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Bandera blanca (colección de historias Lemans)

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Bandera blanca (colección de historias Lemans) Empty Bandera blanca (colección de historias Lemans)

Mensaje por Plenilunio Lun Oct 13, 2008 11:42 am

El final de la serie no dejó contento a nadie, creo que fue una buena decepción tanto para Lemans como para Corleone en lo que al plano sentimental respecta. Desde que terminó, me quedaba la espinita de barrer para casa y arrejuntar a Mario y Leo otra vez. No tenía ganas de algo largo y pesado porque no sabía si me cansaría antes de acabarlo, así que opté por este formato: historias de máximo 450 palabras. Cada una tiene un título sacado de una canción, algunas son muy evidentes y se les ve el sentido enseguida, otras probablemente solo lo tengan para mí y no son tan claras porque las he traducido del inglés. Espero que os gusten.


Bandera blanca
But I will go down with this ship
I won't put my hands up and surrender
There will be no white flag above my door
I'm in love and always will be

- Dido, “White Flag”

1. No sé qué hacer conmigo
Leo agacha la cabeza y levanta el puño por enésima vez. Toma impulso con suavidad, pero corta el movimiento en el último instante antes de que su nudillo llegue a entrar en contacto con la madera. Es ridículo, no valdría de nada y, además, sería absurdo.

Sin embargo, ahí está, ante la puerta de la casa de Corso, intentando decidirse a llamar e improvisar después. Porque no sabe qué le dirá si abre. Pero tiene que intentarlo, tiene que quemar también este último cartucho o lo lamentará toda la vida. Si no trata de pedirle que no se vaya, sabe que pasará el resto de sus días preguntándose cómo habrían salido las cosas.

Toma aire y mira el panel barnizado ante sí como si fuera un gran desafío. Se dice que puede hacerlo, que lo va a hacer. Cierra el puño con fuerza, hace retroceder el brazo y, esta vez sí, golpea una, dos, tres veces. Unos segundos de silencio y otros tres golpes.

Y nada sucede.

Leo lo intenta unas cuantas veces más, pero siempre obtiene la misma respuesta, vacío y silencio. Derrotada, arrastra los pies escaleras abajo. Sabe que Corso está ahí dentro, ha creído oírle en algunos momentos. Pero ni siquiera le ha dado con la puerta en las narices porque para eso antes habría tenido que abrir.

Alicaída cruza la calle y abre el coche. Según empieza a sacarlo, ve un BMW que le viene de frente marcar el intermitente. Quiere quedarse con el hueco. Se fija en el conductor y se da cuenta de que se trata de Mario, quien la mira inquisitivamente. Leo baja la vista un momento y, al volver a levantarla, sacude la cabeza.

Mario cambia de idea y pasa de largo. Él también se marcha. Si Leo no ha conseguido que Corso se quede, él tampoco va a ser capaz.


2. Ódiame

Corso observa la ve marchar a través de la ventana. Al fin ha decidido rendirse. Le estaba desquiciando oírla al otro lado de la puerta, tocando cada vez con más desesperación pero negándose aún a tirar la toalla. Sabía tan bien como él que irse de su descansillo significaría también irse de su vida. Y no estaba dispuesta a ello. Si hay algo que no va con Leo es el derrotismo.

Respira hondo y se muerde el labio. Ahí está, abriendo el coche con furia. No quiere reconocerlo, pero se le hace un nudo en el estómago. “Ya es tarde”, se dice, “Ya se marcha y tú también”. Y, sin embargo, sabe que daría cualquier cosa por volver a tenerla ante su puerta. Aunque igualmente sabe que no le abriría por mucho que se esté muriendo de ganas de desandar el camino y cambiar de opinión. Leo sabría bien cómo convencerle. Por eso no ha querido tenerla cara a cara por última vez. Porque no sería la última.

Turbado, decide apartarse del cristal y volver a sus preparativos. Tiene mucho que hacer y no le sobra el tiempo. No quería tener margen suficiente para arrepentirse. Aprieta los dientes y se pone a embutir violentamente ropa interior en la maleta. Suelta un bufido y termina sentándose en el suelo. Si Leo le viera. Si supiera que, por mucho que le reviente, está llorando por ella.

—Ódiame, Leo—gruñe entre dientes—. ¡Ódiame! Ya te he jodido bastante.


3. Cuando duermo sin ti, contigo sueño

El despertador es implacable una mañana más. Otra vez lo mismo: levantarse, ducharse, intentar desayunar, ir a trabajar y ver a Molina con corbata. Y aun así, albergar la esperanza de que Corso aparezca por la puerta como si nada hubiera ocurrido. Como si todo hubiera sido un sueño. O más bien una pesadilla.

No era con él con quien soñaba esta noche, sin embargo, eso es lo más extraño del asunto. Llevaba toda esta semana teniéndole a su lado mientras dormía, pero hoy no ha sido él quien le ha venido a visitar. Tal vez significará que lentamente la herida empieza a sanar y Leo se dice que no quiere que eso ocurra. Que prefiere verla sangrar indefinidamente como un pequeño riachuelo de dolor.

Pero no esta pasada noche. No mientras ese extraño sin rostro bailaba con ella una música que salía de ninguna parte al borde de un acantilado. No cuando montaba en ese descapotable que se perdía a toda velocidad por una carretera estrecha que les conducía a una cabaña en mitad de las montañas. Y definitivamente no mientras el hombre la llevaba al orgasmo una y otra vez en esa bañera llena de agua y pétalos de rosa que nada tenía que envidiar a la que salía en “American beauty”.

Tal vez eso por sí solo no sería para darle demasiada importancia. Esté Corso o no, sigue sintiendo lo mismo por él, aunque eso no significa que no pueda seguir teniendo sueños eróticos con productos de su imaginación. Solo que esta vez no era ningún desconocido. Después del enésimo clímax, Leo acertó al fin a ver su cara. Y aunque la Leo del sueño sonriese al contemplarla, la de carne y hueso no sabe bien qué pensar de que aquel hombre no fuera otro que Mario.


4. Como dos tigres atrapados en un pozo de serrín

—¿Y si vamos a la nave de Fuenlabrada? Quizá tengan el coche allí escondido.
—Buena idea, Mario. Acercaos tú y Leo y a ver qué sacáis.

Molina siempre los empareja desde que Corso se fue. Prefiere reservar las tareas de oficina para sí mismo y para Rocío. Mientras no les traigan un recambio, deja a Mario y Leo pateándose las calles conjuntamente. Y ninguno de los dos sabe si la circunstancia le parece terrible o maravillosa.

Ya ni siquiera necesitan cruzar ni una palabra para decidir qué coche llevarse. De manera tácita han llegado al acuerdo de que se van turnando. Hoy le toca el turno a Mario de conducir. Leo se sienta mansamente en el asiento del copiloto y se abrocha el cinturón. Al menos sabe cómo poner la radio. Revólver y sus canciones mortecinas no son precisamente lo que más le apetece, pero peor es el estruendo del silencio.

Evita mirarle directamente aunque eso no significa que no le siga por el rabillo del ojo. Tan firme, tan recto, y no solo físicamente. No sabe si no quiere tenerle cerca o que no se aleje de ella nunca. Lo que sí sabe es que Corso se reiría en su cara si la viera así. Y que, por lo que a ella respecta, a Corso le pueden ir dando por el culo.

Milagrosamente se enteró del vuelo que tenía que coger y estuvo en el aeropuerto para verle embarcar deseando que se rajase en el último segundo. Corso tuvo que haberla visto, está segura de ello. Pero fingió que no era así. Facturó todo como si ella no estuviera, pasó los controles y ni siquiera se volvió a mirarla una sola vez. Ni por un instante.

Y por mucho que le odie por ello, no puede dejar de sentir algo por él. Aunque Corso ya no está.

Pero Mario sí.


Última edición por Plenilunio el Lun Oct 13, 2008 12:22 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Plenilunio Lun Oct 13, 2008 11:44 am

5. El gran fingidor
Molina se sienta junto a Mario y deja que le muestre el correo electrónico que Corso le ha enviado desde México. Se trata apenas de unos pocos párrafos breves contándole a su amigo que todo le va de maravilla, que está rodeado de tías impresionantes y turistas calentonas y que prácticamente se las tiene que sacar a todas de encima. Por si fuera poco, el clima es inmejorable y su casita está en primera línea de playa.

—Qué cabrón este Corso—dice Molina con una sonrisa divertida—¿Ha puesto hasta fotos o no?
—Pues claro, Molina, que te crees tú que Corso iba a dejar pasar una oportunidad de picarnos un poco.

En efecto, se trata de provocarles, de hacer que rabien de envidia y de que se alegren de él. Por eso ha escogido las imágenes en que más se aprecia lo bien que se lo está pasando, las ha metido en un archivo comprimido para que quepan más y se las ha enviado a Mario y Rocío. Molina y el correo electrónico no son muy amigos y en cuanto a Leo… Bueno, es Leo.

Precisamente Leo es quien aparece por detrás de ambos y curiosa asoma la cabeza para descubrir qué es lo que miran con tanta atención y con esa sonrisa entre burlona e incrédula. Una única foto basta para hacer que le cueste ocultar su malestar. Mario gira la cabeza y la observa. Por lo que sabe, Corso se lo ha enviado a él y a Rocío, el correo de Leo no estaba en la lista.

—¿Qué tal le va a Corso?—pregunta como si la cosa no fuera con ella—Que de mí no se ha acordado.
—Haciendo como que se divierte, cualquiera sabe en realidad.
—Como siempre.
—Seguro que no se ha olvidado de ti. Ya sabes lo patoso que es, le habrá dado problemas y luego ni se habrá acordado de intentar mandártelo otra vez.
—Ya. Será eso—escupe con un tono de “y yo me lo creo” que no podría ser más evidente—. ¿Queréis un café?


6. Una chula sirena
Mario ojea los estantes abigarrados con aire distraído. Tenía que comprar algo, pero no recuerda muy bien qué. Solo sabe que entre todos esos utensilios de hogar puede sacar más de una idea útil. A falta de nada mejor en lo que invertir el tiempo, está haciendo caso a ese anuncio que hablaba de redecorar su vida. Cuando lo consiga solo le faltarán un nuevo mejor amigo y alguien que llene la otra mitad de su cama.

Echa un vistazo a los paños de cocina y entonces recuerda. Manoplas. Necesita un par de manoplas, las que tiene están ya en las últimas. No es que use el horno demasiado últimamente, pero siempre vienen bien para manejar cosas calientes. Localiza el lugar donde las tienen y las examina cuidadosamente. Hay dos tipos, unas ligeramente más largas que las otras. Indeciso, Mario se toma unos segundos para escoger y termina quedándose con las cortas.

—Yo te recomendaría las que has dejado—dice una voz femenina a su espalda.

Mario se vuelve y descubre a la mujer que le hablaba, una morenita chiquitina de pelo corto y ojos enormes y tan oscuros como una noche de luna llena. Tiene una boquita de pitiminí con una sonrisa tan seductora como su pose. No puede ocultar que Mario le ha gustado, y mucho.

—Lo digo más que nada—continúa, haciéndose la experta—porque así, la zona de la muñeca está también a salvo de quemaduras. Entiendo del tema, hazme caso.
—Probaremos, ya que pareces tan segura.
—Claro. Y si no te da buen resultado, ya sabes dónde venir a quejarte. Me llamo Laura, por cierto.
—Yo soy Mario, encantado—Como es habitual, intercambian los dos besos de cortesía—. ¿Trabajas aquí, Laura?
—No, esto es mío. Y justo ahora me iba a tomar un descansito, que la cosa está tranquila. ¿Te apetece venir a tomar un café?


7. Princesa de un cuento infinito
Rocío la mira y sacude la cabeza para sí misma. Va al ascensor, a hacer como que se marcha a comer, aunque no tiene muy claro que vaya a hacerlo. Últimamente Leo guarda un parecido asombroso con una chimenea y, si no está haciendo dieta, lo disimula que da gusto.

No puede dejar que siga así. Sabe que no puede hacer gran cosa a menos que Leo se deje ayudar y que no lo hará, pero se siente en la obligación de intentarlo. En el fondo han terminado por ser amigas. Y una amiga jamás se quedaría de brazos cruzados mientras ve cómo otra lo pasa mal.

—¡Espera!—Leo le sujeta la puerta del ascensor y Rocío entra—¿Adónde vas a ir?
—No sé, ¿por?
—Porque han abierto un sitio en la calle de al lado donde tienen el menú bastante bien de precio y las raciones son grandes. ¿Te vienes y compartimos? Es mucho para mí sola.
—No tengo mucha hambre.
—Anda, vente. Así me aconsejas.
—¿Yo a ti?
—Sí, tengo una amiga que lo está pasando muy mal y necesito consejo.
—Rocío, que yo no lo estoy pasando tan, tan mal, no seas exagerada.
—Ya lo sé, tú estás de maravilla. Es otra amiga mía, una que no conoces. Eso sí, es igual de orgullosa y de cabezota, seguro que me puedes echar una mano a entenderla.


8. Pisando charcos
Llueve al otro lado de la cristalera, pero eso no impide que Mario se tome su tiempo en volver. Se ha marchado a mediodía con una morenaza impresionante y Molina le ha dicho que no se diera mucha prisa en aparecer por la tarde. Está siendo un día flojo, no le echarán mucho en falta, así que mejor que aproveche ahora que puede.

Ahí van los dos bien agarraditos de la cintura chapoteando bajo el paraguas. Se detienen ante el paso de cebra y continúan su charla animadamente. Desde ese ángulo, Leo no les ve demasiado bien y ni siquiera puede ponerse a cotillear mucho si no quiere que la descubran. Prefiere hacer como que está concentradísima en su informe. Pero, ¿quién será esa tía aparte de una petarda siliconada de tacones imposibles? Porque ese pecho no puede ser natural, está segura.

—Ah, ya vuelve Mario—comenta Rocío, quien no se corta para nada a la hora de observar a su compañero cruzar la calle—. Se le ve contento, no esperaba que Ana viniera a verle aquí a la oficina.
—Es que ni a él se le ocurriría ir a ver a su chica al trabajo. Hay que estar muy pillado para eso y ser un babas del quince.
—A mí me parece un detalle bonito. Y Ana es una chica muy maja.
—¿La conoces?
—Sí, vino el otro día que te fuiste a hacer un análisis. Es la hermana de Mario, que vivía en Santander, pero se ha divorciado y se vuelve a vivir a Madrid.
—¡¿Hermana?!—Hace una pausa y carraspea—Sí, bueno. Se parece un poco. Se da un un aire a Mario.
—¿Tú crees? Porque Ana es adoptada.
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Mensaje por Plenilunio Lun Oct 13, 2008 11:45 am

9. Un metro cuadrado
Leo se frota la nuca y decide imitar a Mario tras dar el pasito hacia delante que el mínimo espacio le permite. Es mejor sentarse como él, estando de pie no va a solucionar nada y quién sabe el tiempo que se pasarán los dos ahí encerrados. La rapidez de los bomberos brilla por su ausencia. Masculla interiormente un par de palabrotas y resopla. Justo ahora que está sangrando como un gorrino y nota que pronto necesitará cambiarse, va y se queda encerrada en el ascensor con Mario. A solas los dos.

—Llevamos aquí como cuarto de hora—dice por romper el silencio tras mirar el reloj—. ¿Tú crees que tardarán mucho en sacarnos?
—Espero que no. ¿Tienes miedo?
—Pues no—escupe a pesar de que Mario no se estaba burlando de ella—. A ver si el claustrofóbico vas a ser tú.
—Hay oxígeno de sobra para los dos, ¿por qué iba a asustarme?

Leo le mira de soslayo y se contiene antes de soltar un bufido. Lo tieso que sonaba al decir eso, parecía que la estuviera regañando como si fuera una niña estúpida. Ya le gustaría verle a él con el tampón a puntito de llenarse, ya. Por hacer algo, saca el móvil del bolso y vuelve a comprobarlo. Sin cobertura.

—Los bomberos ya están avisados.
—¡Ya lo sé! Pero si no vienen, habrá que llamar otra vez, digo yo. Si a ti te gusta quedarte aquí…
—¿Aquí contigo?—Leo le reprocha con la mirada el comentario y, esta vez sí, bufa con fuerza.
—Vete a tomar por el culo, Mario.
—Leo, si…
—Cállate, creo que he oído pasos.


10. Y estaré allí
—De rodillas, ¡vamos!

Mario mira al secuestrador un momento y comprueba que habla muy en serio. Quiere que se arrodille para matarlo como un perro. Pero él no está por la labor de dejarse así como así. Lentamente sacude la cabeza y se dice a sí mismo que encontrará una salida. No piensa morir en esa nave abandonada. Seguro que hay algo que pueda hacer.

—No—escupe con firmeza.

Interiormente se maldice por haber sido tan poco previsor, por haber caído en la trampa como un novato y no haber esperado a los refuerzos. Ni siquiera se ha pasado por comisaría a recoger a alguien que le acompañase por no perder tiempo. Lo único que le consuela es saber que todos estarán ya al corriente de su paradero no solo porque les ha dicho adónde se dirigía, sino también porque su móvil estará transmitiendo la señal alta y clara de su localización. Ahora solo falta que se den prisa.

—¡Que te pongas de rodillas, hostia!
—¿Qué me vas a hacer si no?—le desafía por mucho que sepa que lo único que consigue es ganar unos segundos más inútilmente. Como un maldito principiante, joder.

El secuestrador resopla y duda qué responder. Y eso que ni siquiera sabe aún que el grupo de operaciones especiales está en la otra punta de la ciudad deteniendo a sus cómplices y que estos van a cantar “La Traviata”.

—Como quieras.

Apunta a Mario a la cabeza y amartilla el arma. Mario respira hondo y no se deja llevar por el pánico ni en un momento como este. Le mira fijamente y aprieta los dientes. No piensa darle el gusto de pasar sus últimos instantes rogando.

—Muévete y te juro por mi madre que te reviento, hijo de puta. Tírala. ¡Vamos, tírala!

Justo a tiempo. Leo llega como caída del cielo para ponerle el cañón de la pistola en la nuca a ese tío haciendo tanta presión que deja claro que ella sí que no bromea. El secuestrador deja caer su arma y gime ruidosamente cuando Leo aprieta las esposas de más. A empujones se lo lleva hasta el coche, cierra la puerta y cruza con Mario una mirada.

—¿Estás bien?
—Sí. Gracias.
—Tú habrías hecho lo mismo por mí.

“Tú lo intentaste”, piensa, “pero llegaste tarde. Y yo no te lo pedí. Pero gracias”.


11. Todos están cambiando
Según oye las puertas del ascensor cerrarse, Rocío deja caer los hombros y sacude la cabeza un par de veces. Resopla y se atusa el pelo con incomodidad. Molina parece tan a disgusto como ella, aunque al menos ahora tienen la oficina para ellos dos solos, lo cual, visto lo visto últimamente, es todo un alivio.

—Va a haber que decirles algo a los Pimpinela.
—Ya lo intenté con Leo el otro día, pero lo niega todo. Dice que ella está bien y que no pasa nada.
—Sí, claro, y a mí me gusta escribir informes.

Rocío se muerde el labio y asiente. Molina tiene toda la razón del mundo, pero a ella ya no se le ocurre qué hacer. Leo se hace la sueca y Mario tampoco lo está llevando mucho mejor. Él al menos admite que no está bien y que le incomoda tener a Leo cerca después de todo lo que han pasado, pero no hace nada para remediarlo e intentar mejorar el ambiente de trabajo.

—Molina, ¿a ti se te ocurre algo?
—Por lo pronto no hago más que tenerlos todo el día juntos a ver si deciden darse un abracito o terminan de tirarse de los pelos de una vez y podemos vivir en paz por fin, que aquí no hay quien pare y parece que tienen cuatro años. Requena necesitaba a alguien de guardia esta noche y ya le dicho que yo le mando a estos dos si hace falta.
—Qué cruel eres, tampoco es para tanto. Que ya no sé la de guardias que se han comido.
—Pues tú me dirás, que a mí ya me tienen tan harto que estoy empezando a pensar en encerrarlos a los dos solos en un calabozo y no soltarlos hasta que hayan arreglado sus cosas.
—Al paso que vamos, creo que voto por eso.


12. Despacito cuanto tú dormías
Mario le da un sorbo al café, que hace horas que se quedó frío. No tiene mucha fe en que unos pocos miligramos de cafeína vayan a marcar una gran diferencia, pero es de lo poco que puede hacer para mantenerse despierto a estas horas de la madrugada.

Hoy tocaba el marrón de marrones: una guardia. Y para no romper la tradición de últimamente, Molina les ha mandado a Leo y a él juntos. Hasta hace un rato al menos la tenía despierta para compartir con él silencio, pero hace poco Mario le dijo que se echase un rato, que sería mejor turnarse para poder descansar cada uno unas horas. Y sabe que se arrepiente de haberlo sugerido.

La observa y se dice que se va a quedar fría. No sin esfuerzo consigue retorcerse para acceder a la parte trasera desde su asiento, coger su cazadora y echársela por encima. La respiración de Leo varía un momento, pero decide seguir durmiendo tras un ligero suspiro y un movimiento de cabeza. Al menos ahora parece tranquila, hace poco se la veía agitada, tensa en su sueño.

Como Mario se temía, la calma vuelve a evaporársele a Leo en un segundo. Se sacude un poco y su rostro se contrae en una mueca desagradable que Mario prefiere no ponerse a analizar. Mal. Respondiendo a la pregunta que Molina le hizo una vez, él a veces duerme no ya mal, sino fatal. O no duerme. Y Leo seguro que también tiene pesadillas. Probablemente tanto dormida como despierta.

Cauteloso, Mario extiende el brazo y acaricia la mejilla de Leo con la yema de los dedos. Suavemente le susurra que no se preocupe, que él está ahí, que está a salvo, que no va a dejar que nadie le vuelva a hacer daño. Y que lo siente. Que llegó tarde y nunca se lo perdonará. Que le perdone. Que la protegerá siempre.

Alertada por el bisbiseo y el contacto físico, Leo abre los ojos con un respingo y un grito ahogado. Sin pensarlo, se aparta de esa mano que la toca, se encoge para protegerse. Solo cuando escucha la voz de Mario intentando calmarla puede respirar con alivio. Toca respirar hondo y hacerse la fuerte.

—¿Estás bien?
—Sí, no me había acordado de que estaba de guardia. ¿Ya te toca?
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Mensaje por Plenilunio Lun Oct 13, 2008 11:54 am

El blog que menciono en "Cosas que te escribo en cartas para no decirlas" existe y se llama Postsecret, os lo recomiendo. La postal de Mario se la he tomado prestada a Minisinoo, una de las mejores autoras de fanfic que he leído en mi vida y que creó una especie de acertijo Postsecret para los personajes de su larguísimo fic de X-Men titulado "Grail". Una de ellas me llamó tanto la atención que me la quedé y resulta que sirvió para escribir la historia corta que dio vida al resto, pues la número 14 en orden cronológico de la historia es en realidad la primera por orden de creación. Aquí está la postal, cámbiese el "him" por "her" y/o imagínese que está en español.


13. No sabes pintar un elefante tan bien como ella
Laura cierra los ojos y se sube encima de un Mario igualmente cansado y relajado que enreda distraídamente los dedos en su pelo moreno y corto. Viéndola así, no puede evitar pensar que ese es el único parecido que tiene con Leo. Ese corte también lo llevó ella, aunque sabe que en el caso de Laura no se trata de ninguna estrategia para parecer más dura, más fuerte o más masculina.

Laura es lo opuesto a Leo en tantos aspectos. No le asusta reír, llorar ni sentir como una loca sin comportarse como una histérica por ello. Siempre se maquilla y no hay un solo día que Mario la haya visto llevar otra cosa que no sea una falda, todas por encima de la rodilla. Aunque sea muy bajita, tiene unas piernas bonitas y muy bien proporcionadas. Y su perfume, siempre se echa ese perfume que le sienta tan bien, igual que esos toquecitos de maquillaje aquí y allá que nunca le faltan. Es perfecta.

Y aun así, Mario la mira, olisquea el aroma del sexo en su piel, y siente que algo va mal. Que algo no es como debería. Desde que la conoció, se han visto todos los fines de semana una vez por lo menos. Se lo pasa muy bien con ella tanto dentro como fuera de la cama. Laura siempre sabe cómo hacerle reír y cuándo darle una caricia o un beso.

Y aun así…

…casi la llama Leo mientras hacían el amor.

—Laura, cariño, tenemos que hablar.


14. Cosas que te escribo en cartas para no decirlas
La taza de café todavía humea cuando Leo la deposita sobre un posavasos en el escritorio y enciende el portátil. Es domingo, ha amanecido tarde después de una noche casi en blanco en que la cama se le hacía inmensa, vacía y extraña. Despeinada, en pijama y con dolor de espalda provocado por una mala postura, sabe que este será uno de esos días inconsecuentes para mandar la papelera. Como casi todos de un tiempo a esta parte.

De manera mecánica, casi robótica, sus dedos se deslizan por el teclado y componen la dirección que ya se sabe de memoria. A Mario le gustaba mirarla, no faltaba a la cita del blog ni siquiera un domingo. Se lo contagió, como tantas y tantas otras cosas que ahora son tan obvias que Leo se pregunta cómo pudieron pasarle inadvertidas.

Ante sus ojos, un mar de secretos, ambiciones y sueños rotos empieza a cobrar forma según lo va permitiendo el ancho de banda. La gente los disfraza de postales hechas a mano y quiere creer que así se libera del peso muerto que sus miserables existencias suponen. Hay alguna, un diamante en mitad de un estercolero, que es todo lo contrario, un canto a la vida. Leo sabe que son esas las que menos le han gustado siempre. Prefiere intentar consolarse al saber que muchos están mucho peor que ella.

Y entonces la ve.

La odio. La quiero. La envidio. Le guardo rencor. La deseo. Y aun así… No se trata del sexo. ¿Por qué no puede ser el más importante para la más importante para mí?

Austera, sencilla, elegante y con un lenguaje simple pero no por ello menos contundente. Y ve su nombre. Ve su nombre aunque no esté escrito en ninguna parte. Su nombre, su firma, su sello. Cierra los ojos con fuerza y baja la pantalla del portátil con brusquedad. Sabe que en otra parte de la ciudad, Mario observa la misma página que ella. Y que probablemente sepa que ella ha leído su secreto que no es tal y se alegre al pensar que quizá haya movido algo dentro de Leo.


15. Solo amigos
—Bueno, entonces, doña Dolores…
—Loli, hija, ¡y de doña nada, que podría ser tu abuela!

Leo sonríe y se muerde el labio. A menudo personaje le ha tocado ir a preguntar por el vecino delincuente del piso de arriba. Tiene la ventaja de ser la típica cotilla que niega serlo pero se pasa la vida sacándole brillo a la mirilla y el inconveniente de carecer de toda capacidad de síntesis. “Y de calcular edades”, se recuerda Leo. Al abrirle la puerta y enseñarle Leo la placa, ha creído que estaba de broma porque “hay que tener dieciocho años para eso”.

Mario casi se troncha al oírlo. A él le ha tomado por el hermano mayor de Leo y le ha dicho que tenía “una hermanita muy bromista”. Solo cuando Mario la ha sacado de su error, la buena señora ha consentido hablar con Leo, aunque seguía farfullando que le parecía una niña muy jovencita para hacer un trabajo tan peligroso.

Tras un largo rato de historias deslavazadas de las que podrían haber prescindido tranquilamente, la ancianita se da por satisfecha y se despide con un “hale, majos, ya no os quito más tiempo”. Sin embargo, antes de ir a cerrar la puerta, se detiene y les mira con el ceño ligeramente fruncido mientras se rasca una ceja con curiosidad.

—Oye, ¿y a vosotros os dejan trabajar juntos?
—¿Por qué no iban a dejarnos?—pregunta Mario. Mira a Leo brevemente, pero la ve tan desconcertada como él.
—Por nada, hijo, por nada. Que yo soy de otra generación, de cuando las parejas de la Guardia Civil eran dos hombres y…
—Somos hombre y mujer, sí, pero…
—¡Y estáis liados, que lo sé yo! Que se os ve en la cara, a ver si te piensas que por llevar gafas no he visto las miradas que te ha echado a la retaguardia esta fresca, majo.
—¿Que yo… ¡Señora, por favor!

Mario suelta una carcajada que hace que Leo le mire con odio. A ella no le hace ninguna gracia. Siempre ha odiado que la menosprecien de ese modo. Además, que solo ha sido un segundito de nada y solo porque le encanta cómo se ajustan esos vaqueritos allá por la “retaguardia” de Mario.

—Loli, me parece que se equivoca usted, solo somos com…
—Amigos—le corta Leo bruscamente—. Solo amigos.
—¡Sí, ya! Ahora lo llamáis así a todo.


16. He vuelto a este círculo
Leo se toquetea el brazo con nerviosismo, el maldito parche de nicotina le parece engorroso, inefectivo y ridículo. Y Mario aún sin venir. Desde que envió esa maldita postal, porque aunque no hayan hablado está segura de que tuvo que ser él, las cosas han cambiado mucho entre ambos. Quizá no se trate de nada visible exteriormente, pero ella lo nota. Y con eso basta.

Al fin lo ve aparecer por la puerta. Ha llamado hace un ratito diciendo que había habido un golpe y tenía que dar un rodeo para llegar, así que tardaría un poco más. Leo le mira e intenta disimular la sonrisa que los labios le piden. No es consciente de que los ojos la delatan. Aunque Mario se pregunta por qué no le sonríe por completo. Siempre igual. Siempre avergonzándose de lo que siente o del simple hecho de sentir.

Tras las típicas frasecitas banales y un par de “hay que ver cómo está el tráfico”, Leo le pide irse a hablar aparte. Le ofrece un café y se saca otro aunque sea el tercero que lleva en lo que va de mañana. Ya que renuncia al tabaco, al menos tendrá que aumentar el consumo de otra droga legal para compensar.

—¿Te acuerdas de mi amiga Nerea, esa que es secretaria de un bufete?—Le suelta antes de dejar que pregunte de qué se trata.
—Sí, era muy simpática—responde con educación. No le cayó mal, pero le incomodaba su modo de tirarle los tejos descaradamente aun a sabiendas de que él y Leo estaban juntos.
—Siempre que hablamos me pregunta por ti. Mañana es su cumpleaños y lo celebra el sábado. Me ha dicho que por qué no te vienes. Cenaremos algo en su casa y luego nos iremos de fiesta.
—Ah. Bueno… no sé.
—Va a haber más tíos, no te preocupes—miente. Ni sabe si habrá más ni le importa.
—Vale, supongo. ¿A qué hora? ¿Y dónde está su casa?
—Es un poco lioso, todo el mundo se despista. Si quieres, quedamos antes y nos vamos juntos, que yo ya me conozco el camino.
—Leo, tengo GPS.
—Sí, el mismo que la semana pasada casi hace que acabemos de cabeza en una zanja. Vas a dar mil vueltas y no vas a encontrar el sitio. Y llegarás tarde. Deja que te lleve yo, así a la vuelta conduces tú y yo puedo beber.


Última edición por Plenilunio el Mar Oct 14, 2008 11:22 am, editado 1 vez
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Bandera blanca (colección de historias Lemans) Empty Re: Bandera blanca (colección de historias Lemans)

Mensaje por Plenilunio Lun Oct 13, 2008 11:56 am

La postal de Leo que corresponde a "Si mis ojos huyen de los tuyos sin querer" la hice yo. Es esta.


17. Chupando cáscaras de coco
Leo se va a la barra y pide una Guiness. Qué asco de pub pseudo-irlandés, por mucho que a Nerea le apasione. Lo que le pasa en el fondo es que está quedada con el matado que rasguea una pobre guitarra en el escenario y perpetra canciones deprimentes de borracho clavado en un bar.

Pero lo peor no es eso. Lo peor es que, para cuatro canciones medio animadas que el pelmazo ese tiene, Mario las aprovecha que da gusto. Desde que llegaron se ha pasado el rato pegadito a la prima de Nerea, una tía rara con cara de ida, medio sorda, con menos conversación que el Correcaminos y que si no dice “quiero decir que…” a cada segundo, no se siente realizada. Es una plasta, se le va la pinza sin necesidad de probar el alcohol… pero la cabrona baila que da gusto verla.

Para estar teniente, hay que ver qué sentido del ritmo. Y tenía que escoger precisamente a Mario para llevarlo con ella. Vamos a ver, ¿esta no era la chiflada esa que colgó los estudios para irse a un pueblo dejado de la mano de dios a vivir con un tío tan tronado como ella, hijo de una maestra con complejo de Conde Drácula de “Barrio Sésamo”? ¡Que se vuelva a su pueblo a contar vacas de una vez y deje a Mario!

—¿Cuándo habéis vuelto?—le pregunta la voz de Nerea repentinamente por la espalda. Sin perder de vista la pista de baile, Leo levanta una ceja.
—No hemos vuelto.
—¿Ah, no? Como te veía tan… ya sabes… pues creía que estabais juntos.
—Pues no lo estamos.
—Pero tú quieres volver, ¿no?—Leo la fulmina con la mirada, pero se contiene en el último instante antes de responder una burrada.
—¿Y qué si así fuera?
—Pues que haces muy bien, a un tío buenorro como ese que siempre va con el arma cargada y unas esposas por la vida no hay que dejarlo escapar. Y que no te pongas tan celosa, Lourdes sigue con su Miguel. De hecho, se casan dentro de quince días y está de tres meses. No me digas que no te habías dado cuenta de que no ha probado el alcohol.


18. Buenas noches, Luna
Leo finge que dormita en el asiento del copiloto del coche de Mario. Al poco de subirse, cerró los ojos y va haciendo como que el alcohol la ha vencido. Mario estaba demasiado ocupado bailando con la marciana sorda, no sabe que Leo ni siquiera va achispada. No es más que teatro con un propósito muy claro.

Cuando llegan a su destino, Mario la zarandea suavemente. Leo farfulla unas palabras con lengua de trapo y se tambalea tanto al salir del coche que Mario, cual caballero andante, está presto a agarrarla por la cintura. Leo se ríe, aunque Mario no sepa que es de alegría en vez de producto del etanol. Ahí no queda todo. En el descansillo, las llaves acaban en el suelo un par de veces. La farsa le está saliendo a pedir de boca si tiene que guiarse por la cara de exasperación y vergüenza ajena de Mario.

—Tú no estás bien, Leo.
—¡Que te pires, aguafiestas!
—Chssst… Vas a despertar a todo el mundo. Anda, vamos dentro.
—¿Vamos? Ah, no. Tú vete, que yo estoy muy bien sola.
—Leo…
—¡Que no eres mi padre, joder!
—Anda, trae esa llave, haz el favor.

Como se proponía, Mario abre la puerta y entra con ella. Leo se quita la ropa descuidadamente y se va al dormitorio. Para cuando traspasa el umbral, ya va completamente desnuda y ha dejado que Mario se recree bien la vista. Aun así, le ve asomar la cabeza con timidez y mirar al suelo.

—Me voy al sofá, ¿las sábanas siguen donde siempre?
—¿Te doy alergia?
—Leo, no quiero…
—Mi cama es para dos y con monstruo debajo, pero en cuanto te vea… Ven, anda.

Suelta una risita que pretende ser nerviosa y alcoholizada. Parece que Mario se lo vuelve a creer todo, pues empieza a quitarse la ropa hasta quedarse solo con ese boxer negro que hace que a Leo le cueste fingir que está demasiado borracha para darse cuenta. Si se lo tirase, seguro que el pobre se sentiría fatal por la mañana, mejor hacer únicamente que es una borracha mimosa.

Tan pronto como se tumba con ella, Leo le abraza y ronronea como un gatito. El muro lo construyó ella misma, pero le jode tener que recurrir a trucos así para poder darle afecto de este modo. Cierra los ojos, le desea buenas noches mentalmente y enseguida se cree tan bien su mentira que pronto duerme.

Aún no lo sabe, pero en su sueño Mario llegará a tiempo.


19. Si mis ojos huyen de los tuyos sin querer
Leo se mece adelante y atrás en la silla. Otra vez ese blog de secretos, solo que esta vez vuelve a ser distinto. O tal vez no. Eso espera, que Mario no esté ante la pantalla de su ordenador en esa casita pequeña que quiso dejar atrás para irse a vivir con ella. O que, si está, no le vaya a servir de nada.

Ya afeitado, desayunado y duchado después de haberse ido a correr un rato por el parque como cada domingo, Mario termina un correo electrónico y le echa un vistazo a su página fetiche. Siempre está deseoso de que la actualicen. No sabría definir con palabras lo unido que esos secretos le hacen sentir al resto de la humanidad, sobre todo desde que envió el suyo propio, pero siempre le alivia. Los domingos se encuentra un poco menos solo.

Ahí está. Únicamente para él. No cree que nadie más en el mundo fuera a entenderla con todos sus matices y pequeños secretos dentro de los secretos. Solo se le ocurre una persona más aparte de ellos dos que fuese capaz de descifrar tanto el “todavía tengo pesadillas con cerdos” como el “pero sí pasó algo más”, porque cree que esa es la última palabra aunque esté medio oculta. Y, de eso también está seguro, esa tercera persona es muy probablemente a la que hace referencia el tajante “él ya es historia”.

Imprime la postal y se la guarda con mimo. La relee un par de veces, se pone en pie como si el asiento hirviera y corre hasta la puerta. Una vez allí, se detiene tan súbitamente como arrancó y se da media vuelta. No, no puede. O sí puede. Pero no debe. O tal vez sí debe. Porque querer, quiere. Solo que no se atreve. Todavía no. Y quieto no puede estar.

Inmediatamente toma una decisión. Se va al armario de los productos de limpieza y comienza a dejar la casa como salida de un anuncio. En su mente repite una y otra vez los secretos que ya no lo son hasta que se da cuenta de que los ha memorizado uno por uno. Entonces, lo guarda todo, se da una ducha para no apestar a sudor y a químicos por el esfuerzo, se cambia de ropa y decide marcharse. Puede. Debe. Y por supuesto que quiere.
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Bandera blanca (colección de historias Lemans) Empty Re: Bandera blanca (colección de historias Lemans)

Mensaje por Plenilunio Lun Oct 13, 2008 11:58 am

Esta historia rompe con las reglas de las demás, así que desde que supe que debía crearla, la mantuve aparte. La pongo en el mismo tema porque forma parte de la misma trama argumental, pero desde antes de escribirla, sabía que sería demasiado larga y me negué a condensarla en 450 palabras, necesitaba muchas más.


El mismo error
El sonido del timbre de la puerta se cierne sobre Leo igual que una maldición. Primero levanta la cabeza hacia el techo con los ojos cerrados como si esperase una explicación o algo de ayuda divina. A continuación la hace caer en señal de derrota. Debería abrir, aunque el “soy Mario” que ha escuchado al descolgar el portero automático ya no presagiaba nada bueno.

Precavida, levanta la solapita de la mirilla. Tras aguardar un par de segundos porque ya se sabe lo que siempre ocurre en las películas, echa un vistazo. Es Mario. No esperaba a ninguna otra persona, pero eso no quiere decir que le tranquilice ver su figura deformada a través del cristal. Resopla, se aparta y deja caer la solapa otra vez. Echa mano a la llave con desgana, quita la cadenita y los cerrojos y al fin le abre la puerta.

La mirada de Mario logra restarle un poco de nerviosismo, aunque únicamente una cantidad mínima. No parece dolido ni molesto, sino tan cargado de curiosidad como cuando resuelve casos en comisaría. Eso es todo, se dice. Porque no puede creerse el fondo de ternura que le parece encontrar en esos ojos verdosos.

Se retira de la puerta y le hace un gesto con la cabeza para que entre. Tan pronto como lo hace, Leo vuelve a cerrar y asegurar bien la puerta. Ha visto lo suficiente en el trabajo como para saber que se trata de una supuesta protección que en realidad es estúpida, pero eso no impide que la haga sentir más segura. Aunque contra los males que querría evitar ya nada se puede hacer. Esos la siguen a todas partes. Son los culpables de que el otro día Mario se las viera y se las deseara para sujetarla y lograse por los pelos que Leo no diera de puñetazos a ese detenido que la llamó “mamita linda”.

—Hola—saluda con voz ronca. Carraspea y mantiene la vista baja—. ¿Quieres tomar algo?
—No, gracias. Venía a hablar contigo—Leo asiente y juguetea con el cordón de la capucha de la sudadera.
—La has visto.
—Sí, hasta me la he aprendido de memoria.
—Vamos al salón.

“Claro que la ha visto, gilipollas. Si no, ¿de qué se iba a plantar aquí en tu casa un domingo a media mañana si no sois nada?”, piensa. Seguro que estará enfadado con ella. Se reprocha a sí misma haberse atrevido a volcar sus secretos más íntimos en un trozo de cartulina y haberlos enviado para que un perfecto desconocido los mostrase en su blog para regocijo de solitarios, voyeurs y otras especies que pululan por Internet. Todo era tan personal, tan íntimo. Y tan perfectamente identificable para Mario. Detalles como el de los cerdos debería habérselos callado, pero no pudo.

Mario toma asiento. Leo nota su mirada clavada en ella, así que continúa con los ojos fijos en el suelo. Ni siquiera sabe donde sentarse en su propia casa. No está segura de si prefiere tenerlo pegado a ella o tan apartado como le sea posible, ni tampoco qué querrá él. Echa las manos a la espalda y sacude la cabeza. Pasa demasiado tiempo con Mario, empiezan a parecerse. Se pregunta cómo será vivir así siempre, considerando hasta la última de las posibilidades y consecuencias. Automáticamente se responde que no quiere saberlo. Y que está en un aprieto.

Finalmente es Mario quien la libra de tomar la decisión. Sin dejar de mirarla, Leo lo nota aunque se niegue a tener contacto visual directo con él, da un par de golpecitos en el sillón. Justo a su lado. Leo traga saliva, respira hondo y arrastra los pies hasta situarse donde Mario le pide sin palabras.

Le ve llevarse la mano al bolsillo de la camisa y se mordisquea la piel de dentro de la mejilla. Tiene la postal impresa. Como uno de esos detenidos que se derrumban en la sala de interrogatorios cuando les plantan delante pruebas que les señalan con el dedo, Leo se cubre la cara con las manos. Si no le grita a Mario que se vaya ahora mismo es porque no sabe cómo le saldrá la voz y lo último que quiere es echarle con vocecita quebrada y chillona.

—Son tantas cosas—musita Mario—. Algunas las intuía, pero otras…
—Son todas ciertas—escupe Leo con una voz metálica que se le hace ajena y extraña.
—Algunas están un poco tapadas.
—Yo también me las sé de memoria. Dame.

Mario le entrega la postal. Leo la sostiene entre los dedos con suma delicadeza y celebra seguir teniendo el pulso firme a pesar de la tensión nerviosa del momento. Ahí está el cuerpo del delito. El arma homicida y el cadáver. Se da a sí misma unos segundos y poco a poco va desgranándole a Mario los secretos que están un poco ocultos por la capa superior de letras.

—Y aquí—señala la frase a la que se refiere sabiendo perfectamente que ha dejado lo peor para el final—dice “Pero sí pasó algo más”. Sí pasó, Mario.
—Y me das las gracias por apretar el gatillo.
—Sí. Me violó. Ese hijo de puta me violó. Casi me muero cuando en la autopsia leí que tenía el sida.
—¡Leo! Pero…
—No. Estuve tomando medicación a escondidas de todos por si acaso, pero di negativo.
—¿Por qué no me lo contaste?
—Por lo mismo por lo que no te había contado ninguna de las otras cosas de la postal.
—¿Y qué motivo es ese?

Leo sacude la cabeza y se pasa las manos por el pelo con nerviosismo. No es capaz de formularlo en palabras y frases coherentes, del mismo modo que sigue sin poder mirarle a los ojos. Desde que entró no ha sido capaz de dirigir la vista a Mario ni por un solo segundo. Siente que si lo hiciera, esta vez no habría manta bajo la que resguardarse y el grado de desnudez y vulnerabilidad es igual, aunque al menos esta vez no va teñido de la humillación, la angustia y la vergüenza de ese día.

—Lo siento—susurra aunque no sepa a qué se refiere exactamente con esas dos palabras.

Cierra los ojos, entierra la cabeza en las manos y empieza a mecerse convertida en una bolita. Solo tiene su propio cuerpo para esconderse de la vergüenza y el dolor. Ahora ya lo tiene claro, ese “lo siento” habla de nada y de todo y ni siquiera se lo dirige a Mario, sino al aire, a su vida, a todos los tropiezos y errores y a sí misma.

Apenas transcurren unos segundos hasta que Mario la escucha gemir con desesperación. Casi de manera inmediata, Leo nota sus brazos firmes y seguros estrecharla. Sin dudarlo, Leo se agarra a él con fuerza como si la vida le fuera en ello y gime aún más fuerte, solo que esta vez el sonido queda amortiguado por la camisa y el pecho de Mario. Va a empaparle, se dice, pero no le importaría menos ni queriendo.

No sabe cuánto lleva contra el cuerpo de Mario derramando un puñado tras otro de lágrimas por cada secreto. Únicamente está segura de que es el tiempo suficiente para volver a sentirse una mujer en lugar de la muñequita de trapo que le abrió la puerta a Mario. No es más que una pequeña cura de emergencia, pero por el momento le basta. Es más de lo que se permitió a sí misma aceptar nunca antes.

Separa la cabeza del pecho de Mario y le mira. El maldito dolor de cabeza la va a partir en dos si sigue así. Leo le hace caso omiso y entrecierra los ojos al notar el contacto de los dedos de Mario en la mejilla. No ha dejado de abrazarla ni un segundo, venga a acariciarla una y otra vez y a susurrar un millón de palabras de consuelo, cariño y apoyo. No tenía una manta física, pero sí una de caricias y sílabas que arropaba mil veces más. La camisa de Mario está anegada, tan chorreante que Leo se la quita y sonríe.

—¿Te encuentras mejor?
—Lo necesitaba—Tose un poco para aclarar la garganta y respira hondo—. Tendría que haberla mandado hace siglos.
—No. Tendrías que habérmelo dicho a la cara. Y yo también.
—Sabía que habías sido tú. Era bonita, te lo curraste más que yo.
—Lo importante es lo que se dice, no cómo. ¿Por qué tachaste el “te quiero”?
—Me daba vergüenza empezar tan fuerte.
—Pero has dicho que es cierto.
—Sí.

Se resiste como gato panza arriba a decirle un “te quiero” rotundo. Que ella recuerde, solo le ha dedicado esas dos palabras juntas una sola vez y no fue ni en el lugar ni en el momento apropiado. Tuvo que pasar el tiempo para ser realmente consciente de que las había dicho en serio a pesar de todo. Y a pesar de Corso.

Le mira y se siente como salida de esa estúpida y ñoña canción llamada “Dime que me quieres”. En cierto modo, Mario ha hecho lo mismo que el protagonista, solo le falta ponerse a rogar. Si lo intentase, Leo probablemente le diría que dejase de ser tan patético, es un alivio saber que no lo hará. Que Mario no va a mover un dedo porque ya ha hecho demasiado. A decir verdad, es el único de los dos que lo ha intentado una y otra vez hasta que se le han acabado las fuerzas, la esperanza y la paciencia. No puede hacer ni un esfuerzo más. La pelota lleva tanto tiempo en su tejado que Leo ni siquiera sabe si estará desinflada cuando suba a recogerla.

—Antes, mientras… me desahogaba, me has dicho que me querías. ¿Era solo para tranquilizarme?
—¿Me ves capaz de mentir en algo así?—Leo aparta la mirada un momento. Pregunta equivocada, se dice. Acaba de conseguir ponerle a la defensiva. Vuelve a centrar la vista en él y niega con la cabeza.
—Nunca me has mentido. Dímelo una vez más.

Mario no despega los labios. Leo le ve blindarse y parapetarse tras un muro de silencio y reproches sin palabras que le inundan la mirada. Se recuerda a sí misma que ya no puede esforzarse más. Y sin embargo acaba de pedirle que lo haga, que dé un pasito más aunque sea tan pequeño y tímido como ese. O tal vez tan inmenso.

—¿Tienes idea de cómo me siento?—le espeta con una brusquedad inusitada que sorprende a Leo—Es siempre la misma historia, Leo, siempre. Llevo detrás de ti desde el primer día en que te vi, siempre esperando a que me des las migajas que otros no quieren, a que te apiades de mí y me dejes quererte. Porque nunca te pedí más, solo que me dejases estar a tu lado, pero hasta eso te pareció demasiado. Cuando se me ocurrió querer algo más de ti, me di cuenta de que no iba a poder tenerlo nunca, de que sería siempre yo quien estuviera ahí para ti y nunca al revés. Y yo ya no puedo más. Joder, Leo, yo ya no aguanto esto.
—Lo entiendo—murmura Leo tras unos segundos de silencio que a ambos se les antojan interminables—. No he sido justa contigo.
—Ni lo has sido ni lo eres. Y estoy cansado de tanto aire caliente, de tantas palabras que no sirven para nada. La postal es más de lo mismo, das un pasito y retrocedes tres. Llegas de pronto, me cuentas todos esos secretos y ahí queda todo. Lo siento, pero ya no me sirve. Has escrito que me quieres, que te perdone, que me necesitas, que te dé otra oportunidad… ¿De qué me vale si ahora me tienes aquí y no eres capaz de hacer nada? ¿De qué, Leo?

Leo le mira y se siente avergonzada. Esta conversación ya la han tenido antes otras veces aunque nunca del mismo modo. Y al menos en esas otras ocasiones tenía a Corso como excusa de su comportamiento estúpido y pueril. Ahora está ella sola, no hay nada que se pueda inventar para justificar su cobardía. Ser consciente la alivia en parte, porque se da cuenta de que Corso nunca fue la respuesta a sus preguntas ni a sus plegarias. Pero también es el motivo de que ahora se encuentre al borde de un precipicio sin margen para la maniobra ni el error.

—Quédate—le suplica como se juró a sí misma que nunca haría aunque ya haya roto la promesa otras veces y de manera equivocada con quien no debía—. Quiero estar contigo.
—¿Hasta cuándo Leo? ¿Y por qué? ¿Por qué quieres estar conmigo? Esto es absurdo. Debería irme, aquí ya no pinto nada.
—No te vayas.
—Dame una razón para quedarme.
—La postal.
—Papel mojado.
—¡No!

Sin darse tiempo a pensarlo porque no tiene ni un segundo que seguir malgastando, se abalanza sobre él y le besa. Mario intenta apartarla, pero Leo se aferra a él de tal manera que Mario tendría que hacerle daño para conseguir soltarla. Al darse cuenta, deja de pugnar, pero no por eso se vuelve más colaborador. No quiere que le bese si de nuevo no va a significar nada. Pero Leo necesita notar sus labios para ser un poco más valiente, solo lo justo para cerrar los ojos y saltar al vacío sabedora de que abajo no hay red que frene su caída.

—Te quiero. ¿Te parece una buena razón?—La sonrisa que ilumina el rostro de Mario responde por sí sola.
—Sí, la mejor del mundo.
—El lunes empezamos a buscar casa, ¿vale?
—¿Tan pronto?
—¿Por qué quieres esperar?—Mario se pone serio y coloca la mano sobre la mejilla de Leo. Sin prisas, la acaricia de manera rítmica y suave con el pulgar.
—Porque quiero hacer las cosas bien.
—Ya hemos perdido demasiado tiempo y mira de qué nos ha servido. Lo quiero todo y lo quiero ya, no me des tiempo para pensar y arrepentirme, porque me arrepentiré de haberme arrepentido más tarde—Se pasa una mano por la frente y suelta una risilla—. Dios, qué lío, me has pegado esa manía tuya de comerte la cabeza y rallarte con cualquier cosa.
—Tranquila—responde Mario tras una carcajada—, te he entendido. Está bien, mañana empezamos. Pero no te vayas a rajar.
—Si lo intento, dame una colleja. Prometo no denunciarte por malos tratos.
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Mensaje por Plenilunio Lun Oct 13, 2008 12:00 pm

Vuelta a las reglas del resto, estas son las cinco últimas.


20. No siempre son arcoiris y mariposas
Mario vuelve de la máquina de café dándole un sorbo a uno de los dos vasitos de plástico humeantes que porta. El otro es para Leo, a quien se lo deja en el escritorio. Leo deja de teclear un momento para volver la cabeza y sonreírle. Cruzan una mirada cómplice mientras Leo recoge su bebida y se pone a removerla distraídamente.

Llevan toda la mañana con gestos parecidos y Leo prefiere no pensarlo. Prefiere no darse cuenta de lo tremendamente cursi que está desde que ayer Mario fuera a visitarla. Prefiere intentar actuar con normalidad, no se lo han hecho oficial a Molina y Rocío y es mejor no empalagarlos, bastante horripilante le parece cada vez que piensa en las tonterías de quinceañera que está haciendo.

Sin embargo, el cambio de actitud y comportamiento no les ha pasado desapercibido a ninguno de los dos. Molina y Rocío también se miran a los ojos. Rocío pone una sonrisa burlona y ve cómo Molina carraspea y se ajusta la corbata.

—Rocío, si nos traen de una puñetera vez al recambio de Corso, hazme un favor y no te enrolles con él, que bastante complejo de sujetavelas me está entrando ya.

La carcajada de Rocío no se hace esperar mientras que Mario también suelta una risilla entre avergonzada y orgullosa y Leo desea fervientemente que el suelo se hunda bajo su silla y la grieta se la trague enterita. Por suerte, aún conserva la capacidad de lanzar miradas furiosas que hacen que a Rocío se le corte la risa… durante un par de segundos antes de volver a caer en ella. Cuando ya se da por satisfecha, la pelirroja se yergue en su asiento y también carraspea con un gesto burlonamente serio y solemne.

—No, no, Molina, por favor, ¿cómo dices eso? El único hombre en la policía para mí siempre serás tú.


21. Tan frágil como la luz
Ya no son dedos, sino garras. Garras de uñas afiladas que le arrancan la ropa y arañan la piel. Garras que le dan tirones de pelo y hacen que sangre y grite aterrada. Pero sus gritos son acallados brutalmente por risotadas como truenos y golpes en la cara que logran que más sangre brote y se sienta más asustada y aturdida.

El dolor más grande de todos es el que viene ahora, el que le comienza entre las piernas y la parte de arriba abajo. Da un alarido que hace que se le inunden los ojos o quizá es al revés. El puñetazo no se hace esperar y hace que pruebe el sabor herrumbroso de su propia sangre. Quiere gritar que pare, que no le haga más daño, que ya la tiene a su merced y que no tiene que demostrarle nada a nadie, incluso que es él quien manda. Lo intenta. Con uno de los empujones que la rompen, llena los pulmones de aire. Con el siguiente, abre la boca y se dispone a soltarlo en forma de alarido.

Y Leo no consigue nada. Su garganta no logra emitir ningún sonido.

Y entonces, abre los ojos y se siente temblar bajo las sábanas. Se incorpora rápidamente, echa mano al cajón y saca el arma quitándole el seguro con rapidez. Enciende la lamparita y apunta hacia donde viene el sonido que se escucha por todo el cuarto. Es Mario, un Mario que duerme profundamente sin saber de las pesadillas de Leo y de lo cerca que ha estado esta de volarle la cabeza por error.

Con un suspiro, vuelve a ponerle el seguro a la pistola y se deja caer sobre el colchón. Se permite a sí misma gemir un par de veces y luego le sacude. Cuando ve que un par de toques no son suficientes, le zarandea con más brusquedad y exclama su nombre hasta que logra tenerle mirándola con los ojos cargados de preocupación y una lástima que a Leo le da arcadas pero que ahora mismo debe pasar por alto a la fuerza.

—Leo… ¿Qué te pasa?
—¡¿Tú qué crees?!
—Tranquila. Estás a salvo—le asegura al mismo tiempo que le acaricia las mejillas que empiezan a convertirse en el tobogán de sus lágrimas—. Ya está.
—No, no está—Cierra los ojos y solloza ruidosamente un par de veces antes de buscarle y abrazarse a él con fuerza—. No me sueltes. Por favor, no me sueltes.


22. El cielo desde aquí
Mario la aguarda con nerviosismo en la sala de espera. Hace un rato que ya terminó la jornada laboral, pero todavía va armado con su pistola en la cinturilla del pantalón y unas cuantas bolsas de la compra de la visita al súper para hacer tiempo mientras Leo terminaba su primera sesión con el psicólogo. La psicóloga en su caso.

Apenas permanece allí un par de minutos más antes de ver una puertecita lateral abrirse y escuchar una voz jovial de mujer citándola para una semana más tarde a la misma hora. Leo parece aceptar y le mira un instante antes de clavar los ojos en el suelo. Sin ganas recoge un par de bolsas del suelo, acepta la mano que Mario le tiende y se deja conducir hasta el coche.

—¿Qué tal ha ido?—pregunta Mario. Leo se encoge de hombros—¿Te ha ido bien?
—Luego.

Esa es la única palabra que pronuncia en todo el trayecto y después, mientras colocan la compra. Mario cree verla derramar un par de lágrimas en momentos puntuales, pero no está seguro del todo. Cuando terminan y la observa, no aprecia ningún rastro en la cara de Leo que se lo confirme. Únicamente se encuentra con un torbellino de sentimientos y recuerdos bulléndole en la mirada y pugnando por salir.

—¿Ahora?

Tras unos segundos pensándoselo, Leo le responde con suspiro y un ligero gesto de la cabeza. Le mira a los ojos y prueba a ponerse una sonrisa en los labios, pero su mirada cuenta otra historia. Coge la mano de Mario y le separa y examina los dedos uno por uno como si esperase hallar en ellos la respuesta. Finalmente suelta la mano de Mario y toma una decisión y una bocanada de aire para hablar.

—Vamos al salón.


23. Tú y yo, el desnudo y el corazón
Ay, ahí no, que me haces cosquillas. Un poquito más a… Justo ahí. Ahí, ahí. Mmmm… Cuidado con… Ay, la cremallera. Se atasca a veces. Sí. No, aquí no, mejor vamos ahí. Mmmm, y yo a ti. Trae, te lo pongo yo. Ven.

Esta vez no son garras, sino rápidas caricias como plumas de dedos grandes aunque ligeros y acostumbrados a buscar donde deben. Leo le sonríe y le observa sobre sí. Ha pasado tiempo hasta volver a confiar lo suficiente para tenerle encima, pero ver el espectáculo de los vaivenes y las gotas de sudor cayéndole por el pecho y notar lo que está haciendo con esa mano más abajo le indica que vale la pena. Es una tortura y la desquicia. Que no se le ocurra parar.

Suelta una risotada cuando Mario la busca a propósito y le da un par de golpecitos juguetones para que pare de hacerle cosquillas. Incluso intenta decírselo de viva voz, pero la sílaba se le corta a medias y no precisamente por un chillido, aunque en volumen se le parece bastante. No sabe qué acaba de hacerle exactamente, pero que lo repita. Y ya mismo si sabe lo que le conviene.

Siempre le ha gustado después. Justo después, cuando la busca a ciegas y la huele como para comprobar que, efectivamente, huele a él, a sudor, a feromonas, pasión, sexo y vida. Tiene el pelo chorreando de la pequeña persecución que les ha llevado por todos los rincones de la casa hasta ir a parar al sofá cuando ya no podían más. Ya era hora de hacer algo así, de que dejase de pedirle permiso hasta para la más mínima caricia. Será poco romántico, pero ella lo siente así y así se lo dice, solo espera que la entienda:
—Dios, Mario, qué ganas tenía de follar contigo.


24. Dejándote atrás
Corso baja del autobús silbando con vitalidad una canción que oyó no sabe bien dónde y se le ha quedado pegada. A la espalda carga una pesada mochila llena con algo de ropa y un par de cosillas más, lo justo para estar unos días en la capital española antes de volverse para México. Ya iba siendo hora de dejarse caer otra vez por la tierra que le vio nacer.

Echa un vistazo a una de las escasas placas con nombre de calle de una esquina y la dobla. Sí, es por aquí. Por aquí se va a la nueva casa de Mario. El que fuera su mejor amigo no respondió a su correo con fotografías, así que Corso, cansado de dejar pasar el tiempo en vano, volvió a intentar contactar con él. Así ha sabido que Mario se ha mudado a otra parte de la ciudad más cerca del trabajo. Que el muy cerdo no fuera capaz de escribirle para contárselo no tiene perdón.

Y hablando del ruin de Roma, míralo doblar él también la esquina, solo que de la otra acera. Como siempre, ahí va con su camisita y sus vaqueros. Y le acompaña una chica. Una que hace que a Corso se le congele la sonrisa, no solo por ser quien es, sino por cómo va.

Es Leo. Mario lleva a una Leo con sonrisa de oreja a oreja de la cintura. Bueno, si es que la cintura se puede distinguir. Parece que se ha tragado un balón de baloncesto, menuda panza luce debajo de ese jerseicito fino. Mario le dice algo al oído mientras Leo busca las llaves en el bolso y consigue que Leo ría con esa risita de niña pequeña que le sale a veces.

Parece contenta, feliz e ilusionada con lo que tiene. Corso agacha la cabeza y la sacude. No sabe si alegrarse por los dos o si cruzar de acera, aprovechar el factor sorpresa porque no le han visto aún y partirle la boca a Mario. No, mejor que no. No funcionaría. Seguro que Leo le defendería y lo repatriaría a México de un tripazo. Es mejor respirar hondo, darse media vuelta y volverse a la parada del bus arrastrando los pies. Total, a su padre le debe una visita de todos modos.
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Mensaje por Atiram Lun Oct 13, 2008 12:17 pm

Jo, eso no se vale. Una lee esto y claro, a ver cómo se la ocurre algo distinto Evil or Very Mad y así de bueno...

Es que me voy a repetir, pero me encanta, eres toda una artista-escritora. Sin duda alguna me encanta la historia larga, la visita de Mario a Leo, y la postal de Leo me parece de lo mejor de toda la colección de relatos, porque dice tanto en tan poco...

Molina y Rocío como secundarios son simplemente geniales, con esos puntazos que se me marcan ambos.

Y Corso... ay, a Corso que le den por una vez, no se va a salir siempre con la suya, además que fue él quien abandonó todo y a todos.


Que me ha encantado, y que la próxima vez que te vea te pediré el autógrafo a ti.


cheers cheers cheers cheers
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Mensaje por Plenilunio Lun Oct 13, 2008 1:12 pm

Embarassed Embarassed Gracias Jops, gracias, ya me has sacado los colores. Pero como se te ocurra lo del autógrafo, la colleja tipo Sole no te la quita nadie, que lo sepas. Siento no haber metido más de Molina y Rocío, pero sabes que mi corazoncito Lemans no me permitía desligar la acción de la parejita, sobre todo de Leo, que se me ganó por completo una vez le tuve tomados el pulso y la medida.

He hecho una listita con las canciones que usé y sus letras. Algunos vídeos son hechos por fans, otros grabados de la tele y cosas así, los escogí por el sonido, y de algunas canciones no he encontrado, aunque son las menos. Aquí va:
*White Flag - Dido. Vídeo. Letra.
1.Every - Marlango. Vídeo de un directo. Letra.
2.Hate me - Blue October. Vídeo. Letra.
3.Y sin embargo - Joaquín Sabina. Vídeo. Letra.
4.Dime por qué - Revólver. Letra.
5.The Great Pretender - Queen. Vídeo. Letra.
6.Te lloré un río - Maná. Vídeo. Letra.
7.Amiga mía - Alejandro Sanz. Vídeo. Letra.
8.Pisando charcos - Ana Belén. Letra.
9.1M2 solo o bien acompañado - Jarabe de Palo. Letra.
10.I'll Be There - Mariah Carey. Vídeo de un directo. Letra.
11.Everybody's Changing - Keane. Vídeo. Letra.
12.Cuidándote - Bebe. Vídeo. Letra.
13.Elephant - Damien Rice. Vídeo. Letra.
14.Carta urgente - Rosana. Vídeo. Letra.
15.Just Friends - Amy Winehouse. Vídeo. Letra.
16.(Nice to Meet you) Anyway - Gavin DeGraw. Vídeo. Letra.
17.Coconut Skins - Damien Rice. Vídeo. Letra.
18.Goodnight, Moon - Shivaree. Vídeo. Letra.
19.Tenemos que hablar - Presuntos implicados. Vídeo. Letra.
*Same Mistake - James Blunt. Vídeo. Letra.
20.She will be Loved - Maroon 5. Vídeo. Letra.
21.Descubriéndote - Rosana. Vídeo. Letra.
22.Heaven from Here - Robbie Williams. Vídeo. Letra.
23.El talismán - Rosana. Vídeo. Letra.
24.Leaving you behind - Hello Saferide. Vídeo. Letra.
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Bandera blanca (colección de historias Lemans) Empty Re: Bandera blanca (colección de historias Lemans)

Mensaje por Atiram Lun Oct 13, 2008 1:34 pm

Vaya palizón lo de la lista de canciones... hay varias que me gustan mucho, y un montón que solo conozco por ti... jajaja

Bueno, pues si eso me mandas el autógrafo por correo y me evito la colleja... Pedorreta mira que cuando seas una escritora de best seller me va a ser muy difícil contactar contigo ¡Bieen!
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Bandera blanca (colección de historias Lemans) Empty Re: Bandera blanca (colección de historias Lemans)

Mensaje por pbbes Lun Oct 13, 2008 9:38 pm

Jo pleni que bonito , y que largo por dios pense que no acababa no porque no me gustase sino porque tenia a mi perrita a lado dandome con la pata para quela ascase y yo no queria dejarlo porque estaba enganchada, menudo arañazos me ha dado la bicho, jo ya sabes lo ñoña que soy asi que iamginate que al final se me ha asomado las lagrimilla sy to, ARTISTAAAAAAAAAAAAAAA cheers

pbbes
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Bandera blanca (colección de historias Lemans) Empty Re: Bandera blanca (colección de historias Lemans)

Mensaje por Plenilunio Mar Oct 14, 2008 11:25 am

Sad Eres mala, Ruth. No sabes cómo sacarme los colores.

Gema, anda que no sacar a la perra a pasear. La pobre me va a odiar, pero bueno. Me alegro de que te haya gustado Gracias
Plenilunio
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Bandera blanca (colección de historias Lemans) Empty Re: Bandera blanca (colección de historias Lemans)

Mensaje por pbbes Miér Oct 15, 2008 12:01 am

Hombre tanto como odiar jeje, es queencima estaba haciedose pies , pero es que no podia dejar de leer, besotes y espero mas

pbbes
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Bandera blanca (colección de historias Lemans) Empty Re: Bandera blanca (colección de historias Lemans)

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