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La última noche (mención Lemans)

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La última noche (mención Lemans) Empty La última noche (mención Lemans)

Mensaje por Plenilunio Lun Sep 15, 2008 8:54 pm

La musa me dijo unas palabritas al oído al ver esta inocente foto (pulsar para ver). Nada extraño, como veis. Contiene sexo, aunque muy poco explícito.


La última noche

“…por lo cual condujimos al señor Engel a dependencias policiales”. Fin. Con una sonrisa de satisfacción colmándole el rostro, Molina decide dar por terminado el informe que tenía que redactar. Es la parte mala de ser jefe, Requena le presiona que da asco algunas veces. Menos mal que él tiene más cintura y más mano izquierda que Corso. Es un maestro en decir “sí, señor” de cara y aprovechar para alzar su dedo anular hasta el cielo en cuanto el susodicho señor se da media vuelta.

Antes de decidirse a apagar ese trasto del demonio llamado ordenador, revisa el escrito un poco por encima una última vez. Seguro que si Mario estuviera aquí, se dice, tardaría casi más en corregirlo, maquearlo y dejarlo todo bien bonito que lo que tardó en escribirlo. Una suerte que esté ocupado y no pueda estar aquí para sacarle las faltas y los colores.

Echa un vistazo a su alrededor tras pulsar el botón de apagado en pantalla y respira hondo. Está solo en la oficina, no queda nadie. No es que sea muy tarde, pero los pipiolillos de la unidad tenían que ir de infiltrados a una fiesta de estas con famosos de la tele y reporteros del corazón. Menos mal que él no encajaba en el perfil y, como buen jefe, se autoexcluyó de la misión. Qué gusto poder irse a casa ya con su señora. Sonríe y se lleva la mano a la corbata para arrancársela.

—¿Tanto calor tienes?

No se trata solo de haber percibido una voz, sino la de quién y con qué tono. Como un autómata, Molina se yergue en su silla y se gira hacia la puerta. No son imaginaciones suyas, ahí está. El oído y la vista no pueden estar engañándole. Y qué vista por cierto. No desmerece para nada el ronroneo sensual de esa voz, un ronroneo que Molina desconocía por completo. Le va como anillo al dedo.

Es Leo, una Leo soberbia enfundada en un traje de noche corto y negro. Tiene el pelo recogido de manera sencilla pero elegante y el maquillaje sutilmente aplicado para resaltar sus facciones y su tez blanca y carente de imperfecciones. Viéndola acercarse con ese vaivén de caderas, Molina no sabe bien adónde mirar, si al túnel del escote, a los muslos de leche o a esa sonrisa pícara y carmesí.

—Leo, ¿qué haces aquí?—acierta a decir cuando ya la tiene casi encima.
—Me dejaba la pistola.

Como si tal cosa, la ve dirigirse hasta su mesa y abrir uno de los cajones inferiores inclinándose sin doblar para nada las piernas. Si ahora mismo se desplazase un poco con la silla como quien no quiere la cosa, le vería… No, mejor no pensarlo. Ahora sí que necesita aflojarse la corbata. Sobre todo cuando la ve estirar la pierna, plantarla sobre el escritorio como si fuera una bailarina en la barra, subir el vestido un poco más y enganchar el arma a una especie de liga creada para ese propósito. Y lo peor, o lo mejor, Molina ya no se aclara, es que acaba de descubrir que Leo no lleva ropa interior ahí abajo.

—Bueno—dice con una sonrisa volviendo a bajar la pierna—, esto ya está. Creo que me marcho, Mario me está esperando ahí abajo.
—Con el coche que tiene no desentonaréis mucho—Leo amplía su sonrisa y sacude la cabeza. El chaval ha tenido suerte al pescarla otra vez, aunque fue ella la que le rogó casi de rodillas que le tirase el anzuelo.
—No, al final terminarán plantándonos un micro en la cara y mandando a la porra nuestra tapadera, ya verás—Se tira un poco del vestido y frunce el ceño un momento mientras se mira—. Oye, Molina, ¿tú me ves bien?

Para ilustrar sus dudas, Leo realiza un giro completo. Molina disfruta cada uno de los trescientos sesenta y cinco grados y luego se dice que no, que esos son los días del año. No comprende qué le pasa, ya lleva el tiempo suficiente trabajando con ella como para comportarse así. Y ni que tuviera quince años, manda carallo. Pero parece que esta noche todo es distinto, como un sueño hecho realidad. Menudo sueño.

—¿Qué te parece? Mario se ha empeñado en que lleve esto y, qué quieres que te diga, yo no me veo.
—¿Qué…—Carraspea para aclararse la garganta. Necesita un vaso de agua ya—¿Qué tenías pensado tú?
—Uno azul oscuro largo hasta los pies con…
—No, este. Mario tenía razón, este es mejor.
—¿Sí? ¿Tú crees que me queda bien?—Baja la vista y se vuelve a revisar con una coquetería que Molina no le conocía para nada—No sé yo si las piernas…
—Estás muy bien. Estás perfecta, Leo—escupe atropelladamente. Leo suelta una risilla y Molina juraría que hasta se ha ruborizado un poquito.
—Vaya, gracias, Molina—Echa una mirada al reloj plateado que lleva y señala hacia la puerta—. Será mejor que me vaya. Y tú deberías hacer lo mismo o tu señora se te va a mosquear. Sobre todo si te ve llegar con la corbata así, se va a creer que has estado con una pelandusca. Espera, yo te lo arreglo.

Con el martilleante sonido de sus interminables tacones de aguja y una sonrisa que a Molina se le antoja coqueta, Leo se le acerca sin dejar de bambolear las caderas ni apartar la vista de sus ojos. Molina intenta que no le afecte, se dice que no es más que su compañera. Que está muy buena, cierto. Pero es una compañera, una subordinada como cualquier otra. Aunque a Rocío nunca la miraría así, Rocío es como su niña. Leo no necesita padres. Lo que Leo necesita…

“Y hasta ahí puedes leer”, piensa. Ya la tiene tan cerca. Inclinada sobre él, dejándole disfrutar del espectáculo de su generoso escote y echándole mano a la corbata con cara de concentración. Mejor no mover ni un músculo, que, como Leo le ha recordado, tiene a la parienta esperándole en casa. Pero es que hasta los nudos de corbata se le dan bien a la muy jodía.

—Gracias. Tienes buena mano—Leo le guiña un ojo.
—Tengo experiencia. La pajarita se la he colocado yo a Mario, otro de sus caprichos. Yo le digo que parece un camarero y que estaría mejor con una corbata como la tuya, pero él sigue erre que erre.
—Donde esté una corbata…
—Eso digo yo—Hace una pausa como si estuviera pensando algo y al final prosigue—. Por cierto, Molina, ¿de verdad harías eso?
—¿El qué?
—Venga, no disimules.
—Es que no te sigo—“O tal vez sí”.
—Lo del “yo, tirarme a Leo”, ya sabes.
—Mujer…—Como si buscara una vía de escape, mira a su alrededor. A cualquier sitio menos a ella—Son cosas que se dicen.
—Ya. Claro, eso me parecía. Está bien—Retrocede unos pasos y recoge su bolsito de la mesa—, entonces me marcho. Mario me espera y creo que ahora tengo mucha prisa. Adiós, Molina, hasta mañana.

Intentando aclararse a sí mismo qué debe hacer, Molina la observa. Otra vez ese movimiento rítmico de las piernas ligeramente acompañado por el de los brazos. Se le ocurren tantas burradas de obrero de la construcción que hasta le da vergüenza. Y, sin embargo, no se siente capaz de dejarla marchar sin más. No puede. Aunque no tenga ni la menor idea de lo que hará a continuación, se levanta de su silla y se acerca a Leo con un par de zancadas. Cuando su mano contacta con el brazo desnudo de Leo, esta se vuelve con una mueca inquisitiva.

—Leo, estaba pens…

No es capaz de continuar hablando. Sin tiempo para reaccionar, se encuentra de pronto con la boca ocupada en otros menesteres. Enseguida el resto de su cuerpo corre la misma suerte. Poco importan los papeles desperdigados por el suelo. No hay nadie más, nadie puede verlos. Y Molina se pregunta si quizá este es su último día en la tierra. Pero decide que más tarde pensará en ello. Cuando todo haya acabado. Cuando despierte de su sueño porque el plasta de Mario se alarme y decida llamar a Leo a ver qué pasa. Mientras que no le dé por subir y comprobarlo él mismo, todo irá bien.

Molina se muerde el labio al notar las uñas clavándosele en la espalda a pesar de la camisa que le protege. Tan solo consiguen que aumente la cadencia con un gruñido de placer. Ya queda poco. Y cuando nota que empieza a llegar el momento, descubre que su intuición no le fallaba. Ya ni recuerda la última vez que sintió algo parecido, si es que alguna vez lo sintió fuera de su imaginación.

Sus planes de fin de vida no podrían ser mejores, Leo también parece de acuerdo. Con los ojos entornados le mira y repite su nombre una y otra vez, cada vez a más volumen, como si fuera un arrullo in crescendo, una retahíla sin fin. Molina, Molina, Molina. ¡Molina, Molina!

—¡Molina! ¡Eh, Molina, espabila!

Alertado por una sacudida brusca que no tenía sentido, Molina da un respingo y mira a su alrededor. Cuando ante sus ojos encuentra el salpicadero de un coche, se siente defraudado, pero a la vez extrañamente aliviado. Se frota los ojos y acepta el vaso alto de cartón con tapa que le ofrecen. Maldita la hora en que se le ocurrió hacer la troncha a él. Al menos Leo se ha portado y le ha traído café cargado para despertarle.

—¿Ha pasado algo?—pregunta intentando sonar profesional pero sin atreverse a mirarla más que por el rabillo del ojo. Leo sacude la cabeza.
—No, pero los de la cuatro tienen que estar a punto de venir a relevarnos.
—No habrás perdido de vista el portal para ir a por el desayuno, ¿verdad?
—Molina, que no me chupo el dedo—Molina traga saliva ostensiblemente y la mira horrorizado. Leo tiene una expresión extraña en el rostro—. ¿Te encuentras bien? No tienes buena cara.
—¿Eh? No… Sí, estoy bien.
—Además—continúa Leo como si él no hubiera hablado—, que no sé qué estabas soñando, pero decías mi nombre.
—¡¿Tu nombre?! ¿Y he dicho algo más?—Leo sacude la cabeza.
—No… Ay, Molina, ¿de verdad estás bien?
—Sí, tranquila. Es el asiento este, que me tiene la espalda rota.
—Uf, calla, no me hables. Entre eso y la fiesta de esta noche…
—¿Fiesta?—Leo alza las cejas y detiene a medias el sorbo a su café.
—Qué despertar has tenido, como seas siempre así, no quiero pensar… Pues claro, la segunda fase del caso este, colarnos en una fiesta de gente guapa y prensa rosa como si fuéramos invitados. Vamos Rocío, Mario y yo, ¿o ya no te acuerdas?
—¿Qué? Sí, claro que me acuerdo. Lo que pasa es que estaba despistado y no me acordaba de que era esta noche. Dile a Mario que es mejor la corbata que la pajarita, que con la pajarita va a parecer un camarero.
—Molina, que no te enteras. Eso ya no se lleva para una fiesta informal. Mario va a ir con camisa, blazer y vaqueros.
—¿Y tú?
—Pues con un vestidito negro de noche. Prefería uno largo azul marino, pero al final…
—No, el negro. El negro mejor—Leo pone una sonrisa cínica y sacude la cabeza.
—Si no los has visto.
—Intuición femenina—Carraspea y se pone solemne. Si ha conseguido soltar la primera vacilada de la mañana, es que se está reponiendo—. Y no te olvides la pistola en el cajón.
—¿En el cajón? ¿Desde cuándo guardo yo ahí la pistola?
—Por si acaso, que luego hay sorpresas.
—Anda que…—Se interrumpe, hay algo que ha llamado su atención—Mira, son los de la cuatro. Ya era hora. Te dejo en tu casa para que descanses un poco, que parece que te hace falta.
—Cuidado con lo que dices, Leonor, que estoy hecho un toro.
—Más bien un cabestro diría yo.
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Mensaje por Atiram Lun Sep 15, 2008 9:02 pm

cheers cheers cheers

Está clarísimo quién es la jefaza de los fics, Aurora, qué decirte, que es mortal este fic, lo que me he podido reír leyéndolo. Genial sin más. Y la mención Leo (L) Mario... aisssss. Deberías haber sido guionista de la serie.

Esperamos más ¿eh?


Besooooooooooooooo
Atiram
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La última noche (mención Lemans) Empty Re: La última noche (mención Lemans)

Mensaje por pbbes Lun Sep 15, 2008 11:39 pm

Como siempre aurrora genial ya les habria ido mejor a los de cuatro cogerte de guionista un beso ya charlamos por ahi

pbbes
De paso
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La última noche (mención Lemans) Empty Re: La última noche (mención Lemans)

Mensaje por Plenilunio Mar Sep 16, 2008 10:50 pm

¡Gracias, chicas! Smile
Plenilunio
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