2009 2:26 pm

2.
En momentos como aquel, Mónica no sabía si quería que la abrazasen o la dejasen sola. Ya había estado entre los brazos de Mario, estrechándole con fuerza con la cabeza apoyada en su pecho musculoso. Escondida del mundo y de la vida. De David, de Daniel, de Ana y de Clara. Y de ese trabajo de mierda que había sido lo único que había podido encontrar. Demasiadas horas, demasiado poco sueldo. Pero le daba experiencia. La experiencia que en todas partes le exigían y en ningún lugar le otorgaban.

Mario la observó mientras se separaba de él y se levantaba. Siempre había algo de frágil en ella después de hacer el amor. El modo en que le abrazaba, con tanta desesperación como si fuera una tabla de náufrago, le hacía un nudo en el estómago. Después, cuando sus preocupaciones y su aflicción quedaban mitigadas, se ponía en pie y se iba a la ventana. Y allí podía pasarse las horas muertas tan inmóvil como una estatua. Él sobraba, o eso sentía. Ya había obtenido de él lo que quería, no le necesitaba. Estaba de más, tan lejos de ella como si un abismo los separase.

No esperaba que fuera a ir a abrazarla. Le sorprendió encontrarse de pronto con aquellos brazos fuertes enroscándose alrededor de su cintura. Mario pasó la cabeza por encima del hombro de ella y le regaló una guirnalda de besitos en el cuello. Le gustaba el sabor de su piel, sobre todo después de haberse acostado. Mónica cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás para facilitarle la tarea. Los labios de Mario le hacían cosquillas y le daban escalofríos, hacían que se estremeciera y quisiera pedirle tanto que parase como que no parase en la vida. Le hacían sentir despierta, deseada, querida. Y viva.

Sin embargo, esta vez algo fallaba. Le gustaban sus labios, claro que le gustaban. Pero no en este momento. No, ahora quería estar sola, que no la tocase. Que no le dijera ni media palabra, que la dejase en paz. Tomó las manos de Mario entre las suyas y deshizo el abrazo con brusquedad mientras la desazón se apoderaba de ella y de su cuerpo. Se retiró un par de pasos con desazón y suspiró antes de agarrarse al marco de la ventana con la cabeza gacha.

Mario no esperaba una separación tan abrupta, no la comprendía. De repente le rechazaba de ese modo y no sabía bien qué hacer, qué esperaba ella de él. Retrocedió y fue a sentarse en la cama. Tal vez no buscaba nada, no quería que hiciese nada. Y esa posibilidad era la más terrible de todas. No soportaba sentir que estaba de más, que su incipiente nosotros se resquebrajaba con gestos como aquel. Que estaban solos a pesar de encontrarse juntos en una misma habitación. Entre cuatro paredes los dos. Pero solos.

Déjà-vu
. Ya había estado en esa situación antes. Ya había tenido a otra huyéndole en esa misma habitación, tratando de escapar de él sin irse. Leo. Siempre Leo. Leo le había hecho algo parecido tantas veces. Y no solo al final, en los últimos coletazos de una relación que ya nació herida de muerte. Nunca fueron una pareja. “Nosotros nunca fuimos nosotros”, que habría dicho Corso. Y sin embargo sí lo fueron. Lo eran, de hecho. Nunca habían dejado de serlo aunque Mario hubiera intentado lo que en su fuero interno ya sabía imposible desde el principio.

Mónica le oyó ir a sentarse. Se pasó la lengua por los labios y dio un par de pisotones nerviosos en el suelo. Se había encontrado demasiado bien con él, por eso había tenido que soltarle. Y ahora él estaría dolido. Se lo había visto en la cara cuando la había mirado después de separarse. No lo entendía. Él no podía tener ni idea de lo que andaba pensando. Para él sería mucho más fácil, a un tío como él seguro que nunca le iría mal con las chicas. Seguro que tendría que quitárselas de encima y casi podría elegirlas a la carta. Ni siquiera sabía muy bien qué hacía con ella. Si es que era la única con la que estaba. No parecía de esos… de esos como Daniel. Pero no se atrevía a preguntarle. Tenía miedo de oír la respuesta. Y de convertirse en Ana o en Clara.

Por fin se armó de valor para girarse. Prefería no hacerlo. Era más cómodo continuar mirando la noche pasar a través de los cristales. Si le volvía la espalda podía mentirse, fingir que estaba sola, que Mario no estaba ahí por mucho que sintiera sus ojos marrones clavándosele. Pero volverse y mirarle requería esfuerzo, una valentía que no sabía muy bien si tenía o no. Aun así, allí estaba, apoyada en la pared, notando el frío del cristal extendiéndosele desde los omoplatos hasta la última célula de su cuerpo. Se sacudió un poco y se cruzó de brazos, aunque esto último supo que no se debía a las bajas temperaturas.

—Mónica, ¿qué te pasa?—La voz le salió suave como una caricia, pero no dejaba de transmitir el dolor que le fluía por dentro—¿Estás bien? ¿Estamos bien tú y yo… juntos?
—No lo sé—admitió con más tristeza de la que le habría gustado—. Porque estamos juntos… tú y yo… y nadie más, ¿verdad?
—¿Te preocupa eso? ¿Tienes miedo de que esté con otra?—Incapaz de asentir o sacudir la cabeza tajantemente, Mónica terminó haciendo un gesto indefinido y vago.
—No sé. Sí, supongo. Me preocupa.
—Eres la única—Asintió y bajó la vista. Ya lo sabía en el fondo. Aun así, seguía sin quererle cerca, pero por otros motivos.
—Vale. Tú también para mí.
—¿Cuál es el problema, entonces? ¿Todavía quieres seguir viéndome?
—Mucho—Sonrió con amargura y sacudió la cabeza. A continuación, alzó la vista y le miró a los ojos—. No quiero dejar de verte, ese es el problema.
—¿Y qué tiene eso de malo?

Intentó preguntarlo de manera neutra, sin burlarse, pero una sonrisa afloraba a sus labios. Era una sonrisa alegre, carente de mofa, aunque temía que Mónica la malinterpretase. No veía el problema a que ella quisiera estar con él. En las semanas que llevaban saliendo juntos todo había marchado a la perfección. Apenas hablaban de sí mismos y ese era el único reproche que Mario podía hacerle y hacerse a sí mismo, pero no tenía prisa. No quería echarlo todo a perder por correr mucho, sabía que todo sería cuestión de tiempo. Que pronto confiarían el uno en el otro lo bastante como para llegar a conocerse mutuamente.

Definitivamente, Mario no la entendía. Si lo que ella estaba pasando le parecía gracioso, es que nunca le había sucedido nada semejante. Parecía sensible y comprensivo, había dado muestras de serlo en el tiempo que llevaban saliendo. Pero ahora empezaba a parecerle un cerdo insensible por momentos. Un Daniel cualquiera, el mismo hijo de puta que se vanagloriaba de lo cómodo que era para él estar con Ana y Clara a la vez. A eso le temía Mónica, a estar enamorándose de un clon de su padre. A llegar a depender tanto de él como para llegar a perderse el respeto a sí misma y estar por completo a su merced. Pensar que Ana había vuelto con él le hacía sentir enferma.

—No lo entiendes—musitó con una vocecita pequeña y aguda, casi de niña—. Tú no sabes lo que es esto.
—¿El qué?
—Pues esto, Mario. Esto. No quiero depender de ti. No es seguro.
—¿Es eso lo que te asusta? ¿Y por qué te da miedo?
—¿Cómo que por qué? Por favor, no te rías de mí. No me trates como si fuera una cría. Probablemente sé más de esto que tú y más de lo que me gustaría.
—Es que… Me vas a perdonar, Mónica, pero no te entiendo. ¿Tienes dudas, es eso? ¿Te da miedo confiar en mí?
—Que me hagas daño. Que me hagas daño y hacértelo yo a ti también.

Podría haberle dicho más, haber sido más explícita. Contarle que no sería la primera vez, que le aterraba intentarlo y que no funcionase. Que no soportaría pasar por lo mismo otra vez, que solo conseguiría odiarse un poco más a sí misma si llegara a partirle el corazón a él también. Ya le había hecho daño a David cuando no se lo merecía. Era tan buen chico. No había vuelto a verle, no quería volver a verle nunca más, sabía que solo serviría para herirle un poco más. No, era mejor que David se olvidase de ella. Ojalá, se decía, la hubiera olvidado ya y ahora estuviese con otra mejor. Con una que supiera quererle de verdad.

Así que se trataba de eso. Mónica se estaba enamorando de él y no sabía bien cómo decírselo ni si hacía lo correcto. La recorrió con la mirada y se preguntó si es que se podía hablar de correcto o incorrecto, bueno o malo cuando se trataba de sentimientos. Y si se podían ponerle puertas al campo o solo quedaba resignarse y dejarse llevar. Porque Leo lo había intentado, había tratado de quererle. Sabía que era lo correcto, lo que debía hacer. Tan solo le había servido para alimentar las falsas esperanzas de un Mario que miraba a Mónica desde el colchón como si se mirase en un espejo.

—Confía en mí, por favor.
—¿Por qué?
—Porque sé lo que sientes—“Y porque a mí me pasa igual”, pensó. Pero, extrañamente, decidió callárselo en el último momento.
—Ya. ¿Y eso de qué me sirve?

Acababa de cometer un error. Otro más, mejor dicho. A cada paso que daba para salir se metía él solito un poco más en las arenas movedizas. Se levantó y fue hasta ella. Temeroso extendió el brazo hacia el rostro de Mónica para hacerle una caricia. No se lo permitió. Retiró la cara con los ojos entornados igual que Leo habría hecho. “Leo”, eso estuvo a punto de llamarla él. A veces Mónica sabía ser tan esquiva como ella, aunque intuía que los motivos eran otros más oscuros y complicados. Pero si no lograba superar milagrosamente aquel bache, se quedaría sin saberlo. Y sin volver a verla nunca más.

—¿Por qué tienes miedo? Mírame, no voy a hacerte daño.
—¿Que por qué? Porque no sé lo que piensas. A veces me miras y es como si… como si no me vieras a mí. No quiero enamorarme y que me pase lo que a…
—¿Lo que a quién?—Mónica sacudió la cabeza. Se le empezaban a llenar de lágrimas los ojos—¿Lo que a ti? ¿A ti te ha pasado? Porque a mí sí, en parte por eso estoy así. Por eso te entiendo, sé lo que es. Y no voy a dejar que te pase.
—Prométemelo. Prométeme que, si sientes que esto no funciona, que lo has intentado pero no me quieres, me dejarás. Que no te aprovecharás de mí si me enamoro.
—Te lo prometo. Anda, ven.

En momentos así notaba su diferencia de edad más que nunca. Veintidós añitos, pero cuando se abrazaba a él así parecía mucho más joven, más pequeña y más asustada de este mundo. A él le tocaba ser el fuerte, el protector, su guardián en cierto modo. Debía estar allí, cuidarla y evitar que nada malo le sucediera. Porque a ella no dejaría que le ocurriese nada. No, se había jurado a sí mismo que nunca más volvería a llegar tarde. Que Mónica no conocería nunca ese horror, que él haría lo que fuera para mantenerla a salvo.

Oírselo no era ninguna garantía, que las palabras se las lleva el viento, pero a pesar de saberlo se sentía más tranquila. Las cosas siempre eran difíciles de por sí, no había necesidad de complicarlas más. Porque aquello no era fácil para ella, pero para Mario tampoco parecía sencillo. Tal vez el problema era ese, que a él acababan de hacerle daño. Que él había sido el David particular de alguien. Pero ella ya no sería esa Mónica nunca más. Ni le dejaría convertirse en su propio Daniel.

Desenterró la cabeza del pecho de Mario después de lo que parecía una eternidad y le miró a los ojos. Llevaban un buen rato allí metidos los dos, empezaba a tener hambre. Habían estado dando una vuelta y después habían ido a casa de Mario un poco. La excusa era que él cocinase para ella, pero al final, como se solía decir, una cosa llevó a la otra. Y no se arrepentía.

—¿Cenamos?
—¿Qué hora…—Buscó con la mirada el despertado de la mesilla y sonrío—Claro. Se nos ha hecho tarde. Al final, como no nos demos prisa, ni sesión golfa de cine ni nada.
—No importa. No hay prisa. Ya iremos otro día.
—Si quieres, cenamos y te llevo a casa—Mónica bajó la vista y negó con la cabeza—¿No? ¿Por qué no?
—¿Puedo quedarme aquí esta noche? No quiero ir a esa casa—Mario la miró de hito en hito. No se le escapaba cómo había dicho “esa casa” en vez de “mi casa” o simplemente “casa” como cualquier persona habría hecho.
—Claro, quédate. Pero… ¿Por qué?
—Porque no quiero encontrarme con Ana y con mi… con Daniel.

Se cubrió la boca con la mano un momento. Ya lo había dicho. Ya le había hablado a Mario de su secreto, de eso que tanto la avergonzaba y que no quería que nadie supiera. Ahora Mario la miraba expectante. Quería saber más, conocer la historia completa. Y ella no tenía ningunas ganas de contársela. Era absurda, de locos. Seguro que él la entendería todavía menos que ella y le parecería aún más horrible. Al menos él tendría el privilegio de poder verla desde fuera, de no ser uno de los protagonistas.

Intuyendo que aquella sería una historia larga y difícil, Mario sugirió volver a la cama. Allí estarían más cómodos que de pie. Mónica se dejó caer sobre el colchón y buscó refugio entre las sábanas. Él intentó abrazarla, pero Mónica volvía a no dejarse. Musitó un “ahora no, por favor” que a él le sonó a “no puedo, lo siento”, pero prefirió dejarlo correr por esta vez. Parecía que Mónica quería contarle su historia de espaldas, como si hablara al aire o a las paredes.

Con los ojos cerrados como para aislarse del mundo exterior, Mónica fue desgranándole uno a uno los secretos y particularidades de su historia. O más bien de esa historia que empezaba mucho antes de que ella viniera al mundo y de la que ella no era más que una pieza sin importancia, algo secundario, un mero accidente y un estorbo. Le habló de Daniel. Del piso. De Clara y de Ana. De cómo había cambiado de manos como un simple objeto sin valor. Y de los años, los años de mentiras y encuentros a sus espaldas. En resumen, del cúmulo de falsedades que una tras otra la habían dejado sin saber muy bien quién era ni quién quería ser.

Mario la escuchaba en silencio y con horror. Explicaba tantas cosas. Prácticamente todas, de hecho. Aun así, cuando el relato de aquel complicado triángulo amoroso del que Mónica era una víctima concluyó, decidió no hacer preguntas. Le daba la sensación de que ahí no quedaba todo. Se limitó a hacerle una caricia y respirar con alivio cuando ella no solo no se apartó, sino que se aproximó un poco a su cuerpo.

—Entonces, ¿sigues viviendo con Ana?
—Sí. No tengo adonde ir. Era quedarme con ella o irme con Daniel.
—Pero no te gusta.
—No. Me encantaría poder marcharme, pero con lo que gano, imposible. David y yo lo pensamos a veces, pero no teníamos un duro.


Última edición por Plenilunio el Miér Mayo 27, 2009 3:03 pm, editado 4 veces
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Mensaje por Plenilunio Miér Mayo 27, 2009 2:28 pm

Ya estaba lanzada. Ya le había contado lo peor, pero todavía no se sentía cómoda. Él no decía nada, con su silencio en vez del “¿David?” que se palpaba en el ambiente parecía estar invitándola a proseguir y eso hizo. No tenía nada que perder ni ganas de callarse una vez había comenzado. El siguiente paso era David. David y lo harta que estaba de toda su vida. No se lo merecía. Cuanto más lo pensaba, más claro lo tenía. Había dejado de quererle y le dejó tirado de mala manera. Todo porque nada en su vida le gustaba, absolutamente nada. Él tampoco. Y David era una de las pocas cosas que podía cambiar. Por eso rompieron, porque desprenderse al menos de una mentira hacía que se sintiera aliviada, algo más ligera. Aunque continuaba echándole de menos.

Era su turno. Eso parecía decirle el tono descendente y definitivo de Mónica, que ella ya había terminado. Se giró y le dio la mano. Había estado llorando, pero la congestión ya se le estaba borrando del rostro cuando dejó que Mario la mirase. La besó en los labios para ganar tiempo. Le tocaba. Había tanto que decir que no sabía ni por dónde empezar. Si Mónica creía que la suya era la peor de las dos historias, estaba muy equivocada. No sabía que salía con un monstruo, con un asesino capaz de matar de un tiro en la cabeza a sangre fría a un hombre.

—¿A ti te hizo daño alguien como yo?—Mario asintió y respiró hondo.
—Sí, ella y mi mejor amigo.
—Entonces es que no era tu amigo.
—Quizá tengas razón. Pero hay más.
—¿Quieres contármelo?
—Antes prométeme una cosa—Mónica hizo un gesto de asentimiento—. Mira, lo que voy a contarte es algo muy fuerte. Entenderé que no quieras volver a verme en tu vida después de oírmelo, pero, por favor, no se lo cuentes a nadie. No vayas a la policía, por muy…
—Pero… tú eres policía.
—Los policías también hacemos cosas horribles a veces. Por eso quiero que me lo prometas, porque si estuviera yo solo, me daría igual. Es más, ya habría confesado hace tiempo. Pero si esto llegara a saberse, le jodería la vida a dos personas más.
—Me estás asustando. Pero sí, te lo prometo.

Iba a traicionar el secreto de Leo. El “aquí no ha pasado nada más”. Pero ahora mismo no le importaba. Tenía que hablarlo con alguien por mucho que significase romper el pacto de silencio que los tres tenían. Sin embargo, no comenzó su historia por ahí. Antes de ese episodio había muchos otros que Mónica debía saber para que todo tuviera sentido. Debía desnudarle su alma, mostrarle las llagas, las cicatrices y las heridas abiertas que había bajo su piel. Le avergonzaba y temía que ella saliera corriendo y no quisiera volver a saber de él cuando lo hiciera, pero también sabía que no tenía alternativa. Mónica ya le había mostrado quién era aunque no lo tuviera claro. Lo justo ahora era corresponderla.

Leo, así se llamaba la que tenía a Mario tan hecho polvo. Todavía pensaba en ella, negarlo sería absurdo. Mónica a veces le sentía un poco incómodo, distante. Daba la impresión de que quisiera abrazarla, hacerle caricias o decirle algo bonito y algo dentro de sí se lo impidiese. Al parecer, la tal Leo no era muy amiga de las demostraciones de afecto. Y en cuanto a Corso, la horma de su zapato y supuesto amigo de Mario, lo más fino que se podía decir de él es que era un cabronazo. A pesar de las diferencias externas, era un Daniel cualquiera. Leo se lo merecería cuando él le pusiese los cuernos. “Cuando”, que no “si”, porque Mónica tenía claro que lo haría. Y que lo celebraría cuando ocurriese.

Se acercaban a la parte difícil de la historia. Ya le había hablado a Mónica de su triángulo personal. Del secuestro de Leo que les unió cuando llevaba tanto tiempo rondándola e intentando cortejarla. De cómo estar a punto de perder a Rocío le quitó el sueño durante noches enteras en que se despertaba soñando que no llegaba a tiempo. De Santos, sus hombres y los cerdos, otro asunto que tampoco lograba quitarse de la cabeza. Y por fin llegaba ese momento. La vez en que él llegó demasiado tarde. La vez en que no pudo evitarlo y se tomó la justicia por su mano mientras Leo lloraba y escondía las lágrimas, la vergüenza y la humillación bajo una manta sucia y raída.

Mónica le miraba con los ojos como platos del espanto. Cuántas situaciones difíciles había pasado Mario en tan poco tiempo. Era más de lo que cualquiera podía aguantar sin volverse loco. Y encima el tiro de gracia salía precisamente de su pistola. Había perdido el control. No podía culparle. Por mucho que él le contara la historia casi sin voz y se recrease en los detalles más escabrosos como si quisiera que le odiase.

—Iba a confesarlo. Iba a contarlo todo, ya estaba en el despacho del jefe, pero Leo subió y se quedó detrás de mí, apoyada en mi silla esperando a que yo hablase. Estaba dispuesta a contarlo todo, a decir que la habían violado y me había encubierto. No le importaba caer conmigo.
—Hizo lo que tenía que hacer. Lo que cualquier persona normal habría hecho en su caso. Y tú también.
—¿Yo también? ¿Cuándo, Mónica? ¿Me puedes decir cuándo? He matado a un hombre. Saqué mi pistola y le di un tiro a sangre fría.
—A sangre fría no. Te provocó. Violó a Leo y se rió en vuestra cara. Era un hijo de puta, se merecía eso y más.
—¿Y quién soy yo para decidirlo? Soy policía, no verdugo. Mi trabajo es proteger a la gente, no ir asesinando al primero que se me cruza.
—Y no asesinas al primero que se te cruza. Lo mataste y te arrepientes. Nunca lo vas a olvidar, ¿verdad?
—¿Cómo voy a olvidarlo? En todas partes veo su cara. Veo a Leo llorando, cubriéndose y a él… Debería entregarme, aprovechar algún momento en que Leo no pueda detenerme y contarlo todo.
—¿Te haría sentir mejor?—Mario asintió—No. Yo creo que no. Acabarías entre rejas con gente que sí se lo merece. Tú no. Estando fuera puedes continuar ayudando a los demás. No vas a volver a hacer algo así en la vida. Te sientes tan mal que seguro que ahora te lo pensarás veinte veces antes de dispararle a nadie.
—Tienes razón. Supongo. Pero no se lo digas a nadie, por favor.
—Lo mismo digo.
—No solo por mí, sino por Leo. No debería haberte contado lo que le pasó, pero…
—¿Contarme el qué?

Se le hacía difícil mirarle y saber que aquellos ojos llenos de dulzura y bondad fueran los últimos que un hombre había visto. Costaba imaginar esos dedos que ahora entrelazaba con los suyos empuñando una pistola y apretando el gatillo para extinguir una vida. Lo pensaba y se decía que tal vez debería tener miedo, pero no lograba sentirlo. Mario seguía pareciéndole igual de inofensivo que antes. Era poli, se lo dijo la primera noche que pasaron juntos. Sabía que iría armado y que quizá alguna vez habría tenido que disparar. Aunque no esperaba que de ese modo. Pero no le culpaba. No era capaz de odiarle. Es más, se dijo que, si estuviera en el lugar de Leo, se sentiría tan agradecida como aliviada.

Tal vez fuera más duro consigo mismo de lo que debería, pero se negaba a creer que había hecho lo que debía. Lo justo, incluso, como casi le estaba dando a entender Mónica. Pero tenía razón en parte, no volvería a ocurrir. No le aliviaba saberlo, ya había matado a una persona. Y no volvería a hacerlo jamás. Continuaría trabajando y disparando, pero siempre con la única intención de defenderse, nunca de atacar. Y no llegaría tarde. O intentaría no hacerlo. Sabía que no era infalible, que fallaría y que habría quien sufriera y muriese por su torpeza o su lentitud. Pero haría todo lo que posible para que eso no ocurriera. Y si llegase a suceder, no perdería los nervios nunca más.

—¿Cuál de las dos era Leo? Porque había una morena y una pelirroja.
—La morena. La pelirroja es Rocío.
—La que casi se ahoga. Es muy guapa.

“Y Leo también”, pensó. Y Corso, por lo que decía Mario, era aquel tipo de pintas desaliñadas y acento pasota. Tal para cual, se dijo. Los había visto a todos y al último que quedaba, el tal Molina, una vez que se había dejado caer por allí. Había quedado con Mario, pero él la llamó diciendo que no sabía cuánto tardaría. Mónica no tenía nada mejor que hacer, así que se fue a esperarle allí, en la sala de espera de la Unidad siete de la policía judicial.

Había sido una grata sorpresa para Mario. Andaba liado con sus informes, tan enfrascado en el papeleo que le costó procesarlo cuando al principio Rocío le dijo que había una chica en la sala de espera que preguntaba por él. Mónica aguardaba sentadita en un sofá con cara de niña buena mientras miraba todo lo que había a su alrededor. Estaba preciosa con su falda y su camiseta escotada pero no excesiva. No fue el único en darse cuenta. Le habría partido la boca a Corso cuando le oyó reír y decirle con tono burlón que a ver si le presentaba a su amiguita porque estaba muy buena. La mirada de odio que le echó Leo a su jefe y pareja fue de órdago.

No fue el único que hizo comentarios sobre Mónica. Leo le abordó al día siguiente en la máquina de café y le preguntó por ella. Quería saber si estaban saliendo. Mario fue escueto, no tenía ganas de contarle su vida sentimental a nadie y mucho menos a ella precisamente. Pero le dijo que sí, que salían juntos. Leo le sonrió. Decía haberle notado más contento últimamente y ahora se alegraba de saber el motivo. Le felicitó y le deseó suerte. Parecía muy buena chica, seguro que estarían bien juntos.

—Mario, ¿por eso rompisteis?
—¿Por qué?
—Por su violación.
—Sí y no. Ya te lo he dicho, se veía venir desde lejos. Leo no me quería. Quería quererme, que es distinto, pero no estaba enamorada de mí.
—Así que estaba contigo por pena. Porque pensaba que eras un buen tío y que te merecías que te quisieran aunque ella no pudiera.

Mario no respondió. Se encontraba demasiado perplejo como para hablar. Le sorprendía la práctica identidad de las palabras que Mónica había empleado al explicar la situación con las que él mismo había utilizado al pedirle explicaciones a Leo. Al empezar a llamar las cosas por su nombre y aceptar de una vez por todas que aquello se había terminado. Tragó saliva e intentó reponerse del varapalo, pero se le hacía difícil. Era como si Mónica le estuviera leyendo el pensamiento y hubiera recogido ese recuerdo para estampárselo en plena frente con violencia.

Mónica no interpretó bien su silencio. Incapaz de continuar allí, bajo la misma ropa de cama, mirándole y fingiendo que no pasaba nada, se puso en pie y regresó a su rincón favorito de la habitación. Se fue hasta la ventana y volvió a darle la espalda a Mario. Las luces de Madrid brillaban como una constelación a sus pies. Cada bombilla era una lágrima que no quería que Mario viera. Por eso no quería mirarle. Por eso no quería salir por la puerta aunque una parte de sí lo deseara. Porque sabía que, de nuevo, si se marchaba, no volvería.

—¿Y ahora quieres un cambio de papeles, es eso? ¿Quieres ser Leo y que yo sea tu Mario particular par ver qué se siente?
—Mónica… No…

Mario sintió que se le aceleraba el corazón al mismo ritmo que aumentaba la presión en su pecho. No podía culparla por tener esa clase de dudas. Quería acercarse a ella, abrazarla, besarla y decirle que eso no ocurriría. Que él no era así y que nunca se portaría de ese modo. En cierta manera ya lo había hecho, ya se lo había prometido antes. Pero sin Leo de por medio. Sin la misma Leo que le pesaba demasiado como para ir hasta Mónica por miedo al rechazo, a que ella también se apartase.

Mónica sollozó y agachó la cabeza. “Vamos, levántate. Ven hasta mí y abrázame. Abrázame y se me irán todas las dudas”, le desafiaba mentalmente a voces. Pero Mario no parecía escucharla. Le sentía ahí, mirándola otra vez. Pero ahora algo le decía a Mónica que no se pondría en pie, que no se acercaría. Como todo este tiempo, se dijo, estaría demasiado ocupado pensando en su Leo. Ella no era más que un recambio. Por fin entendía cómo se sentía David cuando ella le dejó. Y dolía mucho más de lo que habría imaginado. Por fin lo veía. Ya no quedaba nada más que hacer.

—Mario—balbuceó con voz quebrada y temblorosa—, voy a darme media vuelta, voy a empezar a vestirme y cuando termine saldré por la puerta y no volveré. Eso es lo que voy a hacer a menos que tú me lo impidas.
—No… No, por favor. No me dejes tú también.
—¡¿Yo también?!

Según escaparon esas dos palabras de sus labios, Mario se dio cuenta del gran error que había cometido. Mónica se giró imbuida de una furia que Mario no le conocía hasta ahora. Le miraba incrédula y dolida, con el cuerpo más pegado que nunca a la ventana, como si buscara huir, encontrarse más lejos de él, pero no tuviera cómo. Si algo respondía a la pregunta que ella le había hecho, era precisamente aquel “tú también”. Estaba comportándose igual que Leo, no tenía mucho que echarle en cara.


Última edición por Plenilunio el Miér Mayo 27, 2009 2:49 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Plenilunio Miér Mayo 27, 2009 2:28 pm

—Yo también, ese es tu problema. Como si Leo te dejara dos veces, ¿no? Porque eso es lo que soy para ti, una segunda oportunidad, la tía con la que estás porque no puedes estar con Leo. ¡A ver si te enteras, yo no soy Leo! ¡Ni lo soy ni quiero serlo! Si vas a seguir tratándome así, como si fuera ella, es mejor que me vaya. No quiero estar contigo si sigues queriéndola a ella.

Mario se levantó y se acercó a ella. Ahora sí que se temía el rechazo de Mónica, aunque lo esperaba y comprendía. Ella le vio aproximarse y sacudió la cabeza. Que no la tocase justamente ahora. El muy cerdo. Estaba jugando con ella, utilizándola de paño de lágrimas sin importarle lo que ella sintiera. Porque le había hecho sentir bien, en una nube. Durante el tiempo que pasaba a su lado, casi podía olvidarse de sus problemas. Era libre. El mundo seguía ahí esperándola cuando ya no estaba con Mario, pero mientras se sentía a salvo. Hasta ahora. La magia se había roto. Por eso le apartó con un empujón cuando fue a abrazarla.

—No me toques.
—Mónica, escúchame, por favor.
—No tengo nada que escucharte, ya has sido lo bastante claro.
—No, escucha—Trató de darle la mano, pero Mónica sacudió el brazo con violencia para soltarse. Tenía los ojos inundados en llanto—. Sé que no eres Leo, nunca he querido que seas ella ni que la sustituyas. Con Leo ya estuve, la quise y no funcionó. Solo sirvió para que nos hiciéramos daño y me rompiera el corazón. No quiero otra Leo. Ahora mismo lo que quiero es olvidarla, dejar todo eso atrás y cerrar esa puerta de una vez. No va a ser fácil, lo he pasado muy mal, pero te aseguro que he pasado página. Ahora quiero empezar a escribir otra historia, algo nuevo. Pero para eso necesito tu ayuda, solo no seré capaz.

Mónica le observaba y no sabía qué decirle. No terminaba de creerle, no estaba segura de que hubiera algo de verdad detrás de sus palabras. Era una cuestión de confianza, de fe en cierta forma. Y ya no sabía si era capaz de algo así, no con Mario. Había pensado que lo tenía claro, que en realidad sus dudas eran algo tonto que él despejaría con alguna de sus frases tiernas y un par de caricias. Siempre era así, de una ternura a la que ella no estaba acostumbrada y que se le hacía extraña, pero en absoluto desagradable. En cambio, parecía que esta vez se equivocaba. No había mimos ni consuelo, solo la cruda realidad golpeándola en plena cara como un mazo.

—¿Qué harías—comenzó con las dudas temblándole en la voz—si tú y yo estuviéramos juntos y un buen día Leo apareciese y llamara otra vez a tu puerta? ¿Le dirías que sí? ¿Me dejarías para volver con ella? La sigues queriendo, ¿verdad?

La pregunta del millón. O las preguntas del millón, mejor dicho. La última tenía una respuesta clara, tan clara que ya la había escuchado otra vez, precisamente de boca de Leo: que lo que sentía no se podía borrar de un día para otro. Aunque ella no lo había dicho exactamente con esas palabras. La simetría de las situaciones era tan evidente que resultaba obscena de nuevo. Él también le había hecho preguntas parecidas a Leo. Y ella le había contestado que no había pasado nada aunque no fuera esa la respuesta que él le pedía.

No había respondido inmediatamente. Eso solo podía significar que algo quedaba entre él y Leo, que una parte de Mario todavía no se había rendido. La cuestión era saber lo grande que sería esa parte de su ser y si tendría más fuerza que la que quería estar con Mónica. Y si Mónica sería capaz de permanecer a su lado a sabiendas de que tal vez no pensase en ella cuando se abrazaban o cuando hacía gestos tan simples y aparentemente automáticos como darle la mano al caminar por la calle. Porque ella le quería, sí. Pero no tenía vocación de Clara, mucho menos de Ana. De la estúpida Ana que se dejaba pisotear una y otra vez por Daniel y siempre recogía los platos rotos con resignación. No, ella no cometería ese error. Antes muerta.

—Escucha—dijo con voz ronca tras unos segundos eternos de pausa y de pensamientos a toda velocidad. Era una carrera contrarreloj, como si no tuviera bastantes ya en su vida—, voy a intentar explicarte cómo están las cosas. Voy a serte totalmente sincero, déjame decirte todo lo que tengo que decirte y, si no te gusta, después te prometo que te llevaré a casa y no tendrás que volver a verme nunca más, ¿de acuerdo?
—Trato hecho. Te escucho.
—Para que entiendas cómo me siento, te voy a decir una cosa que Leo me dijo a mí sobre Corso: que no podía borrar lo que sentía de un golpe.
—La sigues queriendo.
—Un poco. Me gustaría pulsar un interruptor y dejar de quererla, pero no puedo. Aunque pasará, con el tiempo pasará.
—Seguro que Leo también te dijo algo parecido a ti.
—No, nunca me mintió tanto. Leo será muchas cosas y tendrá muchos defectos, pero no es una falsa. Y yo tampoco, en eso nos parecemos. Pero, ¿sabes cuál es la diferencia entre Leo y yo? Que yo no estoy luchando por quererte como ella hacía conmigo. No lucho para recordarme que debo acariciarte, no sonrío por compromiso si me miras, no te digo cosas bonitas porque me parezca que está bien. Si damos un paseo, te doy la mano porque me apetece, no porque quiera hacerte sentir querida ni porque crea que es lo que esperas de mí. Las noches que te has quedado aquí y me he despertado y no nos tocábamos, he ido a abrazarte porque te necesitaba. Te necesito, Mónica, no lucho por necesitarte, no es una pelea, es algo tan natural como llenar mis pulmones de aire.

Y eso hizo precisamente, llenar los pulmones de aire, respirar hondo, mirarla y reír. Reír muy bajito con una risotada tonta al darse cuenta del discurso que acababa de soltar y de lo terriblemente ñoño que sonaba. “Un moñas, eres un maldito moñas, Mario”, se dijo. Pero Mónica seguía ahí, mirándole sin reaccionar, como si todavía no hubiera terminado de digerir sus palabras.

—Soy un cursi, ¿verdad?—Finalmente, Mónica asintió y compartió sonrisa con él.
—Como para matar a todos los diabéticos de este país.
—¿Me perdonas por ser tan imbécil?
—Con una condición, ¿puedo quedarme aquí contigo? No puedo volver a casa de Ana, no lo soporto. Sé que este piso es muy pequeño y que tengo un sueldo irrisorio, pero yo ahí no puedo estar ni un día más. Necesito que me dejes quedarme, te daré lo que pueda para gastos, te lo prometo—Mario sacudió la cabeza y enredó los dedos en su melena morena. Por fin se sentía libre de acariciarla sin presiones y sin miedo a que se apartase.
—No te preocupes por el dinero ni por el piso. Buscaremos algo más grande para los dos—Mónica sonrió y se estiró para besarle, pero un rugido de su estómago la detuvo en seco y le hizo soltar una carcajada.
—¿Qué decías que me ibas a preparar de cena esta noche? Porque un poco más y casi podemos empalmarlo con el desayuno.


Última edición por Plenilunio el Miér Mayo 27, 2009 3:15 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Atiram Miér Mayo 27, 2009 2:53 pm

Ya sabes que este es uno de mis favoritos. cat Mónica y Mario podrían formar una buena pareja. Por cierto, tienes otro fic de estos dos tongue

Besitossss
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Mensaje por Plenilunio Miér Mayo 27, 2009 2:55 pm

Gracias Very Happy Estoy viendo que el día que escribí esto estaba laísta perdida... ahora lo arreglo... ¬¬

Y del otro fic nada, es para consumo propio...
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Mensaje por Vyra Mar Jun 02, 2009 9:27 pm

Q bonito Plen!!!! me has traslado a cada personaje, sin hechar de menos a Leo en Mónica. Muuuuuuuuuuuuyyyyyyyy bonito, y me ha encantado lo de...
"—Soy un cursi, ¿verdad?—Finalmente, Mónica asintió y compartió sonrisa con él.
—Como para matar a todos los diabéticos de este país."
jejeje, espero más fics con ansia Twisted Evil
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Mensaje por Plenilunio Mar Jun 02, 2009 10:38 pm

¡Gracias, guapa!

Mariete es un cursi, pero yo se lo perdonaría encantada de la vida. En cuanto a Mónica, me cautivó cuando vi la peli. Juntarlos fue raro, pero muy divertido Smile
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