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Tiritas (LeMans)

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Mensaje por Atiram Miér Dic 09, 2009 2:12 pm

La musa es una puñetera y me ha tenido media noche en vela. Ayer, como a las 2 y pico/3 de la mañana la dio por darme codacitos para que dejase de dar vueltas en la cama y pillase el ordenador por banda. Al final sucumbí y la hice caso. Este es el resultado.
Es fácil de imaginar la escena en la que se basa el fic y como dice Plen debo ser masoca. El \"actor\" principal es Mario (como casi siempre) aunque la prota en realidad es Leo.
Espero que os guste.
Socia, como siempre, gracias Wink


Rota.
Rota como una muñequita de porcelana china. En mil pedazos, algunos tan diminutos que se confunden con motas de polvo. De ese polvo que en los días de sol se ve flotar en el aire, aunque limpies una y otra vez, abras ventanas y pases el aspirador.

Le gustaría encontrar el pegamento que la ayude a pegarla, que ayude en su empeño de recomponer esos miles de trocitos de porcelana destrozados. Quizás el Superglue pudiese servir, no hay un pegamento que pegue más que él, vaya que si pega el cabrón, si te descuidas te une los dedos y luego no hay forma de separarlos. Pero no le sirve, es demasiado agresivo, quema las superficies delicadas, y ella lo es.

Cola blanca. Sí, la cola blanca puede servir, no la dañará, es suave y se vuelve transparente, ni siquiera se notarán sus puntos de unión. Pero no, la cola blanca solo sirve para pegar materiales no demasiado duros, y ella lo es. No conoce a nadie más duro y fuerte que ella. La cola blanca tampoco le sirve.

El pegamento de barra, no, eso es lo que utilizan los niños para pegar papelitos cuando están en el cole y ella es mucho más consistente que unos simple papelitos. El pegamento caliente tampoco sirve, no quiere dañarla más de lo que está. Porque está rota, más rota de lo que él pensó que la verías jamás.

Y le jode saber que está así y que no puede hacer nada. Porque sabe lo jodida que está ella y lo jodido que está él. Y no puede hacer nada, no puede ayudarla porque no sabe cómo. Porque no es capaz de mirarla a los ojos y seguir viendo cada uno de esos mil pedazos en los que se ha convertido.

Se acuerda de aquella noche, recorrió medio Madrid buscando algo en lo que nadie más había pensado. Y se peleó con todos los farmacéuticos de la ciudad y alzó la voz y hasta pegó un puñetazo a la pared de la rabia que sentía. Pero no era lo mismo, porque consiguió la puta pastilla después de horas, porque se la llevó y ella, sin atreverse a mirarle a los ojos, avergonzada por algo que ella no había hecho, apenas fue capaz de recogerla de su mano sin volverse a romperse. Otra vez. Otra vez en mil pedazos.

Y no sabe cómo hacerlo, no sabe cómo acercarse a ella porque ella no quiere que él se acerque. Quiere estar sola, sola y rota. Y él solo quiere pegar cada trocito de ella, unirla y protegerla para que nunca nadie más la vuelva a romper. Y sabe que daría su vida por ella si eso sirviese de algo.

Cierra los ojos. El aire de la calle estaba frío, cuando ha salido de trabajar hacía frío, al respirar salía vapor y parecía que estaba fumando. Si tuviese ese mal hábito encadenaría un pitillo detrás de otro, pero no, ni siquiera fuma. Emborracharse para olvidar ha comprobado que no es buena solución. Lo reconoce, ha bebido como se juró no volverlo a hacer. Tenía 16 años y su novia acababa de dejarle. Salió con los amigos y se emborrachó. Pasó tan mala noche y una resaca tan horrible que decidió que nadie en el mundo merecería jamás que volviese a pasar algo así.

Y sin embargo hace dos noches bebió para olvidar. Bebió para perder el control, para dormir de una vez. Aunque la resaca no fue lo peor de la borrachera. Sus monstruos salieron de nuevo de debajo de la cama, qué hijos de puta, el alcohol no les asustó, allí estaban como cada noche, dispuestos a llevárselo durante unas horas. Dispuesto a hacerle sufrir un poquito más.

Y se dice a sí mismo que no, que no se arrepiente, que volvería a hacerlo. Aunque sabe que le gustaría poder hacerlo antes de que ella se rompiese. Antes de que la rompiesen en mil pedacitos de porcelana que no sabe si tienen arreglo. Aunque quiere creer que sí. Prefiere engañarse y tener la esperanza de ser capaz de recomponer ese puzle en el que ella se ha convertido.

No sabe qué pegamento va a tener que utilizar, pero se dice que lo conseguirá, aunque tenga que utilizar el pegamento más extraño que pueda encontrarse en la Tierra. El pegamento Imedio es un clásico, quizás ese sea la solución. Aunque teme que tampoco será suficiente para ella, que no será lo suficiente fuerte, ni lo suficiente suave, ni lo suficiente resistente, ni lo suficiente transparente.

Porque tiene que ser todo eso, las vergüenzas de cada uno se quedan encerradas en casa cuando uno sale a la calle. Aunque para él sea imposible no ver esa vergüenza en sus ojos cada vez que consigue que ella mire los suyos. Y no es algo que últimamente ocurra muchas veces.

Había discutido con ella, había estado borde y chulo, como si lo que ella le decía no le estuviese importando lo más mínimo. Y se arrepiente. Se arrepiente de no haberle dicho lo mucho que la quería en vez de gruñirle por su desorden, en vez de dudar de su palabra.

Fue la última vez que la vio entera. Y ahora no sabe si alguno de sus pedacitos se ha perdido por el camino. No sabe si conseguirá volver a ser la misma. Ni siquiera está seguro de que él vaya a poder ser de nuevo él.

El techo de la habitación no parece tener intención alguna de dar respuesta a sus preguntas. Lleva horas en la misma posición. Igual que ella. Ninguno de los dos se ha movido, ni se han tocado, ni siquiera se han atrevido a cambiar la cadencia de su respiración. Como si tuviesen miedo de que el otro se asustase, como si temiesen que uno solo de todos esos movimientos despertase a los monstruos de debajo de la cama.

Se gira con cuidado, con delicadeza, no quiere que ninguno de los trocitos de ella se esparzan por ahí y luego no pueda encontrarlos. No sabe si faltará alguno, pero no está dispuesto a perder ninguno más. Sabe que ella llora, que las lágrimas llevan un rato mojándola la cara, pero no se ha atrevido a mover ni un solo músculo.

Ve su espalda y se dice que en otras circunstancias se abrazaría a ella como si ese fuese el único camino para salvarse. Sabe que, en realidad, lo es, pero también sabe que esa tabla tienen tantos rotos que no podría flotar sobre ella durante mucho tiempo. Acabarían los dos hundidos. Más hundidos aún. Y entonces no habría forma de unir todas aquellas pequeñas piezas que la formaban a ella.

Toca con cuidado su brazo, con miedo a lastimarla, como si pudiese lastimarla más aún. Ella no se mueve, parece de hormigón, como si no viviese, como si no sufriese. Pero él sabe que ella está sufriendo más de lo que nadie se merece. No sabe si hacer algo más o simplemente quitar su mano del brazo de ella. Le quema su piel bajo la palma de la mano. Quisiera recorrer cada trocito de ella con su piel, como antes hacía. Pero sabe que ahora no puede, que ella está rota y se podría romper más. Y que sus trocitos tienen aristas afiladas que podrían cortarle a él. Más todavía.

No hace falta ver esas heridas para notar cómo sangran. Sangra él y sangra ella. Y no encuentra qué pegamento los puede recomponer. A los dos. Ni siquiera sabe si ella va a querer que él esté ahí a su lado, colocando con cuidado cada trocito de ella, cada pieza de ese puzle que parece imposible de completar.

La oye sollozar y no sabe qué hacer. No sabe si debe abrazarla, si decirle que todo pasó, que ahora solo puede empezar a ir bien las cosas, que ya no tiene que tener miedo, que ya está, que ya se terminó todo. Todo. Eso es lo que ha pasado, que se ha terminado todo. Todo lo que tenían, juntos y separados. Todo.

La ve girarse y se acomoda sobre su brazo derecho para poder mirarla a los ojos. En realidad él quiere mirar más allá, pero ella está tan rota que es imposible, solo puede mirar esos trocitos de ella que asoman por sus ojos marrones.

Una lágrima cae por su mejilla y estira su mano para pararla antes de que llegue hasta la almohada. Por primera vez en muchos días ella no ha retrocedido al ver su mano acercándose. Quisiera sonreír por ello, pero ni siquiera eso le sale. La sonrisa es un lujo que en esos momentos no sabe si puede permitirse, aunque sí sabe que lo quiere.

Quiere sonreír y verla sonreír a ella. Aunque sabe de sobra que estando así de rota es imposible ver sus labios curvarse para conseguir esa sonrisa de niña que ella tiene y que tanto le gusta. En realidad ella tiene una amplia gama de sonrisas. Su sonrisa limpia, abierta, que cubre poco a poco su cara mientras sus ojos se iluminan, es una de sus favoritas. Aunque siente especial predilección por esa sonrisa suya que dice que nunca ha roto un plato justo después de haberse cargado una vajilla entera. Ahora entiende por qué se enamoró de ella.

-. Shhh. Ya está, Leo. Ya se terminó. Ya ha pasado. Nadie te va a volver a hacer daño.
-. Eso no lo sabes. Además, esto no se ha terminado, Mario. No se ha terminado. ¿No lo ves? ¿No ves que esto no se va a terminar nunca?

Está rota, más rota que nunca. Pero él no va a dejarla. Él va a conseguir encontrar ese pegamento que haga que Leo vuelva a ser Leo. Y ve cómo sus lágrimas bañan su cara. Y siente cómo le quema algo por dentro. No sabe muy bien el qué. Si hubiese llegado antes. Si solo hubiese llegado cinco minutos antes ahora no tendría que estar buscando un pegamento para arreglarla. Simplemente ella no estaría rota.

Los sollozos de Leo son cada vez más fuertes y no sabe muy bien qué hacer. Quiere abrazarla pero no se atreve, sabe lo que ocurre cada vez que lo intenta, los trocitos de Leo pinchan y cortan, y él está lleno ya de heridas. No sabe si será capaz de soportar alguna más. Sin embargo esta vez las cosas son diferentes. Leo se acerca hasta él. Por primera vez en días es ella quien le busca. Le agarra con fuerza, con desesperación mientras se ahoga con su propio llanto. Como si ahogarse con el llanto de otro fuese posible.

No sabe bien qué hacer. Si dejarla que ella se aferre a él sin más o si aferrarse él también a ella y buscar los dos el camino de salir de esta. Porque sabe que saldrán. La acuna entre sus brazos, siempre con miedo de que cualquiera de sus pedazos se clave en él. Pero no le importa, se dice que no le importa.

-. Shhhh, no llores, Leo. No llores más.

Poco a poco el llanto se va acallando, su respiración se va relajando, aunque todavía parece que acaba de correr la maratón y sus ojos y su naricilla estén colorados como un tomate. Entre sollozo y sollozo Leo parece querer decirle algo, aunque la cuesta encadenar más de dos palabras seguidas.

-.Mario, yo… No, yo no… Pero… No… no te lo pedí… yo, yo no… no podría… pero, pero gracias.

Esas eran las palabras mágicas. Ahí estaba la clave. Sonríe mientras la besa en la frente. Acaba de darle la solución. Ya sabe qué pegamento tiene que usar. No, no es pegamento lo que ella necesita. Solo necesita tiritas. Tiritas que curen sus heridas poco a poco, que las tapen hasta que cicatricen. Tiritas y amor, mucho amor. Y se promete que allí estará él, curando a Leo, recomponiendo con amor cada trozo de su puzle, poniendo una tirita en cada una de sus heridas. Pinchándose y cortándose en el intento, sabiendo que no será fácil. Pero convencido de que ella volverá a ser su Leo. Y él… él volverá a ser él.


Última edición por Atiram el Miér Dic 09, 2009 2:18 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Plenilunio Miér Dic 09, 2009 2:16 pm

Cómo me gusta ser lectora de pruebas por varios motivos:
-alimenta mi obsesión por la corrección textual aunque luego llegue y me la salte como la mejor en mis escritos
-puedo hacer comentarios chorras según voy leyendo sin que nadie me dé dos leches por ello
-aporto mi visión y sugiero cosas
-soy la primera en leer cosas buenas

Ya te lo he dicho, me gusta. El rollo del pegamento del principio me hacía querer ir hasta Mario y pegarle la boca yo a él para que se estuviera calladito, pero me ha gustado mucho Very Happy
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Mensaje por Atiram Miér Dic 09, 2009 2:22 pm

Jajajajaja, juro que lo del pegamento ni yo misma sabía por dónde iba a terminar. Como dicen unos que yo me sé en cierta obra de teatro los personajes hacen lo que quieren con los autores. Y eso me pasó con Mario, me llevó por donde él quiso aunque no tenía muy claro dónde íbamos a terminar.
A mí me encanta que seas mi "lectora de pruebas" porque:
-. Arreglas mis desaguisados gramaticales y de puntuación (sí, lo sé, adoro las comas, a que no se nota? (A))
-. Aportas una visión nueva que a mí jamás se me ocurriría.
-. Eres la primera en leerlo, y como hay confianza si es una porquería sé que me lo dirás.
-. Y la mejor de todas: por los comentarios que acotan muchos de los párrafos.
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Mensaje por Vyra Dom Dic 13, 2009 1:05 am

por fin, lo prometido es deuda, y el trancazo me ha dado una tregua para estar mas de un ratito en el ordenata sin q me lloren los ojos ^^.
Ati q te voy a decir q tu no sepas.
Ha sido uno de los fics mas tiernos, de esos q cuentan mucho en muy poco tiempo, y el final q razon tiene ^^, ella no se lo pidió pero en el fondo era lo q qeria asiq (a pesar de ser Corleone) las tiritas de Mario harán milagros Pareja jejeje.
Gracias de verdad, ha sido.... precioso Beso
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Mensaje por Atiram Dom Dic 13, 2009 8:17 pm

Gracias, Carol! Embarassed Me alegro de que te haya gustado. Espero que no me haya quedado demasiado cursi... Jijiji.
¿Andas pachucha? Jops, es que por estas tierras Pucelanas ya aprieta el frío ¿eh? Mejórate!!

Un besito!!
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