Valor escarchado

La musa se puso pesada anoche y al final tuve que hacerla caso. Muy breve, los últimos instantes del triángulo.
Plen, gracias por esa manita
-----------------------------------------------------------------------------------

Como si de dos relojes sincronizados se tratase ambos se han puesto de pie tras una corta mirada. No queda tiempo para más, no pueden seguir ignorando esa voz que les pide que levanten su trasero de las sillas y corran hacia el ascensor. No se lo merece, seguramente Corso no se merezca que ellos hagan un último gesto por él y sin embargo ambos se han puesto en marcha.

La voz de ella le hace pararse antes de llegar a su destino. Leo se detiene a la vez que Mario, esperando que él les mire, que se ría y les diga que todo ha sido una broma, que no se marcha de la unidad, que no huye de España para ahogar sus penas y amarguras en tequilas mientras de fondo suena una ranchera.

Tiene grabado a fuego ese “buen trabajo, compañera” que él le ha dedicado al acabar toda la pesadilla. La deja tirada como una colilla y ella está ahí, parada sin saber muy bien qué es lo que espera, con Mario a su lado sin saber tampoco qué decir ni qué hacer. Pero agachar la cabeza no es lo suyo y saben que si no se despiden de él no se lo perdonarán nunca.

Mario parece decidido a hacer algo, aunque no ha abierto la boca desde que llegaron a la unidad. Delante tiene a su amigo, a su mejor amigo. A ese amigo que le ha hecho la mayor putada que nadie te pueda hacer, enamorarse de tu chica y quitártela poco a poco sin que tú te des cuenta. Y ahora que ya la tiene, que ya te la ha arrancado de los brazos, la deja tirada como una muñequita rota que nadie quiere.

Sabe que eso no se lo va a perdonar nunca. No va a poder olvidar que dejase tirada a Leo después de darla esperanzas e ilusión, aunque todo el mundo sepa que Corso no es de esos, que no sabe querer y que prefiere esconder la cabeza bajo el ala cuando vienen mal, o bien dadas.

Pero es su amigo, su mejor amigo, y no puede dejarle irse así. Se lo piensa unos segundos antes de dar su brazo a torcer, como siempre, siempre es él quien coge el toro por los cuernos y planta cara a las circunstancias. Porque no será el temerario ni el visceral, pero sin duda alguna es el más valiente de los tres con diferencia, con mucha diferencia.

Y ahí está, extendiendo la mano para que su amigo la tome con un gesto triste, el gesto de alguien que se sabe perdedor a pesar de haberse quedado con la prota de la peli. Corso mira a Mario con su mirada azul cielo cargada de admiración, de esa admiración que se le tiene a la gente valiente que mira a la vida de cara, sin importa qué ocurra. Porque no se lo habrá dicho nunca, pero le admira.

Un apretón de manos, no puede hacer más, aunque le gustaría decirle que le perdona, que olvide todo y se quede con ellos. Pero no puede, por más que le gustaría no puede. Porque no es capaz de perdonarle según qué cosas y porque sabe que tenerle a su lado, en estos momentos, solo agrandaría la herida que siente que tiene abierta en el centro de su pecho.

Porque él es su mejor amigo, pero ella es su vida entera.

Ella, que se abalanza sobre él para abrazarle y darle un beso en la mejilla. Un beso que le sabe a poco, porque lo que realmente quiere es capturar sus labios entre los de ella para siempre y decirle ese “te quiero” que se muere en su garganta por miedo a ser escuchado.

Porque en casos como este la valentía se les presupone, aunque no sean capaces de decir aquellas palabras que pueden cambiar la situación. Porque son iguales, demasiado iguales. Orgullosos, cabezotas, idiotas. Igual de idiotas los dos, tan idiotas como para dejar escapar el amor que por fin parecían empezar a reconocer. Aunque fuese a escondidas, solo en la intimidad de una cama sin más testigos que las sábanas que cubren un par de cuerpos desnudos.

Corso abraza a Leo contra él mientras mira fijamente a su amigo. Una mirada que envía un mensaje breve y conciso: “cuídala”. Cuídala porque yo no soy capaz, porque no sé, porque no me atrevo. Porque ella estará mejor sin mí, porque tú sabrás lo que ella necesita y tratarla como se merece. Aunque seas un pringao, un idiota enamorado.

Y al cerrar las puertas del ascensor todo habrá acabado. Y las cosas nunca más volverán a ser iguales. Y dejarán de ser tres para ser dos y uno, o tres unidades solitarias sin más puntos en común que un pasado que ahora parece lejano y que les unirá para siempre.

Porque él se marchará, seguramente para siempre, y ellos se quedarán esperando sin saber muy bien qué mientras la vida pasa. Cuidando de ella aunque le duela porque, a diferencia de Corso, si a ella le pasa algo él, sencillamente, se muere.

PRECIOSA! me has dejado sin palabras Ati. es lo único q puedo decir. era capaz de ver ese momento con tu relato. Fantástico

Ya te lo he dicho cuando me la has enseñado antes, pero me encanta la historia. Muy bueno el reflejo de los pensamientos de los personajes

Gracias chicas.

Vyra, me alegro de que te haya gustado. El final de la serie no me gustó y siempre quise escribir algo sobre ese momento, aunque en este caso no haya cambiado nada, solo he intentado verlo desde los 3 puntos de vista.

Plen, jo, que tú, precisamente tú, me digas eso... ¡gracias!