La clausura del amor

En primer lugar: ¡fila 2! Me pareció el lugar óptimo para verlos arrancarse la piel a tiras verbalmente. No les podíamos oler el desodorante de milagro y la visibilidad era estupenda.

Cuando entraron, esperaba algún tipo de introducción, un "bueno, pues..." o similares, pero no. El primer bofetón cayó sin anestesia y aunque fue un directo a la mandíbula, entendí por qué Bárbara decía en alguna entrevista que había gente que simpatizaba con él. No me gustaban sus modos a veces, me ponían enferma tantos gritos, tanta cercanía, tanto "estoy a punto de partirte la boca y me contengo porque todavía soy medio civilizado". Hubo un par de puntos en los que de verdad que me costó no pegar un grito de "¡Vale ya!" como si estuviera currando o levantarme y meterme por el medio, así que, sí, creo que entré en la obra hasta la cocina. A pesar de la violencia, como decía, él me vendió su versión y me la vendió bien. Entendía sus palabras, sus quejas, sus reproches. Todo lo que decía, aunque a veces sonase afectado y grandilocuente, me parecía aceptable y razonable. Sin embargo, no me pareció que hablara con ella ni le reprochase nada a ella. Me pareció que le hablaba al dolor, que no le dolía ella, sino lo que podría seguir siendo y ya no sería, ese "cerraré tus ojos" que se acababa de evaporar. No estaba dolido con ella, sino con ese amor del que renegaba, en el fondo falsamente, porque él también era un romántico blandengue por más que estuviear con su fachada de tipo duro. Ella debía estar ahí para que focalizase sus quejas, como saco de boxeo verbal. Por eso se queda tan chocado cuando ella replica, porque ni lo quiere ni lo espera.

Los niños me sobraron, y mucho. Me habría gustado más una transición que no diera un respiro, algo más rápido y violento, como ella acercándose a él, pegándole un empujón para mandarlo al rincón de escuchar y soltando "¡De eso nada! ¡Tú de aquí no te mueves! Ahora me toca a mí". Ding, ding, ding, segundo asalto.

Los reproches de ella eran distintos, más viscerales y más dirigidos a la vez. Había estado recogiendo miguitas de pan durante una hora, recibiendo en silencio y entre lágrimas, manteniéndose recta a duras penas. El eje central del discurso también era diferente: "¿por qué nos haces esto a los dos?, ¿y a mí? Yo no tengo la culpa de nada, ¿por qué tengo que pagar yo?". Al oírla, también empaticé con ella, también comprendí sus palabras y me di cuenta de que no iba a poder escoger bando. Ni quería ni habría sido correcto, porque eran imágenes del Callejón del Gato y resultaba imposible reconciliarlas. Me recordó a algo que siempre se ha dicho en mi casa: "en una pareja, solo los dos saben lo que pasa y a veces, ni ellos". ¿Quién de los dos tenía una visión más acertada, quién era menos culpable de la pila de cadáveres? Solo por disparar el primer tiro, ¿era él el culpable? No lo sé, no quiero saberlo, es lo de menos. Lo que importa es que vi una pareja saltar por los aires de una manera cruel y descarnada.

Como soy una blanda, en el fondo me habría gustado otro final. ¿Que se reconciliaran? ¡Ni hablar! Eso era imposible. Él no quiso tomar la mano de ella, así que habían pasado ese punto y quedaban en el infierno. Pero me habría gustado ver romperse la cuarta pared, que irrumpiera en escena un director, les diera unas pautas sobre momentos de la interpretación que limar y hubiera terminado con un "otra vez, desde el punto X". Y fin.

Cuando todo terminó, temblaba y me dolían las mandíbulas. Costó que lo digiriera lo bastante como para poder decir cosas coherentes y el frío de la calle me ayudó mucho a despejarme aunque siga haciendo un tiempo ridículo para estas alturas del otoño. Me había pasado dos horas tensa, conteniéndome para estarme quieta, y me di cuenta de que no había visto a Bárbara Lennie ni a Israel Elejalde en el escenario. Los de ahí arriba, los del lienzo en blanco, eran Bárbara e Isra, dos actores sin apellido que se apuñalaban con palabras "y cada vez peor, y cada vez más rotos, y cada vez más tú, y cada vez más yo sin rastro de nosotros", que diría Sabina, aunque esa canción es demasiado apacible para esta tormenta. Los únicos momentos en que habría preferido otra cosa, sin contar con el de los niños, fueron provocados por mi vecina de butaca, que se pasó la obra resoplando, revolviéndose con incomodidad y tratando de ver la hora en mi reloj hasta que, como a la tercera intentona, se percató al final de que lo llevo en la muñeca derecha y de que, como tenía las manos entrelazadas y apretadas con fuerza, quedaba en una posición en que era imposible que ella lo viera. No le gustó. No sabe lo que se perdió.

A la vuelta, cuando mi socia y yo cogimos el coche para ir a dormir a mi casa, la colección de canciones en modo aleatorio cargadas en la memoria del vehículo me sorprendió con algo mientras comentábamos la jugada: "Not As We", de Alanis Morissette. Es tan ella que parece escrita para la obra, habla de una mujer destrozada por una ruptura, pero decidida a sacar pecho, a arreglárselas como pueda para seguir adelante y no desmontar su fachada hasta que todo pase aunque se esté muriendo de dolor. Quedó recomendada por Twitter, no sé si la habrán oído los protas. Yo la dejo por aquí por si alguien gusta: