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Maybe this time [Misántropo - Celimena/Alcestes]

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Mensaje por Plenilunio Mar Sep 16, 2014 12:30 am

Esta sección del foro llevaba aproximadamente la torta sin recibir contenidos, así que, ¿por qué no? Ya, ya sé, tener los santos ovarios como para atreverme con Mr. del Arco es como para que me den una patada en el cielo de la boca, pero esto no lo va a leer nadie de todas maneras y tenía que soltarlo. Surgió antes del verano cuando quedé con mi socia y se me ocurrió una pregunta muy tonta: "¿Qué pasaría si Celimena renace de sus cenizas tan tiznada que se vuelve oscura?". Lo escribí, me olvidé por completo y hoy me ha dado por releerlo y cambiar un par de palabras antes de subirlo. Son cuatro miniescenas y el título no es un capricho, sino un guiño. Hay más por ahí, minipunto a quien los pille todos.


1.
Sacó la tarjeta y fue distribuyendo el montoncillo de polvo blanco en distintas líneas. Ahora que nadie la veía debía aprovechar, en público no era esa la imagen que debía transmitir. Las niñas buenas y escarmentadas no hacían según qué cosas. La pobrecita Celimena, la joven, estúpida y mal aconsejada Celimena, había aprendido la lección y ahora rebosaba sensatez con un leve barniz aún de candor por los cuatro costados. Esa era la versión oficial.

Remontar el vuelo había resultado complicado. Demasiados enemigos, demasiados aliados que le habían jurado fidelidad un instante para volverle la espalda al siguiente… Voces, rumores, habladurías contra ella. Cuchicheos y risitas tras cada esquina. Dedos acusadores señalándola como si fuese la proverbial manzana podrida. Como si ellos no fueran tanto o más culpables de sus mismos pecados. Cómo había dolido al principio, hasta que había aprendido a sacar petróleo de sus heridas abiertas.

Esnifó la primera raya y de inmediato creyó notar sus efectos. Su camello era mejor que el de Arsinoé, en eso también la superaba. Seguro que ese viejo búho amargado todavía se preguntaba quién le había levantado el paquetito que tan celosamente guardaba en su bolso de mano. Tanto echarle en cara sus defectos y resultaba que Arsinoé no conocía los suyos ni sabía medir sus fuerzas. En lugar de resistirse y plantarle cara, Celimena se dejó hacer; había comprendido que Bambi despertaba más simpatías que la madrastra de Blancanieves. Pronto, los mismos que tanto se habían mofado de ella cargaban contra su rival. Qué malvada era, ¿cómo podía ensañarse de una manera tan cruel? Con lo feo que estaba hacer leña del árbol caído.

Parafraseando al poeta, se dijo tras el segundo tiro entrándole por la nariz, había sido como el árbol talado que retoña. Sus nuevos pasos habían sido más sólidos que durante el primer ascenso. Utilizaba el físico, sí, pero no subía peldaño a peldaño con las rodillas. La adulación nunca faltaba en sus comunicaciones, igual que los chascarrillos. Nos obstante, se aseguraba de parecer intachable hasta la náusea. Antes era joven y boba, se había dejado cegar por los flashes y los cantos de sirena, pero ahora era nueva, renacida. Pura. Casi le daba la risa solo de pensarlo.

Revisó el teléfono. Bendita configuración que ocultaba su último momento de conexión, no estaba de humor para dorarle la píldora a Oronte, aunque sus flirteos intermitentes le habían sido de utilidad. Era tan divertido verle cargar contra el machismo ante las cámaras, con qué indignación y vehemencia defendía que esas palabras venenosas de su rival contra Celimena le avergonzaban. Se había ganado una recompensa en carnes en un lugar sin cámaras. Sin palabras, sin promesas. Eso era todo.

Sin embargo, no era justo tacharla de egoísta ni de trepa sin sentimientos. Celimena sabía ser generosa. Escalar clavándole las uñas a lo que encontrase había sido una tarea ardua y, al alcanzar la cúspide, había sabido recompensar a los poquísimos que le habían tendido un cabo por misericordia o como apuesta personal. Que se lo dijesen a Filinto, que acababa de estrenar yate gracias a ella. Por mucho que fuera tan putero y tan ruin como el resto, él y su esposa todavía conservaban algo de integridad bajo capas enquistadas de cinismo. Quizá por eso antes sentían esa predilección mal disimulada por Alcestes.

Alcestes. Al pensar su nombre casi se le indigestó la cocaína, si es que eso era posible. Llevaba tiempo sin envenenarle los sueños, volviendo a tirar de literatura. Por algún extraño resorte nostálgico que no le convenía pero no lograba desterrar, había sido incapaz de romper sus fotos, de tirar sus presentes y de forzarse a olvidar sus recuerdos. Era un amargado, un Quijote celoso que se negaba a bajar de su rocín extenuado. Cuánta razón había en sus palabras y sus actos. Cuánta insensatez.

Si esa bobada que daba para engendrar tantas canciones y películas vomitivas existía de verdad, podría considerarse que estaba enamorada de él incluso ahora. Había seguido el desenlace de su juicio, sabía lo de esa sanción económica a la que le habían condenado y por la cual se había visto abocado a malvender algunas de sus posesiones. Jamás se lo desvelaría, pero el movimiento de cuentas que había logrado que a Alcestes le lloviese dinero del cielo había partido de ella. Y dado que en aquel momento ella no era más que una sombra maltrecha, nadie sospechaba de Celimena. Una vez más, eran todos tan listos que eran tontos. Como ella si se volvía confiar. Por eso siempre mantenía los ojos y los oídos abiertos.

Sacó su polvera especial para guardar la parte de sus materiales de fiesta que le habían quedado mientras silbaba la última tonada vomitiva de Oronte. Por muy pegadizo que fuese aquel bodrio, se estamparía en las listas igual que su “Aquí y ahora”. El ego le nublaba la realidad, no tenía voz para cantar baladas a octogenarias mojabragas y para las adolescentes llegaba unas cuantas décadas tarde. De todas formas, sería divertido verle continuar intentándolo y animarle cuando le confesase en los ratos de desnudez post-coital que no comprendía qué fallaba.

Pensar en ese arrogante la asqueaba, no perdonaba que él hubiera salido reforzado de la divulgación de aquel vídeo. Se apoyaría en su ego y sus recursos cuanto necesitara y después no miraría atrás. Comprobó que había vuelto a escribir, puso cara de náusea y decidió contrarrestar aquel estímulo tan desagradable mirando una de esas imágenes de Alcestes que todavía conservaba en el móvil. De alguna manera, sus ojos oscuros le traerían paz. Su malogrado ex sería su talismán aquella noche, lo presentía.
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Mensaje por Plenilunio Mar Sep 16, 2014 12:32 am

2.
“El espabilao del urbanícola no es más gilipollas porque no entrena, ¿quién se habrá creído que es?”. Así, textualmente. Para su desgracia, echarle en cara a aquel provinciano que no sabría leer un mapa de la red de metro ni aunque quisiera ir de Ópera a Príncipe Pío sería rebajarse a su nivel. Convenía no prestarle atención, fingir que no había notado que una vez más era el blanco de las críticas malintencionadas, las miradas de soslayo y las intrigas. Todo esto en un núcleo rural disperso de veinticinco habitantes. Ni siquiera en reductos tan pequeños la sociedad tenía salvación posible.

Había tratado de mantenerse al margen por todos los medios. Era un hombre libre, autosuficiente. Era un misántropo empedernido, no toleraría la hipocresía ni la maledicencia gratuita disfrazada de halagos venenosos. Por eso al principio se había llevado tan bien con don Bernardino, porque era un espíritu tan puro que despellejaba a todo el mundo por igual y no se cortaba a la hora de repartir garrotazos amparado en su avanzada edad y su delicado estado de salud. Una lástima lo de su trombosis, ahora sus herederos amenazaban con destrozar la paz de pueblo reconvirtiendo la casa en un alojamiento para turistas en busca de algo auténtico. Los ganaderos ya se relamían de gusto pensando en cobrarles por hacer que ordeñaran a sus cabras.

Miró por la ventana y se encendió un cigarrillo. Lo había intentado con todas sus fuerzas, se había esforzado por no necesitar a nadie. ¿De verdad era obligatorio conversar a diario? ¿Con qué fin, si no tenía nada que contar? Hablar sobre el tiempo cuando estaba claro que a tu interlocutor le apetecería cualquier cosa antes que soportarte era una pérdida de tiempo fútil, un pasatiempo vano. No se había alejado de casi toda la civilización para eso, pero sin momentos robados como aquel el día se le hacía eterno, vacío.

Darle la razón a Filinto quizá sería lo más sensato, pero el buen juicio, nunca mejor dicho, no era su especialidad. Prefería ser sincero, que le conociesen y admiraran por su honestidad, porque él jamás mentiría. En una sociedad podrida en que la sinceridad tanto escaseaba, sus cualidades deberían ser apreciadas en lugar de vilipendiadas. Sin embargo, para su desgracia nadie agradecía tanta franqueza. Todos veían con mejores ojos la mentira descarada de los aduladores. Aquel no era modo de vivir. Debía haber otro camino al margen de las tramposas convenciones sociales. Por eso se había marchado y se negaba a claudicar y aceptar que tal vez su ideal no fuese más que un espejismo.

No, era imposible. No podía haberse equivocado de semejante modo. Precisamente porque veía sus fallos, él conocía la naturaleza humana mejor que ningún otro. La distancia le cegaba, la añoranza y la soledad le aguijoneaban, pero pronto recuperaría la clarividencia y lograría volver a comprender cómo funcionaban los engranajes de esa trituradora de sinceridad que había desdeñado.

Tomó el mando a distancia como un autómata y se sentó ante su fiel compañera. La caja tonta jamás le defraudaba y era una fuente de diversión y desaprobación perpetua. Sin encontrarse a gusto con la programación ni consigo mismo, fue saltando de canal en canal. Qué aburrido. La vida no era eso, sino lo que había atisbado entre los brazos de esa cuyo nombre llevaba grabado a fuego aunque se hubiera prohibido incluso pensarlo. Esa que ahora mismo colmaba la pantalla con su presencia.

Celimena sonreía con la falsedad de antaño, esa que reservaba para otros, nunca para él. Ella también se había llevado un varapalo tremendo en aquel nido de víboras mal llamado fiesta. Empero, aquella mujer casquivana de risa despreocupada con la frase perfecta siempre en la boca estaba mucho mejor preparada que él para lidiar las batallas que le planteaban sus congéneres humanos. No había más que verla, el mazazo la había reforzado. Observándola hablar con naturalidad como si no hubiese un millón de cámaras apuntándole a la cara ni todos estuvieran pendientes de ella, Alcestes sintió la misma fascinación del primer día.

La amaba. Todavía la amaba.

Ser consciente le dolió como un zarpazo, como si aquellas uñas de manicura francesa perfecta pudieran colarse a través de la pantalla y alcanzarle. No era lo único francés que se le daba bien a Celimena. Al recordarlo con amargura, se llamó pueril y mezquino. No tenía sentido continuar mortificándose. Su estrella estaba extinta, la de Celimena brillaba con intensidad en lo alto del firmamento. La elogiaban por su fortaleza, por su capacidad de reinventarse y mil cursilerías más que olvidarían si volvía a dar medio paso en falso. Y ella se prestaba a ese cruel juego; es más, vivía para él. Pero no era feliz, no podía serlo.

Sin pretenderlo, se quedó con los nombres, los lugares y las fechas. La agenda de Celimena y los suyos ardía con tanta cita. Nada le apetecía más que presentarse en una, raptarla y entonces, quién sabe. O quizá se humillaría y admitiría el error que cometía ese corazón estúpido que tenía y que se resistía a desterrarla. La dignidad era un pasatiempo caro que solo le había reportado ruina e infelicidad. Puede que no fuera tal, sino simple altivez, no le quedaba claro ni era el más indicado para diferenciarlo. Lo que sí sabía, lo que le dictaba su instinto, era que hiciese las maletas de inmediato y saliese a buscarla. Y eso hizo.
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Mensaje por Plenilunio Mar Sep 16, 2014 12:33 am

3.
Pobrecito Oronte, desterrado de la fiesta en que iba a ser la estrella por un injusto malentendido. Con un mohín, Celimena le respondió ofreciéndole todo su apoyo y pidió al chófer que no parase en su casa. Parecía que el sentido común se había impuesto y que su plan estaba saliendo incluso mejor de lo que esperaba al ponerlo en marcha. Era una de las protegidas de Oronte, quien tan bondadoso se había mostrado ofreciéndole su ayuda y su bragueta abierta cuando en realidad ya estaba todo hecho y no tenía más que atribuirse el mérito de su renacer social. Qué bueno era con ella, tanto que había despertado la sempiterna envidia de Arsinoé, la cual, para colmo de maldades torticeras, había maniobrado para hacer creer al mundo que el auténtico responsable era Timanto, ¿acaso se podía ser más rastrero?

Se revisó por última vez en el espejito y le gustó lo que vio. Las preocupaciones eran absurdas, la noche saldría a pedir de boca. Por mucho que la ausencia de Oronte supusiera una pesadilla organizativa que recaería por completo sobre sus hombros, Celimena ya tenía pensada la solución. Cualquiera diría que se lo estaba esperando, aunque cargaría sin piedad contra el primero que lo sugiriese. Nadie debía incluirla en aquella conspiración ni aun bromeando. Después de todo, podría decirse que ella era una de las perjudicadas en el presente inmediato. A la larga, sin embargo, no dudaba que todos comentarían cómo a la pobrecita Celimena le había podido ese poquito de inocencia que todavía conservaba y se había dejado llevar por alguien tan malvado y retorcido como Oronte. A Arsinoé ya le daría la puntilla más adelante, cuando dejase de serle útil como chivo expiatorio.

Un frenazo brusco la hizo botar en su asiento cuando giraban para enfilar la calle que les conducía al aparcamiento del pabellón. Ahogó un grito, escuchó una maldición y los bocinazos del chófer y se sobresaltó todavía más cuando trataron de abrir su puerta. Al reconocer aquellas gafas, la barba descuidada y el corte de pelo, el corazón le dio un vuelco. Había cosas que nunca cambiaban. Decían que algunas personas tampoco. Estaba a punto de comprobarlo. Pidió al conductor que aguardase, abrió e instó a Alcestes a entrar. No pensaba montar ni un espectáculo ni un atasco a la entrada de la fiesta.

—Alcestes—le saludó tratando de no sonar ni tan ilusionada ni tan inquieta como se sentía. No debería provocarle emociones tan fuertes y, para su desgracia, cuanto más que luchaba contra ellas, más la invadían.
—Celimena—replicó casi sin aliento, se ajustó las gafas y tuvo la decencia de no intentar besarla. Después de tanto tiempo sin saber el uno del otro habría estado fuera de lugar—. He venido a buscarte.
—No pienso irme contigo. ¿A qué, a criar cabras? ¿A que me encierres en una cueva y me prives hasta de oxígeno para demostrarme tu amor, pues con eso debería bastarme?
—No, nada de eso—murmuró con un arrepentimiento que ella no comprendía—. He venido yo a buscarte a ti. Soy yo quien se mueve. No hace falta que tú hagas nada salvo aceptarme de nuevo en tu vida, aunque comprendo que sería demasiado egoísta por mi parte pedirte que lo hicieras.

Si Arsinoé hubiera aparecido de un color distinto al negro y hubiese admitido sin ambages que era una arpía de mal agüero que la odiaba, no se habría sorprendido más. Alcestes, el crítico feroz que había desertado de una sociedad hipócrita y moralmente podrida que detestaba, había regresado y pretendía reconquistarla.

—Tengo mucho trabajo que hacer esta noche, igual que la última vez que nos vimos—Trató de meter baza, pero Celimena no permitiría que la malinterpretara y prosiguió—. No hablo de esa clase de trabajo, eso se acabó. Pero sí es cierto que soy importante, más ahora que antes. Me necesitan ahí dentro, es mi sitio. ¿Recuerdas que te dije que quería ascender? Estoy en ello y no voy a cometer los mismos errores que en el pasado.
—Vaya, resulta halagador que me premies con tu franqueza y me digas tan claramente qué es lo que signifiqué para ti. Si alguien te tacha de insincera alguna vez, se lo haré saber.
—Tú fuiste un acierto—terció con una sombra de melancolía traicionándole en la voz y la mirada baja—. El único.

Ahora el sorprendido era Alcestes. Su pasmo era tal que a ella le hizo reír de buena gana y a él le inspiró para recitar un fragmento del numeroso repertorio de poemas que conocía y con los que antaño le regalaba el oído: “niégame el pan, el aire / la luz, la primavera / pero tu risa nunca / porque me moriría”. El viejo encanto del género lírico continuaba siendo un valor seguro incluso en tiempos de crisis. En el fondo continuaba siendo una blanda, por eso le besó.

—Voy a estar muy ocupada hoy, mucho. Si vienes conmigo, no voy a aguantar un espectáculo como el de la última vez. Sé sincero, pero sin ser bocazas. Haz daño, haz todo el daño que quieras, pero no busques el enfrentamiento directo de los que están por encima de ti. Si tienes algo ponzoñoso que decir, disfrázalo con palabras bonitas o ingeniosas. Sé tú mismo, pero sé mejor. Es lo único que te pido.
—Has cambiado—sentenció sin quitarle ojo de encima, como si temiese que Celimena se fuera a desvanecer si pestañeaba siquiera—. Pareces otra.
—Soy más lista y más perra, pero menos zorra. ¿Vienes conmigo? Te prometo que esta noche sí va a ser muy divertida. Tengo una sorpresa que te va a encantar, confía en mí.
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Mensaje por Plenilunio Mar Sep 16, 2014 12:34 am

4.
La reina de la noche dormía entre sus brazos, pero él no lograba sentirse el rey consorte en que Celimena se había empeñado en convertirle. Más rápida y astuta que la que conoció, desde el momento en que aparecieron de la mano presentó una versión de él que jamás se habría imaginado. Le transformó en un mártir, en un enfant terrible de alma libre e incomprendida al que debían escuchar, pues tras su vitriolo en el fondo había una sabiduría de valor incalculable. Como la reina de la noche así lo decretaba, todo ese hatajo de petulantes veleidosos habían corrido a aclamarle como a un paladín de la verdad, la rectitud y la sinceridad. Le daban arcadas solo de recordarlo.

No sabía a qué estaba jugando en aquella cama, ahora que la aurora había dado paso a la luz plena del día se le terminaban las excusas para posponer sus decisiones. Había ido en busca de Celimena, se había convertido en su estrella a falta de un Oronte caído en desgracia y el premio por complacerla lo había paladeado sobre su piel. Y justo entonces, cuando la acariciaba y se maravillaba al respirar nuevamente la mezcla de sus olores y del sexo, le había parecido recuperarla.

Si es que alguna vez la había tenido.

Celimena entreabrió los ojos, gruñó, molesta por la resaca, y pulsó el mando para bajar las persianas hasta que no quedaba más que una rendija de iluminación. Le observó casi como si no se creyera que él permaneciese allí, le besó y le tentó con un bis del fin de fiesta que él rechazó con educación. Había varios puntos que aclarar.

—No puedo seguir con esto sin más. ¿Qué es lo que quieres de mí?
—Es curioso que seas tú quien pregunta eso. Si mal no recuerdo, fuiste tú quien se abalanzó sobre mi coche.
—Necesitaba verte.

El gesto de Celimena se endureció. Con un pudor incipiente cuyos motivos se le escapaban a Alcestes, se cubrió con las sábanas igual que si fuera la protagonista de uno de esos bodrios cargados de mojigatería made in Hollywood.

—Si es por eso, ya puedes irte. Me has visto y me has degustado, es hora de que te vuelvas a tu caverna. En el fondo nunca has dejado de pensar que solamente valgo para una cosa y ya la tienes.

Atónito, se apresuró a asegurarle que nada había más lejos de su intención. Había regresado para quedarse, para clavar rodilla en tierra y, muy a su pesar, admitir que la soledad le sentaba todavía peor que la falsedad en compañía. Ya que estaba humillado, cautivo y desarmado ante sus ojos, le confesó que había algo que le había quedado pendiente la noche del anterior sarao. Se levantó, rescató del suelo el guiñapo en que se había convertido su americana, y extrajo de él el estuche con el anillo de compromiso que le había comprado tiempo atrás.

—Celimena, me harías el hombre más feliz de este mundo si aceptases ser mi esposa. Sé que no soy el más joven, ni el más guapo, y mejor no empecemos a valorar mis riquezas. Pero sí te puedo dar mi alma entera, mi amor infinito, mi lealtad incondicional y mi sinceridad o mi silencio, jamás mis mentiras.
—Te lo dije ayer y me acusaste de estar demasiado borracha: serías un tertuliano de primera.
—¿Te pido matrimonio y tú contestas comparándome con esos vocingleros doctores de todo y que no tienen ni la más remota idea de nada?
—Ay, no te enfades, era un cumplido—Curvó un dedo para pedirle que se acercara, tomó la sortija y se la colocó ella misma—. Qué bonita es. Y no seas tan gruñón, una cosa no quita la otra, deberías saberlo.
—Me temo que no te sigo, ¿qué tienen que ver esos programas ridículos con mi súplica?
—Nada y todo, ¿es que no lo ves? Podemos ser marido y mujer, amigos, cómplices y socios comerciales. Seré tu esposa y la madre de tus hijos, pero no aparcaré mi carrera. Y tú, bueno, puedes hacer lo que te parezca. Escribe ensayos si la tele te da alergia, pero tienes buena madera. Eres de verbo fácil y agudo, la gente te escuchará y harás lo que quieras con ellos.
—Como conseguir que te apoyen.
—Como trabajar por la prosperidad de esta familia.

Se sentó a plomo sobre el colchón y escrutó el rostro de Celimena. Por primera vez la veía tal cual era, sin disfraces, sin dobleces ni promesas imposibles que no pensaba cumplir. Y sin embargo, se sentía más abatido que nunca por ello. La verdad podía tener una faz horrible en algunas ocasiones. Pero si el amor era belleza y verdad, como decían los antiguos, Celimena también lo sería para él.

—No habrá mentiras entre nosotros.
—Nunca, querido—Le acarició la cara con el dorso de la mano, haciéndole notar el diamante contra la piel—. Nunca. Tú serás mi refugio y yo el tuyo. Siempre estaré aquí para ti, te lo prometo.
—¿Siempre?
—Si tú estás conmigo. Cuidaremos el uno del otro y nadie volverá a hacernos daño. No podrán, no se lo permitiremos.

Le estaba vendiendo su alma a una diablesa de ideas claras que ya le había traicionado en el pasado. No debería fiarse, nada le garantizaba que este segundo intento fuese a resultar mejor que el primero. Pese a ello, Alcestes la besó y la hizo rabiar acusándola de vanidosa cuando ella se apresuró a sacarle una foto al anillo y subirla a Instagram.

FIN
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Mensaje por Atiram Mar Sep 16, 2014 12:50 am

Ay... Bueno, como tuve la exclusiva ya te comenté todo en aquel momento. Celimena... ay, Celimena... Antes era tonta y ahora demasiado lista. Alcestes me sigue pareciendo hostiable, qué le vamos a hacer.

¿Me vas a mandar a la porra si te pido que me rescates a Elianta y Filinto? *Pone cara de niña buena*
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Mensaje por Liciska Vie Sep 26, 2014 4:42 pm

Celimena resucitada? Uy, qué peligro!

Menuda currada de texto te has pegado. Aún no lo he leído pero prometo hacerlo en cuanto tenga un ratito, que la historia promete.

De momento el título me ha gustado, porque lo he asociado inmediatamente con una de las canciones de Cabaret, una de mis películas favoritas (ya estoy yo metiendo la coletilla cinematográfica de turno, jeje).
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Mensaje por Plenilunio Vie Sep 26, 2014 6:27 pm

Wiiii, sí. El título es de Cabaret, ya soltaré la explicación de por qué lo elegí. Ahora me tienes en ascuas, a ver qué te parece.
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Mensaje por Liciska Dom Sep 28, 2014 7:44 pm

Bueno, hacer crítica literaria concienzuda no es lo mío, ni mucho menos, jaja, pero ya lo he leído y me ha gustado mucho. Creo que perfectamente podría ser una continuación lógica de la historia. Esta nueva Celimena es indiscutiblemente mucho más peligrosa que anterior y coincido con Atiram en que Alcestes sigue siendo bastante plasta. Da la sensación de que no sabe ni lo que quiere y otra vez vuelve a tropezar en la misma piedra con Celimena, con la que le veo menos futuro que a un submarino descapotable.
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Mensaje por Plenilunio Dom Sep 28, 2014 11:04 pm

No, comentarios de texto no, por favor. Me alegro de que te haya gustado y a estos dos solo les veo futuro juntos si Alcestes es capaz de plegarse a los designios de Celimena, que se ha transformado en la versión malvada y astuta de la Kathryn de "Crueles intenciones" (será para adolescentes y tendrá sus años, pero sigo adorando esa peli y encima gracias a ella descubrí a The Verve).

Edito: lo del submarino descapotable me lo apunto, que seguro que le encuentro uso tarde o temprano.
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