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Sueños, cama y macarrones (Amar en tiempos revueltos)

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Mensaje por Plenilunio Miér Dic 09, 2009 8:33 pm

El fic este me ha costado sudar tinta. Ya lo he dicho más veces, no veo la serie, no la sigo, pero me hablaron del momento en que la caracandao de Rosita manda al cuerno al pringao de Mauricio diciéndole que mejor amigos. Me dije que eso no podía ser y partí de un supuesto: ¿y si Rosa también está enamorada? De ahí el fic. Seguro que no he sabido retratar a ninguno de los dos personajes, tengo referencias mínimas, pero tenía que escribirlo o no me iba a dejar en paz. Espero que os guste y ofrezco un Sugus al que acierte de dónde sale el título (sin buscarlo, obviamente).


Sueños, cama y macarrones
Como siga doblando y desdoblando la carta voy a terminar por romperla de aquí a nada. Míralo, ya se está desgastando por los dobleces para que entrara en el sobre. Debería dejarla como está, dobladita, llevármela a la pensión y que se quede allí. Si me la quitaran… Uf, si me la quitaran, pobre del ladrón, ese no sabe quién soy yo. Aun así, no debería arriesgarme, debería guardarla para que no se me pierda, pero no puedo.

Solo una mirada más, una miradita. Me encanta su letra, es de persona que ha escrito mucho, de persona que sabe, que ha leído y estudiado. Es médico, nada menos que un doctor. Yo no soy más que una mujerzuela, seguro que si no fuese tan buenazo se habría muerto de la risa al ver la cartucha que le escribí para devolverle el dinero. Estaría llena de cosas mal escritas y, aunque hubiera estado perfecta, tengo letruja, se nota que poco más y no sé ni escribir mi nombre. Estar leyendo obras y aprendiendo ayuda mucho, pero sigo siendo una paleta, una de estas que no sabe leer ni escribir.

…el altar. Uf. Cada vez que me acuerdo de esas dos palabras —porque me acuerdo, ya me he aprendido la carta, el teatro va bien para la memoria—, me entra una cosa más rara en el estómago. Yo en el altar. Con Mauricio. Es que no puede ser. No puedo ser la señora del doctor Salcedo, no soy como esa cursilona pavisosa a la que me encantó espantar de su lado. A mí no me han criado para ser una cosa bonita, una señoritinga de esas que tienen tiempo para reírse e ir de compras a sitios caros porque tienen quien les haga las cosas de la casa. Yo no valgo para eso. Bueno, ni valgo ni quiero valer.

Decía que no le importaba, que le parecía bien que quisiera dedicarme al teatro. Y voy yo y me lo creo. El teatro es para perdidas, ningún hombre respetable querría ver cómo su mujer se sube al escenario y se revuelca con otro, porque por muy decente que sea la obra, las hay de amor y de besos, de pasiones. Seguro que el buen doctor Salcedo se volvería loco si viera que su esposa, Mónica Cortés, se deja magrear por otro ante un montón de espectadores. No lo consentiría, ni él ni ninguno que quiera una esposa de estas como Dios manda.

Es que no estamos hechos el uno para el otro, ni nacimos para amarnos ni nada que se le parezca. Él quiere, o debería querer, una buena esposa. Yo quiero ser una actriz de talento, como Estela del Val, pero sin ser una amargada. Quiero triunfar en el teatro, que todos conozcan mi nombre, que me pidan autógrafos, que aplaudan como locos cuando me vean salir al escenario y que se me rifen para protagonizar obras. Eso quiero yo, nadie que se me intente interponer en el camino puede quedarse cerca de mí. Y Mauricio quiere interponerse, vaya si quiere. Como que, por mucho que diga lo contrario, me quiere alejar de todo eso.

No pienso dejar que me coma el terreno, aunque en parte ya lo ha hecho y yo le he dejado. Pero es, no sé, un caballero. Es difícil decirle que no, parece que un hombre tan bueno como él no se merece que le rechacen. Sé lo mucho que estoy en deuda con él, pero no puedo pagarle como a él le gustaría. Él quiere algo de mí que no sé darle. Podría darle algo parecido, algo falso, de teatro, pero eso sería cosa de Mónica Cortés, no mía. Soy actriz muchas horas a lo largo del día, dentro y fuera del escenario, no quiero tener que serlo también con él delante.

No sé cómo ha podido ver algo en mí, no soy para nada la clase de chica que le debería gustar. Soy una mujerzuela, una fresca, una chica poco decente. No podría ir de blanco a la iglesia a casarme, eso ya lo sabe él desde antes de saber siquiera cómo me llamaba. Me ayudó después de haber abortado, se peleó por mí a sabiendas de que podía acabar en la cárcel. Después de lo de la otra noche sé, además, que sé muchísimo más de esas cosas íntimas que él, por mucho que Mauricio haya estudiado en la universidad y yo casi tenga que firmar con una X.

Pero es que él no lo entiende ni tira la toalla. No sé yo si no habrá hablado con Diana a mis espaldas, porque no creo que la bruja de su madre le haya animado a seguir dale que dale. El caso es que está aquí otra vez, rondando por el café del teatro a ver si hoy hay suerte. Yo ya no sé cómo evitarle, no quiero ser brusca ni maleducada con alguien que es tan bueno conmigo. Tal vez viene a intentar mentirnos a los dos diciendo que se conforma con mi amistad, quizá, pero no nos lo creeríamos ninguno, por eso me niego a escucharle. Me gustaría de verdad intentarlo, pero solo si supiera que es lo que él quiere.

Hago como que no le he visto y me voy a la barra, entre dos taburetes ya ocupados para que no se me ponga cerca. Es una chifladura, pero le evito desde el día de la cartita maldita. No quiero estropear más las cosas de lo que él lo hizo con este papelajo que ya me tengo bien aprendido. Podríamos haber sido tan amigos. Podríamos serlo ahora, pero sería de mentira. Además, que una chica como yo es mejor que no sea amiga de un doctor con tanto futuro por delante. Él es un hombre honrado, digno, que le vean con una farandulera no está bien por mucho que la farandulera sea nada menos que la Chica Rivas.

Seguro que habrá quien piense que para conseguir que me paguen por este trabajo ya he pagado yo antes y más. Mira, eso no, de eso estoy bien orgullosa y se lo diría a Mauricio y a cualquiera que quisiese escucharme: seré muchas cosas, pero soy honrada. Es el hambre el que me ha empujado a hacer cosas asquerosas, nada más. La dignidad sale cara, no me la he podido permitir más que de a poquitos. Por eso la señora de Salcedo no puede ser alguien como yo.

Soseras, que eres un soseras. Vete de aquí y deja de ponerme esa cara de perrillo apaleado. No podemos estar juntos, ¿no lo ves? Tú me quieres a mí y yo quiero ser actriz. Sé que podría usarte, que podría aprovecharme de ti ahora que, si no fuera por la campaña de los Almacenes Rivas, estaría de esto que me tiro de una oreja y no llego a la otra. Pero no quiero, ya te hice daño una vez, ya te robé la cartera y no estoy orgullosa. No voy a ser tu mantenida, mucho menos tu mujer. Ni hablar del peluquín, no pienso dejar el teatro por ti, doctor Salcedo.

Ay, Mauricio, qué voy a hacer contigo. Me sigues poniendo esa carita que ya se me hace hasta incómodo venir aquí antes de las funciones. Entre tú y Estela me vais a espantar. No es que sea la clienta del mes, pero al menos hago gasto y me tocará buscar otro lugar donde hacerlo. Al menos espero que fíen, aunque ahora mismo ya no estoy tan sin blanca, pero el camino a las estrellas no es fácil y no voy a dejar que me lo allanes. Podría, pero no quiero. Soy pobre, pero honrada, aunque también soy una fresca, una libertina. No te convengo.

Tú a quien necesitas es a una mujercita de su casa como la sonsa de Cayetana. La ñoña esa sí que te habría venido bien, pero me caía fatal y me enfadaba mucho verla tratándote como si fueras su trofeo. Por eso la eché, porque es una señoritinga. Si encontrases a una así, solo que de estas que no mira a los demás por encima del hombro solo porque no somos tan perfectos como ella, te dejaría marchar. Es más, hasta te tiraría arroz en la iglesia si tú quisieras invitarme, que ya sé yo que no. Solo me invitarías si fuera tu amiga. Y yo no soy tu amiga. Ni siquiera quiero serlo.

La verdad es que me siento mal no haciéndote ni caso. Ahora mismo estoy siendo la peor de las actrices, porque se me nota un montón que yo también te espío a ti. Ni siquiera cuando un par de chicas me vienen a que les firme el anuncio del periódico consigo dejar de mirarte mientras me miras. Me gustaría poder atreverme, acercarme hasta ti, soltarte cuatro frescas y que te marchases. Pero a la vez sería horrible. Es difícil de explicar, al menos con las palabras que sé, que son pocas y vulgares, pero me sienta bien verte. Sé que si vengo hasta aquí y estás tú, todo irá bien ese día. Me gusta que vengas, es así en el fondo. Creo que estoy un poco loca, otro motivo por el que no te conviene estar conmigo.

Vaya, si antes me da por acordarme de la cursi asquerosa esa que siempre va por el mundo como si los demás nos hubiésemos tirado un pedo, antes aparece. Va derechita a ti, no te has dado cuenta porque estás venga a mirarme. Por la cara que lleva, sabía dónde ibas a estar y no tiene ninguna pinta de ir a hacerse la encontradiza. Como se te ponga a reprochar algo, voy y le pego. Sería un bonito titular: La Chica Rivas abofetea a una tiparraca gazmoña. Al menos me haría ganar fama de mujer con carácter y espantaría a los moscardones.

Me voy a portar bien. O al menos a intentarlo. Sorbo mi poquito de café y trato de calmarme un poco. Es tu vida, no la mía. Es una señoritinga estúpida, pero sería una gran madre para tus hijos y una esposa amantísima para ti. Te esperaría en casa todas las tardes con el periódico, las zapatillas y la copita de coñac. Yo no podría darte nada de eso, no soy de esa clase de mujeres, ni siquiera sé ya si podría tener hijos en caso de querer tenerlos. Sería una esposa horrible, de zurcir y cocinar sé lo básico para no morirme, pero nunca hice mucho caso cuando intentaron enseñarme a ser una mujer de mi casa. Yo quería ser actriz, las actrices no cosen. Las actrices no se casan a menos que sea con faranduleros tan perdidos como ellas.

Lo siento, es que lo de portarme bien nunca fue lo mío. Sé que te conviene ella y no yo, que era tu prometida hasta que lo tiré todo por la borda a propósito, que debería dejar que intente recuperarte porque se le pasa el arroz y se quedará para vestir santos. Sé todo eso, pero no puedo quedarme aquí como si nada. Es verla dándote dos besos y me hierve la sangre, ya ves. Así que me levanto y no le pego como me gustaría, aunque sí la aparto con mi cuerpo, sin tocarla porque, como la toque, va a ser con el puño cerrado, que eso sí lo aprendí muy bien de mis hermanos.

—¿Dónde vas, fresca? ¡Apártate de mi prometido, garduña!
—¿De tu…—Me cruzo de brazos mientras veo cómo parece que a los dos se os van a salir los ojos de tanto abrirlos. Su sorpresa dura un segundo, lo que tarda en ponerse altiva como siempre—Bueno, ya veo, aquí sobro.
—Hace tiempo ya. Aire.

Qué cosa, qué sustos te doy. ¿Ves lo poquito que te convengo? Cabezón, mira que enamorarte de mí, zote, adoquín. Ya es tarde, vas a tener que fastidiarte el resto de tu vida y protestar cuando no sepa apañarte el tomate de los calcetines, llegue tarde de trabajar o bese a otro encima del escenario. Haberte fijado en otra, bobo, que eres un bobo. Aparto la silla para sentarme y ya vas tú a arrimármela otra vez en cuanto me he puesto cómoda. Si es que eres un caballero. Un caballero tontorrón. Me encanta que lo seas.

—Rosa…—Suelto una risilla y bajo la vista. Qué gracioso estás—Pensaba que…
—Ese es tu problema, Mauricio, que piensas demasiado. Siempre estás pensando y eso no puede ser.
—Pero…—Acerco tu cara a la mía y te pongo la mano en la mejilla.
—No—Te cruzo el dedo por encima de los labios—No. No pienses. A callar.

No lo haces mal. Para haber besado solamente a la sosa esa, porque no creo que tuvieras a otras antes, se te da bastante bien, ya me di cuenta el otro día. Eres más delicado que Pepe, menos sobón, como si pensases que me voy a romper o me vas a incomodar. Me encantó que fueras tan cuidadoso conmigo, casi como si te diera vergüenza hacerme lo que me estabas haciendo. Ay, mi tontaina, que me besa siempre con tanto amor.

—Todavía tengo tu carta—Te digo después del beso. La saco del bolso y te la enseño—. Me la sé ya de memoria de tanto leerla. Era muy bonita.
—Gracias… Te, ehh... ¿Te gustaría que fuéramos a otro lado… tú y yo?
—¿A la pensión?—Qué carita, parece un hierro de marcar ganado. Trato de aguantarme, pero me sale una risotada.
—No, hombre, era broma. ¿Adónde quieres llevarme?

Sonríes y me buscas la mano. Parece que te da vergüenza, que no sabes si está bien hacerlo. Engancho bien mis dedos a los tuyos, se te tensan un momento, pero luego se aflojan, se ponen cómodos, como tú. Viendo cómo me miras, sé que tienes ganas de darme otro beso, pero no te atreves porque eres un pasmado y porque sigues teniendo miedo a espantarme. Ya te cambiaré, verás cómo tú también tienes fuego que te corre por dentro. Solo me hace falta un atizador y las llamas arderán altas.

—Pues… ¿Has probado la comida francesa?—Me muerdo el labio y bajo los ojos. La única comida que conozco se explica con dos palabras: humilde y escasa.
—Solo la tortilla—Me sonríes con cariño y se me quita un poco la sensación de que acabo de decir una tontería, pero me hace ver lo bruta que soy, lo lejos que está tu mundo del mío.
—Conozco un restaurante francés muy bueno, lo abrieron hace poco.
—Pero… Mauricio, no me van a dejar entrar así.
—¿Por qué no?—Me miras de arriba abajo y te pones en pie para tenderme el brazo como un caballero—Vas perfecta. Además, eres la Chica Rivas. ¿Vamos?
—Ya… Mauricio, de eso de ser la Chica Rivas quería yo hablarte…—Te inclinas para escucharme. Mejor, así puedo hablarte en voz baja—Es que, verás… Ya te lo dije cuando me enseñaste la carta, yo no quiero dejar el teatro. Quiero seguir actuando, no voy a tirar todos los esfuerzos a la basura solo por estar contigo.
—No te preocupes por eso, Rosa—Me das un besito en la frente, casi como si fuera una niña—. Tú estás conmigo, Mónica Cortés puede seguir haciendo lo que le venga en gana.
—¿Está muy lejos ese restaurante o tenemos que ir en tranvía?
—Está poco retirado, pero llamamos un taxi y ya está.

Un taxi. Nunca jamás he montado en uno. Creo que me lo ves en los ojos en cuanto dices la palabra. Quieres convertirme en una señoritinga, pero te equivocas si piensas que con taxis y comida francesa me vas a volver una cursilona de esas a las que aplaude la Sección Femenina. Yo encajo más en el grupo de contraejemplos, de ejemplos malos de lo que no se debe hacer, como cuando el cura te hablaba de esos pecadores a los que les pasaban cosas horribles por llevar una mala vida como la que yo llevo.

Me acaricias el pelo y me das un beso en la mejilla. Parece que te quedas con ganas de besarme otra vez en los labios, pero sigue dándote reparo intentarlo. En vez de eso, me pones las manos en los hombros primero y luego las pasas a mi espalda para darme un abrazo. Me recuerda a los del otro día en la pensión, después de lo que pasó. Me gustó tanto estar entre tus brazos. Más que ahora, de hecho, porque entonces no había nada que se me estuviera clavando en el pecho. Lo palpo y me parece una caja, una cajita pequeña en el bolsillo de tu chaqueta. Sonríes y me apartas la mano. Vaya, el buen doctor Salcedo se nos pone misterioso.

—¿Qué es? ¿Qué llevas ahí dentro?
—A los postres te lo enseño.
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Sueños, cama y macarrones (Amar en tiempos revueltos) Empty Re: Sueños, cama y macarrones (Amar en tiempos revueltos)

Mensaje por Atiram Miér Dic 09, 2009 8:37 pm

Esta Rosita es igual de tontita que una Leonor que yo conozco... Y pobre Mauricio Aimé Salcedo de todos los santos, no creo que estar con Rosa sea todo lo fácil que él está pensando. Pero bueno, por lo menos la pavita está ha abierto los ojos y se ha decidido a hacer algo. Ahora solo queda que no la líe cuando lleguen los postres, porque yo creo que la va a dar un chungo malo. Menos mal que tiene cerca al doctor...
Me ha gustado mucho. Aunque se me hace raro leer a Rosa... supongo que será por la falta de costumbre.

Un besito, socia!
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